Hallan una posible supertierra cercana tras décadas de búsqueda

Un equipo de astrónomos podría haber descubierto por fin un mundo extraterrestre que orbita la estrella de Barnard.

Por Nadia Drake
Publicado 15 nov 2018, 13:15 CET
Planeta de Barnard
Una tenue estrella roja sale sobre el paisaje del planeta recién descubierto en una ilustración.
Fotografía de ESO - M. Kornmesser

A solo seis años luz de distancia, un mundo gélido parece estar orbitando una pequeña y tenue estrella roja. Si resulta estar ahí, este planeta cumpliría parte de una fantasía que lleva décadas formándose y se convertiría en uno de los objetivos más prometedores para los astrónomos ansiosos por conocer los muchos mundos más allá de nuestro sistema solar.

El nuevo planeta candidato, descrito en la revista Nature, orbita la que se conoce coloquialmente como estrella de Barnard, la estrella aislada más próxima a nuestro sol. El brillante sistema de Alpha Centauri, que está a solo dos años luz más cerca y alberga su propio planeta, está compuesto por tres estrellas. Por su parte, la estrella de Barnard es una pequeña enana roja más antigua que el sol y con una sexta parte de su tamaño. Es invisible sin un telescopio decente y no fue descubierta hasta 1916.

Sin embargo, la estrella de Barnard ha formado parte de la tradición de la ciencia ficción, lo que ha inspirado a los astrónomos a proponer la presencia de mundos orbitantes ya en los años 60 y ha hecho que muchos escritores relaten historias de aventura sobre ese punto de luz oculto.

 «La estrella de Barnard es una de las estrellas más famosas del firmamento», afirma Ignasi Ribas, del Institut de Ciències de l’Espai. «La gente lleva mucho tiempo buscando planetas allí».

Un mundo pequeño

Aunque los científicos no confirmaron la existencia de exoplanetas hasta los años 90, tres décadas antes, el astrónomo holandés Peter van de Kamp afirmó que dos planetas gaseosos gigantes parecían orbitar alrededor de la estrella de Barnard, avivando el interés por confirmar dichos mundos cercanos. Ribas explica que están casi seguros de que los planetas de Van de Kamp no existen; de lo contrario, el equipo habría detectado unos mundos tan grandes durante sus campañas de observación más recientes. Pero todavía podrían existir planetas más pequeños alrededor de esta estrella próxima, ocultos durante décadas por su tamaño.

Hasta en el caso de estrellas tan cercanas, avistar mundos pequeños no es tan sencillo como apuntarlos con un telescopio. Con algunas técnicas, como buscar tránsitos planetarios —como hizo el prolífico telescopio Kepler de la NASA—, es una cuestión de escala: las alineaciones que nos permiten avistar tránsitos planetarios son relativamente raras, pero Kepler observó una franja de firmamento llena de cientos de miles de estrellas, dándonos miles de descubrimientos.

Otras técnicas no dependen de dichas alineaciones, pero los tipos de planetas que pueden revelar son limitados. Y, según Erik Petigura, de Caltech, en la mayoría de los casos, la miríada de señales que revelan la presencia de planetas es más difíciles de detectar conforme aumenta el tamaño de dichos mundos.

En 2016, Ribas y sus colegas apuntaron el instrumento Cármenes del observatorio de Calar Alto, en Andalucía, a la estrella de Barnard. Buscaban pequeñas variaciones en el movimiento de la estrella, las huellas gravitacionales de un planeta orbitante que tira ligeramente de su estrella. Los conjuntos de datos recopilados a lo largo de 20 años por seis instrumentos de observación diferentes ya habían sugerido que podría existir un planeta tal. De ser así, los datos insinuaban que era probable que tardase 233 días terrestres en completar una órbita.

Una ilustración muestra las distancias relativas de la estrella de Barnard y el sistema Alpha Centauri de nuestro sistema solar.
Fotografía de IEEC/Science-Wave - Guillem Ramisa

Tras 300 observaciones más, Ribas y sus colegas estaban seguros de haber encontrado esos 233 temblores periódicos en el movimiento de la estrella.

«Ahora contamos con casi 800 mediciones que publicar», explica. «Hemos obtenido una señal muy clara y no nos cabe duda de que existe periodicidad».

Pero su investigación no había terminado. Una vez detectada la señal, el equipo debía descartar otras posibles fuentes de esta, como manchas estelares o regiones activas, que pudieran hacerse pasar por planetas. Muchas enanas rojas producen muchos destellos y espasmos que, al principio, pueden parecer un planeta en órbita. Pero, basándose en las observaciones, la estrella de Barnard es muy tranquila, por eso Ribas y su equipo están bastante seguros de su detección.

«Estamos seguros al 99 por ciento de que se trata de una señal planetaria, pero 99 por ciento no es cien por cien», afirma. «¿Y si el planeta de la estrella de Barnard no estuviera ahí? Lo pondrán a prueba muchas veces y la gente intentará matarlo, pero así funciona la ciencia».

«Una labor heroica»

Algunos astrónomos, como era de esperar, no están tan convencidos de que el equipo haya avistado un exoplaneta extremadamente próximo.

«Sin duda existe alguna señal periódica en los datos y es reconfortante que parezca estar presente en varios conjuntos de datos», afirma Petigura. «Sin embargo, no diría que es una detección segura».

Es más, según Debra Fischer, de la Universidad de Yale, las dos décadas de datos que sustentan la alegación del equipo son complicados e inconcluyentes.

«Ha sido una labor heroica», afirma. «Sin embargo, aún con la cantidad de observaciones que se han analizado, la señal putativa está empantanada por los errores de medición. Por suerte, ya está en marcha la próxima generación de espectrógrafos que nos dará datos más fieles y debería ser capaz de profundizar en este planeta candidato».

Si los estudios de seguimiento demuestran que el planeta es real, el mundo tendría el triple de masa que la Tierra y sería bastante frío. La órbita larga del planeta alrededor de su tenue anfitrión estelar implica que su temperatura superficial es de unos -167 grados Celsius, de media, demasiado frío como para albergar vida superficial tal y como la conocemos.

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    «Si tuviera que especular sobre el aspecto de este planeta, diría que se parecería a una versión a mayor escala de algunas de las lunas de Júpiter o Saturno», afirma Petigura. «Algo como Europa, Ganimedes, Calisto o Titán, con una gran cantidad de roca, pero también con hielo de agua».

    Una incógnita fundamental es si el planeta es lo bastante grande para retener una atmósfera; de serlo, se parecería más a un mini-Neptuno hinchado que a una supertierra sólida. Con todo, Petigura afirma que «si tuviera una atmósfera similar a la terrestre, el planeta sería demasiado frío como para que existiera agua líquida en la superficie».

    Dicho esto, existen muchos planetas helados en los anales de la ciencia ficción, como Hoth, un emblemático campo de batalla en Star Wars, o Delta Vega, el mundo helado en el que un joven capitán Kirk conoce al anciano Spock en Star Trek. Y un planeta que orbita la estrella de Barnard sirve de apeadero para viajeros espaciales en la serie de La Guía del autoestopista galáctico.

    Así que, aunque este planeta candidato sea demasiado frío para la vida tal y como la conocemos, es un mundo tentador que podría encajar en las páginas de nuestra imaginación.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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