Esta exploradora se sumerge en la historia de los barcos de esclavos naufragados

La exploradora de National Geographic Tara Roberts busca naufragios olvidados que contienen historias familiares sepultadas bajo el agua.

Por Tara Roberts
Publicado 23 ago 2019, 15:01 CEST
Tara Roberts
Mientras bucea en los cayos de Florida, Tara Roberts practica técnicas de cartografía y de medición empleadas para documentar naufragios.
Fotografía de Chris Searles

En el mar, a casi cuatro metros de profundidad, el instructor Kamau Sadiki adopta la posición de loto con las piernas cruzadas. Con su equipo de submarinismo, parece un maestro zen con un peinado afro, sereno y grácil. Me sostiene el chaleco, dándome margen para intentar imitar su postura. Mi pose es mucho menos serena y grácil. Me rindo y miro a mi alrededor.

Estamos en una inmersión para submarinistas novatos en las aguas cristalinas de los cayos de Florida. Debajo de mí, observó a la instructora Jay Haigler surcar el agua con fluidez, como una anguila. Veo sus piernas morenas en pleno telón azul y la buceadora Sabrina Johnson hace la bicicleta a mi lado, con las piernas moviéndose a cámara lenta como si estuviera dando un paseo, su coleta flotando tras ella como un halo angelical. El buceador Anthony Medley, que practica apnea y prefiere la patada del delfín, se contorsiona al otro lado de forma tan natural, fluida y exuberante que creo que es en parte sireno.

A mi alrededor hay submarinistas —unos 20— que nadan con facilidad por el agua o descansan y aguardan para subir de forma segura a la superficie tras una parada de tres minutos.

La arquitecta Gayle Patrick, que emplea sus habilidades para crear mapas y dibujos en 3D de los pecios tras cada formación de DWP, también se sumerge para tomar ella misma las medidas.
Fotografía de Chris Searles

Lo interesante de ellos es que todos somos —a veces olvido incluirme en ese nosotros—negros, la mayoría afroamericanos, aunque también están representadas otras nacionalidades, y estamos buceando en grupo.

Lo que los hace extraordinarios es que todos nos —el nosotros aún me cuesta— hemos formado como defensores de la arqueología subacuática y tenemos la capacidad y los conocimientos para ayudar en la búsqueda y la documentación de pecios de barcos de esclavos por todo el mundo.

Asombroso.

Formamos parte de Diving With a Purpose (DWP), una organización sin ánimo de lucro fundada hace casi 16 años por el eternamente elegante Ken Stewart, que a sus 74 años aún se mueve y se comunica con energía. Va meticulosamente arreglado —con una pulcra barba entrecana— y su preciosa voz sube y baja con la cadencia de una canción de amor.

La pasión de Ken es este trabajo. Pasa sus días avanzando esta misión colosal, audaz y descabellada que es entrenar a la próxima generación de gente negra específicamente — aunque todo el mundo es bienvenido— para que aprendan a sumergirse hasta las profundidades del mar, descubran su propio pasado y cuenten sus propias historias.

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    En los últimos nueve meses, he viajado con estos submarinistas y las organizaciones a las que pertenecen, cumpliendo mi papel de narradora, para presenciar de primera mano la búsqueda de barcos de esclavos y recopilar historias tomándonos un café, en la playa, en hoteles estrafalarios, durante cenas elegantes y en lugares tan remotos como Mozambique, Sudáfrica y Senegal, tan sorprendentes como Costa Rica y Saint Croix, y tan predecibles como Estados Unidos.

    Una breve clase de historia

    ¿Por qué es importante la búsqueda de barcos de esclavos?

    Unos 35 000 barcos transportaron a casi 12,5 millones de africanos cautivos a las Américas por el Atlántico entre los siglos XV y XIX, según la Base de Datos del Comercio Transatlántico de Esclavos. De los cerca de 500 a 1000 barcos supuestamente naufragados, solo se han encontrado cinco, y de ellos solo se han documentado debidamente dos.

    Cuesta mucho encontrar los fragmentos de estas naves de madera tras haber pasado siglos en el agua, pero una cantidad tan ínfima de hallazgos apunta a un desinterés social por su descubrimiento. Quizá esa falta de interés se debe en parte a que, en lugar de joyas y monedas de oro, el tesoro de estos barcos existe principalmente en forma de conocimiento y recuerdos perdidos. Pero es posible que también se deba a que este capítulo se ha maquillado en los libros de historia: la experiencia y la travesía de los africanos capturados, apenas una nota al pie, unos cuantos párrafos, enseñada en una sola jornada de clase... Una vastísima franja de la historia suprimida y olvidada.

    Pero DWP no ha olvidado. En los últimos años, ha trabajado con diligencia para formar a más de 300 buzos e intentar recuperar estos recuerdos perdidos. Estas personas no son necesariamente arqueólogos ni historiadores, aunque algunos sí lo son. Son ingenieros, profesores, artistas, estudiantes, funcionarios; gente normal apasionada por el submarinismo y que quiere encontrar un modo de generar un cambio en el mundo.

    Hasta la fecha, los submarinistas de DWP han participado en 18 misiones en todo el mundo para encontrar artefactos sumergidos pertinentes para los africanos y las Américas. Trabajan como socios del Slave Wrecks Project (SWP), un conjunto de organizaciones auspiciado por el Museo Nacional de Historia y Cultura Afroamericanas del Smithsonian que incluye a la Universidad George Washington, al Servicio de Parques Nacionales (Centro de Recursos Sumergidos y Centro Arqueológico del Sudoeste), el Centro Africano de Estudios Patrimoniales y los Museos IZIKO de Sudáfrica. También trabajan por su cuenta: buscan tesoros como los aviones Tuskegee Airmen hundidos en los Grandes Lagos en los años 40.

    Eduardo dos Santos, Dinho, es un buzo local que ayudó a formar al último grupo de mozambiqueños como submarinistas certificados y supervisores comunitarios. Como supervisores comunitarios, los submarinistas locales se encargan de preservar y compartir la historia y el patrimonio arqueológico marítimo.
    Fotografía de Tara Roberts

    El último barco de esclavos que ayudaron a documentar es el São José Paquete d’Africa, un barco hallado en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, hace unos años. El buque comenzó su viaje desde una isla diminuta —de solo 3,2 kilómetros por 500 metros llamada Ilha de Moçambique (Isla de Mozambique) o Ilha, para abreviar— que se encuentra en la parte septentrional de Mozambique y que fue uno de los núcleos del comercio de esclavos portugués y francés en la costa este de África. Los barcos partían de Ilha, rodeaban el cuerno de África y viajaban hacia el Caribe y las Américas.

    Empecé mi viaje el pasado diciembre, en Ilha.

    Un día cualquiera en la Isla de Mozambique

    Mis días en la isla comenzarían en un precioso hotel colonial reformado en el centro de la ciudad con un desayuno copioso de fruta fresca y huevos y en compañía de un equipo internacional de submarinistas, historiadores y arqueólogos, todos socios del Slave Wrecks Project, que asignaban y planificaban las actividades del día.

    Este muelle en la Isla de Mozambique es el lugar al que llevan a los estudiantes de submarinismo locales tras haber completado el curso y la formación de buceo en recintos cerrados para su primera inmersión en aguas abiertas.
    Fotografía de Tara Roberts

    Un equipo del Centro de Recursos Sumergidos y el Centro Africano de Patrimonio salía a primera hora de la mañana en un pequeño barco a motor y con un magnetómetro para barrer las aguas circundantes de la isla en busca de anomalías. A continuación, los buceadores expertos de Diving With a Purpose y del Centro de Recursos Sumergidos se ponían los trajes de neopreno y el equipo de submarinismo para sumergirse en esas anomalías. Usaban el tacto y la vista para comprobar de cerca qué había encontrado la máquina y buscar cualquier cosa que se hubiera pasado por alto.

    Por su parte, otro equipo se dirigía a una preciosa piscina infinita en un hotel elegante con vistas a la playa y pasaba horas formando a la próxima generación de submarinistas locales, que se convertirían en supervisores comunitarios encargados de proteger los objetos sumergidos que rodean la isla.

    Esta parte del trabajo es fundamental en Mozambique. El Slave Wrecks Project no solo pretende encontrar pecios de barcos de esclavos, sino que también quiere conectar y alentar a la comunidad local que se enfrenta a este legado. También quiere apoyar a la comunidad para que conecte su historia con la historia internacional del comercio de esclavos.

    Samira Jamu, de 18 años, la mozambiqueña más joven que ha obtenido el certificado de submarinista y que ha sido formada como supervisora comunitaria, sale a la superficie durante el entrenamiento.
    Fotografía de Tara Roberts

    La mayoría de las organizaciones que participan en el Slave Wrecks Project, así como varias universidades y organizaciones africanas —como la Universidad Eduardo Mondlane y la Universidad de Dakar—, también se reúnen para escuchar y consultar a comisarios e historiadores mozambiqueños y crear formas de narrar una historia más inclusiva sobre el comercio de esclavos en las exposiciones de los museos locales y en los espacios públicos.

    Finalmente, los arqueólogos restantes del equipo buscan en tierra los lugares donde se retenía a los esclavos africanos para contribuir a desvelar la historia de qué les ocurrió a estas personas en tierra.

    Mi admiración por el proyecto y su labor aumentaba con el paso de los días.

    Empecé a darme cuenta de la tarea descomunal que es tratar de transmitir los hechos, por no mencionar el impacto y la importancia del comercio de esclavos y su relación con la sociedad moderna.

    Durante siglos, Europa, África y las Américas han tejido una red entrelazada y dependiente que está conectada en tres partes iguales —y que aún está presente hoy—, pero que fingimos que no existe.

    La historia completa

    En las tragedias romanas, griegas y británicas, nos adentramos en las mentes de los personajes principales; comprendemos sus sueños, pasiones, coqueteos, traiciones, dudas, preocupaciones, dolores, alegrías, penas, amores. Vemos panteones enteros de emociones que nos otorgan en forma de historias complicadas con seres humanos que se expresan plenamente. Sin embargo, cuando se menciona el comercio trasatlántico de esclavos, es apenas una nota en nuestros libros de historia. Es una historia triste y bochornosa. Y los personajes suelen ser caricaturas planas que encajan a la perfección en las categorías de opresor y víctima.

    Pero las tramas de esta historia de más de cuatro siglos, que implica a millones de personas de decenas de países de todo el mundo, son mucho más complejas.

    Nos instan a examinar cuestiones sobre la fe, la ascendencia, el valor, la moralidad... de nuestra propia identidad. ¿Cómo podemos saber realmente quiénes somos sin una contemplación en profundidad de las consecuencias de nuestra historia?

    El instructor Kamau Sadiki examina parte de un pecio en los cayos de Florida.
    Fotografía de Chris Searles

    Por ejemplo, la investigadora Yolanda Duarte, del Slave Wrecks Project, descubrió que es descendiente directa de un comerciante de esclavos, un noble portugués que gobernaba la Ilha. Pero también desciende de una esclava africana, una audaz princesa mozambiqueña que luchó por su libertad y viajó a Portugal para rogar por la vida de su marido en guerra, pero que también tenía esclavos africanos.

    Yolanda, que también es la coordinadora del Centro de Arqueología, Investigación y Recursos de Ilha, vivió durante mucho tiempo en Portugal y se parece a sus antepasados portugueses, pero se proclama con orgullo blanca y negra y, para ella, la Isla de Mozambique es su hogar espiritual. Lleva la contradicción —y la reconciliación— en su propio ADN.

    El suyo es un ejemplo del tipo de legados complejos que debemos comprender.

    Pensaba que esta búsqueda de barcos de esclavos sería triste y difícil, que pasaría factura a mi alma. Creía que necesitaría que alguien me diera la mano, me frotara la espalda, me consolara cuando llorara y se me rompiera el corazón.

    En lugar de eso, encontré fuerza. Y poder. Y aventura. Y camaradería. Encontré risa. Amor. Vida. Afinidad.

    Mi historia —la historia negra— tiene notas tristes. Como en cualquier buena historia de amor, hay dolor y sufrimiento. Pero mi historia también tiene notas alentadoras —crescendos—, orquestas enteras que tiran de mi corazón y lo hacen volar alto.

    Soy humana. Plenamente. Y procedo de otros humanos plenos con una historia compleja y llena de matices que nunca se ha contado por completo.

    En ningún sitio.

    Esta es mi revelación.

    Y mi oportunidad para ayudar, junto a estos espíritus audaces, a crear una nueva comprensión y posibilidades para el mundo.

    Tara Roberts es una exploradora de National Geographic Explorer e investigadora del MIT Open Documentary Lab. Sigue su viaje en Instagram @storiesfromthedepths o en la plataforma Open Explorer.
    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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