Con la llegada del verano, ¿cómo se protegerán las personas más vulnerables de las olas de calor y la COVID-19?

La peligrosa combinación de la pandemia, el alto índice de desempleo y el calor extremo es inminente y muchas ciudades intentan prepararse para sus consecuencias.

Por Stephen Leahy
Publicado 17 jun 2020, 14:30 CEST
Queens, Nueva York

Durante el verano, la gente se refresca en una fuente en Queens, Nueva York, en julio de 2019. Nueva York y el resto de Estados Unidos afrontan un verano con temperaturas por encima de la media y las autoridades municipales están preparando planes para reducir las consecuencias para las personas más vulnerables ante la COVID-19 y la elevada tasa de paro.

Fotografía de Gabriella Angotti-Jones, T​he New York Times, Redux

Este verano, Estados Unidos se enfrenta a una combinación sin precedentes: una pandemia, récord de paro y temperaturas estivales que, según los pronósticos, se situarán por encima de la media en gran parte del país. Esto supondrá un reto para las autoridades locales, señala Patricia Solís, directora ejecutiva de Knowledge Exchange for Resilience en la Universidad del Estado de Arizona (ASU, por sus siglas en inglés), un grupo dedicado a la creación de colaboración comunitaria en épocas de crisis.

«Aún no hemos averiguado cómo gestionarlo», afirma.

Aunque el calor es la segunda causa de muerte relacionada con la meteorología en Estados Unidos, la Agencia Federal para la Gestión de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés) no ofrece financiación para emergencias en olas de calor, lo que deja a las ciudades, los condados y los estados del país prácticamente sin ayuda, añade Solís.

Los ancianos son un grupo de especial preocupación. Ocho de cada 10 muertes con COVID-19 son en adultos de 65 años o más, por eso los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) recomiendan que ellos y las personas con enfermedades graves se aíslen. Pero eso puede resultar peligroso ante el calor extremo.

La temperatura interna normal del cuerpo humano es de entre 37 y 38 grados Celsius. Si el índice de calor (una combinación de temperatura y humedad) alcanza los 40 grados Celsius dentro o fuera de casa, nuestros cuerpos se calientan a esa temperatura con el paso del tiempo. Para los más pequeños, las personas de más de 65 años o aquellas con problemas de salud, esto puede producirse muy deprisa. Y si alcanzan 40 grados, puede resultar mortal en entre 30 y 60 minutos.

Con la llegada del verano, los gobiernos locales del país están adoptando una serie de medidas para ayudar a las personas vulnerables a protegerse del calor y el contagio, como las moratorias en los cortes del suministro de electricidad, el reparto de aires acondicionados gratuitos o la apertura de centros de «enfriamiento» con distanciamiento social.

Arizona, el primer estado afectado

Arizona ha vivido una ola de calor temprana en abril con temperaturas de más de 37 grados. Debido a la COVID-19, todo estaba cerrado, incluso los centros oficiales de enfriamiento, como los centros comunitarios o las bibliotecas. Actualmente, el aumento de casos de coronavirus amenaza con saturar los hospitales del estado.

El verano pasado, cuando las temperaturas medias de Phoenix, la capital, alcanzaron una media de 35,5 grados en el aeropuerto —donde se toman las medidas oficiales—, Solís y sus colegas obtuvieron lecturas medias de 55 grados en el parque de caravanas local, que tenía poca sombra y mucho asfalto. «Dentro de una de las caravanas hacía casi 44 grados», cuenta.

El área metropolitana de Phoenix registró 197 muertes relacionadas con el calor en 2019, la cifra más alta hasta la fecha. Solís explica que casi el 85 por ciento se produjeron dentro de casas y casi un tercio de esas muertes tuvieron lugar en viviendas prefabricadas o móviles, que albergan al cinco por ciento de los cuatro millones de habitantes de la zona. La mayoría de los fallecidos en caravanas eran mujeres mayores.

En algunas comunidades de caravanas de Phoenix, la edad media es de 75 años y muchos residentes viven solos. «Son los más vulnerables a las repercusiones del calor y a la COVID-19», señala Solís.

En todo Estados Unidos, «hasta 20 millones de personas, normalmente de ingresos bajos o desempleadas y ancianas» viven en este tipo de casas móviles, indica Solís. Estas viviendas son el doble de propensas a carecer de aire acondicionado, ya que el aislamiento deficiente aumenta el coste de enfriarlas.

Arizona ha establecido una moratoria de los cortes de suministro este verano, pero las facturas seguirán acumulándose.

«Algunas personas no utilizarán el aire acondicionado porque tienen miedo a las facturas», afirma Solís. «Creen que estarán bien sin él, pero así es como muere la gente».

La zona de Phoenix sufrió otra ola de calor a finales de mayo, con temperaturas de hasta 43 grados. Solo estaban abiertos algunos centros oficiales de enfriamiento; las piscinas, los parques, los centros comerciales y las bibliotecas seguían cerrados.

La ciudad vecina de Tempe convirtió una residencia de ancianos en un centro de enfriamiento. Antes de permitir entrar, se comprobó la temperatura de la gente, se repartieron las mascarillas exigidas y se aplicó el distanciamiento físico. «Muchos de estos lugares a los que suele ir la gente a refrescarse no están disponibles ahora mismo», explicó Mark Mitchell, alcalde de Tempe, en un comunicado. Para quienes carecen de aire acondicionado o viven al aire libre, la falta de opciones puede resultar mortal, afirmó Mitchell.

Los CDC han publicado pautas sobre la COVID-19 para estos centros, que sugieren aplicar dichas medidas y otras normas sobre la filtración del aire y la limpieza, si los recursos lo permiten. Es inevitable que un centro que funcione de esa forma sea más caro y tenga menos capacidad, señala David Hondula, científico de sostenibilidad en la ASU.

A mediados de junio, las muertes relacionadas supuestamente con el calor en la zona de Phoenix triplicaban la cifra de la misma época del año anterior, según los medios de comunicación.

Las ciudades buscan soluciones

Otras grandes ciudades también están desarrollando planes para proteger a sus residentes más vulnerables. Nueva York, por ejemplo, modificará los centros de enfriamiento para permitir el distanciamiento social y creará centros nuevos en instalaciones deportivas y auditorios.

En el marco de un plan exhaustivo de 55 millones de dólares llamado COVID-19 Heat Wave Plan, la ciudad proporcionará más de 74 000 aires acondicionados a ancianos con bajos ingresos y ayudará a pagar las facturas de electricidad de 450 000 residentes. La empresa energética ConEd ha suspendido los cortes de suministro y ha eliminado las tasas por la demora en el pago.

«Utilizar el aire acondicionado, aunque sea unas pocas horas, puede suponer una diferencia considerable», declaró en un comunicado Oxiris Barbot, comisionada de sanidad de la ciudad.

Philadelphia abrirá zonas con espráis al aire libre en julio, pero las piscinas y bibliotecas públicas permanecerán cerradas. Kelly Cofrancisco, vicedirectora de comunicaciones de la ciudad, señala que la prevención de la propagación del virus está afectando a los planes tradicionales de enfriamiento de la ciudad. Philadelphia también ayudará a sus residentes a pagar las facturas de electricidad con fondos del Programa de Asistencia de Energía a los Hogares de Bajos Ingresos (LIHEAP, por sus siglas en inglés).

El LIHEAP se fundó con el objetivo de conceder ayudas para pagar la calefacción y después se amplió para cubrir los costes de enfriamiento, así como la compra de aires acondicionados. Con todo, su presupuesto anual de 3600 millones de dólares nunca ha sido suficiente para proporcionar lo que se necesita, señala Mark Wolfe, economista de energía que representa a los directores estatales del programa.

Aunque unos 28 millones de hogares pueden cumplen los requisitos para solicitar a las ayudas, Wolfe dice que «al menos el 20 por ciento de estos hogares carecen de aire acondicionado». Y muchos residentes de caravanas no podrán optar, ya que algunos estados exigen que las casas sean viviendas fijas y no consideran que las caravanas estáticas lo sean.

Incluso con un estímulo de 900 millones de dólares de la Ley de Ayuda, Alivio y Seguridad Económica por Coronavirus (CARES, por sus siglas en inglés), Wolfe apunta que el LIHEAP carece de la financiación que necesitará durante esta crisis de salud pública. Estima que el récord de paro ha creado entre cinco y seis millones de nuevos hogares de bajos ingresos y que el programa necesitaría otros 4300 millones de dólares para abastecerlos a todos.

«Estamos en un experimento difícil en movimiento», afirma Joy Shumake-Guillemot, codirectora de la Global Heat Health Information Network con sede en Ginebra, Suiza. La red incluye a expertos sanitarios de todo el mundo que investigan cómo proteger al público conforme la COVID-19 incremente los riesgos que conlleva el calor.

Por ejemplo, es probable que rechacen a algunas personas de los centros de enfriamiento porque su temperatura corporal es demasiado alta. Pero ¿se debe eso a la fiebre o a que sufren estrés térmico?, se pregunta Shumake-Guillemot, que afirma que no hay forma de diferenciarlas ahora mismo.

«Los retos de la COVID-19 y el calor son mayores de lo que esperábamos», concluye.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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