La guerra por eliminar los desechos de plástico de los océanos

Los estadounidenses utilizan 500 millones de pajitas diariamente. Los activistas ciudadanos quieren reducir esa cifra.

Por Laura Parker
Publicado 9 nov 2017, 4:14 CET
La guerra contra el plástico
El equivalente a cinco bolsas de la compra de restos plásticos por cada 30 centímetros de costa se vierte a los océanos anualmente. Aquí, en una isla remota del mar Caribe, las botellas, envoltorios y pajitas desechadas llegan hasta la costa y cubren la playa.
Fotografía de Ethan Daniels, Alamy
Esta historia forma parte de ¿Planeta o plástico?, una iniciativa plurianual para crear conciencia sobre la crisis global de desechos plásticos. Ayúdanos a evitar que mil millones de objetos de plástico de un solo uso lleguen al mar para finales de 2020. Elige al planeta. Comprométete en www.planetaoplastico.es.

Con ocho millones de toneladas de desechos plásticos que llegan cada año a los océanos del planeta, las pajitas de plástico seguramente no sean el elemento que más contribuya a tal tonelaje.

Pese a todo, este pequeño y delgado tubo, innecesario para el consumo de la mayoría de bebidas, se encuentra en el centro de una campaña medioambiental en crecimiento, que tiene el objetivo de convencer a las personas para que dejen de utilizar pajitas y así ayudar a salvar los océanos.

Al ser pequeñas y ligeras, las pajitas casi nunca llegan a las papeleras de reciclaje. Las pruebas de este fracaso son claramente visibles en cualquier playa. Y pese a que las pajitas suponen una fracción diminuta del plástico del océano, su tamaño las convierte en uno de los contaminantes más traicioneros debido a que atrapan a los animales marinos y son consumidas por los peces. Por ejemplo, este vídeo  de unos científicos extrayendo una pajita atrapada en la nariz de una tortuga se hizo viral en 2015.

"Si tienes la oportunidad de elegir no utilizar una pajita de plástico, esto puede contribuir a mantenerlas lejos de nuestras playas y a crear conciencia social sobre el plástico en el océano", afirma Jenna Jambeck, profesora de ingeniería de la Universidad de Georgia cuyo revolucionario estudio de 2015 proporcionó la primera medida de la cantidad de desechos plásticos que se vierten al océano anualmente. "Y si puedes tomar esta decisión, quizá puedas hacer mucho más".

Las pajitas son el elemento más reciente en una lista en crecimiento sobre productos individuales de plástico que se prohíben, se gravan o se boicotean en un esfuerzo por frenar la basura plástica marítima antes de que supere a los peces, un cálculo que según se estima, será una realidad en 2050, según un estudio.

El pasado otoño, California se convirtió en el primer estado de Estados Unidos en prohibir bolsas de plástico, uniéndose a una serie de naciones que ya lo habían hecho, entre las que se encuentran Kenia, China, Bangladesh, Ruanda y Macedonia. Francia, además de prohibir las bolsas de plástico, se ha convertido en el primer país en prohibir también los platos, vasos y cubiertos de plástico, una medida que entrará en vigor en 2020. San Francisco ha prohibido el poliestireno, incluyendo objetos de poliestireno extruido como vasos, envases alimenticios, bolas de embalaje y juguetes de playa. Y en Rhode Island los activistas tienen como objetivo suprimir el lanzamiento de globos como celebración, después de que se recuperasen casi 2.200 en las orillas de Aquidneck Island en los últimos cuatro años.

La industria del plástico se ha opuesto a estas prohibiciones en todo momento. Los fabricantes de bolsas han persuadido a los legisladores en Florida, Misuri, Idaho, Arizona, Wisconsin e Indiana para que aprobasen legislación que anulase las prohibiciones de bolsas.

Keith Christman, consejero delegado de los mercados de plástico para el American Chemistry Council, afirma que la industria también se opondrá a cualquier esfuerzo que pretenda prohibir las pajitas de plástico.

Las prohibiciones de productos individuales normalmente vienen acompañadas de "consecuencias involuntarias", argumenta Christman. El remplazo de los productos puede causar un mayor impacto medioambiental que los productos plásticos prohibidos, según él. En algunos casos, los productos que se anuncian como biodegradables resultan no serlo. O lo que es peor: en ocasiones cambia el comportamiento del consumidor. Cuando San Francisco prohibió los productos de poliestireno, afirma él, una auditoría de la basura demostró que aunque los desechos de vasos de poliestireno se redujeron, aumentaron los de vasos de cartón.

"Lo que necesitamos es una buena estructura de gestión de residuos en los países que presentan la mayor fuente de este problema", explica. "Los países en rápido desarrollo en Asia no tienen dicha estructura".

Lo que diferencia la campaña antipajitas de otros esfuerzos —y lo que explica su posible éxito— es que los activistas no quieren cambiar la leyes o regulaciones. Simplemente les están pidiendo a que consumidores cambien sus hábitos y digan no a las pajitas.

El miedo a los gérmenes

Las pajitas, que en su día se encontraban sobre todo en los dispensadores de bebidas de la década de 1930, se han convertido en uno de los productos más extendidos e innecesarios del planeta. No existen cifras sobre su uso a nivel mundial, pero los estadounidenses utilizan diariamente 500 millones de pajitas, según el Servicio de Parques Nacionales del país. A excepción de quienes las necesitan por razones médicas, las pajitas son innecesarias para el consumo de bebidas.

"Hace diez año, las pajitas no estaban por todas partes. Solía ser en los bares, allí sí te daban pajita. Ahora pides un vaso de agua con hielo y te ponen una pajita", explica Douglas Woodring, fundador de la Ocean Recovery Alliance, un grupo con sede en Hong Kong que trabaja para reducir los residuos oceánicos.  "En parte, sospecho que ha sido por el miedo de la gente a los gérmenes".

Woodring se dio cuenta del incremento del uso de pajitas tras el brote en 2003 del síndrome respiratorio agudo grave que comenzó en China y se extendió a más de dos docenas de países en las Américas y en Europa, infectando a 8.098 personas y matando a 774.

"De repente, se propagaron las pajitas", explica. "Entonces los consumidores daban por hecho que debían tener su propia pajita, pese a que la mayoría no las necesitaban".

Con la proliferación de las pajitas, también surgieron las campañas antipajitas. Algunos grupos tienen nombres para atraer la atención como Straw Wars, en el barrio londinense del Soho, o Straws Suck, utilizado por la mundialmente conocida Surfrider Foundation. Otras campañas han sido organizadas por medioambientalistas de menor talla, como la campaña OneLessStraw, lanzada por un equipo de hermano y hermana, Olivia y Carter Ries, cuando tenían 7 y 8 años respectivamente.

La basura rebosa de las papeleras del Brick Lane Market en el East End londinense. Las pajitas de plástico sobresalen en las pilas de basura que se acumulan en las calles en este mercado semanal.
Fotografía de In Pictures Ltd., Corbis, Getty

Aunque el temor a los gérmenes llevase al uso a nivel global de miles de millones de pajitas, el vídeo de ocho minutos de cómo se retira un trozo de diez centímetros de la nariz de una tortuga marina en Costa Rica podría haber cambiado las tornas. Aunque el vídeo es doloroso, pero tiene 11 millones de reproducciones en YouTube.

Linda Booker, una realizadora de Carolina del Norte cuyo documental, "Straws", se está reproduciendo en el circuito de festivales cinematográficos primaverales en los Estados Unidos, afirma que el vídeo de la tortuga la inspiró en parte para utilizar las pajitas como proyecto para un documental. Entrevistó a científicos y los incluyó en su película.

"Creo que gran parte del impulso de estas campañas contra las pajitas se ha generado con el vídeo de la pajita en la nariz de la tortuga", afirma.

El último participante en estas campañas antipajitas es la Lonely Whale Foundation, una organización sin ánimo de lucro cofundada por el actor Adrian Grenier, quien recientemente ha sumado a la causa su influencia como celebridad. Dio comienzo a su iniciativa durante una conferencia sobre plástico en los océanos en Charleston (Carolina del Sur) esta misma primavera, con la frecuente historia de presenciar a un camarero trayendo un vaso de agua con una pajita a su mesa.

"Es una puerta de entrada, una forma de empezar", afirma Grenier. "Muchas veces las personas se sienten superadas por la enormidad del problema y se rinden. Necesitamos un objetivo alcanzable para humanos corrientes. El desafío es deshacerse de las pajitas de plástico, empecemos con esto. Y después, podremos avanzar desde ahí".

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