16 de abril de 2014
Tony Haymet, exdirector del Instituto Scripps de Oceanografía, ha escuchado ya cientos de planes para limpiar los océanos y ha diseñado otros tantos.
No es de extrañar, porque la urgencia y el reto con enormes. Por una parte, la basura se extiende ya a lo largo de millones de metros cuadrados y está compuesta, principalmente, por plástico degradado que debido al efecto del solo y las olas se ha descompuesto en pequeños trozos del tamaño de granos de arroz.
«Ése es el problema», afirma Haymet. «De momento no se ha descubierto la forma de separar esos granos de las pequeñas formas de vida que tienen el mismo tamaño».
Las estadísticas de CSIRO, la agencia científica nacional australiana, son alarmantes: cada década se dobla la producción de plásticos.
«Si cada diez años doblamos lo que tiramos al océano, no hay forma de mantenerse al día», comenta Chris Wilcox, ecologista de CSIRO. «Es como si te pusieras a pasar el aspirador en el salón y hubiera alguien en la puerta con una bolsa de polvo y un ventilador. Por mucho que aspires, nunca conseguirás mantenerlo limpio».
La mayoría de la basura se acumula en cinco manchas poco exploradas de los océanos Atlántico, Pacífico e Índico. La más grande es la del Pacífico, cuya mayor concentración está situada en una zona entre California y Hawái que se cree que contiene 480000 piezas de plástico por kilómetro cuadrado.
El daño causado a peces y otros animales va en aumento. En 2009, durante un viaje de investigación del Instituto Scripps, el equipo descubrió que el 9% de los peces había ingerido plástico. Marcus Eriksen, del grupo 5 Gyres, y un equipo de siete científicos, han analizado recientemente material de las manchas: de los 671 peces recolectados, el 35% había ingerido plástico.
«Cualquiera de las cifras son terribles», declara Haymet. «Esos son los peces que estaban enfermos, no los que murieron al comer trozos muy grandes. Y solo hay dos estudios. Debería hacer cientos, porque nuestras economías dependen de los océanos».
Haymet y otros expertos no se rinden. Se inclinan por un método menos tecnológico y práctico para proteger los océanos: convencer a las personas de que dejen de tirar basura.
Solamente el 20% del plástico del océano proviene de fuentes marinas, como equipamientos pesqueros o accidentes de barcos. El resto, según el estudio de CSIRO, es basura que es arrojada al mar o que arrastran las corrientes, y aproximadamente la mitad de esa basura son botellas de plástico.
«Todo eso ha estado en manos humanas en algún momento, por lo que la solución pasa por incentivar a la población para que no tiren basura al mar. Es la forma más barata, sencilla y rápida de solucionar el problema», opina Wilcox.
Sin embargo, la creación de estos incentivos supone un reto político. En muchos países, como en Estados Unidos, hay leyes con cuentagotas al respecto. La industria de bebidas se opone a este tipo de legislación porque afirma que los depósitos de botellas son más caros que otras formas de reciclaje, y exigen impuestos, lo que encarecería los costes de las bebidas.