¿Se le pueden hacer trucos de magia a un mago?

En las "olimpiadas de la magia", magos de todo el mundo compiten para ser considerados los mejores del planeta. Para ganar, deben engañarse unos a otros.

Cada tres años, magos de todo el mundo compiten en el certamen más prestigioso del sector: el Campeonato Mundial de Magia. El evento está repleto de actuaciones, conferencias y clases, como esta impartida por Jeff McBride, fundador de la escuela Magic & Mystery School, con sede en Las Vegas (Estados Unidos).

Fotografía de Dina Litosky
Por Nina Strochlic, Michael Greshko
Publicado 10 abr 2023, 12:59 CEST

Cuando Simón Coronel (diseñador de puzzles y ex consultor informático) subió al escenario para realizar su truco de magia, miró al público más intimidante al que puede enfrentarse un mago: cientos de magos. Durante cinco días, el público había asistido a docenas de números de magia, uno tras otro. El escenario en el que se encontraba Coronel podía lanzar una carrera o acabar con ella. "Esto es como entrar en el Coliseo con los gladiadores", dijo un mago del público.

Pero en los minutos siguientes, Coronel hizo algo que dejó a los magos atónitos: abrió un agujero en la realidad.

Con un cutter, cortó el borde exterior de un naipe de una sola pieza, como si quitara el marco de una fotografía. Luego volvió a hacerlo, formando un segundo marco rectangular intacto. Coronel sostuvo un marco en cada mano y los acercó el uno al otro.

De repente, estaban enganchados, como dos eslabones de una cadena.

En la gala inaugural del maratón de seis días de actos que se celebró en 2022 en la ciudad de Quebec (Canadá), los artistas representaron momentos significativos de la historia de la magia, en este caso espiritistas que utilizaban trucos para afirmar que se comunicaban con los muertos.

Fotografía de Dina Litosky

Los desenganchó. Los volvió a unir. Luego unió un anillo de metal macizo al extremo, colgó la cadena imposible de piezas de naipes en un soporte y se la entregó a un voluntario (uno de los corresponsales de National Geographic). En el patio de butacas del abarrotado auditorio, los magos se pusieron en pie de un salto y rugieron de alegría. Varias docenas de ellos se apresuraron, con las linternas de sus teléfonos encendidas, a buscar cortes ocultos en las piezas de naipes enlazadas. Sus esfuerzos fueron en vano.

Coronel acababa de poner patas arriba el Campeonato Mundial de Magia 2022, también conocido como las "Olimpiadas de la magia", un maratón mágico de seis días que atrajo a 2000 magos el verano pasado a la ciudad de Quebec. Los competidores procedían de países tan lejanos como Argentina y Corea del Sur, y todos competían por el título de mejor mago del mundo con números fluidos, impactantes, artísticos e ingeniosos. El acto ganador tendría que hacer algo más: algo que nadie supiera hacer.

Alrededor de 2000 asistentes acuden a este acontecimiento patrocinado por la Federación Internacional de Sociedades de Magia (FISM). Los trucos que impresionan a los jueces pueden hacer carrera, abriendo puertas con minoristas, cazatalentos de programas de televisión y responsables de teatros.

Fotografía de Dina Litosky

Cada tres años, la Federación Internacional de Sociedades de Magia (FISM) organiza este concurso, que "está a medio camino entre la competición del Cáliz de Fuego de Harry Potter y la Exposición Canina de Westminster", bromea un mago. Los actos oficiales se prolongan desde las 8 de la mañana hasta las 2 de la madrugada, con vendedores de magia que pregonan sus últimos inventos y magos que intercambian secretos hasta altas horas de la noche. Si no has visto mucha magia desde los especiales televisivos de David Copperfield, el FISM podría sorprenderte. Había algunas palomas, pero no conejos, apenas un puñado de payasos, sólo una persona partida por la mitad y muchos, muchos naipes: volando por el escenario, lanzados desde los pies a la boca y vibrando dentro de un preservativo inflado sobre la cabeza de un mago.

Muy pocos de los asistentes al FISM obtienen ingresos a tiempo completo de la magia: hay físicos nucleares, ajedrecistas, gastroenterólogos. Hace años, Allison Shelley se hizo azafata de vuelo para pagarse el viaje al FISM y ahora visita a sus compañeros magos en las escalas. En los viajes largos, practica su propio número de azafata. "¿Qué otra cosa se puede hacer cuando los pasajeros duermen? Utilizo la máscara y el cinturón de seguridad como atrezzo y la ventanilla como espejo", explica.

El concurso de la olla a presión puede impulsar una carrera mágica. Un truco que impresiona a los 10 jueces del FISM abre las puertas a minoristas, cazatalentos de programas de televisión y programadores teatrales. Incluso puede crear nuevas tendencias en el mundo de la magia. Pero también es un lugar en el que el sudor y la práctica de toda una vida pueden recibir sólo un escueto aplauso.

El FISM se creó en 1948 y en la actualidad participan cerca de 100 sociedades mágicas de 50 países, que representan a unos 70 000 magos. Desarrollar un número para el campeonato mundial no se parece en nada a actuar para un público normal. La mayoría de la gente no ve magia tan a menudo, por lo que incluso los efectos básicos les asombran. Sin embargo, entre los prestidigitadores veteranos, los trucos son casi siempre descifrables, si no en la mecánica precisa, sí en la teoría y la técnica. "Estos tipos ven a cientos de magos todo el tiempo", afirma Bertil Fredstrom, un mago sueco que ha asistido a todos los FISM desde 1973. "Para impresionar a la sala, tienes que hacer algo diferente".

Shane Cobalt, un mago de cartas canadiense, posee un raro cortador de papel que puede afeitar una minúscula astilla de un naipe para utilizarla en ciertos tipos de trucos de magia. Se cree que sólo existen unas pocas docenas de estos artilugios.

Fotografía de Dina Litosky

Ganar el FISM requiere algo más que engañar a otros magos: exige una técnica nueva, una historia convincente, un giro hilarante. Y así, algunos artistas tejieron relatos a veces surrealistas y poéticos. Una maga japonesa se enamoró de una camisa vacía que la envolvió en sus brazos. Un estudiante alemán de 15 años que se hace llamar Magic Maxl se batió en duelo con un huevo pasado por agua que parecía cobrar vida mientras fingía prepararse para ir al colegio. Otros optaron por el humor sencillo y autocrítico. "Me he gastado 2000 dólares [casi 2000 euros] para estar aquí", dijo un competidor francés, comiendo un puñado de patatas fritas mientras sacaba las cuatro reinas de un montón de cartas boca abajo con una facilidad inexplicable.

Esta apariencia de facilidad sólo se consigue tras años de agotadora práctica. Cuatro meses antes del FISM, una maga china de 34 años y antigua acróbata llamada Ding Yang se había refugiado en un restaurante-teatro de las cataratas del Niágara (Canadá) para practicar su número con el mago canadiense Greg Frewin. Debido a los requisitos de cuarentena COVID-19 de China, no había vuelto para ver a su marido y a su hijo. Se ponían al día por FaceTime mientras ella practicaba su juego de manos.

La maga china Ding Yang arrancó al público frenéticos aplausos con su atlético número de la paloma. Ding, antigua acróbata, practicó durante meses en un teatro de Canadá, separada de su marido y su hijo debido a las severas restricciones de viaje impuestas por China. Su dedicación le valió el premio al número más original.

Fotografía de Dina Litosky

Los numerosos ensayos dieron sus frutos. Cuando se levantó el telón, Ding bailó dentro de un marco circular de enredaderas y hojas entrelazadas, conjurando palomas vivas con pañuelos, globos y sus propias manos. Luego hizo el pino y dobló una pierna. Una paloma brotó de un manojo de pañuelos de seda que tenía en el pie. Se colocó de espaldas, con la paloma aún posada en el talón, y levantó el otro talón, del que salió otro pájaro. El público enloqueció.

Las luces se apagaron y, cuando volvieron a encenderse, Ding ofreció su gran final: agitó dos pañuelos de seda y dos jaulas de tamaño natural con falsas palomas aparecieron de repente en sus manos. "Como vegano, no me gusta la magia con animales, pero eso fue una absoluta locura", dijo el mago británico Ben Daggers, uno de los espectadores.

Will Bradshaw hace una demostración de un escape con cuerda para los asistentes a una sesión organizada por la Escuela de Magia y Misterio de McBride. "Cada día voy a enseñar diferentes piezas de magia que cambiaron mi vida", anunció McBride el primer día. El aula abarrotada pudo echar un vistazo al plan de estudios que se imparte en la renombrada escuela.

Fotografía de Dina Litosky

En la búsqueda de la perfección nunca hay tiempo suficiente para ensayar. Anca y Lucca Lucian llevaban años practicando las complejas técnicas necesarias para llevar a cabo su rutina de lectura de mentes mientras fregaban los platos, conducían y criaban a sus dos hijos. También habían reclutado como voluntarios a una familia de refugiados ucranianos que alojaban en su casa de Viena (Austria).

La víspera de su actuación, los Lucian ensayaron con tres voluntarios sacados del vestíbulo del centro de convenciones. Lucca repartió bolígrafos y papelitos y pidió a cada uno que escribiera un deseo y datos personales. Los recogió en un plato (en la actuación, les prendería fuego). A continuación, Anca, con los ojos vendados, se dirigió a cada uno de los espectadores y expuso con calma sus respuestas tácitas: un destino de vacaciones soñado, un cumpleaños, el nombre de la mujer de un voluntario. "¿Algún comentario o crítica?", preguntó. El trío se quedó con la boca abierta.

(Relacionado: Historias de brujas; buenas, malas y buenas otra vez)

Aprender nuevos secretos mágicos

Aunque el FISM es en esencia un concurso, los trucos sobre el escenario son sólo una parte de su atractivo: lo que buscan los asistentes son los secretos. Todas las noches, hasta las 2 de la madrugada, decenas de magos se reunían en el sótano del centro de convenciones, que se convertía en una "jam session" en la que los magos intercambiaban consejos y probaban sus últimos trucos.

Una noche, mientras un mago de Bangladesh sacaba cartas de la boca y un mago iraní-italiano vestido con una larga túnica de lino se explayaba poéticamente sobre la "psicomagia", una argentina de 19 años llamada Carola Scialabba realizó una inmaculada rutina con cartas, ganándose la aprobación de los más veteranos de la jam: un escocés con unas enormes gafas de cristales morados y un habitante del Medio Oeste con los antebrazos como troncos de árbol, ambos expertos en los juegos de cartas. Scialabba y su compañero de magia, Alejandro Bonasera, pasaron cuatro años recaudando los 5000 dólares necesarios para pagar la inscripción, los vuelos y el hotel para actuar en el FISM. La oportunidad de competir en la categoría de primeros planos, donde las cámaras con zoom escrutan cada movimiento, mereció la pena. "Es una forma de demostrar a los grandes magos que puedes hacerlo", afirma Scialabba.

En las entrañas del Centro de Convenciones de la ciudad de Quebec, McBride imparte una lección a los alumnos utilizando pañuelos de seda. Cada día en el FISM comenzaba con competiciones a las 8 de la mañana y se alargaba hasta las 2 de la madrugada con jam sessions, en las que los magos intercambiaban consejos y técnicas.

Fotografía de Dina Litosky

Algunas noches, los magos confraternizaban hasta que salía el sol. Una noche, a las 3 de la madrugada, Shane Cobalt, competidor del FISM, reunió a algunos amigos en su habitación de hotel. Cobalt, mago profesional canadiense, enseñó un pequeño cortador de papel con una robusta cuchilla oscilante: un raro dispositivo diseñado especialmente para recortar naipes para ciertos tipos de trucos de magia. Sus cortes son tan precisos (sólo produce polvo blanco a lo largo del filo de la cuchilla) que sólo los dedos más entrenados pueden encontrar las cartas recortadas dentro de una baraja. "Llegas a un cierto punto en el que eres tan, tan fino, que tienes que confiar en la carta", dijo Cobalt a la sala.

Dejando a un lado la socialización, lo que hace que los magos sigan acudiendo al FISM es la búsqueda de una sensación que tuvieron de niños cuando vieron por primera vez un truco de magia: cuando sus mentes se doblaron para adaptarse a una imposibilidad, una ruptura de las leyes físicas del mundo cotidiano.

Por eso, cuando se anunciaron los números ganadores del FISM, no fueron una sorpresa. Cada uno de ellos había provocado la sensación de ver algo mágico por primera vez.

Cartas, monedas y pelotas proliferan en las manos de los magos. La habilidad para manipular estos pequeños objetos es la clave de los trucos más básicos. En la convención apenas había rastro de los objetos anticuados con los que se suele asociar a los magos: conejos, sombreros de copa y asistentes femeninas simbólicas.

Fotografía de Dina Litosky

Incluso Coronel, que se llevó a casa uno de los dos premios del Gran Premio por su truco de enlazar cartas, entendió por qué había ganado, a pesar de no esperarlo. Porque su truco, que llevaba más de 10 años desarrollando, era uno que le hubiera gustado ver como espectador involuntario. Durante décadas, Coronel ha estado buscando lo que él describe como la tierra prometida: un momento de asombro tan inexplicable, que insinúa un universo donde la magia realmente existe.

Es un éxito que los magos buscan como los yonquis. Por desgracia, para transmitir esa sensación al público, ha tenido que sacrificar su propia experiencia al respecto. "Es una de las tragedias de la magia", dice agridulce. "Haces un pacto fáustico. Al aprender a hacerla, renuncias a experimentarla".

En la última noche del Campeonato Mundial de Magia, Coronel estaba sentado en la escalinata del auditorio, sosteniendo un trofeo de cristal grabado con el logotipo de la FISM: una mano levitando sobre un globo terráqueo. Sus compañeros ganadores, entre los que se encontraban la maga de palomas Ding Yang, que ganó el premio al Acto Más Original, y las mentalistas Anca y Lucca Lucian, que obtuvieron el primer puesto, se agolpaban a su alrededor. Coronel tenía la cara húmeda por las lágrimas de alegría. Los admiradores y los que se hacían selfies tardaron casi una hora en desaparecer.

Coronel no sintió el poder de su truco, pero sí el poder de lo que consiguió. Esa noche, cuando los últimos magos se marcharon de la celebración en el bar de un hotel cercano, un competidor finlandés se acercó a Coronel y le chocó el puño.

"Gracias", le dijo. "Me sentí como un niño otra vez".

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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