¿Cómo afectará la minería a un fondo marino que apenas conocemos?

Dieciocho años de datos recopilados por una empresa sobre ecosistemas abisales seleccionados para la minería se sumarán a nuestro escaso conocimiento de las profundidades marinas.

Por Todd Woody
Publicado 25 jul 2019, 13:56 CEST
Ferromanganeso
El ferromanganeso rico en cobalto forma depósitos nodulares en el fondo del mar. Las empresas hacen cola para extraer estos depósitos, recopilando datos sobre qué vive en ellos y a su alrededor.
Fotografía de Christopher Kelley, Noaa

El destino de las maravillosas criaturas de las profundidades del mar que viven en hábitats sobrenaturales seleccionados para la minería industrial podría depender de los datos científicos recopilados por empresas mineras, pero que se han mantenido en secreto durante años.

Durante 18 años, dicha información ha permanecido encerrada en una caja negra en la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos (ISA, por sus siglas en inglés). La delegación de las Naciones Unidas en Kingston, Jamaica, es la encargada de fomentar la minería del fondo marino al mismo tiempo que garantiza su protección, de forma contradictoria.

Pero eso está a punto de cambiar. Cuando la ISA se reúna este mes para crear códigos que permitan el comienzo de la minería, revelará una base de datos que contiene todos los datos medioambientales documentados por los mineros desde 2001. Por primera vez, los científicos podrán analizar la cantidad y la calidad de dicha información y determinar si las empresas mineras han cumplido la normativa de la ISA.

Lo más importante es que intentarán responder a una pregunta existencial: ¿tenemos información suficiente sobre una de las últimas zonas salvajes intactas del planeta —y el papel que desempeña en el sistema climático global— como para protegerla de la minería sin arriesgarnos a la vasta destrucción o la extinción de especies raras y no descubiertas?

La ISA ha emitido 29 licencias a compañías, startups y empresas respaldadas por el estado para que exploren vastas franjas del fondo marino que contienen las mayores reservas mundiales de cobalto, níquel y otros minerales valiosos. Dichos metales están muy demandados para la fabricación de diversos productos, desde baterías de coches eléctricos hasta iPhones. Por su parte, se exige que los contratistas de minería recopilen datos de línea de base medioambientales sobre la biología de las zonas de concesión, poco exploradas y ecológicamente singulares. Sin embargo, la ISA los ha tratado como información extremadamente confidencial e incluso los ha ocultado a su órgano legislador.

Un nuevo invento mantiene con vida en la superficie a las criaturas abisales
Esta es la SubCAS, o Submersible Chamber of Ascending Specimens. Es una cámara presurizada diseñada para traer de forma segura a los peces abisales a la superficie. Cuando los peces de las profundidades ascienden varios metros, el cambio de presión daña sus vejigas natatorias. La SubCAS corrige este cambio rápido de la presión. Ahora los científicos podrán estudiar estos peces, antes de difícil acceso, en un entorno controlado.

Sentar las bases

Debido a la escasa información sobre la zona abisal, los datos básicos informarían la creación de planes de gestión medioambiental y ayudarían a determinar el impacto de la minería en el fondo del mar. También serán cruciales para establecer un punto de referencia a partir del que supervisar las consecuencias de la minería con el paso del tiempo.

«Dichos datos de línea de base medioambiental son literalmente la piedra sobre la que se construirá todo lo demás y no solo deben ser abundantes, sino de alta calidad y accesibles», afirma Diva Amon, bióloga del fondo del mar en el Museo de Historia Natural de Londres.

Pero un resumen de los datos recopilados por los contratistas mineros de la ISA entre 2001 y 2016 y revisado por National Geographic muestra una amplia disparidad en los esfuerzos para descubrir qué vive en la mayor zona del fondo marino prevista para la minería, una superficie de casi 1,3 millones de kilómetros cuadrados de la zona Clarion-Clipperton (CCZ, por sus siglas en inglés).

El fondo marino de la CCZ, que se encuentra entre Hawái y México a profundidades superiores a los 4800 metros, tiene un área equivalente a dos tercios de la superficie de los Estados Unidos continentales y está cubierta de millones de nódulos polimetálicos. En estos fragmentos de roca del tamaño de patatas abundan el manganeso, el cobalto, el cobre y otros metales que se han precipitado del agua del mar a lo largo de decenas de millones de años.

Los científicos creen que se trata de uno de los lugares más biodiversos de la Tierra.

Con todo, en una década de exploración, incluso el contratista minero más diligente solo ha tomado una muestra biológica por cada 41 kilómetros cuadrados tras desplegar más de 1500 estaciones de muestreo en su zona de concesión de 64 749 kilómetros cuadrados, según el resumen. Otros contratistas habían tomado muchas menos: una sola muestra biológica por cada 260, 2560 o incluso 10 360 kilómetros cuadrados (la superficie aproximada de Jamaica).

«La resolución y la solidez de los datos es muy mala para cualquier estudio de línea de base medioambiental», afirma Sandor Mulsow, que hasta enero trabajó como director de la Oficina de Gestión Medioambiental y Recursos Minerales de la ISA y que ahora es uno de los críticos de la organización.

«El principal problema, por el momento, es la falta de aplicación de regulaciones medioambientales y la falta de datos para una evaluación adecuada del impacto medioambiental», escribieron Mulsow y Stefan Bräger, el entonces director de asuntos científicos de la ISA, en un artículo científico publicado el pasado septiembre. «Ante nosotros tenemos ecosistemas poco conocidos y muestreados de forma lamentable».

Pero los científicos que han estudiado la CCZ para las compañías mineras advierten que las cifras no indican necesariamente el valor de los datos recopilados. «Las muestras biológicas son de muchos tipos y su calidad, escala y relevancia pueden variar», afirma Craig Smith, científico del fondo marino de la Universidad de Hawái y autoridad principal de la CCZ.

Con todo, reconoce que «aunque hay algunos datos muy buenos, la calidad de los contratistas mineros es variable, de eso no cabe duda. La CCZ está sumamente inframuestreada en general».

Michael Lodge, secretario general de la ISA, rechaza las alegaciones de la aplicación laxa de la normativa medioambiental. «Lo único que diría que supone un problema es la amplitud de la zona, sí, hay un problema en términos de frecuencia de muestreo por toda la zona», afirma. «Creo que la base de datos nos aportará una perspectiva más holística, nos ayudará a identificar los vacíos y, espero, a investigar mucho mejor».

Christopher Williams, director general del contratista minero UK Seabed Resources —una filial de Lockheed Martin—, celebra la publicación de los datos. «No creo que el proceso pueda avanzar sin transparencia sobre los datos medioambientales», afirma Williams. «Si los contratistas no cumplen la normativa, eso necesita supervisarse, no cabe duda».

Para algunos biólogos marinos, el déficit de datos sobre el fondo marino no es insalvable. Pero insisten en el alto riesgo de la industrialización del fondo del mar. Esto tiene especial relevancia ante los asombrosos descubrimientos que se realizan en cada expedición de investigación, hallazgos que podrían poner patas arriba el conocimiento científico de los ecosistemas abisales y de las posibles consecuencias de la minería. Como insistiendo en ese riesgo, la semana pasada la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza declaró por primera vez a un animal de las profundidades, el Chrysomallon squamiferum, en peligro de extinción por la minería en el fondo del mar.

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    “El problema será la posible existencia de especies raras de las que no sabemos nada.”

    por ADRIAN GLOVER, BIÓLOGO DEL FONDO MARINO EN EL MUSEO DE HISTORIA NATURAL DE LONDRES

    Cetáceos en el fondo del mar

    Me encuentro en el laboratorio de Smith en Honolulu observando un recipiente de plástico donde un animal fantástico —un pepino de mar elasipódido blanco de 30 centímetros, con 92 patas, siete labios y una armadura de apéndices puntiagudos— cuando el oceanógrafo menciona a las ballenas.

    Durante un crucero de investigación de un mes por una franja poco explorada de la CZZ occidental en mayo de 2018, Smith y sus colegas enviaron un vehículo remoto a una profundidad de 3500 metros para estudiar las cimas de los montes submarinos. Mientras capturaban animales sobrenaturales como pepinos de mar, se toparon con un surco distintivo.

    «Vimos uno y, más adelante, vimos un montón, decenas», recuerda Smith. «Y pensamos: “hala, esto solo puede ser obra de los zifios”».

    Ninguna criatura del fondo del mar que conozcamos es capaz de crear muescas tan grandes. Pero se han documentado estas marcas elaboradas creadas (por motivos desconocidos) por el cetáceo más esquivo del mundo, el zifio, en otros lugares. Los zifios pasan gran parte de sus vidas buceando a profundidades extremas y rara vez se los ve en la superficie. Un estudio publicado a principios de este año descubrió que los zifios etiquetados por satélite en la costa de Carolina del Norte se sumergían a profundidades de hasta 2800 metros. Los investigadores explicaron que habían documentado un zifio del sur de California que alcanzó una profundidad de casi 3000 metros tras una inmersión de dos horas y media.

    Smith está seguro de que las hendiduras que observó su equipo el año pasado «no tenían más de dos meses». Eso se debe a que los surcos atravesaban las superficies onduladas por la marea que se desplazaban por los sedimentos del monte submarino.

    Si los zifios hunden las narices en el suelo abisal, esto podría tener consecuencias significativas para la minería del fondo del mar, debido a la posible alteración que podrían sufrir los mamíferos marinos por la luz y el ruido generados por las operaciones mineras las 24 horas. Smith descubrió que las hendiduras de una zona estaban rodeadas de concesiones mineras e indica que «también podrían estar en zonas mineras; no hay motivo para creer que sean diferentes».

    Los descubrimientos en el fondo marino

    En la CCZ, dichos hallazgos se han acelerado en los últimos años debido a que los contratistas de minería han invertido millones en estudios medioambientales de la región.

    Con todo, el ritmo de la investigación científica va muy rezagado respecto al trabajo contratado por las compañías mineras y la ISA para poner punto final a los códigos mineros para el año 2020. Aun así, es improbable que la minería comercial comience hasta finales de la década del 2020.

    «Uno de los principales inconvenientes de avanzar tan rápidamente es que la ciencia se ve obligada a generalizar», afirma Amon, cuya investigación se centra en la CCZ. «En las áreas extensas de la zona abisal donde hay nódulos, solo respondemos a la pregunta científica más básica: ¿qué vive ahí?».

    Aunque los científicos estiman que la mitad de las especies más grandes de la CCZ oriental —anémonas, esponjas, corales— viven en nódulos polimetálicos, nadie ha podido recopilar algo tan fundamental como un listado de los animales que habitan las futuras áreas mineras. Eso se debe en gran medida a los miles de especímenes recopilados en la CCZ y que deberán ser descritos y clasificados en la tarea laboriosa e insuficientemente financiada de la taxonomía.

    Según Adrian Glover, biólogo del fondo marino en el Museo de Historia Natural de Londres que ha participado en varias expediciones a la CCZ, no será posible averiguar el límite hasta el que la minería provocaría daños graves más allá de los hábitats directamente destruidos hasta nombrar a las especies y determinar su papel y su distribución por el ecosistema del fondo marino.

    «El problema será la posible existencia de especies raras de las que no sabemos nada», afirma Glover. «Debemos decidir el nivel de conocimientos necesario para seguir adelante con la minería».

    Cuando el biólogo marino portugués Telmo Morato asesoró de manera informal a la ISA sobre la estructuración de su nueva base de datos medioambientales, examinó una pequeña muestra de los datos biológicos presentados por las compañías mineras. «En algunos casos, la calidad de los datos era buena y, en otros, menos buena», afirma. «No puedo decir si es la norma o la excepción, pero el nivel taxonómico era bastante bajo porque no daba el nombre ni el género de las especies, lo que impide llevar a cabo un análisis adecuado».

    Incluso la que los científicos consideran la especie más abundante en la región más estudiada de la CZZ había sido pasada por alto hasta hace dos años.

    La esponja blanca del tamaño de un sello llamada Plenaster craigi en honor a Smith vive en nódulos polimetálicos y pertenece a un nuevo género que podría hacer las veces de canario acuático de la mina de carbón. «La verdad es que fue impresionante que ni siquiera supiéramos de su existencia en 2017», afirma Glover. «Eso resume el problema en cierto modo».

    A medida que aumentan las peticiones de una moratoria de la minería del fondo marino, Glover trabaja con la ISA en el desarrollo de un programa que rompa el estancamiento de las especies mediante la taxonomía molecular y otras técnicas genéticas para acelerar la identificación de los animales.

    Por su parte, Smith cree que si se mina el fondo marino, la minería debería proceder de forma incremental, primero con una operación de prueba a escala completa para supervisar los impactos en el ecosistema, sobre todo en la columna de agua poco estudiada que conecta el lecho marino con la superficie y que es una especie de superautopista vertical para la vida marina.

    «Cuando pienso en la minería en el fondo marino, no hay duda de que dañará el entorno hasta cierta escala», afirma. «Y la sociedad debe decidir si esos daños son aceptables».

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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