Por qué el futuro debería ser femenino

Esta periodista afirma que es hora de que las mujeres rechacen la condición de inferioridad, demanden la igualdad y disfruten de la ambición y el éxito sin tener que pedir disculpas.

Por Michele Norris
Publicado 17 oct 2019, 13:01 CEST
La actriz Dorothy Newell fue una sensación nacional en 1915 cuando se pintó en la espalda la demanda de igualdad de derechos menos de un mes después de que decenas de miles de mujeres marcharan por la Quinta Avenida. Dos años después, Nueva York otorgó a las mujeres el derecho a voto y en 1920, el país entero. Hizo falta una campaña continua puesta en marcha en 1848 para que las mujeres consiguieran el derecho a voto que les negaba la Constitución estadounidense.
Fotografía de George Rinhart, Corbis/Getty Images

Este artículo forma parte del número especial de noviembre de 2019 de la revista National Geographic, «Mujeres: un siglo de cambio».

No te pierdas el documental MUJERES (Women of Impact) el domingo, 27 de octubre a las 22:00 en National Geographic.

Cuando empecé la universidad, mi madre me dio un trocito de papel doblado con un mensaje que pensó que necesitaría. Lo escribió a mano en una página arrancada de una de las libretitas que tenía siempre junto al teléfono.

La nota rezaba: «Nadie puede hacerte sentir inferior sin tu consentimiento».

Es una frase que suele atribuirse a Eleanor Roosevelt y fue un regalo ideal para una mujer que salía al mundo.

Ojalá hubiera guardado mejor ese trocito de papel. Durante un tiempo la llevé en la cartera y más adelante, cuando se desgastó y se ensució, la coloqué dentro de una horquilla y la guardé en el cajón de la cómoda con joyas y recuerdos. Varios años y varias mudanzas después, la perdí, pero siempre he intentado aferrarme a la idea de que tenemos el poder de rechazar cualquier intento de hacernos sentir pequeñas o subordinadas.

La palabra clave es «sentir». Como mujer afroamericana, mi madre era plenamente consciente de que una persona, sobre todo una mujer, podía ser empujada a una condición inferior de forma muy real y profunda. Las leyes pueden dictar dónde puedes vivir o trabajar y si puedes obtener una licencia comercial, poseer bienes o votar. Las costumbres y normas sociales y quienes se autoproclaman inspectores de la condición social pueden dejarte fuera de la sala de juntas o de la tribuna. Sin embargo, nadie tiene el poder de introducirse en tu alma y apagar el interruptor de la autoestima.

Mi madre tiene una ética laboral sólida, pero también una «ética del valor» feroz. Su superpoder es conservar la autoestima ante la opresión.

En los años 70, cuando el movimiento por los derechos de las mujeres cobraba impulso en Estados Unidos, las artistas del Colectivo de Artistas Gráficas de Chicago imprimieron una serie de pósteres para crear conciencia e inspirar al cambio. Hicieron hasta 20 000 copias de cada diseño y las enviaron a librerías, grupos de mujeres y otras organizaciones de todo el mundo.
Fotografía de Biblioteca Del Congreso, Yanker Poster Collection
Póster feminista que reza "Women are not Chicks".
Fotografía de Biblioteca Del Congreso, Yanker Poster Collection

Esa palabra —poder— adopta dimensiones distintas si se observa a través de la lente del género. Normalmente, el poder se asocia a la fuerza, que a su vez se vincula a la capacidad física o financiera. Muchos suponen por defecto que la toda sociedad se beneficia cuando los hombres ascienden al poder: sus familias, sus comunidades, sus lugares de trabajo y culto. Cuando las mujeres hablan de ejercer el poder o de exhibir su poder colectivo uniéndose, las suposiciones son muy diferentes. Se considera con demasiada frecuencia un juego de suma cero en el que las mujeres obtienen el poder a expensas de los hombres, poniendo en peligro a la sociedad en general.

¿Es posible que hayamos llegado a un punto de inflexión? Alcancé la mayoría de edad en una época de protestas en las calles. Las mujeres se habían manifestado, marchado y demandado sus derechos durante toda mi vida. Como ocurre con muchos movimientos, el progreso llega a tropezones, con periodos de retrocesos y de avance impetuoso. La Enmienda de igualdad de derechos, cuyo primer borrador se elaboró en 1923, parecía lista para ratificarse a principios de los 70, pero se paralizó. Ahora vivimos otro momento de progreso arrollador que se evidencia en el movimiento #MeToo, un levantamiento asombroso de mujeres valientes y furiosas que dicen que ya basta de acoso y agresiones sexuales. Esta revuelta ha dado lugar a una nueva ola de legislación, una mayor concienciación y consecuencias inmediatas para los hombres a quienes se las pasaban todas o que solo se llevaban un tirón de orejas por su conducta abusiva. Las veteranas en la lucha por los derechos de las mujeres, acostumbradas a las decepciones, esperan que este sea un movimiento duradero, no un mero momento.

Se trata de una época de ira y división, pero hay razones de peso para conservar el optimismo. Somos testigos de una era en la que seis mujeres pueden subir al escenario y debatir en Estados Unidos y argumentar con credibilidad por qué deberían elegirlas para dirigir uno de los países de más peso en el mundo, donde una mujer es la portavoz de la Cámara de Representantes. Vivimos una época en la que una mujer puede convertirse en general de cuatro estrellas, en directora ganadora del Óscar o en consejera delegada de una empresa del Fortune 500.

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    En los años 70, cuando el movimiento por los derechos de las mujeres cobraba impulso en Estados Unidos, las artistas del Colectivo de Artistas Gráficas de Chicago imprimieron una serie de pósteres para crear conciencia e inspirar al cambio. Hicieron hasta 20 000 copias de cada diseño y las enviaron a librerías, grupos de mujeres y otras organizaciones de todo el mundo.
    Fotografía de Biblioteca Del Congreso, Yanker Poster Collection

    Mujeres de todo el mundo adquieren un poder sin precedentes. Tienen la mayoría de los escaños de la cámara baja del órgano legislativo de Ruanda. Casi dos tercios del gabinete del gobierno de España son mujeres. El único país que ha prohibido conducir a las mujeres, Arabia Saudí, por fin lo ha permitido. Las mujeres han dirigido casi un tercio de los países del planeta.

    En un hito de proporciones sísmicas, la selección de fútbol femenina de Estados Unidos dominó el Mundial con tal fuerza, coherencia y audacia que superó al equipo masculino en victorias, audiencia y situación en la cultura popular. Cuando hoy mencionas el fútbol estadounidense, las mujeres simbolizan el deporte. Pero aún vivimos en una época en la que estas celebridades luchan en los tribunales para que se les pague lo mismo que a los hombres. En realidad, ni siquiera es un salario igual por el mismo trabajo; es un salario igual por un trabajo que evidentemente tiene más éxito. Son mujeres que se pavonean de su éxito, disfrutan de sus triunfos sobre el campo y se convierten en modelos de conducta para mujeres que quieren impugnar los fundamentos de su condición de segunda clase.

    Durante siglos, han considerado a las mujeres el género más débil y vulnerable. Las han vuelto inferiores, no necesariamente con su consentimiento, pero sí con una ayuda considerable por parte de los constructos sociales y la investigación científica. La periodista británica Angela Saini documenta cómo la ciencia ha definido y confinado a las mujeres en su libro Inferior: How Science Got Women Wrong—and the New Research That’s Rewriting the Story. Saini sostiene que los hombres científicos utilizaron sus estudios y su influencia como altavoz para su propia actitud sobre la desigualdad de género y racial. Los resultados de su labor «solidificaron el machismo y lo convirtieron en algo incuestionable». Y para garantizar que las mujeres no tuvieran la oportunidad de demostrar que la ciencia se equivocaba, les negaron la capacidad de mostrar su intelecto o desarrollar del todo sus talentos.

    “Aún mostramos ambivalencia acerca de las mujeres y el poder. Las mujeres son más propensas a ser consideradas «antipáticas» si creen que son poderosas o ambiciosas, rasgos que en los hombres se perciben como propios de un líder.”

    Gran parte de la investigación que ha etiquetado a las mujeres como el sexo débil era errónea o sesgada. Existe un conjunto de obras que hace frente a esa ciencia antigua y que demuestra que las mujeres poseen capacidades intelectuales iguales a las de sus homólogos varones. Aunque los hombres tengan mayor fuerza física y una ventaja en altura y peso, muchos estudios ponen de manifiesto que las mujeres tienen una ventaja particular en cuanto a la resiliencia y la supervivencia a largo plazo.

    Entonces ¿por qué tienen hoy los hombres más poder que las mujeres? ¿Por qué persiste la desigualdad de género? Normalmente, la explicación es que siempre ha sido así. Y eso no basta. Esta justificación debería desmoronarse ante las pruebas que evidencian que los lugares con políticas que menoscaban u oprimen a las mujeres pierden terreno en términos económicos.

    Un ejemplo de ello es Asia. Poco más de la mitad de las mujeres de la región trabajan por un salario inferior al de los hombres. Las normas de género, las barreras a la educación y las fuerzas culturales arraigadas mantienen ese status quo, pero los analistas advierten que los países que impiden el avance de las mujeres pagarán un alto precio. La consultora McKinsey & Company estima que la economía regional ganaría hasta 4,5 billones de dólares en PIB anual para 2025 si dejaran de marginar a las mujeres en la mano de obra de Asia.

    Todos los países del planeta deberían tomar nota. Estas camisetas y pósteres que rezan «El futuro es femenino» deberían poner «¡Más vale que el futuro sea femenino!».

    Pero los obstáculos hasta el poder están profundamente arraigados y superarlos no es tarea fácil. Se pueden crear leyes que digan a las personas qué pueden y qué no pueden hacer, pero no se puede legislar cómo se sienten respecto a los demás y respecto a sí mismas. Aún mostramos ambivalencia acerca de las mujeres y el poder. Muchos estudios sugieren que las mujeres son más propensas a que las consideren «antipáticas» o «poco fiables» si se percibe que son poderosas, muestran desparpajo o son abiertamente ambiciosas, rasgos que, por cierto, se consideran propios de un líder en hombres.

    Madeline E. Heilman, profesora de la Universidad de Nueva York, llevó a cabo una serie de estudios para investigar al reacción ante mujeres de éxito en trabajos desempeñados tradicionalmente por hombres. En un experimento, pidió a estudiantes universitarios que observaran perfiles casi idénticos de empleados con el puesto de vicepresidente adjunto de ventas en una empresa de aeronáutica. Uno de los empleados se llamaba «James». La otra, «Andrea». Figuraban entre el cinco por ciento superior de las evaluaciones de desempeño y los describían como «trabajadores brillantes» o «jóvenes promesas». Los perfiles no aportaban información sobre su personalidad ni su carácter. Los estudiantes clasificaron a «Andrea» como más antipática y descortés que «James», que obtuvo más respuestas positivas.

    Heilman determinó que esto significaba que los trillados tropos de género no solo describen los supuestos comportamientos de hombres y mujeres, sino que además establecen un molde en el que encaja dicha conducta, una conducta «relacionada directamente con los atributos que se valoran positivamente en cada sexo». Las mujeres amables, cariñosas y dulces son valoradas y recompensadas en la sociedad. No ocurre lo mismo con las mujeres ambiciosas, estratégicas o directas.

    Este póster de una mujer enseñando músculo apareció en las fábricas de Westinghouse durante dos semanas en 1943. Se cree que se basa en una foto de una trabajadora de la tienda de maquinaria de la Naval Air Station de Alameda, California, una de las más de 300 000 mujeres que trabajaron en la industria de la aeronáutica durante la Segunda Guerra Mundial. En los 80, este póster se popularizó como imagen del empoderamiento femenino.
    Fotografía de Incamerastock, Alamy Stock Photo

    Como sociedad, mostramos cierto nivel de inquietud y sorpresa cuando las mujeres toman las riendas del poder porque aún es un concepto novedoso. A las mujeres que llegan a jefas de policía, capitanas de barco o supervisoras de construcción no solo se las describe como poco convencionales, sino que se las representa casi como unicornios. La mayor barrera que muchas mujeres tienen que superar es la experiencia. De nuevo, muchos estudios determinan que a menudo los hombres son contratados por su «potencial», mientras que a las mujeres con la misma experiencia se las considera poco cualificadas.

    Nuestra narrativa cultural colectiva contribuye a este prejuicio. La frase «trabajo de mujeres» es restrictiva y estereotípica, adscrita a tareas domésticas menos duras que se consideran el dominio de la mujer. Cocina. Limpieza. Cuidados. Jardinería. Pero la historiadora y activista Lisa Unger Baskin ha explorado el trabajo de las mujeres remontándose siete siglos y ha descubierto una historia muy distinta. Las mujeres han sostenido la mitad del cielo al mismo tiempo que desempeñaban tareas consideradas «trabajo de hombres». «Es muy importante que nuestras niñas y también las mujeres vean lo que pueden hacer y ser para que no esté solo en su imaginación», me contó hace poco Unger Baskin. «Y es muy importante que los hombres, que todos en realidad, veamos los logros femeninos, porque a lo largo de siglos los humanos han sido condicionados para ver a las mujeres como el sexo más débil y menos capaz cuando a nuestro alrededor hay pruebas que demuestran que no es cierto».

    Unger Baskin ha pasado toda una vida tratando de añadir evidencias a ese conjunto: ha reunido una colección impresionante documentando el trabajo de las mujeres a través de fotografías, libros, tarjetas comerciales, artefactos, cartas personales y otros objetos coleccionables. Cree que su colección, que se encuentra en el Centro Sallie Bingham de Historia y Cultura de la Mujer en la Universidad de Duke, es el mayor registro del mundo de las mujeres en el trabajo y en la labor empresarial.

    Las mujeres han trabajado —y con éxito— en oficios considerados competencias del hombre: jornaleras, científicas, impresoras y mecánicas, a veces pasando desapercibidas para evitar el reproche, pero a menudo invisibles solo por su género.

    «Creo que las historias que podemos sacar de lo que he reunido, de mi colección, hablan del poder, hablan de la privación de derechos», explicó Unger Baskin. «El supuesto de que las mujeres no hacían cosas que siempre eran dominio del hombre es mentira».

    Su colección creció por curiosidad y resentimiento. Viajó a ferias literarias y subastas de libros raros en busca de pistas de que las mujeres leían, se formaban y trabajaban durante todo este tiempo. Descubrió que se permitía que las mujeres heredaran y dirigieran una imprenta si se quedaban viudas porque era una labor importante y la pericia escaseaba. Por eso hubo varias mujeres impresoras en la América colonial.

    Descubrió que Sara Clarson trabajaba de albañil en Inglaterra en 1831, que madam Nora dirigió una compañía de sopladores de vidrio que viajaba por Estados Unidos en 1888 elaborando esculturas fantasiosas y que Margaret Bryan introdujo las matemáticas y la astronomía en el currículo de su colegio femenino en Londres en 1799. Descubrió que Maria Gaetana Agnesi escribió un libro de matemáticas traducido a varios idiomas en Milán a mediados del siglo XVIII y que la naturalista e ilustradora alemana Maria Sibylla Merian hizo sus primeras observaciones y dibujos de la metamorfosis de los insectos en entornos naturales.

    Como coleccionista, a Unger Baskin casi nunca la tomaban en serio. Eso jugó a su favor, ya que se llevaba documentos, libros, cartas personales, bordados en cañamazo o plata grabada —cosas que nadie quería ni comprendía— por uno o dos dólares en librerías, ferias y mercadillos.

    Póster para la Marcha de las Mujeres de Washington que reza "Women are perfect".
    Fotografía de Jessica Sabogal
    Póster para la Marcha de las Mujeres de Washington que reza "We have the right to be heard".
    Fotografía de Sofia Zabala
    Antes de la Marcha de las Mujeres de 2017 en Washington, Amplifier, un laboratorio de diseño que apoya el activismo comunitario, publicó una convocatoria de arte para pósteres que pudieran distribuir gratis. Este diseño figura entre los muchos que se crearon.
    Fotografía de Brooke Fisher

    Habla de sus descubrimientos como si las mujeres a las que ha rescatado del anonimato fueran viejas amigas. Una que le rompe el corazón es una esclava llamada Alsy que vivió en Virginia. Unger Baskin encontró su historia en un fragmento de un certificado médico de 1831 en el que un médico describía un dispositivo que sostenía el útero prolapsado de Alsy para que pudiera volver a «ser útil». La humanidad de su sujeto le era de escaso interés, pero su labor era tan importante que le encomendaron que se encargara de su recuperación. Unger Baskin dijo que esta historia tan devastadora demuestra cómo a lo largo de la historia se ha considerado a las mujeres inferiores pero esenciales.

    En la colección figuran mujeres que fueron esclavas o sirvientas, así como objetos de Harriet Beecher Stowe, Emma Goldman, Elizabeth Cady Stanton, las hermanas Brontë, Virginia Woolf y Sojourner Truth. Para Unger Baskin, la colección es un espejo retrovisor que puede guiar el avance de las mujeres, imaginando un posible futuro, pero evitando los errores del pasado.

    Una de esas grandes lecciones es la inclusión. Los movimientos de las mujeres del pasado —remontándonos hasta el siglo XVIII— han sido dirigidos por mujeres blancas, formadas y de clase alta. Incluso las abolicionistas que luchaban por los derechos de los esclavos solían distanciarse socialmente de esas mujeres. Sojourner Truth es famosa por haber sacudido la conciencia de la nación con su discurso «Ain't I a Woman», pero existían tensiones entre Truth y abolicionistas como Stowe.

    Truth «no era una esclava del sur. Estaba en el norte. Estaba en el estado de Nueva York con dueños neerlandeses», explicó Unger Baskin. Era autosuficiente, hablaba bien, vestía bien y actuaba demasiado como una igual. El patrón se repetiría en el movimiento por el sufragio y la igualdad de derechos y en el feminismo de segunda ola de los años 70.

    “Muchas mujeres tuvieron que construir estratégicamente una audiencia para su trabajo sin llamar demasiado la atención porque actuaban fuera de los roles preestablecidos.”

    Examinar el trabajo de las mujeres a lo largo de siglos, no como se representa en los tapices, los cuadros y la literatura, sino tal y como se llevó a cabo en realidad, con manos callosas, perspicacia financiera y estrategias inteligentes, resulta esclarecedor y desgarrador.

    ¿Por qué no sabemos más sobre estas mujeres? ¿Cómo se han pasado por alto o borrado sus historias? Lo que me resultó más inquietante mientras escuchaba a Unger Baskin describir el trabajo de toda una vida fue darme cuenta de que muchas mujeres tuvieron que construir estratégicamente una audiencia para su trabajo sin llamar demasiado la atención porque actuaban fuera de los roles preestablecidos. Sobrevivir como empresaria era todo un arte. Pero primero cada una tuvo que sobrevivir como mujer.

    Mi madre me dio aquel trocito de papel porque nunca quiso que aceptara una condición subordinada. Tenía dos hermanas y el mantra de la casa era: «No eres mejor que nadie, pero nadie es mejor que tú». Es el idioma de la igualdad y yo misma he acabado compartiéndolo con mis propios hijos. Pero ¿es el idioma del poder? Si queremos impulsar a nuestras hijas a que compitan codo con codo con nuestros hijos, debemos estar dispuestos a enseñarles a sentirse cómodas haciendo que otra persona se sienta incómoda ante su talento y su éxito. Debemos enseñarles que resolver esa incomodidad no es su responsabilidad.

    El poder tiene su propio idioma. Los capitanes son poderosos. Los titanes son poderosos. Los cabecillas y los líderes son poderosos. Ahora, después de leer estas palabras, pregúntate: ¿te has imaginado la imagen de una mujer? Si la respuesta es que sí, haz una reverencia y esperemos que tu punto de vista sea contagioso. Pero si no, gracias por tu sinceridad y pongámonos a trabajar.

    Siempre he admirado a la escritora y productora Shonda Rhimes por su talento narrativo y su éxito monumental en la productora que lleva su nombre. Durante más de una década, Shondaland ha producido programas de televisión rentables y muy populares que presentan a personajes femeninos, negros, latinos, asiáticos y homosexuales en papeles revolucionarios. Actualmente, Rhimes tiene un contrato de producción multimillonario que le otorga total libertad creativa.

    Póster inspirado en la Marcha de las Mujeres de Washington de 2017 que reza "Hear our voice".
    Fotografía de Liza Donovan
    Póster inspirado en la Marcha de las Mujeres de 2017 en Washington que reza "Resist!".
    Fotografía de Megan J. Smith
    Inspiradas por la Marcha de las Mujeres de 2017 en Washington, las artistas crearon imágenes que se llevarían en el evento y posteriormente para capturar la energía que se sintió aquel día.
    Fotografía de Lisa Congdon

    Su éxito como mujer de color en Hollywood es impresionante. Pero lo que más admiro es cómo acepta su éxito sin complejos. No duda a la hora de describirse como «titán», algo que seguro que es.

    El poder le ha sido negado a las mujeres durante tanto tiempo que puede parecer que es un traje diseñado para otro. Una generación de mujeres cuestionan esta idea. La estrella del fútbol estadounidense Megan Rapinoe. La gran tenista Serena Williams. Susan y Anne Wojcicki (hermanas y consejeras delegadas de YouTube y 23andMe). La consejera delegada de General Motors Mary T. Barra, la estrella de televisión Oprah Winfrey y todas las mujeres que han inspirado el movimiento #MeToo que alzaron la voz para desafiar un sistema que lleva décadas ignorando flagrantemente los derechos de las mujeres.

    Cuando las historias de acoso sexual en Hollywood, después en las finanzas, después en periodismo y después en todas partes estallaron en un redoble que sacó a los titanes —sí, titanes— de sus tronos por su conducta sexualmente abusiva, un pequeño grupo de mujeres empezó a reunirse en Hollywood a diario para demandar colectivamente cambios que protegieran y alentaran a las mujeres. Su iniciativa se produjo en paralelo a la campaña del #MeToo para crear conciencia sobre el acoso sexual. El grupo de Hollywood quería crear un movimiento, no un momento, y lo llamaron Time’s Up.

    “Si queremos impulsar a nuestras hijas a que compitan codo con codo con nuestros hijos, debemos estar dispuestos a enseñarles a sentirse cómodas haciendo que otra persona se sienta incómoda ante su talento y su éxito.”

    La mitad de las asistentes y muchas de las donantes de ayuda financiera eran mujeres de color. Conforme crecían en número cada semana, su foco también creció, en parte gracias a una carta escrita en nombre de las trabajadoras agrícolas que empezaba con un «Dear Sisters». Aquellas mujeres, lideradas por Mónica Ramírez, actual presidenta de Justicia para Mujeres Migrantes, escribieron a las mujeres congregadas en Hollywood para expresar solidaridad y explicar que vivían una situación similar, empleadas por hombres que se aprovechaban de la inestabilidad y la indefensión que acompañan a la pobreza y el trabajo itinerante.

    La carta, que apareció en la revista Time, rezaba: «Ojalá pudiéramos decir que nos sorprende enterarnos de que es un problema tan generalizado en vuestra industria. Por desgracia, no nos sorprende porque es una realidad que conocemos demasiado bien».

    La carta, leída en alto en la reunión de Time’s Up en Beverly Hills por la actriz America Ferrera, provocó un río de lágrimas, según cuenta Michelle Kydd Lee, una de las primeras organizadoras de Time’s Up y la directora de innovación de Creative Artists Agency.

    «Fue la cristalización de algo que nos permitía sobreponernos a la crisis y llegar al metamomento. ¿Podemos sobreponernos como hermanas de cualquier raza o clase y crear juntas un nuevo idioma que nos permita celebrar nuestras diferencias y celebrar lo que nos une en verdadera sororidad?», explicó. «En una colina o en un valle, estamos juntas en esto».

    En cuestión de un año, el grupo había recaudado 22 millones de dólares para un fondo de defensa legal que ayudara a las mujeres empleadas como trabajadoras de hotel, personal sanitario, operadoras de fábricas, guardias de seguridad, abogadas, académicas y artistas que buscan la igualdad salarial, condiciones laborales seguras y protección frente al acoso sexual.

    “Las mujeres que quieren cambiar del mundo, o llegar tan lejos como las lleve su talento e interés, a veces deben resistirse o rechazar esa vocecita en la cabeza que aviva nuestras inseguridades y nos sugiere cómo deberíamos y no deberíamos comportarnos.”

    Rhimes pudo crear el tipo de lugar de trabajo que siempre quiso, pero sabe que la mayoría de las mujeres no tienen ese privilegio. En los meses en los que las mujeres de Hollywood se reunían al menos una vez al día, Rhimes fue quien instó al grupo a tener ideas atrevidas, no solo imaginar cómo podían arreglar el sistema, sino imaginar cómo debería haber funcionado el sistema desde el principio, sin la dinámica de poder que confirió instintivamente una categoría subordinada a las mujeres.

    Incluso en ese momento en el que las mujeres se hacen con el control y tratan de impulsar un movimiento verdaderamente global, incluso cuando se unen en un rugido colectivo, los estereotipos de género pueden ejercer un efecto pernicioso, creando una especie de reticencia visceral.

    «Me sigue pareciendo muy triste que a la gente le dé miedo que pidamos la igualdad», me contó Rhimes. Y las mujeres «parecen tener mucho miedo a pedir la igualdad», dijo, añadiendo que lo ha visto una y otra vez, «por la forma en que se disculpan las mujeres, la forma en que intentan negociar sus contratos o la forma en que se valen por sí mismas».

    Las mujeres que quieren cambiar del mundo, o llegar tan lejos como las lleve su talento e interés, a veces deben resistirse o rechazar esa vocecita en la cabeza que aviva nuestras inseguridades y nos sugiere cómo deberíamos y no deberíamos comportarnos. Es como una señal parpadeante que dice «incorpórese con precaución»: sé exigente, alza la voz, actúa y prepárate para que te vean como la mujer negra cabreada, la latina peleona, la arpía, la chillona, la agitadora, la alborotadora, la palabra que rima con fruta.

    Rhimes me contó que muchas de las mujeres tenían dificultades con la idea de demandar la igualdad. «Era como si pensaran: “¿Cómo hacemos que los hombres se sientan cómodos con los trocitos del pastel que pedimos?”», me dijo. «Pedir que nos den un trocito diminuto de lo que ya debería ser nuestro es un punto de partida ridículo».

    Entonces, ¿cómo desafías un sistema que está diseñado para dar menos a las mujeres en términos de seguridad personal, respeto, ingresos, estatura o galardones? ¿Cómo te niegas a dar tu consentimiento cuando el sistema te asigna al estante de abajo que dice «inferior»?

    ¿Recordáis aquella frase que se le atribuye a Eleanor Roosevelt? Es improbable que pronunciase esas mismas palabras. Sin embargo, cuando le preguntaron sobre un supuesto desprecio, dijo: «El desprecio es que una persona que se siente superior haga que otra se sienta inferior. Para hacerlo, debe encontrar a alguien a quien pueda hacer sentir inferior».

    La gente interesada en mantener el status quo siempre buscará personas a las que hacer sentir inferior. Son las arenas movedizas que pisan. Pero en este momento, en el que hay mucha esperanza y mucho en juego, hagamos que ya no sea fácil encontrar mujeres y niñas a las que hacer sentir inferiores. Hagamos que conozcan su poder y su lugar, como iguales.

    Michele Norris pasó una década como presentadora de All Things Considered de la NPR. Es la directora fundadora del Race Card Project, un archivo narrativo que explora la raza y la identidad cultural.
    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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