Un reino de cuento de hadas que se enfrenta a problemas reales

En la frontera entre Estonia y Rusia, los setos luchan por crear una identidad moderna a partir de creencias antiguas.

Por Eve Conant
fotografías de Jérémie Jung
Publicado 26 jun 2018, 17:56 CEST
Liisi Lõiv
En Obinitsa, Estonia, una joven seto llamada Liisi Lõiv lleva puesto un traje tradicional en el jardín de sus abuelos. Las mujeres seto suelen tener trajes nuevos y viejos. Este es uno viejo, blanco, con mangas largas. La ropa también revela otros detalles. Una mujer casada se cubre el pelo, mientras que una mujer soltera o una joven como Liisi lleva solo una corona o pañuelo, dejando a la vista su larga trenza. Hoy en día, los setos solo llevan sus trajes tradicionales en ocasiones especiales. Liisi dice que bordó ella misma su traje. «Estoy orgullosa de ser seto», afirma. «Es de donde vengo, donde crecí».
Fotografía de Jérémie Jung

En dos lados de una frontera en disputa, existe un reino. Es joven en edad y antiguo en creencias, forjado a partir del caos de la caída de la Unión Soviética.

Los habitantes de este reino son los setos, una minoría étnica indígena de solo unos pocos miles de personas de Setomaa, una pequeña región entre el sureste de Estonia y el noroeste de Rusia.

Se dice que Peko —el dios seto de la fertilidad y los cultivos y, desde la caída de la Unión Soviética, rey de los setos— descansa eternamente en las cuevas bajo el monasterio de las Cuevas de Pskov en Pechory, Rusia. Según la creencia, solo se despertará si un gran peligro amenaza a los setos. Este monasterio ruso ortodoxo se encuentra en el actual lado ruso de Setomaa, pero en el periodo de entreguerras formó parte de Estonia. Dos tercios del terreno de los setos se encuentran en la región rusa de Pskov, aunque solo unos pocos cientos de setos viven allí.
Fotografía de Jérémie Jung
El Día de la Dormición de la Madre de Dios, una festividad religiosa, el icono de Dormición —que, según se cree, hace milagros— se transporta desde la iglesia de la Dormición alrededor del monasterio de Petseri. Los sacerdotes bendicen a los creyentes que siguen la procesión.
Fotografía de Jérémie Jung

Durante siglos, los setos han mantenido sus tradiciones con firmeza. Entre ellas están los antiguos cantos polifónicos, reconocidos recientemente en la lista de Patrimonio Cultural Intangible de la UNESCO.

Pero también han creado tradiciones completamente nuevas, con su propia realeza incluida, para mantener a raya las amenazas modernas a su identidad cultural.

Hoy, el mayor peligro es una frontera entre Rusia y Estonia —tradicionalmente más una sugerencia que una demarcación— que divide a los setos. La frontera cambió varias veces a lo largo del siglo XX, un periodo que vivió dos Guerras Mundiales, el auge y la descomposición de la Unión Soviética y los primeros pasos de una Unión Europea.

Pero para mediados de los 90, Estonia disfrutaba de su independencia postsoviética. Y la frontera —aún no ratificada hasta la fecha— se convirtió en algo impuesto, dividiendo Setomaa en lado ruso y lado estonio. Sin embargo, también ha dividido a los setos entre sí, partiendo sus campos de cultivo, iglesias y cementerios.

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    «La frontera apareció y rompió su vida cotidiana», afirma Elena Nikiforova, investigadora del Centro de Investigaciones Sociales Independientes en San Petersburgo que llevó a cabo trabajo de campo en Setomaa mientras se reforzaba la frontera.

    «La frontera se convirtió en un desencadenante para que empezaran a considerarse un pueblo separado», afirma. «Al quedar divididos por la frontera, se unieron».

    Sin poder alterar el curso de la política exterior y separados en dos países, en 1994, los setos se declararon una nueva entidad unificada: el Reino de Setomaa.

    Ahora, más de dos décadas después, mantienen ese reino con vida.

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