¿Estás procrastinando más? Es culpa de la pandemia
Sabemos que es malo postergar las cosas, pero una batalla evolutiva en nuestro cerebro puede hacer que procrastinemos y los confinamientos están echando leña al fuego.
La pandemia ha provocado un aumento de la «procrastinación en la cama por venganza», cuando las personas se quedan despiertas hasta tarde aún sabiendo las consecuencias para «vengarse» de un día de trabajo largo y estresante.
¿Estás quedándote despierto hasta tarde para intentar disfrutar de algunas actividades de ocio tras un día largo y al día siguiente te sientes agotado? ¿Estás limpiando el baño en lugar de responder a los correos del trabajo? Es probable que no estés solo. La COVID-19 ha provocado una crisis global de salud mental y está alimentando una de nuestras tendencias humanas más perjudiciales: la procrastinación.
Las personas no procrastinan necesariamente porque sean vagas. La procrastinación tiene sus raíces en nuestro desarrollo evolutivo. Hay dos partes clave del cerebro que compiten por el control.
«La procrastinación es una estrategia de afrontamiento basada en las emociones», dice Tim Pychyl, profesor de psicología en la Universidad de Carleton en Ottawa, Ontario, y autor de Solving the Procrastination Puzzle. «No es un problema de gestión del tiempo; es un problema de gestión de las emociones».
Y aunque la llegada de las vacunas ha ofrecido esperanzas mientras prosigue esta pandemia devastadora, un año después de que la Organización Mundial de la Salud la declarara pandemia global, es probable que los confinamientos y el aislamiento continúen durante meses mientras creamos inmunidad de grupo. Eso deja a muchas personas afrontando el miedo y la frustración que a menudo permiten que la procrastinación gane la batalla en nuestros cerebros.
«La procrastinación puede deberse a una combinación de problemas de salud mentales y físicos», afirma Nitin Desai, médico de Fayetteville, Carolina del Norte. «La pandemia ha causado más estrés, ansiedad y depresión, lo que ha hecho que más personas [sufran] esas enfermedades subyacentes, lo que ha causado más procrastinación».
A continuación, desglosamos la ciencia de la procrastinación, cómo la pandemia ha impulsado el aumento de diferentes tipos de este comportamiento y algunas de las estrategias que podemos utilizar para volver a encarrilar nuestros cerebros.
Batallas en el cerebro
Los expertos que estudian la procrastinación la definen como el retraso voluntario de un acto previsto a pesar de que sabemos que postergar la tarea será peor a largo plazo. Sabemos que la tarea no va a desaparecer, pero a veces permitimos que nuestras emociones nos dominen. Nuestro «yo presente» es el que da las órdenes y nuestro «yo futuro» es el que sufre por ello.
Los neurocientíficos han descubierto que la procrastinación es una batalla entre una parte antigua del cerebro denominada sistema límbico y una parte relativamente más reciente llamada corteza prefrontal.
A veces, el sistema límbico se denomina cerebro paleomamífero, ya que sus componentes están involucrados en nuestras adaptaciones de supervivencia más básicas. Controla comportamientos básicos como la respuesta simpática (conocida también por el calco «reacción de lucha o huida»), así como la emoción y la búsqueda de placer. El sistema límbico suele estar vinculado a los comportamientos impulsivos y al deseo de la gratificación inmediata.
La corteza prefrontal evolucionó más recientemente; los científicos estiman que fue hace entre 19 y 15 millones de años. Es responsable de comportamientos más complejos como la planificación para el futuro, algo que probablemente benefició a nuestros antepasados a la hora de coordinar cacerías para capturar presas grandes y construir civilizaciones.
Sin embargo, cuando las emociones intensas como la ansiedad y el miedo se vuelven abrumadoras, el sistema límbico impulsivo aún puede ganar. Y es entonces cuando postergamos las tareas más sobrecogedoras a cambio del alivio temporal que ofrece un maratón de una serie de Netflix o probar la última receta viral de TikTok.
Antes de la pandemia, las procrastinaciones crónicas tenían una serie de efectos secundarios, desde las malas notas en el colegio hasta los riesgos para la salud por faltar a citas médicas o no hacer ejercicio. Y aunque algunos expertos sostienen que la procrastinación puede ser beneficiosa para la creatividad, Pychyl no recomienda confundir los retrasos deliberados y meditados con el fracaso de autorregulación que supone la procrastinación.
«Todo el mundo quiere convertir un defecto en una virtud», dice Pychyl.
Desvelo en venganza
Durante los primeros días de la pandemia, tuvimos dificultades con lo que los expertos han llamado fatiga de cuarentena, o el agotamiento que supone adaptarse a las restricciones asociadas al virus. Y a medida que la pandemia se prolongaba, más personas han acabado siendo vulnerables al estrés y la incertidumbre que causan la procrastinación.
«La necesidad de distanciamiento social y de quedarnos en casa ha desbaratado nuestra capacidad de hacer las cosas que facilitan que no nos distraigamos de nuestra tarea», como mantener un horario regular y establecer espacios separados para fines específicos, explica Julianna Miner, profesora adjunta de salud global y comunitaria en la Universidad George Mason en Virginia, Estados Unidos, y autora de Raising a Screen-Smart Kid: Embrace the Good and Avoid the Bad in the Digital Age.
Si las personas están procrastinando más, Miner culpa al aumento del teletrabajo y la educación a distancia, que crean dificultades para diferenciar los espacios de trabajo y de relajación, así como a la incapacidad de dividir nuestro tiempo de trabajo y ocio. «La falta de estructura resulta muy perjudicial para las personas que tienen dificultades con la procrastinación», afirma.
Robin Hornstein, psicóloga colegiada y coach de salud certificada que vive en Filadelfia, está de acuerdo. «Al trabajar desde casa, las personas carecen de los marcadores del trabajo que hacen que el día fluya», afirma. «Sufrimos estrés prolongado y caemos en hábitos en busca de seguridad y alivio. Eso puede conducir a la procrastinación».
En particular, la pandemia parece haber impulsado un aumento de la denominada «procrastinación a la hora de dormir», un término acuñado en un estudio del 2014 por investigadores sanitarios de la Universidad de Utrecth, en los Países Bajos. En este tipo de procrastinación, las personas postergan la hora de acostarse para disfrutar del tiempo de ocio. Los usuarios chinos de redes sociales la renombraron «procrastinación a la hora de dormir en venganza» o «desvelo en venganza» en el 2020 —que se refiere a vengarse de la jornada laboral quedándonos despiertos para divertirnos— y el término se hizo viral en Twitter.
Un estudio del 2019 en la revista Frontiers in Neuroscience sugería que, en particular, las mujeres son propensas a la procrastinación a la hora de dormir, un problema que ahora podría verse exacerbado por las exigencias adicionales del tiempo de las mujeres durante la pandemia. Incurrir de manera crónica en este comportamiento puede tener consecuencias graves cuando la falta de sueño crea problemas de salud tanto físicos como mentales.
La «procrastinación productiva» es otro término de moda impulsado por la pandemia. Consiste en evitar una tarea para completar otra, como postergar un proyecto importante del trabajo para limpiar el baño. Aunque puede no parecer tan perjudicial porque completas una tarea y alcanzas cierto nivel de productividad, es un lobo con piel de cordero. Aún tienes que redactar ese informe importante y postergarlo solo añade más estrés.
Pychyl cree que la «procrastinación productiva» no es solo un oxímoron, sino otro ejemplo de los humanos intentando convertir un defecto en una virtud.
Los próximos pasos
Aunque la procrastinación puede ser una tendencia difícil de superar, los expertos afirman que podemos hacer ciertas cosas para evitar caer en su trampa mental.
Las investigaciones demuestran que la atención plena y la autocompasión pueden ayudar con la procrastinación, quizá porque estas prácticas se centran en superar las emociones negativas. Un estudio del 2018 publicado en la revista Mindfulness descubrió que las personas capaces de reconocer sus errores y otros fracasos personales y después perdonarse eran menos propensas a procrastinar. Igualmente, un estudio del 2020 en la revista International Journal of Applied Positive Psychology reveló que las personas que realizaban ejercicios breves de atención plena eran más propensas a no distraerse de la tarea.
“Sufrimos estrés prolongado y caemos en hábitos en busca de seguridad y alivio. Eso puede conducir a la procrastinación.”
A nivel más práctico, Pychyl recomienda no sobrecargarse con un proyecto entero, sino determinar los pasos a seguir con un umbral lo más bajo posible. Cuando te centras en dar incluso un paso pequeño, engañas a tu cerebro para que se concentre en una acción, no en la emoción asociada.
Miner, de la Universidad George Mason, aconseja a las personas que tienen dificultades con la procrastinación que averigüen qué las ha ayudado a ser productivas en el pasado. En su caso, «crear una capa de responsabilidad ayuda». Por eso muchas facultades han creado grupos de responsabilidad para estudiantes.
«Para los que no pueden trabajar solos, que prueben una página web con un compañero de apoyo como Focus Mate», añade Hornstein, la psicóloga de Filadelfia. «Haz que un compañero de trabajo sea tu apoyo y celebrad los éxitos del otro, y pedid ayuda para remediar cosas que hayáis aplazado».
Hornstein también insta a la gente a que asuma la responsabilidad organizándose y priorizando listas de tareas e incluyendo un sistema de recompensas para cuando se las finalicen. La investigación pasada demuestra que la promesa de recompensas incluso relativamente pequeñas, como un paseo corto o un aperitivo sabroso, pueden motivar a la gente para centrarse en su trabajo.
Sin embargo, varios expertos advierten que las dificultades con la procrastinación podrían deberse a problemas de salud mental más graves: «La procrastinación podría ser un síntoma o una conducta inadaptada por un problema de salud subyacente como la ansiedad, el TDAH, el TEPT o la depresión», afirma Desai, el médico de Fayetteville. «Una buena evaluación médica con pruebas psicológicas podría ser el primer paso».
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.