El arte en Lanzarote: el legado de César Manrique en la isla de los volcanes

La armonía que esculpió el artista en cada rincón de la isla de Lanzarote es uno de los sellos distintivos más poderosos de sus singulares paisajes volcánicos.

En el año 1966, los Jameos del Agua fue la primera obra de César en el paisaje de Lanzarote, donde usó como lienzo un espacio geológico creado por un tubo volcánico durante la erupción del volcán de La Corona.

Fotografía de Norbert Nagel, Wikimédia Commons
Por Cristina Crespo Garay
Publicado 24 dic 2021, 13:25 CET

“La eternidad es un instante y un instante es la eternidad”. Nacido en Arrecife, el artista César Manrique (1919-1992) es el gran sello del arte lanzaroteño, presente en muchas de las islas Canarias. No se puede comprender la cultura reciente de esta isla sin ahondar primero en la huella que dejó este isleño de nacimiento y corazón en cada una de las calles y rincones de Lanzarote.

“Aunar el arte y la arquitectura con la belleza natural del paisaje”. Esa era, según explica él mismo en el documental de la Casa Museo de César Manrique, su principal objetivo como artista. Allí no es difícil apreciar que la biografía del pintor y escultor reflejan a un amante de su tierra repleto de inquietudes.

“Creo que lo único inteligente es tener esa conciencia del instante de una vida, para jugar con este maravilloso y fantástico experimento y poderse reír de las ingenuidades, de lo llamado importante”, afirmó en su libro César Manrique en sus palabras.

Arte en defensa del medio ambiente

Aunque Manrique nació en Arrecife, la capital de Lanzarote, con 17 años se alistó en el bando franquista al estallar la guerra civil, y al finalizar esta se instaló en Tenerife para estudiar arquitectura en la Universidad de La Laguna. Sin embargo, sin terminar los estudios se trasladó a Madrid para apuntarse en la Academia de las Bellas Artes de San Fernando.

Antes de regresar a Lanzarote en el año 1966, el artista pasó varios años en la ciudad de Nueva York y, al volver, comenzó distintos proyectos paisajísticos que hoy dibujan su isla entre arte y naturaleza. Su estilo sencillo, en conexión con la naturaleza a la par que vanguardista, ha guiado el desarrollo y los paisajes de Lanzarote desde entonces.

Su labor como artista comenzó a entremezclarse con una labor social y política cuando llegó el boom del turismo masivo. César Manrique no tardó en ver venir las consecuencias que tendría para los ecosistemas de la isla y, para intentar preservarla, lideró numerosas protestas contra la construcción masiva de complejos turísticos.

Así, además de su legado artístico, Manrique fue una importante fuente de inspiración para la población canaria en lo que comenzaba a ser activismo ecologista. “Al truncar diversos proyectos de constructoras, ha llegado a especularse que su muerte en un trágico accidente de tráfico, que dejó a su tierra abatida en 1992, no fuera fortuita”, explica el guía del museo.   

Los Jameos del Agua

A medida que se recorre la isla, los paisajes lanzaroteños van mudando su vestimenta a un ritmo vertiginoso según avanza la carretera. Cuando cruza cercana a un volcán, los contrastes entre la negra tierra y la vegetación que, con el paso del tiempo, va abriéndose paso a través de ella, crean patrones de colores y figuras casi inverosímiles.

Apenas sin reparar en ello, cada rincón está impregnado del arte de César Manrique según te adentras en sus pueblos y ciudades. Sobre todo al noreste de la isla, su presencia te acompaña a lo largo de todo el viaje.

En el año 1966, los Jameos del Agua fue la primera obra de César en el paisaje de Lanzarote. En ella usó como lienzo un espacio geológico sin igual en el municipio de Haría, recuperando un tubo volcánico por el que corrió la lava del volcán de La Corona para crear una conexión con la naturaleza.

“Antes de que Manrique lo rediseñase, los Jameos del Agua eran un tubo volcánico que había quedado semidesplomado y abandonado por el paso del tiempo”, explica la guía. “El artista logró aunar la paz y la tranquilidad de un lugar geológico como aquel con el arte de su diseño”.

Jameito, un cangrejo único en el mundo

Además, este mágico enclave alberga una especie única en el mundo: un tipo de cangrejo albino y ciego que vive en las aguas de este tubo volcánico, mecido por la bajamar y la pleamar. El Munidopsis polymorpha, llamado jameito, es endémico de Lanzarote y tan solo habita algunos jameos, por lo que está en grave peligro de extinción.

Además, a este enclave el agua llega desde el mar, lo cual afecta a su salud. También los metales son altamente peligrosos para estos pequeños animales, por ello está completamente prohibido arrojar monedas al agua.

Endémica de Lanzarote, la especie Munidopsis polymorpha está gravemente amenazada debido a la contaminación del agua del mar y porque solo habita en algunos jameos, o tubos volcánicos, de Lanzarote. 

Fotografía de V. Carceler, Wikimédia Commons

“Parece una araña pequeñita”, dice un niño al acercarse a observarlos bajo el agua, posados sobre la negra roca. Con su pequeño tamaño y su coloración blanquecina, el cangrejo ciego se considera, según la ley del Gobierno de Canarias, el símbolo natural de la isla de Lanzarote junto con la tabaiba dulce.

El tiempo detenido

Bajando hacia el sur desde Jameos se encuentran sus dos casas, donde vivió durante su estancia en Lanzarote. La Fundación César Manrique ocupa la espectacular casa en la que vivió el artista durante 20 años y que representa por completo el estilo del artista: aprovechar todas las posibilidades que ofrece la naturaleza para crear arte. Así, la propiedad se edificó utilizando los restos de una colada volcánica.

La planta inferior consta de cinco burbujas volcánicas bajo el suelo, que Manrique unió con pasillos excavados en la propia lava. La última de las estancias, en la que hoy se exponen sus pinturas, era el estudio original del artista.

Para conocer la segunda casa del artista, donde vivió sus cuatro últimos años, se debe ir hasta Haría, uno de los pueblos más famosos de Lanzarote por su belleza. La Casa del Palmeral se ha reconvertido en un museo donde el tiempo se ha quedado detenido; la ropa de Manrique sigue colgada en sus armarios y las obras que no finalizó se encuentran en su estudio como si en cualquier momento fuera a llegar para terminarlas.

El Jardín de Cactus y la Cueva de los Verdes

Según explican los guías a sus puertas, el Jardín de Cactus era la obra favorita de César Manrique. Excavado en el corazón de una antigua cantera y rodeado por una extensa plantación de tuneras para la cría de cochinilla, que segrega una sustancia utilizada como colorante que fue uno de los principales motores de la economía de la isla en el siglo XIX. Dentro de los jardines podemos encontrar hasta 4500 ejemplares de más de 400 especies de cactus originarias de todo el mundo.

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    La Cueva de los Verdes esconde un secreto en las profundidades de este tubo volcánico, desvelado al llegar al final del recorrido.

    Fotografía de Luc Viatour, Wikimédia Commons

    Al continuar hacia el norte la carretera que discurre al borde de la costa este de la isla, se encuentra la Cueva de los Verdes, uno de los lugares más famosos del legado del artista, aunque este tubo volcánico no fue diseñado por el artista, sino por su colaborador Jesús Soto, que siguió el mismo estilo y buscó la misma conexión entre hombre y naturaleza. Esta gruta fue creada por el mismo tubo volcánico que esculpió los jameos del agua, dos espacios geológicos conectados de forma subterránea pero que se visitan de manera independiente.

    El recorrido de esta gruta volcánica, rodeado de leyendas que cuentan los habitantes de la isla, es uno de los lugares de visita imprescindible para conocer la mente del artista por lo especial que resulta descubrir el secreto que albergan las profundidades de la cueva. Los lugareños piden que se guarde para que no se rompa la magia del lugar para aquellos que acudan por primera vez.

    La belleza de los contrastes

    Cogiendo de nuevo la carretera en dirección hacia la isla de La Graciosa, al noroeste de la isla, se encuentra el Mirador del Río,  donde el artista esculpió un pequeño refugio enmarcado en la roca que apenas puede verse desde la carretera. A la belleza otorgaba Manrique a todas sus obras, en este lugar se suma la increíble belleza de las vistas, que en los días despejados permiten ver en toda su extensión la isla de La Graciosa y el archipiélago de Chinijo, donde destaca la Montaña Clara y Alegranza.

    La isla de Lanzarote, esculpida en muchos de sus puntos por el artista, lleva su sello consigo al adentrarte en lo más profundo de la creatividad infinita de César Manrique, considerado un vanguardista de su época que fue capaz de aunar elementos tan dispares y hostiles como la lava, el mar, las cuevas o la roca negra en lugares de tal belleza para el hombre. El negro, el blanco, el verde y el azul se fusionan en todos los rincones otorgando la isla un aire de belleza y serenidad impregnado del propio carácter del artista.

    “Me pregunto muchas veces: ¿Dónde está la perfección?”, escribió Manrique. “Pero en este juego es donde llena mi alma, al enfrentarme al desconocimiento de lo infinito. Esta es la causa para hacer de la vida un juego y saltar por encima de las recetas los prejuicios y de esas torpes normas que han ensuciado el sentimiento”.

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