Descubren la tumba más antigua de África, que contiene los restos de un niño

Los restos de un niño, que aparentemente estuvo envuelto en una mortaja y cuya cabeza descansó sobre una almohada, se han desenterrado en Kenia y podrían arrojar luz sobre los orígenes del enterramiento como práctica ritual.

Por Jamie Shreeve
Publicado 6 may 2021, 12:07 CEST

Este cráneo, datado de hace 78 000 años, figuraba entre los restos de un humano enterrado en una cueva de Kenia. Tras meses de trabajo meticuloso, los científicos han revelado el cuerpo de un niño de dos a tres años apodado Mtoto, que significa «niño» en suajili. La imagen muestra la parte izquierda del cráneo con la mandíbula intacta, incluidos dos dientes retenidos con raíces sin formar, abajo a la izquierda.

Fotografía de María Martinón-torres, Consorcio del Centro Nacional de Investigación de La Evolución Humana CENIEH

Un equipo de investigación interdisciplinario ha descubierto, recuperado y analizado el enterramiento humano más antiguo de África. La tumba, hallada a menos de 16 kilómetros de las exuberantes playas del sudeste de Kenia, contenía los restos de un niño de dos o tres años, enterrado con un cuidado extraordinario por una comunidad de antiguos Homo sapiens hace unos 78 000 años. Aunque algunas tumbas humanas de Oriente Medio y Europa son más antiguas, el hallazgo en África proporciona uno de los ejemplos inequívocos más antiguos de un cuerpo enterrado en una fosa preparada para dicho fin y cubierta con tierra.

«Este es claramente un enterramiento, claramente datado. Muy antiguo. Muy impresionante», dice Paul Pettitt, experto en enterramientos paleolíticos de la Universidad de Durham, en Inglaterra, que no participó en la investigación.

Los restos también ofrecen un raro ejemplo del funcionamiento de la antigua mente y el corazón humanos. El fósil, descrito en la revista Nature, se ha apodado «Mtoto» —que significa «niño» en suajili— y se suma a otros dos enterramientos africanos ligeramente posteriores que también contienen niños. Aunque tres casos en todo el continente no suponen una muestra de peso, Pettitt cree que las edades de los difuntos son particularmente reveladoras para comprender el desarrollo del enterramiento como práctica ritual.

Basándose en cómo habían cambiado de posición los restos, los investigadores sospechan que colocaron algún tipo de material perecedero a modo de almohada bajo la cabeza del niño y que más adelante se descompuso.

Fotografía de Fernando Fueyo (ilustración)

Reconstrucción virtual de los restos superpuesta sobre un esqueleto comparativo transparente tal y como se encontró en el suelo de la cueva de Panga ya Saidi. Los análisis microscópicos de los huesos y el suelo circundante confirmaron que el niño había sido enterrado intencionadamente poco después de morir.

Fotografía de Jorge González García, Universidad del Sur de la Florida, Elena Santos, Universidad Complutense de Madrid

«Los grupos de cazadores-recolectores modernos creen que la muerte es natural e inevitable», afirma. «Pero hay dos excepciones: la muerte por trauma y la muerte de bebés y niños. Quizá podemos ver la vaga aparición de la sensación de que la muerte, cuando llega demasiado pronto, no es natural y necesita conmemorarse de algún modo que se aparte de la norma».

Una posible mortaja

La tumba de Mtoto se halló en Panga ya Saidi, un enorme sistema de cavernas extendida a lo largo de una escarpa que discurre en paralelo a la costa keniana. Un equipo de los Museos Nacionales de Kenia, en Nairobi, y del Instituto Max Planck para la Ciencia de la Historia Humana, en Jena, Alemania, ha estado excavando el sistema desde 2010.

Hasta la fecha, se han descubierto decenas de miles de herramientas de piedra, cuentas hechas con conchas, restos de animales sacrificados y otros artefactos que atestiguan el uso humano constante desde la actualidad hasta hace 80 000 años durante un periodo de la prehistoria africana conocido como Edad de Piedra Media.

«Este yacimiento siempre fue propicio a la ocupación», afirma Michael Petraglia, del Instituto Max Planck. «La gente nunca desapareció del todo».

En 2013, el equipo descubrió una estructura parecida a una fosa a unos tres metros bajo el actual suelo de la cueva. Las excavaciones en 2017 revelaron lo que parecía ser un hueso descompuesto. El material fino era demasiado frágil para excavarlo sobre el terreno, así que el equipo decidió revestir los huesos y los sedimentos circundantes de yeso y transportar el bloque a Nairobi para estudiarlo.

Así comenzó un increíble viaje póstumo. Las excavaciones iniciales en el laboratorio del Museo Nacional revelaron dos dientes aparentemente humanos cerca de la superficie del bloque.

«Sabíamos que nos habíamos topado con algo grande», cuenta Emmanuel Ndiema, director del departamento de arqueología del museo y miembro del equipo de investigación. «Pero el espécimen era delicadísimo, no teníamos la capacidad de prepararlo».

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    Ndiema entregó personalmente el fósil a sus colegas del Instituto Max Planck en Jena. Desde allí viajó al Consorcio del Centro Nacional de Investigación de La Evolución Humana (CENIEH) en Burgos. El espécimen fue sometido a más de un año de preparación y análisis, empleando microtomografía computarizada, microscopía óptica y otras técnicas de imagen no invasivas, así como excavación manual cuando el estado delicado de los huesos lo permitía.

    Poco a poco, fue apareciendo el espécimen: primero una columna vertebral articulada, después la base de un cráneo, después la mandíbula inferior y raíces de dientes juveniles. En otra sección del bloque, el equipo halló costillas y omóplatos en sus posiciones anatómicas naturales.

    «Todo estaba en su sitio», cuenta la directora del CENIEH María Martinón-Torres, que lideró la investigación. «No era un fósil cualquiera. Teníamos un cuerpo. Teníamos un niño».

    Además del estado articulado del esqueleto, otras series de indicios sugerían que el niño había sido enterrado a propósito poco después de su muerte. Los sedimentos de la fosa eran claramente diferentes de los sedimentos circundantes y contenían muchas conchas y rastros de caracoles que se alimentaban de lombrices, hallados alrededor de cadáveres enterrados bajo tierra.

    Un análisis geoquímico también reveló sustancias químicas en el suelo producidas por la acción de bacterias carnívoras, que explicaban el avanzado estado de descomposición de los huesos. A medida que la carne y los órganos del niño se descomponían, los espacios que dejaron se llenaron poco a poco de sedimentos, así que la caja torácica conservó su forma tridimensional. Pero las costillas superiores habían rotado 90 grados, algo que puede ocurrir si el cuerpo hubiera estado muy apretado en la fosa o, más probablemente, envuelto estrechamente en una mortaja de algún material, quizá piel animal u hojas grandes, que se habría descompuesto hace ya tiempo.

    Para preservar los huesos, los científicos retiraron un bloque de material de la cueva para limpiarlo cuidadosamente en el laboratorio. En la imagen, la columna vertebral doblada con costillas y vértebras articuladas (arqueada desde el medio hasta abajo a la derecha), así como algunos dientes (izquierda) están expuestos parcialmente en la superficie.

    Fotografía de María Martinón-torres, Consorcio del Centro Nacional de Investigación de La Evolución Humana CENIEH

    Finalmente, la posición de la cabeza y las vértebras cervicales respecto al cuerpo indicaban que el niño amortajado había sido enterrado con la cabeza apoyada sobre una especie de almohada, un momento conmovedor en la vida de una comunidad humana primitiva, que el equipo capturó justo antes de que desaparecieran los restos del niño.

    «Los huesos estaban literalmente convirtiéndose en polvo», afirma Martinón-Torres. «Llegamos justo a tiempo, antes de que desaparecieran».

    Lazos con los difuntos

    Las otras tumbas africanas con niños humanos primitivos incluyen uno de ocho a diez años descubierto en un yacimiento llamado colina de Taramsa, en Egipto, que se cree que tiene unos 69 000 años, y un bebé en Border Cave de Sudáfrica, con una antigüedad estimada en 74 000 años. (Ambos fósiles se dataron con menos fiabilidad que el enterramiento de Panga ya Saidi.)

    Tanto el bebé de Border Cave, hallado en 1941, como la nueva tumba de Panga ya Saidi revelan un estrecho lazo entre los niños fallecidos y quienes los enterraron. En Kenia, parece que proporcionaron una mortaja y una almohada a Mtoto, mientras que en Sudáfrica dejaron un ornamento hecho con una concha perforada cubierta de pigmento. Esto plantea la pregunta de por qué los humanos empezaron a enterrar a sus difuntos.

    «No podemos leerles la mente, pero en cierto modo, al enterrar a alguien prolongas la vida de esa persona», dice Martinón-Torres. «Estás diciendo que no quieres dejarlos marchar del todo. Esta es una de las cosas que nos hace únicos: la conciencia de la muerte, la conciencia de la vida».

    El niño fue hallado directamente bajo un saliente protegido en la entrada de la cueva de Panga ya Saidi, cerca de la costa tropical de Kenia.

    Fotografía de Mohammad Javad Shoaee, Instituto Max Planck para la Ciencia de la Historia Humana

    Pettitt cree que las tumbas infantiles podrían representar una tradición que consistía en dar un trato especial a los niños fallecidos ya en la Edad de Piedra Media. Por supuesto, se necesitarán más pruebas, lo que plantea una segunda incógnita: se han documentado muchas tumbas antiguas en Europa y Oriente Medio, tanto de neandertales como de humanos modernos, algunas de hasta 120 000 años de antigüedad. ¿Por qué solo hay tres en África?

    Una respuesta se haya en la idea cambiante de qué constituye una tumba. Los arqueólogos de principios a mediados del siglo XX, cuando se descubrieron la mayoría de los fósiles de humanos modernos primitivos y neandertales en Europa y Asia Occidental, carecían de los estándares de excavación rigurosos actuales y los investigadores eran más propensos a sacar conclusiones sobre el comportamiento del enterramiento ritualizado a partir de pruebas escasas.

    Según Pettitt, muchos de los yacimientos no africanos citados habitualmente como tumbas podrían ser ejemplos de «almacenamiento funerario», o el mero hecho de deshacerse de un cadáver colocándolo en una grieta o cueva, sin ningún indicio de ritual. Un yacimiento de este tipo es la Sima de los Huesos en la sierra de Atapuerca, donde se han descubierto decenas de esqueletos pertenecientes a un ancestro neandertal que datan de hace unos 430 000 años.

    Otro posible ejemplo en África son 15 esqueletos de una especie de homínido relativamente nueva llamada Homo naledi, descubierta en una cámara en un sistema de cavernas y que datan de hace unos 250 000 años. Lee Berger, líder del equipo que los descubrió y explorador de National Geographic, sostiene que el Homo naledi se deshacía de sus muertos deliberadamente, pero se ignora cómo llegaron los cadáveres a la cámara.

    Algunas partes de los huesos de los niños se descubrieron durante las excavaciones en Panga ya Saidi en 2013, pero no se expondría la fosa que contenía los huesos hasta 2017. A unos tres metros bajo el actual suelo de la cueva, la fosa circular y poco profunda contenía huesos apiñados pero muy descompuestos, por lo que fue necesario estabilizarlos y enyesarlos sobre el terreno.

    Fotografía de Mohammad Javad Shoaee, Instituto Max Planck para la Ciencia de la Historia Humana

    Incluso si se restan los yacimientos que son ejemplos probables de almacenamiento funerario, el registro de tumbas en Europa y Oriente Medio empieza antes y es más abundante que en África, donde evolucionó originalmente el Homo sapiens.

    Quizá no se han descubierto más tumbas en África porque no hemos buscado en lugares suficientes. Los científicos han peinado las cuevas y las grietas de Europa y Oriente Medio desde el comienzo del siglo pasado. En cambio, la investigación en África se ha concentrado en relativamente pocos lugares, principalmente Sudáfrica y el Gran Valle del Rift de África Oriental. Actualmente, tenemos fósiles de quizá el 10 por ciento del continente, señala Chris Stringer, paleoantropólogo del Museo de Historia Natural de Londres que ha pasado décadas estudiando los orígenes de los humanos modernos.

    «Tenemos pequeños focos de información», afirma Stringer. «El hallazgo es solo una pista de lo que nos falta en el resto de África».

    Un yacimiento africano que promete más revelaciones es la propia Panga ya Saidi. Los depósitos de esta cueva continúan muy por debajo de la tumba de Mtoto, con estratos que representan periodos de tiempo que podrían remontarse a hace 400 000 años. Las excavaciones se paralizaron el año pasado debido a la pandemia de COVID-19, pero el equipo de investigación está ansioso por reanudarlas tan pronto como sea seguro.

    «Todavía no sabemos a qué profundidad podemos llegar», afirma Ndiema. «Todavía no hemos llegado al sótano».

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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