La eliminación de CFC: una forma ignorada de combatir el cambio climático

Los refrigerantes prohibidos no solo degradan el ozono, sino que actúan como gases de efecto invernadero. Nuevos modelos facilitan la eliminación de las existencias antiguas.

Por Juli Berwald
Publicado 30 abr 2019, 16:04 CEST
Jürgen Meniel y su equipo
Jürgen Meniel y su equipo de City Waste Recycling en Accra, Ghana, preparan cilindros de CFC para transportarlos a unas instalaciones de destrucción en Estados Unidos.
Fotografía de Timothy H. Brown

En Accra, Ghana, los dueños de City Waste Recycling Jürgen Meniel y Vivian Ahiayibor se dedican principalmente a plásticos y metales, pero también reclaman refrigerantes de equipos antiguos. Hace años, se enteraron de que existía un enorme depósito de botes sin usar de un refrigerante denominado CFC-12. Los recipientes parecían pequeños tanques de propano, pero el gas que contenían era ilegal.

Los CFC, prohibidos hace 30 años por el Protocolo de Montreal por sus efectos perjudiciales en la capa de ozono estratosférica, también tienen un segundo efecto destructor en el clima.

Una sola molécula de CFC-12 puede contener 11.000 veces más calor que el dióxido de carbono, lo que lo convierte en un gas de efecto invernadero extraordinariamente potente. El pequeño y oscuro cobertizo donde el depósito de refrigerantes acumulaba polvo contenía casi 13.600 kilos de CFC. Si se liberaran a la atmósfera, dichos CFC contendrían el mismo calor que las emisiones de dióxido de carbono equivalentes a la quema de 60 millones de litros de gasolina.

El año pasado, una coalición de científicos y expertos en política de la organización sin ánimo de lucro Drawdown clasificaron por nivel de impacto las 100 principales soluciones al cambio climático. Nadie creía que la gestión de refrigerantes —que incluye los CFC y otras clases de productos químicos conocidos como HCFC o HFC— figuraría en los primeros puestos de la lista. Pero así fue.

El estudio de Drawdown estimaba que la eliminación adecuada de los refrigerantes antiguos, en lugar de permitir que se filtraran al aire, sería equivalente a prevenir la llegada de casi 90 gigatoneladas de dióxido de carbono a la atmósfera. Es el equivalente a más de 17 años de emisiones de CO2 en Estados Unidos.

«Es una solución importantísima», afirmó Chris Frishmann, director de investigación de Drawdown.

Así que la parte científica queda clara: limpiar el legado mundial de CFC ayudaría a prevenir que los gases de efecto invernadero adicionales cambien el clima aún más. Pero aún se está pensando la forma de conseguirlo, sobre todo en países en vías de desarrollo, debido a problemas financieros y logísticos. Con todo, una nueva ola de emprendedores creen haber encontrado soluciones funcionales para el clima y las empresas.

Los bancos de CFC

El Protocolo de Montreal, que controla la liberación de refrigerantes a la atmósfera, se considera uno de los tratados medioambientales de más éxito, en parte por la velocidad y unanimidad con las que respondieron los países del mundo al peligro que corría la capa de ozono. El acuerdo se aprobó solo cuatro años después de que se descubriera el agujero de la capa de ozono.

Pero el protocolo de Montreal también es importante por lo que hizo por el clima. Los gases que agotan el ozono son potentes gases de efecto invernadero. Se estima que el Protocolo de Montreal ha evitado que la atmósfera se llene del equivalente a 10 gigatoneladas de CO2 al año, o un cuarto de las emisiones mundiales anuales de dióxido de carbono. No cabe duda de que, de no ser por el Protocolo de Montreal, el cambio climático sería mucho más grave.

Los empleados de City Waste Recycling descargan cilindros de CFC que se recogieron en Ghana como parte del proyecto de compensación de carbono de Tradewater.
Fotografía de Gabriel Bankier Plotkin

Pero para alcanzar un consenso, los negociadores del Protocolo de Montreal debían trabajar con visión de futuro. Los países del mundo acordaron prohibir la producción futura de sustancias químicas que agotaran el ozono, pero los gases de ese tipo ya existentes, materiales conocidos como «bancos», se dejaron al margen del acuerdo. Los bancos tampoco eran insignificantes. En 1988, el año antes de que el protocolo entrara en vigor, el tamaño del banco de CFC era ligeramente superior a las emisiones globales de CO2 de aquel año.

En la actualidad, el tamaño de dichos bancos de CFC ha menguado. La mayor parte del gas ya se ha filtrado a la atmósfera. La mayor parte del banco de refrigerantes actual pertenece a una clase de sustancia denominada HFC. Su producción se prohibió en la Enmienda de Kigali al Protocolo de Montreal en octubre de 2016. Si el mundo se ciñe al acuerdo, la Enmienda de Kigali evitará un aumento de la temperatura a finales de siglo. Eliminar el banco podría servir para mucho más.

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    Como su seguimiento no es obligatorio, el tamaño de los bancos de CFC antiguos es solo aproximado. Los cálculos se basan en inventarios históricos de equipo que contiene refrigerantes. Los botes no usados de CFC, como los de Ghana, probablemente no se incluyan en dichos cálculos, ya que nunca se colocaron dentro de equipos. Esto significa que los bancos de refrigerantes —aunque son enormes— son una infraestimación de la cantidad real.

    Encontrar —y financiar— una solución

    Meniel, de City Waste Recycling, explicó por teléfono desde Accra que cuando encontró los botes en el cobertizo, sabía que no los vendería porque «los CFC están prohibidos en todas partes». Con todo, los botes de CFC son una bomba climática que se oxida lentamente. Debía hacer algo. «De lo contrario, se quedarán aquí para siempre y al final se filtrarán a la atmósfera».

    No existen obstáculos técnicos para la eliminación de los CFC. El gas puede incinerarse en hornos especiales que descomponen las moléculas en una mezcla benigna. Pero ante la falta de instalaciones de eliminación de CFC en Ghana ni en todo el África Occidental, el problema es financiero. Sin el peso de una regulación como el Protocolo de Montreal, ¿quién pagará la factura?

    En Chicago, los emprendedores Tim Brown y Gabe Plotkin creen que la respuesta está en el sector privado. Trabajan en Tradewater, una empresa que desarrolla proyectos que reducen las emisiones de gases de efecto invernadero. Su modelo empresarial se basa en poder vender esas reducciones como créditos de compensación de carbono en los mercados de carbono.

    En California, el mercado de derechos de emisión compra y vende dichos créditos de carbono. Sin embargo, para que un proyecto de eliminación de CFC se clasifique como tal en California, los CFC deben proceder de una fuente nacional. Dicha norma es una razón por la que la mayor parte de los CFC en Estados Unidos ya se han destruido, pero un proyecto que elimine los CFC de Ghana no puede venderse en el mercado californiano. De forma que Plotkin y Brown recurrieron al mercado de carbono voluntario.

    El mercado de carbono voluntario es el lugar donde particulares y empresas compran compensaciones de carbono, no porque se lo exijan, sino porque quieren cumplir metas personales o internas de neutralidad de carbono. Los proyectos de compensación del mercado voluntario oscilan desde parques eólicos en Asia a la reforestación de Sudamérica, pasando por hornillos limpios en África.

    «El mercado de carbono voluntario no es una innovación», afirmó Saskia Feast, vicepresidenta de Natural Capital Partners, una empresa que trabaja con grandes compañías como Microsoft y Sky para lograr sus metas de sostenibilidad. El dinero que aportan estas empresas al mercado voluntario posibilita que emprendedores como Brown y Plotkin desarrollen proyectos para reducir los gases de efecto invernadero que, de lo contrario, no saldrían adelante.

    Aunque el mercado voluntario fomenta soluciones empresariales creativas a los problemas que generan el cambio climático, también existen riesgos. Según un informe de 2017 de Ecosystem Marketplace, que sigue las tendencias de las finanzas medioambientales, «es un mercado de compradores, se venden casi tantas compensaciones como las que no se venden».

    Para comprobar si el mercado voluntario sustentaría un proyecto de destrucción de CFC, Brown y Plotkin llevaron a cabo una prueba piloto. Compraron una pequeña parte de los CFC de City Waste y contrataron a un verificador externo para que certificase los contenidos y documentase la destrucción de los CFC según un protocolo riguroso denominado Verified Carbon Standard. El proyecto generó casi 20.000 créditos de carbono, el equivalente a evitar que se emitan 20.000 toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera. Tradewater ofreció los créditos en el mercado voluntario y esperó a un comprador.

    Un nuevo mercado

    Un comprador fue la empresa de software Intuit, conocida por sus productos TurboTax y QuickBooks. Sean Kinghorn es el director del programa de sostenibilidad de la empresa, responsable de establecer una estrategia para la huella medioambiental de Intuit. Esto incluye compensar todas las emisiones de carbono del combustible consumido por sus instalaciones, por la electricidad usada para encender las luces o por el desplazamiento de sus empleados al trabajo. Pese a la amplitud de sus metas, Intuit ha sido neutral en carbono desde 2015. Una forma de medir sus objetivos de neutralidad es mediante el mercado voluntario.

    «La energía renovable es fantástica, pero se lleva toda la atención mediática», afirmó Kinghorn. «Necesitamos decenas y decenas de tipos de soluciones diferentes. Así que esto es fundamental».

    Explicó que el proyecto de CFC de Tradewater era adecuado para Intuit porque eran conscientes del problema ignorado de la gestión de refrigerantes. «Es una compensación de carbono, pero también estamos incentivando un nuevo mercado allí donde es necesario. Esperamos que cambie las cosas».

    Tradewater y City Waste colaboraron para recoger 711 cilindros de refrigerante que equivalen a 13.217 kilos. El material se transportó a Estados Unidos, donde fue destruido en abril de 2019, y evitó la liberación de más de 136.000 toneladas de emisiones de dióxido de carbono.
    Fotografía de Timothy H. Brown

    Ya lo ha hecho. Gracias a la venta, Tradewater pudo volver a Ghana el pasado diciembre. Durante dos días, Brown y Plotkin retiraron los 711 cilindros restantes del cobertizo y los colocaron en 24 palés. Los palés se cargaron en un buque que cruzó el Atlántico. Llegaron al puerto de Houston en febrero, combinaron los cilindros de CFC en un solo tanque y transportaron el camión a East Liverpool, Ohio, donde fueron destruidos en abril. El proceso generó más de 130.000 créditos de carbono y evitó que llegase a la atmósfera el equivalente a las emisiones de 27.601 coches durante un año.

    Si el mercado respalda este segundo proyecto, es probable que Brown y Plotkin vuelvan a Ghana. Meniel dice que tienen más CFC que puede recogerse. «Aún queda mucho más en el sistema. Aún intentamos recogerlos en Ghana y pasar a países vecinos. Sí, porque hay bastante».

    La historia no termina aquí. Brown y Plotkin, que tenían curiosidad por colaborar con el mercado de carbono de Costa Rica, viajaron a San José, donde descubrieron más cilindros de CFC sin usar. Su labor en Costa Rica les hizo buscar en Colombia y viajarán a Argentina en mayo.

    «Estamos preparándonos para buscar tanto de este material como podamos», afirmó Plotkin. «Sabemos que está ahí fuera y que tenemos la capacidad de encontrarlo, recopilarlo y destruirlo. No podemos darle la espalda. No ocurrirá de no ser por ese mercado. Es una parte de la ecuación fundamental».

    Juli Berwald tiene un doctorado en oceanografía por satélite y escribe sobre temas científicos desde Austin, Texas. Su libro más reciente es Spineless: the Science of Jellyfish and the Art of Growing a Backbone. Síguela en @juliberwald o en su página web www.juliberwald.com.
    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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