Conforme el Ártico se calienta, la contaminación lumínica podría suponer una nueva amenaza para la fauna marina

El cambio climático hace el Ártico más transitable para los humanos, pero con los barcos también llega la luz.

Por Sarah Gibbens
Publicado 6 mar 2020, 11:29 CET
Buque oceanográfico
Un buque oceanográfico transporta a un equipo de investigadores árticos por el hielo del norte de Svalbard, Noruega. Al trabajar en plena noche polar, se ve poca luz. El equipo lleva trajes de supervivencia en caso de que el barco zozobre y llevan rifles por si se topan con un oso polar.
Fotografía de Michael O. Snyder

El invierno del círculo polar ártico es tan oscuro que cuesta ver. Debido a la forma en que el polo de la Tierra se inclina alejándose del Sol, la estrella nunca parece salir sobre el horizonte y los cielos oscuros sumen el Ártico en la denominada noche polar.

«Parece que estás trabajando en turno de noche todo el tiempo», cuenta Finlo Cottier, oceanógrafo de la Asociación Escocesa de Ciencias del Mar.

Hace dos años, Cottier y un equipo de científicos viajaron al Ártico en pleno invierno para estudiar cómo afecta la luz a las criaturas marinas que viven en las aguas del extremo norte. Como nosotros, los organismos marinos dependen de la luz como guía de sus funciones cotidianas. La luz pauta comportamientos como cuándo migrar por la columna de agua para buscar comida, cuándo aparearse y dónde cazar.

«En junio y julio, hay una explosión de crecimiento y actividad. ¿Cómo llegamos a ese punto? ¿Lo que ocurre en la noche polar sienta las bases de este florecimiento primaveral? Intentamos comprender el ciclo completo», afirma Cottier.

Entender ese ciclo completo será fundamental conforme el Ártico afronta el cambio climático. Un hielo más fino se traduce en que más luz podrá penetrar la oscura agua marina. También significará que podrán pasar más barcos que traerán luz con ellos. Y el calentamiento de las aguas de todo el mundo está empujando a determinadas especies de peces a latitudes más altas, alterando la red trófica.

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    Morgan Bender usa una jeringuilla para tomar una muestra de sangre de dos bacalaos polares. Tiene que trabajar con solo una tenue luz roja para no perturbar los experimentos sobre contaminación lumínica.
    Fotografía de Michael O. Snyder

    Aún no está del todo claro qué significa para la fauna marina, pero una nueva investigación publicada en la revista Nature Communications Biology indica que la contaminación lumínica podría alterar considerablemente cómo viven, aunque los científicos aún tratan de entender sus ciclos vitales al completo.

    Probar la luz en la noche polar

    «Mientras vamos hacia el norte, las horas de luz diurna disminuyen muy rápido. A cada latitud norte aumenta la oscuridad. Y a unos 80 grados [norte], no hay diferencia entre el mediodía y la medianoche», afirma Gier Johnsen, autor del estudio y biólogo de la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología.

    Para descubrir cómo el aumento del tráfico marítimo afecta a los organismos marinos, los investigadores llevaron a cabo experimentos en tres estaciones distintas al norte de Norte, de 70 grados norte y por debajo y por encima de los 77 grados norte.

    En cada estación (etiquetadas como A, B y C), los experimentos se llevaron a cabo en total oscuridad cuando los organismos marinos podrían no estar expuestos a la luz. Encendiendo y apagando las luces del barco, el equipo utilizó ecosondas para detectar la presencia de organismos en el agua.

    Mientras que la estación C solo mostró un ligero descenso de la cantidad de organismos en el agua, las otras dos mostraron cambios drásticos en la presencia de criaturas marinas. En la estación A, la ubicación más septentrional, la cantidad de organismos detectados disminuyó un 50 por ciento cuando se encendieron las luces del barco. En la estación B, hallaron lo opuesto; cuando se encendieron las luces del barco, la cantidad de organismos aumentó un 50 por ciento.

    La luz no solo alteró significativamente el comportamiento, sino que las imágenes acústicas mostraron que cambió el comportamiento a una profundidad de hasta 200 metros.

    «La consecuencia es que es imposible determinar cuál es la consecuencia», afirma Jørgen Berge, autor principal del estudio y biólogo de la Universidad Ártica de Noruega.

    Describiendo el zooplancton, el científico Gier Johnsen dice: «Proporciona el alimento para el resto de los organismos, como los peces, las aves marinas, las focas, las ballenas, los osos polares. Casi un 50 por ciento del oxígeno que respiramos procede de estas algas microscópicas en los mares del mundo. Por eso estamos aquí. Queremos estudiar a esos organismos pequeños pero importantes, porque son los grupos clave de los ecosistemas. Sin esos grupos clave, no habría vida. Es así de simple».
    Fotografía de Michael O. Snyder

    Explica que las evaluaciones científicas podrían no ser fiables si no tienen en cuenta las condiciones de luz en las que estudian los organismos. Saber exactamente cuántos peces hay en el agua también tiene consecuencias comerciales. «Sabemos que conforme el Ártico se calienta, las especies se desplazan al norte. Para ser capaces de gestionar los caladeros de forma sostenible, debemos saber cuántas especies hay», afirma.

    Los estudios han previsto que el aumento de las temperaturas permitirá la navegación trasantártica para 2050. Los investigadores han empezado a supervisar el tráfico marítimo por la región recientemente para comprobar cómo aumenta con el paso del tiempo. En un estudio publicado el pasado septiembre, los autores rastrearon desde los buques de carga a los cruceros y descubrieron que 5000 embarcaciones habían hecho un total de 132 000 viajes en el transcurso de dos años.

    Un mundo más brillante para algunos

    «Los comportamientos como dónde estar en la columna de agua, dónde aparearse, cuándo desarrollarse... todo eso lo regula la luz. La luz es una de las pautas de vida más antiguas, pero durante los últimos 100 años los humanos han usado luz artificial y hemos hecho cosas [a los animales] en las que nunca habíamos pensado», afirma Johnsen.

    Se estima que el 80 por ciento del mundo vive bajo cielos contaminados por alguna forma de luz artificial, que aumenta casi un seis por ciento cada año.

    Emlyn Davies observa los datos que llegan a una serie de ordenadores portátiles a bordo del Helmer Hanssen. Los ordenadores están conectados a varios sensores que miden la luz y el fitoplancton del agua alrededor del barco. Emlyn tiene que trabajar solo con la luz de su linterna frontal, ya que hasta la luz más tenue puede interferir con los experimentos.
    Fotografía de Michael O. Snyder

    Steven Haddock del Instituto de Investigación del Acuario de la bahía de Monterrey que no participó en el estudio, indica que la investigación es interesante, pero le gustaría que la replicaran en otras condiciones y con otros métodos.

    La distinción entre especies acudiendo a y huyendo de la luz es un comportamiento que ha observado en su propia investigación.

    «También lo hemos visto durante inmersiones de submarinismo nocturnas en las que tienes que apagar la luz durante un tiempo para que se despejen los enjambres de animales que has ido a visitar», afirma. «Definitivamente creo en su resultado de que la luz ejerce un efecto considerable, sobre todo en un lugar donde hay muchos días sin luz solar brillante».

    Añade que la contaminación lumínica afecta a los organismos marinos que están más cerca del ecuador. Puerto Rico, por ejemplo, ha construido una industria artesanal de turismo ecológico centrada en el plancton bioluminiscente que vive en varias de las bahías de la isla, pero la contaminación lumínica molesta a los organismos. También se ha descubierto que la contaminación lumínica afecta negativamente a las crías de tortuga cuando intentan encontrar el mar, las migraciones de las aves y el apareamiento de las luciérnagas.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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