El cambio climático aumenta el tamaño de estas arañas

Las altas temperaturas hacen que las arañas Pardosa glacialis dejen de devorar su comida favorita, ayudando de forma indirecta al medio ambiente.

Por Theresa Machemer
Publicado 24 jul 2018, 12:49 CEST

La tundra ártica está plagada de depredadores, pero no los que te podrías esperar: por biomasa, las arañas Pardosa glacialis superan a los lobos árticos por 80 a uno, como mínimo.

Este increíble cálculo, publicado en PNAS por la exploradora de National Geographic Amanda Koltz, podría modificar lo que sabemos sobre la posible respuesta del Ártico ante el cambio climático futuro.

Su estudio revela que, con el aumento de las temperaturas y de la densidad demográfica, las Pardosa glacialis modifican sus hábitos alimenticios, iniciando un efecto en cascada en todo el ecosistema que podría cambiar la rapidez con la que se descompone el permafrost derretido.

Arácnidos árticos

La actividad humana, especialmente la liberación de gases de efecto invernadero que atrapan calor, está calentando el planeta, y el Ártico se está calentando al doble de velocidad que el resto de la Tierra.

El calentamiento del Ártico es bastante preocupante porque, a medida que la región se vuelve más cálida, el permafrost —una capa congelada de suelo y organismos muertos— empieza a derretirse, permitiendo que hongos y bacterias lo descompongan. La descomposición libera gases de efecto invernadero como dióxido de carbono y metano, que aceleran aún más el cambio climático.

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Koltz, ecóloga ártica de la Universidad de Washington en San Luis, no solo estudia los efectos del calentamiento del clima en las relaciones depredador-presa, sino también cómo influyen los cambios en dichas relaciones en el ecosistema en general. «La verdad es que me daba la sensación de que faltaba un posible elemento animal en esta historia», explica.

Los científicos saben desde hace casi una década que el cambio climático afectaría a las poblaciones de arañas. Un estudio de 2009 demostró que el calentamiento del Ártico, con primaveras más tempranas y veranos más largos, podría aumentar el tamaño de las Pardosa glacialis y —como las arañas más grandes pueden producir más descendencia— también aumentarían sus poblaciones.

Las Pardosa glacialis devoran insectos y arañas más pequeñas que ellas, y también tienen escarceos con el canibalismo; si su densidad demográfica aumenta demasiado, se comen entre ellas. Pero uno de sus alimentos favoritos es un artrópodo devorador de hongos llamado colémbolo. Si las arañas lobo comen más o menos colémbolos, ¿cómo variará la cantidad de hongos árticos y la descomposición fúngica resultante?

Con todo esto en mente, Koltz montó ecosistemas experimentales de casi metro y medio de ancho en el Ártico de Alaska. Durante dos veranos, su equipo y ella observaron cómo los cambios en la temperatura y en el número de arañas modificaban la mezcla de organismos dentro de estas franjas cercadas de permafrost.

Pequeñas pero matonas

Con temperaturas superiores, la descomposición se produce más rápidamente y estas arañas son más activas, de forma que Koltz esperaba que cuando sus miniecosistemas se calentasen, sus arañas redujeran drásticamente la población de colémbolos. Pero Koltz descubrió justo lo contrario.

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    En parcelas con más arañas, estas devoraban menos colémbolos. Las poblaciones superiores de colémbolos devoraban más hongos, lo que disminuía el ritmo de descomposición. En las parcelas más calientes, la que tenía más arañas se descomponía menos que las parcelas con casi ninguna araña. En cierto modo, las arañas ayudan a luchar contra el cambio climático en la tundra ártica.

    Los expertos han elogiado este hallazgo inesperado. «La novedad del trabajo de la Doctora Koltz es que demuestra que el [cambio climático] no solo tiene efectos directos sobre estos importantes animales moradores del suelo, sino también en las complejas interacciones ecológicas entre las especies de la tundra», escribe en un email Joseph Bowden, entomólogo del Servicio Forestal canadiense que no participó en la investigación de Koltz.

    Sin embargo, no está claro por qué las poblaciones más densas de arañas pierden el apetito por los colémbolos. Quizá en poblaciones más grandes, las arañas pasaran de alimentarse de colémbolos a competir —y comerse— entre ellas. O quizá sea que las temperaturas más altas les llevaran a buscar una fuente de alimento diferente. Koltz afirma que el siguiente paso en esta línea de investigación será identificar cómo varían exactamente las dietas de las arañas.

    «Solemos olvidarnos de los animales pequeños porque no son tan visibles como los mamíferos más grandes», explica Koltz. «Pero creo que es genial pensar cómo estos animalitos también tienen efectos importantes sobre el ecosistema».

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en NationalGeographic.com.

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