Este hombre solo come aquello que cultiva o recolecta: ¿por qué?

Durante su experimento de un año de «libertad alimenticia», un residente de Orlando intenta reconstruir la agricultura urbana.

Por Kristen A. Schmitt
Publicado 27 mar 2019, 18:26 CET
Rob Greenfield
Rob Greenfield está a la mitad de un experimento que implica vivir en una casa diminuta en el jardín de alguien y recolectar su propia comida.
Fotografía de Jason Schmitt

Rob Greenfield cuenta pomelos en la acera, a una manzana de una intersección saturada: tiene más de una docena que ha arrancado de un árbol cercano. Ya lleva cien días en un experimento de un año en el que recolectará o cultivará el cien por cien de su comida. Este día en particular, la cosecha de pomelos de Greenfield es solo uno de los diez alimentos recolectados, desde malvavisco (Malvaviscus arboreus var. drummondii) al romerillo (Bidens alba) que ha encontrado durante un paseo de una hora.

«La comida crece a nuestro alrededor. Es impresionante lo mucho que descubres si abres bien los ojos», afirma Greenfield, que ha cubierto más de 160 kilómetros de carreteras en busca de comida dentro de la zona de Orlando, normalmente en bicicleta.

«He recorrido 49 estados y allí donde voy crece comida. Cuando fui en bici por Pensilvania, había moreras por todas partes. En el sur de California, encontré nísperos japoneses y naranjos chinos y, en Wisconsin, era todo manzanos, perales y ciruelos. Aquí, si veo algún níspero, lo marco y sé que puedo volver en marzo o abril».

Greenfield no es ajeno a las cruzadas medioambientales. Ha pasado gran parte de sus 32 años de vida dedicándose a promover temas como el desperdicio de alimentos, el reciclaje y la vida alejada de la civilización, creando conciencia visual sobre temas que, de lo contrario, se ignorarían. De hecho, este experimento de un año se retrasó unos meses por otros proyectos que había puesto en marcha (jardines para madres solteras, el proyecto Free Seed y Community Fruit Trees), por eso este proyecto en particular no comenzó hasta el 11 de noviembre de 2018.

Pero eso también se debe a que necesitaba prepararse.

Construir un hogar diminuto

Primero, Greenfield aprendió qué tipos de plantas crecían bien en Florida hablando con agricultores locales, visitando jardines comunitarios, asistiendo a clases, viendo vídeos de YouTube y leyendo libros sobre la flora local autóctona.

«Eso me permitió pasar de no saber cultivar nada en esta zona a, diez meses después, saber cultivar y recolectar el cien por cien de mi comida», afirma Greenfield. «Aproveché un conocimiento local que ya existía».

Cultivados en casa: calabazas moscadas, una variedad que se almacena bien, se acumulan en las estanterías inferiores de Greenfield y una mezcla de alimentos fermentados (vinagres, hidromiel, chucrut) se disponen en las estanterías superiores.
Fotografía de Jason Schmitt

A continuación, debía encontrar un lugar donde vivir, ya que no tiene tierras en Florida (ni quiere tenerlas). Envió un mensaje dirigido a residentes de Orlando por redes sociales para encontrar a alguien interesado en permitirle construir una casita en su propiedad. Lisa Ray, herborista interesada en la jardinería, cedió su jardín, y Greenfield construyó su casita de 9,2 metros cuadrados con material reciclado.

Dentro del espacio en miniatura, entre un futón y una mesita, rellena metódicamente unas estanterías que van del suelo al techo con una serie de alimentos caseros fermentados (vinagres de manzana, plátano y mango, hidromiel, chucrut), más de cien pequeñas calabazas moscadas, tarros llenos de miel (recogidos de colonias de abejas mantenidas por Greenfield), sal (hervida a partir de agua de mar), hierbas secadas y preservadas minuciosamente, y contenedores con patatas y fruta de la pasión. En una esquina, tiene un pequeño congelador lleno de pimientos, mangos y otras frutas y verduras recolectadas de sus jardines o de la ciudad, así como pescado salvaje capturado.

Una pequeña cocina exterior está dotada con un filtro de agua Berkey, una unidad HomeBioGas que parece un hornillo de campamento (pero que utiliza biogás producido a partir de desperdicios de alimentos) Un cobertizo con un retrete compostable y una ducha con agua de lluvia completan su hogar.

«Lo que hago es extremo, está diseñado para que la gente abra los ojos», cuenta Greenfield. «Estados Unidos alberga al 5 por ciento de la población mundial y utiliza el 25 por ciento de los recursos mundiales. Cuando viajé por Bolivia y Perú, hablé con personas en lugares donde la quinoa solía ser una fuente básica de alimento. Los precios se multiplicaron por 15 y, ahora, ni siquiera pueden permitirse aquello de lo que solían vivir porque a occidentales como nosotros nos gusta comer quinoa».

«En realidad, quiero que el proyecto llegue al grupo privilegiado de personas que son quienes, en última instancia, afectan negativamente a dichos lugares donde hemos convertido los cultivos en mercancías y hemos hecho que sean menos accesibles», afirma Greenfield, que se enorgullece de no estar motivado por el dinero. De hecho, el año pasado, los ingresos totales de Greenfield fueron solo 5.000 dólares.

Empleó sus nuevos conocimientos para invertir en semillas y plantó varios jardines para complementar su recolección, convirtiendo jardines como el de Ray en una proliferación de rábano daikon, lechugas, col rizada, acelgas, brócoli y batatas.

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    “Lo que hago es extremo, está diseñado para que la gente abra los ojos.”

    por ROB GREENFIELD

    «Si hay un árbol frutal en el jardín de alguien y veo fruta que se ha caído al suelo, siempre llamo a la puerta y pregunto», afirma Greenfield, que tiene cuidado de no cometer allanamiento y de que le den permiso antes de recolectar comida en propiedad privada. «He recibido muchas respuestas favorables, no solo “sí”, sino “adelante, por favor”, sobre todo con los mangos del sur de Florida en verano».

    Greenfield también recolecta alimentos en algunas partes de los parques públicos de Orlando, aunque sabe que quizá incumpla la normativa municipal. «Estoy siguiendo el código de la Tierra antes que el código de la ciudad», afirma.

    Greenfield usa una herramienta especial para arrancar pomelos en una calle concurrida de Florida.
    Fotografía de Jason Schmitt

    Cuando le preguntamos las posibles consecuencias de que alguien hiciera lo mismo, dijo: «Si todos decidiéramos que queremos recolectar comida, significaría que cambiaríamos en otros sentidos a un mundo más justo y sostenible».

    Y aunque algunos de sus proyectos actuales han incluido rebuscar en vertederos, este se basa exclusivamente en los alimentos frescos que recolecta o cultiva, nada envasado, por eso pasa la mayor parte del tiempo preservando su botín cocinando, fermentando y congelando.

    «Florida es un buen estado para cultivar, dependiendo de con quién hables», afirma Greenfield. Señala que puede ser difícil conseguir fertilidad en el suelo arenoso y las temperaturas cálidas pueden dificultar el cultivo de alimentos en verano, pero añade que «ahí es donde entran los cultivos perennes y la permacultura».

    Aunque hay que adelantar parte del dinero para empezar (comprar semillas y plantas y obtener una licencia de pesca), el coste total del proyecto ha sido mínimo.

    Algunas de las plantas que compró —como plátanos y boldo (Plectranthus barbatus, la planta que utiliza como papel higiénico)— siguen produciendo. La miel es un producto básico con el que endulza su comida y para lo que él considera beneficios medicinales. Mantiene tres colonias de abejas diferentes.

    «He producido 34 kilos de miel. Son 750 dólares de miel si la vendes a 10 dólares el tarro», cuenta Greenfield. «No la vendo porque es demasiado valiosa como para monetizarla... me resulta demasiado especial como para asignarle un valor».

    El dilema del recolector: la proteína y el almidón

    «El problema de este tipo de proyecto —y se ha probado muchas veces antes— es que siempre te encuentras con el dilema del recolector, que es la proteína y el almidón», explica Hank Shaw, recolector de California y autor de varios libros de cocina como Hunt, Gather, Cook: Finding the Forgotten Feast.

    «Si caza y pesca y se le da bien, entonces está bien en ese sentido», prosigue Shaw. «Si no caza ni pesca, entonces lo pasará mal porque su única fuente de proteína serán las legumbres y no hay muchas legumbres silvestres ahí fuera. Tendría que cultivar un huerto grande para conseguirlas».

    La Callicarpa americana es un alimento crujiente con un suave sabor floral.
    Fotografía de Jason Schmitt

    Greenfield está de acuerdo en que obtener suficiente proteína ha supuesto un problema. Pesca varias veces al mes (y congela su captura) y completa su dieta con proteínas vegetales como frijol de palo o frijol de ojo negro.

    «Irónicamente, los girasoles serán una de mis fuentes principales de proteínas, pero las ardillas no paran de comérselos», cuenta Greenfield. También esperaba poder aprovechar algún ciervo atropellado, pero el calor lo ha hecho imposible.

    «Un día frío aquí son 8 grados», afirma Shaw. «Así, un ciervo tarda unas seis horas en pudrirse».

    En lo que a almidón respecta, Greenfield depende de yuca y batatas.

    Con más de cien días de proyecto, Greenfield dice que no le parece «tener ningún desequilibrio ni nada por el estilo», aunque sí se hizo un análisis de sangre antes de comenzar el proyecto y se hará otro el día 365. «Desarrollar deficiencias nutricionales lleva su tiempo. En realidad, creo que como una dieta más completa que antes haciendo esto».

    Fertilizantes, herbicidas y plaguicidas

    Hay otros peligros importantes además del tráfico y la posibilidad de allanar una propiedad cuando se recolecta comida en la ciudad: la proliferación masiva de fertilizantes, herbicidas y plaguicidas. Solo en Estados Unidos, se usan cada año más de 453 millones de toneladas de plaguicidas y es cada vez más habitual que estos se filtren y contaminen recursos hídricos y alimenticios.

    Steve Brill, un naturalista apodado «Wildman» que lleva casi 40 años recolectando comida en la zona triestatal de Nueva York y otras áreas urbanas, dice que es importantísimo limitar la exposición a metales pesados o plantas tratadas químicamente.

    «El plomo es un metal pesado», afirma Brill. «Se establece cerca de su punto de emisión, así que no cojas nada en un radio de 15 metros de tráfico. Los brotes de crecimiento rápido captan los metales más pesados, y alimentos como frutos secos y frutas recolectan la menor cantidad. Los alimentos que crecen más rápido, sobre todo los de la familia de la cebolla y el ajo, son los peores que puedes recolectar cerca del tráfico».

    Greenfield no parece preocupado en exceso.

    «La gente piensa erróneamente que lo que compra en el supermercado es seguro», afirma Greenfield, que evita cualquier cosa que haya sido rociada o esté cerca de contaminantes. «Incluso los alimentos orgánicos, cualquier comida que consumas, han estado expuestos a cosas a las que no queremos que estén expuestos».

    Con todo, Philip Ackerman-Leist, experto en plaguicidas y autor de A Precautionary Tale: How One Small Town Banned Pesticides, Preserved Its Food Heritage, and Inspired a Movement, insta a los recolectores en áreas urbanas a utilizar la misma prudencia que aplicarían en el pasillo de productos frescos de un supermercado.

    «Las operaciones de agricultura orgánica, con inspecciones y gestión, son entornos controlados muy minuciosamente, pero en entornos urbanos y suburbanos es el Salvaje Oeste», afirma Ackerman-Leist, que aconseja a cualquiera que recolecte en esas zonas que conozca la historia y la actualidad de la gestión de tierras. «Los plaguicidas más regulados, incluso en la agricultura convencional, no están controlados y su regulación es cuestionable en términos del comprador, usuario o utilización en espacios públicos y privados en áreas urbanas y suburbanas».

    Libertad alimenticia

    La misión de Greenfield de pasar un año en «libertad alimenticia» es una prueba para comprobar si es posible lograrlo en 2019, en la sociedad occidental, donde un sistema de alimentación globalizado ha cambiado nuestra forma de comer. Ni siquiera Greenfield, que antes de este proyecto acudía a tiendas locales y a mercados de agricultores, está seguro del resultado final.

    Comida compuesta de alimentos recolectados y cultivados: verduras, pimientos y hierbas del jardín delantero, malvavisco y mango (en el aliño) recolectados.
    Fotografía de Jason Schmitt

    «Antes de este proyecto, nunca había comido durante un día alimentos que hubieran sido recolectados o cultivados al cien por cien», afirma Greenfield. «Tras superar los cien días, ya sabía que me cambiaría la vida porque ahora sé cómo cultivar comida, cómo recolectar alimentos y, esté donde esté en el mundo, me siento capaz de recolectar alimentos».

    Aunque su proyecto podría ser un ejemplo extremo, Greenfield espera que ayude a despertar a la sociedad en masa para reconectar con la comida, la salud y, por encima de todo, la libertad.

    «Mi mayor medida de éxito sería que miles de personas empezaran a cultivar parte de la comida que consumen», afirma Greenfield, «ya sea una planta de tomates en un balcón o convertir parte del jardín delantero en un huerto; hablar con la gente que produce su comida y entender de dónde viene, alejarse de un sistema de alimentos global e industrializado y no apoyar a esas empresas que no atienden nuestros intereses».

    Recetas por cortesía de Rob Greenfield

    Batido de frutas matutino

    Media papaya (cultivada)

    1 mango congelado (recolectado)

    2 carambolas congeladas (recolectadas)

    2 plátanos congelados (recolectados)

    Medio coco maduro (recolectado)

    Un puñado de moringa (cultivada)

    Un trocito de jengibre (cultivado)

    Un trocito de cúrcuma (cultivada)

    Unas hojas de menta (cultivada)

    Un puñado de albahaca morada (cultivada)

    Una cucharada de miel (cultivada)

    Una o dos tazas de agua

    Este es mi batido matutino habitual. Equivale a entre 1,7 o 2,3 litros de batido. Los ingredientes varían, pero esto ha sido lo habitual durante el primer tercio del año.

    Puré de batata y verduras

    1,8 kilos de batata (cultivada)

    Dos ramitas de romero (cultivado)

    Un trocito de jengibre (cultivado)

    Un trocito de cúrcuma (cultivada)

    Unas pocas hojas de cebollino ajo (cultivadas)

    Unos puñados de verduras del jardín como col rizada, berzas o acelgas (cultivadas)

    Una pizca de sal marina (recolectada)

    Aceite de coco (recolectado)

    Aderezar con hierbas del jardín como cilantro, eneldo y albahaca

    El puré de batata con verduras es una comida frecuente. Siempre hago lo mismo con la yuca. Normalmente, hago varias comidas de una vez en la olla y después caliento cada comida. Para hacer una comida completa, añado caldo de pescado que hago con cabezas de pescado y huesos de mi captura.

    Se puede disfrutar con un poco de hidromiel o jun (una bebida de té verde y miel fermentados).

    Fajitas de verduras rellenas de yuca con pescado

    1,3 kilos de yuca (cultivada)

    1 pescado (normalmente salmonete)

    4 pimientos rojos (cultivados)

    450 gramos de verduras del jardín como col rizada, berzas, brócoli o acelgas (cultivadas)

    Sal marina (recolectada)

    Con fermento de nabo y rábano daikon por encima (con cebolleta, ajos verdes, cúrcuma, jengibre y sal marina)

    Cuezo la yuca con los pimientos y la sal, salteo las verduras y hago el pescado al vapor.

    Envuelvo la yuca, el pescado y el fermento en las hojas de las verduras. Los envoltorios simples de verduras completan la comida y añaden un toque crujiente y variedad.

    Se puede disfrutar con un poco de hidromiel o jun.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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