Cómo el ecoturismo ayuda a elefantes y personas a salir adelante

El Sarara Camp, en Kenia, es un modelo de ecoturismo gestionado por la comunidad.

Por Michaela Trimble
Publicado 30 ago 2018, 16:36 CEST
Una manada de elefantes atraviesa el río Sarara, en el parque de conservación de vida silvestre Namunyak, Kenia. Namunyak, fundado en 1995, ha servido de santuario a los elefantes con el apoyo del turismo ecológico.
Fotografía de Peter McBride, National Geographic Creative

En el corazón del norte de Kenia, los puntiagudos picos de la cadena montañosa Mathews rodean las seis tiendas de lona del Sarara Camp. Desmintiendo la noción del safari tradicional, una estancia aquí —dentro de un denso bosque de acacias y coníferas donde pastan elefantes, jirafas y dicdics— proporciona acceso tanto a animales salvajes y naturaleza como a la cultura samburu.

Los samburu son un grupo de pastores seminómadas emparentados con los masáis que han prosperado en al pie desértico del monte Kenia durante siglos. Aunque su territorio llegó a extenderse al norte del lago Turkana y a Etiopía, las guerras tribales de mediados del siglo XIX obligaron a los samburu a desplazarse al sur a sus territorios actuales, una zona que incluye el Sarara Camp, un destino que está ganando reconocimiento por su modelo de conservación con base comunitaria.

El Sarara Camp, ubicado dentro de una franja del parque de conservación de vida silvestre Namunyak, de 340.000 hectáreas, fue fundado por Piers y Hillary Bastard en 1997. Desde entonces, ha pasado de ser un conjunto móvil a convertirse en un retiro de lujo ecológico propiedad de las 1.200 familias de la comunidad samburu, que se encargan de su gestión. En colaboración con el hijo de los Bastard, Jeremy, y su mujer Katie Rowe —y con el apoyo de organizaciones como Conservation International—, los samburu siguen protegiendo una de las franjas más vitales de naturaleza salvaje intacta de África.

Un pasado doloroso

A partir de los años 70, los furtivos que buscaban marfil mataron a casi todos los elefantes de la cadena montañosa Mathews. Aunque la zona fue uno de los últimos bastiones del rinoceronte negro en Kenia, la especie fue cazada hasta la extinción en los años 90, ya que los furtivos obtenían beneficios substanciosos de sus cuernos de queratina. Otras especies también disminuyeron, desde las jirafas reticuladas hasta las cebras de Grévy.

Namunyak se inauguró como respuesta ante la crisis de caza furtiva, con el objetivo de proteger a sus animales salvajes mediante la conservación comunitaria. A medida que las rigurosas medidas anti caza furtiva de Kenia cobraban impulso, Sarara Camp ofreció los beneficios económicos del turismo a la comunidad samburu a cambio de su papel como protectores de la fauna salvaje. Esta alianza ha hecho que regresen más de 4.000 elefantes a la zona.

Más allá de la terraza con tejado de paja de Sarara, los visitantes pueden flotar en una piscina natural colocada a seis metros sobre un abrevadero donde beben decenas de elefantes, algo inimaginable durante el auge de la caza furtiva. Incluso una manada de cebras de Grévy —Rowe encontró a tres de ellas abandonadas y las alimentó con biberón durante los primeros meses de vida— se detienen para un trago ocasional.

Estas manadas de elefantes prosperan gracias al santuario de elefantes de Reteti, el primer orfanato de paquidermos gestionado por y propiedad de la comunidad en África. Reteti, inaugurado por la tribu samburu y a menos de una hora en coche desde Sarara, es otra consecuencia de un movimiento de bases de conservación comunitaria ampliamente reconocido y en expansión por todo el norte de Kenia, que empezó a echar raíces entre finales de los 90 y principios del siglo XXI con decenas de organizaciones.

La alianza entre Reteti y Sarara, financiada por donantes y por aportaciones de organizaciones de conservación, defiende que la comunidad samburu se beneficie de la gestión de la fauna salvaje al mismo tiempo que mantiene sus tradiciones culturales.

La comunidad samburu, que convive con la segunda mayor población de elefantes de Kenia, adopta crías de elefante huérfanas y abandonadas y las cuida para finalmente liberarlas en manadas salvajes que viven cerca del santuario. Y aunque la caza furtiva de elefantes en África continúa a un ritmo alarmante, el santuario ha rescatado a más de 30 crías en el norte de Kenia (de una población de unos 8.700) gracias a un equipo de nutricionistas de animales salvajes y a la formación veterinaria proporcionada por el Zoo de San Diego. Actualmente, Reteti cuida de 13 elefantes y un rinoceronte negro.

«Muchos de los 45 empleados del santuario eran pastores samburu», afirma Rowe.

Sus esfuerzos están dando sus frutos: miles de elefantes han regresado a la cadena montañosa Mathews, y otras especies como leopardos, búfalos y licaones empiezan a hacer lo mismo. Pero el impacto del santuario —y el de Sarara— incluye tanto a personas como a animales salvajes.

El poder del pueblo

La alianza de la tribu samburu con el Sarara Camp y Reteti destaca la necesidad de un modelo de conservación comunitaria en una época en la que los países vecinos de África oriental hacen todo lo contrario.

Según el Oakland Institute, un centro de investigación política independiente, casi 40.000 masáis fueron expulsados de sus tierras ancestrales en el norte de Tanzania a principios de este año a favor de un plan para desarrollar un parque de caza privado financiado por una empresa de safaris propiedad de los Emiratos Árabes Unidos. Y la Organización de Naciones y Pueblos No Representados (UNPO, por sus siglas en inglés) informa de problemas similares en Uganda, Ruanda, Burundi y la República Democrática del Congo: el pueblo twa, que ha sido expulsado del parque nacional de Bwindi y del parque nacional de los Volcanes para proteger a los gorilas de montaña con los que antes compartían los bosques de forma sostenible, supuestamente no recibió compensaciones económicas procedentes del turismo a sus antiguos hogares.

Reteti y Sarara son diferentes. Con el objetivo de mezclar el turismo ecológico, el enriquecimiento comunitario y la conservación de la fauna salvaje, estas organizaciones ceden las riendas al pueblo samburu para que sean administradores de su propia tierra y, en última instancia, controlen su futuro.

«Reteti ha supuesto un gran cambio para las mujeres», afirma Dorothy Lowuekuduk, primera supervisora del santuario, que comenzó a trabajar allí en 2016. Sus primeras tareas incluían buscar elefantes huérfanos rastreando sus excrementos en el paisaje desértico. Valiente ante la gente que mostró resistencia, Lowuekuduk rompió la tradición cuando empezó a trabajar como supervisora, un puesto que, para muchos miembros de la comunidad, solo era adecuado para hombres. «Fui la tercera mujer contratada en Reteti, y estoy cambiando mi comunidad con mi labor. Ahora hay seis mujeres y nuestros padres y abuelos pueden comprobar lo fuertes que somos y todo lo que somos capaces de lograr».

Aunque las excursiones de safari en coche siguen siendo un pilar fundamental del Sarara Camp, el retiro también promociona experiencias íntimas con miembros de la comunidad samburu. Ya opten por crear joyas únicas con las mujeres samburu o por salir a caminar por el bosque a los «pozos de canto» (abrevaderos) donde los guerreros samburu entonan cantos tradicionales mientras conducen al ganado a beber, los viajeros tienen la oportunidad de aprender de personas como Robert Lemaiyan, guerrero samburu que gestiona la empresa más reciente del Sarara Camp, las Sarara Treehouses. Estos retiros arbóreos fueron financiados por donaciones de los asistentes a la expedición del año pasado llamada Summit Sarara.

Lemaiyan creció junto a Jeremy Bastard y ha sido una parte integrante de Sarara desde su fundación. Lemaiyan, uno de los principales defensores del modelo de conservación comunitaria de la zona, ha presenciado el cambio de las actitudes de los samburu hacia la fauna salvaje en las dos últimas décadas, ya que ahora protege a elefantes, rinocerontes y jirafas. Animales que antes consideraban una amenaza para su subsistencia ahora la respaldan a través del turismo ecológico.

«Este proyecto significa mucho para nosotros como comunidad», explica Lemaiyan. «No solo nos da trabajo en nuestra propia tierra, sino que también protege esta zona para las generaciones futuras. Estamos orgullosísimos».

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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