1 de octubre de 2012
Si microorganismos incrustados en meteoritos pueden sobrevivir a un viaje a través del espacio, ¿podría la vida en la Tierra ser trasportada a planetas de otros sistemas solares, o al revés? Un nuevo estudio sugiere que hay más posibilidades de lo que se pensaba.
En la nueva investigación, basada en simulaciones por ordenador, científicos de la Universidad de Princeton, la Universidad de Arizona y el Centro de Astrobiología de España (CAB) han llegado a la conclusión de que la Tierra podría haber intercambiado billones de rocas con planetas de otros sistemas durante los inicios del Sistema Solar.
Entonces, hace miles de millones de años, el Sol se encontraría en su cúmulo estelar de nacimiento, con la Tierra y otros sistemas cercanos bajo un bombardeo de meteoritos, según explica la coautora del estudio Amaya Moro-Martin, del CAB.
La investigación, publicada en la revista Astrobiology, fue presentado esta semana en el Congreso Europeo de Ciencias Planetarias celebrado en Madrid.
Los científicos ya habían sugerido con anterioridad la posibilidad de que meteoritos que hubieran escapado de nuestro Sistema Solar hubieran aterrizado en planetas de otro sistema distinto. Sin embargo, consideraron que la velocidad a la que los objetos podrían recorrer el espacio hacía prácticamente imposible que pudieran acabar en otros planetas.
«Se pensó que saldrían disparados a gran velocidad, por lo que no podrían ser capturados por otro objetos», comenta Edward Belbruno, matemático de Princeton.
De estrella en estrella
Belbruno, Moro-Martin y sus compañeros imaginaron un nuevo escenario: un proceso de baja velocidad llamado transferencia débil.
Así, teniendo en cuenta velocidades inferiores a 100 metros por segundo, el equipo encontró motivos suficientes para hablar de litopanspermia, es decir, la idea de que el material biológico podría distribuirse a través de rocas planetarias lanzadas al espacio por colisiones y otros fenómenos similares. (Ver también: «Encuentran por primera vez ingredientes para la vida en meteoritos».
«Nuestra teoría es que en vez de salir disparados a gran velocidad, lo hicieron despacio y acabaron en la estrella siguiente», afirma Belbruno, que presentó los principios de la transferencia débil en 1991 cuando una sonda japonesa trataba de entrar en la órbita de la Luna.
Durante su infancia, el Sistema Solar seguía en su cúmulo estelar de origen, cuando las estrellas estaban cerca unas de otras y se movían relativamente despacio. Según el equipo de científicos, es posible que se diera el fenómeno antes de que tal cúmulo se dispersara.
¿Pudo la vida en la Tierra originarse en otros planetas?
En nuestro Sistema Solar ya contamos con meteoritos que procedían de Marte y de la Luna. Este nuevo modelo señala la posibilidad de que se intercambiaran grandes cantidades entre distintos sistemas planetarios dentro de un cúmulo de estrellas.
Con la teoría de la transferencia débil, hasta 12 de cada 10.000 rocas expulsadas por nuestro Sistema Solar y estrellas cercanas en el cúmulo original del Sol podrían haber sido capturadas por otras. Simulaciones anteriores establecían una probabilidad de una entre un millón.
La investigación también sugiere la posibilidad de que rocas que transportaban vida hubieran sido el origen de otros mundos, bajo determinadas condiciones.
Por una parte, microorganismos como las esporas bacterianas tendrían que haber sobrevivido a un viaje lleno de peligros: «la radiación ultravioleta y los rayos cósmicos las habrían frito directamente», afirma Moro-Martin.
Cuanto más grande fuera la roca, más fácilmente podrían esconderse los elementos vivos para sobrevivir al viaje interestelar. (Artículo relacionado: «Un veneno espacial pudo ayudar a crear vida en la Tierra»).
A pesar de que siempre se ha creído que la vida en la Tierra se originó aquí, la idea de que podría haberse extendido a otros mundos a través de la transferencia débil nos deja con la duda de si hubiera podido ocurrir al revés.
«Es posible que se diera el caso contrario, que la vida en la Tierra proviniera de otros sitios», declara Moro-Martín. «El mecanismo funciona en ambos sentidos. Dada la cantidad de sistemas planetarios que conocemos y su diversidad, esto nos abre un mundo de posibilidades ».