“Tenía miedo, quería bajarme y le grité al contrabandista que nos dejara ir, pero era demasiado tarde”

Desde 2014, las rutas migratorias del Mediterráneo se han cobrado más de 23 000 vidas convirtiéndolas en unas de las más mortíferas del mundo.

Por Cristina Crespo Garay
Publicado 3 ene 2022, 17:01 CET
El bote había partido de Zuwara la noche del 15 de noviembre con 109 personas a ...

El bote había partido de Zuwara la noche del 15 de noviembre con 109 personas a bordo. Cuando los Geo Barent llegaron a primera hora de la tarde, los equipos de MSF rescataron a 99 personas y encontraron los cuerpos de 10 personas en la cubierta inferior, probablemente asfixiados por los vapores del combustible.

Fotografía de Virginie Nguyen Hoang, MSF

“Temí no conseguirlo, así que escribí en el brazo de Ali el nombre de su madre y su contacto. Ella está en Siria. Tenía la esperanza de que si me hubiera pasado algo en ese barco, alguien podría haber cuidado de mi hijo y haber informado a su madre”.

Es el relato de Moustafa cuando le preguntan, ya a bordo del buque de rescate, sobre las letras escritas en el brazo de su hijo. “Cuando los alcancé para ayudarlos y ponerles una manta térmica sobre los hombros, fue cuando vi algunas palabras escritas con bolígrafo en árabe en el brazo derecho de Ali”, cuenta Candida Lobes, gerente de comunicaciones de MSF a bordo del barco.

Rescatado el pasado 16 de noviembre de 2021 junto a sus tres hijos, Moustafá explica que salieron de Libia el día anterior en el bote de madera del que acababan de ser rescatados. Ali, de 7 años, sus dos hermanos y su padre Moustafa fueron subidos a bordo del barco de rescate Geo Barents, de Médicos Sin Fronteras (MSF). “Moustafa, el padre de Ali, cojeaba. Inmediatamente pensé que debe ser difícil para él estar de pie mientras el barco se tambalea, después de horas sentado en la misma posición en un bote abarrotado”, narra Lobes.

“Me es imposible aceptar que a un padre cariñoso no le quedara otra opción que arriesgar la vida de sus hijos en un barco en el Mediterráneo solo para permitirles asistir a la escuela”

por Candida Lobes
MSF

“Cuando vi a todas las personas que estaban subiendo a bordo [en Libia], me di cuenta de que estaba demasiado lleno. Tenía miedo, quería bajarme del barco y le grité al contrabandista que nos dejara ir, pero era demasiado tarde”, dice Moustafa. "El hombre al que le pagué para subir al barco me gritó que me detuviera y me amenazó con matarnos a mí ya mis hijos con su arma. No teníamos elección”.

Las milicias se han convertido en el cortafuegos de Europa para no atender la crisis de la ruta migratoria más mortífera mientras los barcos de ayuda humanitaria son la única esperanza en aguas del Mediterráneo. Se estima que 1303 personas han muerto o desaparecido mientras intentaban el peligroso viaje a través del Mediterráneo central en 2021, incluidos niños. Unas 23 150 personas en esta misma ruta desde 2014, según Missing Migrants.

"Las personas que huyen de la miseria, las guerras, el hambre, la persecución o el cambio climático, se ven acorraladas entre sus motivos para huir y una estrategia política europea que demuestra cuáles son las prioridades de la Unión Europea y los recursos valiosos que la componen”, afirma Mikel San Sebastián, portavoz de la ONG Salvamento Marítimo Humanitario que dirige el buque Aita Mari.

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    El 16 de noviembre, los Geo Barents rescataron a 99 supervivientes a unas 30 millas de las costas libias. En el fondo del barco de madera abarrotado, se encontraron 10 personas fallecidas por asfixia, después de 13 horas a la deriva en el mar.

    Fotografía de Virginie Nguyen Hoang, Médicos Sin Fronteras

    Según afirma Matteo de Bellis, investigador sobre asilo y migración en Amnistía Internacional, “la Unión Europea ofrece a las autoridades libias toda forma de asistencia, barcos, entrenamiento, asistencia financiera, soporte a la coordinación de las operaciones, etcétera”, debido a que, desde el punto de vista del derecho internacional, es ilegal enviar personas a Libia.

    Estos grupos armados colaboran con el tráfico de personas, las retienen, encarcelan y extorsionan a quienes interceptan en el mar. “Hay que asumir que las personas que son enviadas a los centros de detención libios serán detenidas de forma arbitraria, torturadas y violadas. Ni siquiera tienen equipación para salvamento, son patrulleras militares que llevan a las personas a un país en guerra, donde van a ser detenidas en campos no regulados, la mayoría financiados por Europa”, afirma Oscar Camps, , director del barco español de ayuda humanitaria Open Arms.

    Los supervivientes del rescate de Moustafá relatan que partieron de Zuwara, a unos 100 kilómetros de Trípoli, en la costa libia, a última hora de la tarde del 15 de noviembre en un estrecho barco de madera. Después de recorrer algunos kilómetros por mar, el clima comenzó a empeorar, las olas se hicieron más altas y el motor dejó de funcionar.

    “La gente estaba en pánico, teníamos mujeres y niños a bordo, todos estaban asustados y llorando. Muchos sollozaban, gritaban y se movían por el bote desesperados. No había nada que pudiera hacer, solo rezarle a Dios para que mis hijos se mantuvieran con vida”, dice Moustafá.

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      Izquierda: Arriba:

      “Temí no conseguirlo, así que escribí en el brazo de Ali el nombre de su madre y su contacto. Ella está en Siria. Tenía la esperanza de que, si me hubiera pasado algo en ese barco, alguien podría haber cuidado a mi hijo y haber informado a su madre”, explica Moustafa.

      Derecha: Abajo:

      "Ya no tengo deseos para mi vida, solo quiero una buena vida para mis hijos, quiero que estén seguros y quiero que finalmente tengan una buena educación", afirma Moustafa.

      fotografías de Virginie Nguyen Hoang, MSF

      El bote había partido de Zuwara la noche del 15 de noviembre con 109 personas a bordo. Cuando el Geo Barents llegó a primera hora de la tarde, los equipos de MSF rescataron a 99 personas y encontraron los cuerpos de 10 personas en la cubierta inferior, probablemente asfixiados por los vapores del combustible.

      “Los supervivientes nos dijeron que estas personas habían pasado más de 13 horas en la estrecha cubierta inferior del barco”, relata Lobes. “Algunas de las personas en el barco no se habían dado cuenta de lo que les estaba sucediendo a sus amigos o familiares en la cubierta inferior. Otros tuvieron que viajar durante horas junto a los cuerpos de sus compañeros de viaje”.

      La mayoría de las personas rescatadas aquel día han relatado una serie de eventos traumáticos a lo largo de sus viajes. Su experiencia en el barco es tan solo la más reciente entre otras muchas  vivencias de abusos, violencia y miedo. "Ya no tengo deseos para mi vida, solo quiero una buena vida para mis hijos, quiero que estén seguros y quiero que finalmente tengan una buena educación", afirma Moustafa.

      Moustafa tiene un fijador interno de metal en su pierna derecha que lo hace cojear. Dice que ha estado sufriendo desde 2011, cuando su pierna resultó gravemente herida en Siria y los médicos tuvieron que colocarle el fijador. “[Hombres armados] vinieron a buscarme mientras estaba en mi tienda. Cerraron la puerta, me golpearon repetidamente con la culata de sus rifles y con lo que encontraron”, dice Mustafa. “Me quedé inconsciente, pensaron que estaba muerto. Unas horas después, me desperté en una calle vacía, detrás de unos edificios abandonados, con una pierna rota y cubierta de sangre".

      Moustafá es de Babbila, un suburbio del sur de Damasco que estuvo bajo un asedio de cuatro años durante el conflicto en Siria, que comenzó en 2011. Cuando se levantó el asedio en 2015, decidió huir de la guerra con sus tres hijos. Ali tenía solo un año en ese momento.

      “Su viaje ha sido largo y difícil desde entonces: la familia pasó casi un mes en Sudán y luego se mudaron a Egipto. En septiembre de 2021, desempleado y con los pasaportes vencidos, Moustafa tomó la difícil decisión de ir a Libia e intentar cruzar el Mediterráneo. Esperaba darles a sus hijos al menos la oportunidad de asistir a la escuela”, relata Lobes.

      La familia cruzó la frontera de Egipto a Libia, después pasaron por Bengasi y Trípoli, más tarde a Sabratah y Zuwara, para finalmente encontrar el barco del que los rescataron los Geo Barents. “Me cuesta comprender que un niño como Ali, con su sonrisa increíblemente amable y su bondad, haya pasado toda su vida huyendo. Me es imposible aceptar que a un padre cariñoso no le quedara otra opción que arriesgar la vida de sus hijos en un barco en el Mediterráneo solo para permitirles asistir a la escuela de forma segura”, explica Lobes.

      “Esta es la vergonzosa realidad que se desarrolla en las fronteras europeas, donde las políticas migratorias irresponsables e imprudentes condenan a personas como Moustafa y su familia a arriesgar sus vidas”, concluye la portavoz.

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