Impresionantes fotografías de los hombres que trabajan en un volcán activo

Las hermosas vistas del complejo volcánico de Ijen han cautivado a los viajeros durante siglos, pero en los últimos años, su mina de azufre se ha convertido en una polémica atracción turística.

Por Gulnaz Khan
fotografías de Andrea Frazzetta
Publicado 2 abr 2018, 15:26 CEST
Hadis
Hadis, de 36 años, lleva 10 años como minero a tiempo completo. Recientemente empezó a trabajar como cocinero en un restaurante turístico cercano, pero regresa periódicamente a la mina para obtener ingresos extra.
Fotografía de Andrea Frazzetta

Un denso manto de humo oculta el cielo sobre el monte Ijen; el olor a cerillas quemadas satura el aire.

El material nocivo que rezuma de las tripas del volcán activo de Java Oriental es incongruente con la vida humana: escuece en los ojos, quema los pulmones y corroe la piel. Pero desde 1968, los mineros de azufre del monte Ijen se han aventurado en este impredecible laberinto de nubes gaseosas y fumarolas sobrecalentadas para extraer «el oro del diablo» y llevarlo montaña abajo, un retrato de un trabajo físico desgarrador.

El monte Ijen alberga una de las últimas minas activas de azufre del mundo y, aunque sus vistas sobrenaturales han cautivado a científicos y viajeros durante más de dos siglos, en las últimas décadas los propios mineros se han convertido en una atracción turística polémica.

El oro del diablo

Cada día, los mineros emprenden un duro trayecto ascendente por las laderas de 2.000 metros del Ijen en plena oscuridad antes de descender 900 metros en el interior del cráter, donde una red de tuberías de cerámica artificiales canaliza los gases responsables de precipitar el azufre elemental.

Envueltos en humos tóxicos y calor, excavan los bloques endurecidos y sacan cargamentos de entre 70 y 90 kilogramos del cráter dos veces al día, ganando una media de 4 euros por trayecto.

Sobre las 2 de la mañana, cuando los primeros mineros comienzan su ascenso, cientos de turistas ya aguardan en los flancos del Ijen para presenciar sus icónicas llamas azules, que solo pueden verse durante la noche. Su lago de cráter de 800 metros adopta un brillo extraño en la oscuridad. El lago de engañosa belleza tiene un pH inferior al del ácido de batería, lo que lo convierte en el mayor lago ácido de la Tierra, lo bastante cáustico para disolver el metal.

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    Sunarto, uno de los mineros, nació en la aldea cercana de Plambang, donde ahora vive con su familia. Gana una media de 8 euros al día en las minas.
    Fotografía de Andrea Frazzetta
    Ibu Khairiah trabaja en los arrozales de la zona de Banyuwangi, donde el terreno volcánico es fértil para la agricultura.
    Fotografía de Andrea Frazzetta

    Turismo o voyerismo

    Los tours en minas, considerados una forma de turismo de patrimonio cultural, pueden encontrarse por todo el mundo, de África a Australia. A diferencia del monte Ijen, pocas siguen activas y muchas se han «museificado».

    Algunos investigadores tienen la hipótesis de que los turistas sienten atracción por estos lugares porque despiertan lo que los filósofos describen como «lo sublime», una sensación de placer al ver algo peligroso aunque impresionante, como un acto violento de la naturaleza. Víctor Hugo lo definía como «una combinación de lo grotesco y lo hermoso frente a la idea clásica de perfección».

    El monte Ijen es sublime.

    Los turistas, con máscaras de gas, sacan fotografías de la orilla del cráter donde puede verse el lago de Kawah Ijen. Es el mayor lago ácido del mundo, lo bastante corrosivo para disolver metal.
    Fotografía de Andrea Frazzetta

    En temporada alta, la montaña recibe más de mil visitas al día. Suelen pedir a los mineros que posen para fotografías a cambio de pequeñas propinas, algo que según los críticos es una forma de «turismo de pobreza», la comercialización del sufrimiento humano.

    «Los turistas parecen disfrutar al contar sus historias de supervivencia en situaciones aparentemente peligrosas, una actitud no muy diferente a la que observamos con otras recreaciones potencialmente peligrosas y con los "deportes extremos"», explica Michael Pretes, profesor de geografía de la Universidad del Norte de Alabama en Annals of Tourism Research.

    Por otra parte, el turismo también puede ser una herramienta poderosa para el desarrollo económico y para sacar a la luz condiciones laborales desfavorables sin importar las motivaciones de la visita. La industria del turismo en Java Oriental da empleo a unas 200.000 personas. La minería es una de las profesiones mejor pagadas de la región y los trabajadores son miembros respetados de sus comunidades. Muchos se enorgullecen de su buena forma física y de su papel a la hora de atraer visitantes a la isla.

    El volcán de Ijen contiene el mayor lago de cráter ácido del mundo, famoso por su intenso color turquesa. Los expertos temen que un vertido del lago ácido provocado por una erupción o un terremoto fuera catastrófico para las comunidades circundantes.
    Fotografía de Andrea Frazzetta

    «Ven a los turistas como un nuevo mineral que explotar y, como los metales, tienen el potencial de aportar auges y recesiones económicas», afirma Pretes, que estudió las minas de plata activas de Potosí, Bolivia. Argumenta que el turismo de minería puede tener un «efecto multiplicador» al aportar ingresos a hoteles, restaurantes y tiendas locales, así como al transporte y lugares históricos cercanos.

    Pese a las ventajas potenciales, los riesgos siguen siendo altos. Muchos mineros no pueden permitirse equipo protector, como guantes y máscaras, u optan por renunciar a él porque obstaculiza su labor. La exposición a corto plazo a grandes concentraciones de dióxido de azufre puede ser mortal, y la exposición crónica puede causar dificultades respiratorias, obstrucciones en las vías respiratorias y afectar a la función pulmonar, según el CDC.

    Para evitar la cosificación de las personas que viven en condiciones de pobreza, los expertos en turismo ético recomiendan que los viajeros eviten sacarse fotografías o que soliciten el permiso de sus sujetos antes de fotografiarlos.

    El Cinturón de Fuego

    Sin embargo, el futuro del monte Ijen como destino de turismo y minería no está claro. Indonesia se encuentra en el Cinturón de Fuego del Pacífico, un cinturón sísmicamente activo de 40.000 kilómetros con volcanes y bordes de placas tectónicas que encuadran la cuenca del Pacífico. Se estima que el 75 por ciento de los volcanes activos y el 90 por ciento de los terremotos del mundo ocurren en esta región.

    Cerca de cinco millones de indonesios viven y trabajan cerca de volcanes activos, donde el terreno agrícola es más fértil. Solo Java alberga 141 millones de personas, siendo una de las islas más densamente pobladas del planeta.

    Los exuberantes arrozales cubren la región de Banyuwangi.
    Fotografía de Andrea Frazzetta

    La erupción registrada más significativa del Ijen tuvo lugar en 1817, con una serie de explosiones violentas que duró varias semanas. Según los relatos de testigos oculares, la ceniza fue lo bastante densa para bloquear la luz del sol, las filtraciones de ácido contaminaron las divisorias de aguas y los desechos aplastaron cabañas de bambú.

    En la actualidad, científicos indonesios e internacionales realizan un seguimiento constante de la actividad volcánica y tratan de encontrar formas de mitigar futuros riesgos. Las comunidades próximas no solo corren riesgo por los terremotos o el magma cargado de gases explosivos, sino que los vertidos del lago ácido podrían resultar catastróficos.

    En marzo de 2018, cientos de personas alrededor del Ijen se vieron obligadas a evacuar sus hogares y 30 fueron hospitalizadas después de que el volcán expulsara gases tóxicos. «Debido a este incidente, no se permite al público —turistas o mineros— acercarse al cráter hasta nuevo aviso», dijo en un comunicado Sutopo Purwo Nugroho, portavoz de la agencia nacional de mitigación de desastres.

    No es la primera ocasión en la que cierran un volcán a los visitantes y probablemente no será la última. Pero incluso desde lejos, el cráter humeante del Ijen —tóxico, hermoso e indomable— es una vista impresionante.

    Andrea Frazzetta es un fotógrafo establecido en Milán. Puedes seguirlo en Instagram.

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