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Owen Freeman
Combinar la fecundación in vitro con otros procesos nos permite examinar a los embriones en busca de mutaciones que pudieran llevar a enfermedades graves. Actualmente, estamos desarrollando potentes herramientas de edición genética que podrían generar una evolución dirigida por los humanos. La mayor parte de las investigaciones se han dado en otros organismos. Por ejemplo, el intento de cambiar el genoma de un mosquito para que el insecto no pudiera transmitir el virus Zika o la malaria. Podríamos emplear las mismas técnicas para “diseñar” a nuestros bebés, eligiendo de forma simple el color de pelo o de ojos que prefiramos. Pero, ¿deberíamos? “La verdad es que hay un lado oscuro”, explica la experta en bioética Linda MacDonald Glenn, “pero creo que este avance de la humanidad es inevitable. Reparamos las cosas por naturaleza”.
Hace más de 50 años, dos científicos acuñaron el término “ciborg” refiriéndose a un organismo imaginario, parte humano, parte máquina. Parecía ciencia ficción, pero actualmente unas 20.000 personas tienen implantes que pueden abrir puertas. Neil Harbisson, que puede percibir los colores simplemente transformándolos en sonidos que escucha a través de una antena implantada en su cabeza, ve un futuro muy mejorado mediante la ampliación de nuestros sentidos con esta tecnología. “La visión nocturna”, afirma él, “nos daría la capacidad de adaptarnos al medio: diseñarnos a nosotros mismos en lugar de cambiar el planeta. Modificar el planeta es lo que lo está dañando”.
El desierto también supuso un desafío evolutivo para los habitantes de Sahul, el continente que en su día comprendía Australia, Nueva Guinea y Tasmania. Después de que los ancestros de los aborígenes modernos lograran cruzar a Sahul, hace unos 50.000 años, desarrollaron adaptaciones que les permitieron sobrevivir a temperaturas nocturnas bajo cero y a temperaturas diurnas normalmente superiores a 38 grados. Una mutación genética en una hormona reguladora del metabolismo proporciona esta ventaja de supervivencia, especialmente a los niños, mediante la modulación del exceso de energía que se produce cuando se eleva la temperatura corporal.
Hasta hace poco, se creía que nuestra especial había dejado de evolucionar en el pasado lejano. Nuestra capacidad para explorar el genoma humano ha demostrado que, de hecho, nuestra biología sigue cambiando para adaptarse a entornos específicos. La mayoría nos sentimos sin aliento en alta montaña, ya que allí nuestros pulmones tienen que hacer un trabajo más duro para captar el nivel reducido de oxígeno. Sin embargo, los habitantes andinos tienen una característica genética definida que permite que su hemoglobina capte más oxígeno. Las poblaciones tibetanas y etíopes se han adaptado de forma independiente a las alturas, lo que demuestra que la selección natural nos puede llevar por diferentes caminos para alcanzar el mismo objetivo: la supervivencia.
La divergencia de las normas evolutivas humanas a gran escala requiere una población que se encuentre aislada durante miles de años, algo poco probable en la Tierra. Pero sería posible tener un pequeño asentamiento en Marte antes de la mitad de siglo. Entonces, llegaría una comunidad más grande, de entre 100 y 150 personas, con miembros en edad reproductiva que pudieran mantener y aumentar la población. ¿Podríamos evolucionar y convertirnos en marcianos ideales? El experto en viajes espaciales Chris Impey, profesor de astronomía en la Universidad de Arizona predice una colonia de marcianos entre los cuales los científicos podrían acelerar el proceso evolutivo natural. Los cuerpos serían altos y delgados en respuesta a la atmósfera, con menos del 40 por ciento de la gravedad terrestre, y no tendrían pelo debido a un entorno controlado en el que no hay polvo.
Los humanos actuales, con gran capacidad cerebral, hemos hecho mucho para neutralizar el poder de la selección natural. Con nuestras herramientas, la medicina y otras innovaciones culturales, hemos dado comienzo a una carrera potencialmente mortal, una que podríamos perder frente a un superpatógeno muy evolucionado. Debido a la velocidad a la que podemos extender las enfermedades por todo el mundo, “nos encontramos en una nueva era de pandemias y debemos actuar para detenerlas”, explica Kevin Olival, ecologista de enfermedades en EcoHealth Alliance. Los cambios provocados por la destrucción de los hábitats y el cambio climático también están haciendo que la gente entre en contacto con patógenos que previamente estaban aislados de los humanos.