Adéntrate en las cuevas glaciares excavadas por el aliento ardiente del monte santa Helena

Tras la erupción de 1980, un glaciar se formó en la sombra del cráter interior. Un equipo científico y nuestro fotógrafo han explorado sus profundidades heladas.

Por Craig Welch
fotografías de Eric Guth
Publicado 11 jun 2020, 15:33 CEST
Andreas Pflitsch

El científico Andreas Pflitsch, de la Universidad de Ruhr, en Alemania, enciende una bengala de humo en una cueva glaciar llamada Mothera, en el cráter del monte santa Helena. El humo revelará cómo los gases calientes que se filtran por las fumarolas —unos orificios en la corteza del volcán— han esculpido las cuevas. Pflitsch también ha estudiado los vientos cálidos que atraviesan los sistemas de metro.

Fotografía de Eric Guth

Cuando el fotógrafo Eric Guth desciende a la cueva Godzilla, se adentra en un mundo de hielo construido por el fuego.

Su creación comenzó hace 40 años, el 18 de mayo de 1980, el día que el monte santa Helena explotó en la cordillera de las Cascadas en el estado de Washington. La erupción recortó 400 metros de la cima de la montaña. La fuerza lanzó miles de millones de toneladas de tierra a lo largo del río North Fork Toutle. Una columna de cenizas ascendió a 24 kilómetros de alto, a una velocidad de 482 kilómetros por hora. Todo ese calor y presión crearon un agujero, un cráter oscuro enorme atrapado en la sombra a más de 1900 metros, una nueva fábrica de hielo y nieve.

Con la acumulación de más nieve en invierno de la que puede fundirse en verano, esta depresión en forma de herradura, protegida del sol durante gran parte del año, dio pie a un joven glaciar. Ahora tiene 200 metros de grosor, una superficie de 1,3 kilómetros cuadrados y está creciendo. Está marcado por los agujeros de cuevas relucientes: mientras el volcán escupe su calor, las fumarolas gaseosas funden galerías verticales, anfiteatros en forma de cúpula y pasillos horizontales sobre el hielo suprayacente.

Entre 2004 y 2008, el volcán estuvo activo de nuevo y añadió espinas de roca fresca al domo de lava en el centro del cráter. El domo divide el glaciar en dos brazos que fluyen hacia el norte, hacia el borde del cráter. Debajo está el lago Spirit.

Fotografía de Eric Guth

Durante varios años, un equipo de científicos y Guth han explorado este universo esculpido.

Los investigadores están cartografiando las amplias cuevas glaciares y estudiando la vida entre estas gélidas paredes y el calor liberado. Han descubierto setas, flores y musgo en suelos empapados de vapor, y microorganismos bajo el hielo. Han hallado plántulas de coníferas, transportadas por las aves o por el viento; las semillas yacen latentes en el hielo en movimiento durante meses o años hasta que las cuevas suministran el calor que necesitan para germinar. Durante un tiempo, al menos, las plántulas crecerán rápido, esforzándose por encontrar luz en la oscuridad.

«Es emocionante», me contó Guth hace poco. «Cuando llegamos a los rincones más lejanos de la cueva, es bastante increíble pensar que somos las primeras personas que han estado aquí».

Quizá sean las últimas. Al igual que muchas partes del monumento volcánico nacional del monte santa Helena, el cráter está prohibido salvo para aquellos con permisos de investigación, para proteger su frágil entorno, sí, pero también porque es peligroso. Los exploradores entran con cuerdas y llevan monitores de gas en los arneses. A Guth casi se le clava una roca; en una ocasión, el mal tiempo impidió que el helicóptero los sacara de allí y él y otros miembros del equipo tuvieron que pasar la noche en una cueva.

Y estas cuevas, como casi todo en el santa Helena, son efímeras.

Eddy Cartaya, experto en rescate en cuevas y agente del Servicio Forestal estadounidense que dirigió estas expediciones, también ha explorado cuevas heladas en la cima del monte Rainier y en el monte Hood de Oregón. Pero siente debilidad por el mundo cambiante del santa Helena, un mundo, según dice, de «geología en hipervelocidad».

«Hay pocos lugares que literalmente se estén moviendo bajo tus pies con nuevo material que sale de la tierra», explica Cartaya. «Es el paisaje más dinámico que he visto jamás y es absolutamente asombroso».

El líder de búsqueda y rescate Tom Gall estudia el borde de la cueva Crevasse en 2017. Pese a un año de nevadas intensas, el calor de las fumarolas activas mantuvo abierto este sistema de cuevas verticales durante todo el año.

Fotografía de Eric Guth

Los exploradores entran en la cueva Godzilla, descubierta en el verano de 2013. El gas y el vapor calientes que salen de las fumarolas volcánicas crean cuevas verticales; las cuevas en los glaciares no volcánicos suelen ser más horizontales.

Fotografía de Eric Guth

Nada es igual

En la primavera de 2005, en torno al 25º aniversario de la erupción, conduje desde mi casa, en Seattle, hasta el Observatorio Johnston Ridge del santa Helena, que tiene vistas al cráter. El año anterior, el volcán había escupido y rugido conforme se adentraba en un periodo de reconstrucción. Un científico del Servicio Geológico estadounidense me enseñó una roca que había sacado recientemente del cráter. Semanas antes era solo fluido, parte de una corriente de magma que se había abierto paso hasta la superficie desde kilómetros de profundidad. El flujo constante había empezado de nuevo en invierno.

En solo unos meses, una pequeña cúpula que sobresalía de dentro del cráter había crecido 106 metros. Mientras el glaciar se llenaba a su alrededor y su profundidad aumentaba, dejó espacio para cuevas más grandes.

«Normalmente, consideramos que las montañas son elementos permanentes», señala el ecólogo Eric Wagner, autor del nuevo libro After the Blast: The Ecological Recovery of Mount St. Helens. Pero la mayor parte de lo que queda del santa Helena es más reciente que las pirámides de Egipto. Entra en erupción cada 140 años, más o menos, tomando y alimentándose de la vida que lo rodea.

Un investigador contó a Wagner que el primer año después de la explosión de 1980 había sido una anarquía ecológica; plantas y animales intentaban sobrevivir con recursos escasos en vastos campos de ceniza y escombros. «Era una especie de barullo sin lógica», contó Wagner. Pero con el paso del tiempo, las finas capas de ceniza potencian la retención de agua y añaden nutrientes al suelo. Hace ya tiempo, los ricos y diversos bosques de abetos de Douglas del Pacífico noroeste brotaron entre dichas capas de ceniza, restos de las entrañas del santa Elena expulsados al aire durante erupciones pasadas.

Los exploradores admiran la grandeza de la cueva Crevasse por primera vez.

Fotografía de Eric Guth

Con una foto que muestra el flujo de las ramas oriental y occidental del glaciar del cráter alrededor del domo de lava centra, un guardabosques explica el ciclo de destrucción y recuperación que se ha producido en el monte santa Helena desde su erupción de 1980.

Fotografía de Eric Guth

El glaciar del cráter del santa Helena es la masa de hielo más joven y que más rápido se desplaza de los 48 estados continentales de Estados Unidos y sigue creciendo. Las paredes del cráter norte le dan sombra durante gran parte del año y de ellas se desprenden rocas que caen en su superficie.

Fotografía de Eric Guth

Desde el sur del pico Coldwater se ve el cráter del monte santa Helena y de la zona de la explosión de 1980.

Fotografía de Eric Guth

El científico y topógrafo Neil Marchington desciende hacia el guía de campo Jared Smith y la entrada de la cueva Godzilla, que Smith descubrió en 2013.

Fotografía de Eric Guth

El agua que se funde del techo de la cueva Crevasse gotea en el suelo. Una vez ahí, se recongela y los vientos la esculpen en formas raras. El contraste entre el hielo frío y el calor de las fumarolas genera gradientes de presión que impulsan los vientos por las cuevas glaciares.

Fotografía de Eric Guth

El topógrafo Scott Linn dibuja los detalles durante el primer reconocimiento de la cueva Crevasse. Ahora el equipo utiliza métodos de cartografía digital.

Fotografía de Eric Guth

Eddy Cartaya y otros miembros del equipo, entre ellos el fotógrafo Guth, abandonan una cueva glaciar en la que se vieron obligados a pasar la noche. El día antes, las nubes habían impedido que un helicóptero aterrizara y los recogiera para volver a casa. Por suerte, el equipo tenía sacos de dormir y otro equipo de supervivencia.

Fotografía de Eric Guth

Cuarenta años después de la última, las especies que existían antes de la explosión han vuelto, pero no en la misma cantidad ni en los mismos lugares. Este caldero de hielo y fuego no se ha recuperado. Aún está convirtiéndose en algo nuevo.

«Es un paisaje fascinante, complejo, hermoso y frustrante que somos afortunados de ver», afirma Wagner.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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