Un deporte moderno con raíces tradicionales: la lucha senegalesa

El deporte nacional del país preserva tradiciones culturales y ofrece una vía hacia la independencia económica.

Por Anna Pujol-Mazzini
fotografías de Christian Bobst
Publicado 27 mar 2019, 15:37 CET
Un torneo de lucha local celebrado en una pista de baloncesto en el estadio «Olympique de Ngor». Kherou Ngor participa para apoyar a los luchadores de su barrio.
Fotografía de Christian Bobst

La estricta rutina de preparación para el combate de Abdoulaye Sy comienza cuatro meses antes de la «pelea especial». Cada día, se levanta a las seis de la mañana, reza y se echa un líquido misterioso recetado por un morabito —o líder religioso local— sobre la cabeza para que le dé buena suerte. A continuación, se dirige a la playa de Dakar para entrenar con aire fresco antes del amanecer.

Este luchador profesional, que peleará en el nuevo estadio de Senegal financiado por China el mes que viene, es tan estricto con su régimen de culturismo como lo es a la hora de poner a los espíritus de su parte. Además de su «baño» místico matutino, por las tardes coloca trocitos de papel con extractos del libro sagrado del Islam, el Corán, en una botella de agua y se echa la mezcla sobre el cuerpo.

Los luchadores entrenan en una escuela de Dakar, intentando derribar a su oponente.
Fotografía de Christian Bobst
Fotografía de Christian Bobst

Aunque no es insólito ver decenas de hombres congregados ante una pequeña televisión en las calles durante los torneos de fútbol, la lucha es lo que llena estadios y emociona a la multitud en este país de África occidental. Un diario relata los últimos acontecimientos del deporte y los rostros de los luchadores suelen verse en autobuses públicos y vallas publicitarias.

Al atardecer, en toda la península de Dakar, grupos de hombres jóvenes corren y pelean en la arena con la esperanza de obtener una pequeña parte de los cientos de miles de dólares que ganan algunos de los luchadores más famosos. «Puede ser una forma de que los jóvenes salgan adelante en el país, sin emigrar, y respetando la tradición», afirmó Dominique Chevé, antropólogo que ha estudiado la lucha senegalesa durante más de 10 años. Para muchos es «la lutte ou la pirogue», es decir, luchar o emprender un viaje en barco por el Mediterráneo con la esperanza de encontrar una oportunidad en Europa.

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    El deporte, que evolucionó a partir de un adiestramiento para la guerra de siglos de antigüedad en las remotas aldeas de Senegal y se ha convertido en una industria multimillonaria, no ha perdido sus raíces. Aunque los luchadores llegan al estadio en chándales parecidos a los de los boxeadores estadounidenses, debajo llevan amuletos de la suerte otorgados por los influyentes morabitos.

    El día de la pelea, Ndir llevaba un pagne (taparrabos) tradicional con gris-gris (amuletos) repartidos por el cuerpo. En la parte superior de los brazos, unos brazaletes hechos de piel de oveja estaban llenos de pasajes del Corán para darle fuerza. Al cuello lleva collares de conchas para protegerse. Y en la cabeza lleva una larga vara tradicional adornada con cuero teñido de rojo que le otorgó su tío siguiendo el consejo del morabito.

    Una estatua de la leyenda de la lucha senegalesa Yekini yace desmontada en un jardín de Bambilor. Yekini fue el campeón invicto durante una década hasta que perdió ante Lac de Guers 2 en 2016.
    Fotografía de Christian Bobst

    En el estadio se siente la influencia de la globalización: las danzas tradicionales, los cantos y las poesías —que cambian dependiendo del grupo étnico y el barrio de los luchadores— las realizan grupos que llevan camisetas patrocinadas por compañías de telecomunicaciones. Pero hay un «fortalecimiento de la tradición, la globalización no ha erradicado del todo [estas costumbres]», cuenta Chevé. «La lucha es un ámbito totalmente senegalés, y los senegaleses la defienden como tal».

    Ndir afirma que habría seguido luchando de no ser por los graves peligros. En laamb, la modalidad de lucha que permite los puñetazos, los luchadores solo llevan un protector bucal. Dejó de luchar hace un año y ahora dirige un equipo de seguridad de 50 hombres en su barrio.

    «Mi madre me pidió que dejara de luchar. Eso es lo que dicen todas las madres».

    Christian Bobst es un fotógrafo suizo que vive en Zúrich. Síguelo en Instagram @christian_bobst_photography. Anna Pujol-Mazzini es periodista freelance y cubre temas humanitarios, de migración y género en África occidental. Síguela en Twitter @annapmzn.
    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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