El incierto futuro de la captura y almacenamiento de carbono

Por Redacción National Geographic
¿CUÁL ES LA CLAVE PARA CONTROLAR LAS EMISIONES DE GASES DE EFECTO INVERNADERO?

28 de mayo de 2015

En un mundo que depende de los combustibles fósiles, la captura y almacenamiento de carbono (CCS, por sus siglas en inglés) podría ser la clave para controlar las emisiones de gases de efecto invernadero. Sin embargo, varios obstáculos han paralizado ya proyectos para aplicar la tecnología que pretende eliminar el dióxido de carbono del aire.

Muchas empresas afirman que mientras no exista obligación, los altos costes de las operaciones de CCS no compensan sino no sube el precio del carbono por encima de lo que encontramos ahora en el sistema europeo de comercio de emisiones. Según un reciente informe del Worldwatch Institute solamente hay operativos ocho proyectos CCS a gran escala, cifra que no ha aumentado en tres años.

«De hecho, de 2010 a 2011 se redujo el número de plantas CCS operativas», afirma Matt Lucky, autor del informe. «Y numerosos proyectos en Europa y América del Norte han sido descartados», añade. El mes pasado, la empresa de electricidad canadiense TransAlta, abandonó sus planes para unas instalaciones de CCS en una planta de Alberta porque los escasos incentivos financieros no justificaban la inversión.

«Para una industria pequeña que se encuentra todavía en fase de desarrollo, no es buena señal que los proyectos estén siendo desechados», afirma Lucky. «Ahora mismo deberían estar disparándose».

Costes demasiado altos

La captura y almacenamiento de carbono podría reducir las emisiones de gases de efecto invernadero capturando el dióxido de carbono donde se produce y almacenándolo de forma permanente en diversas formaciones geológicas profundas. La Agencia Internacional de la Energía (IEA) cree que aplicar la tecnología de CCS en plantas de combustibles fósiles y otras instalaciones industriales podría reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero. IEA espera ver más de 3.000 plantas con instalaciones de CCS operativas para mediados de siglo y alcanzar así el objetivo de reducir un 20% las emisiones de CO2. Sin embargo, no hay proyectos a gran escala operando ahora mismo en plantas eléctricas, y Howard Herzog, experto en CCS del Instituto Massachusetts de Tecnología, afirma que los proyectos para ampliar la industria se encuentran en suspenso.

«En mi opinión el mayor problema al que nos enfrentamos es que no hay un mercado de CCS porque no hay una política climática», señala Herzog. «Esta tecnología podría ayudar a reducir las emisiones de CO2 de la atmósfera, pero sería más costoso que dejar las cosas como están, por lo que mientras no haya una política que las cambie, todo seguirá igual».

Estados Unidos ha fracasado en su intento por aprobar una política climática, y otros países no han conseguido alcanzar acuerdos internacionales para reducir las emisiones de carbono al no contar en la negociación con el país que más contamina del mundo. Como resultado, el sistema por el que las empresas obtendrían beneficios por intentar reducir las emisiones nunca ha llegado a tomar forma, y sería imprescindible dados los altos costes de los proyectos de CCS.

Herzog hace referencia, por ejemplo, el proyecto de la planta de carbón Mountaineer, en Virginia Occidental, de la empresa American Electric Power, donde el carbono producido en la planta se iba a almacenar en las profundidades del Mount Simon. El departamento de Energía de Estados Unidos debía financiar la mitad de los costes del proyecto, unos 334 millones de dólares, pero tras un exitoso proyecto inicial, la compañía canceló la fase 2. La decisión tuvo como justificación la crisis económica y la inestable política climática norteamericana.

«La mitad del dinero lo ponía el gobierno, y la otra mitad tenía que venir de algún sitio», explica Herzog. En Virginia, la Comisión Estatal para Empresas rechazó la petición de cargar los costes a los consumidores a través de una subida de las tarifas.

«Dijeron: ‘¿por qué van a pagar los contribuyentes por una tecnología que podría no llegar a usarse?’. Esto no es política climática».

La historia es parecida en Europa, que lanzó su propio mercado de carbono en 2005 bajo el acuerdo internacional conocido como Protocolo de Kyoto. Sin embargo, el primer obstáculo fue la negativa de Estados Unidos a firmarlo, y en la actualidad, el mayor emisor de carbono, China, y otros países en desarrollo no están obligados a reducir sus emisiones.

El sistema europeo no ha conseguido estimular los proyectos de CCS porque los permisos, cuyo precio ha bajado hasta aproximadamente 6 euros la tonelada, no son suficientes para cubrir los altos costes.

China está preparando varios proyectos piloto de mercado de carbono para el año próximo, cuyos resultados tendrán un importante impacto en otros mercados del mundo.

Herzog sigue pensando que esta tecnología podrá un día competir con las alternativas más costosas. «Se puede tener una cuota de mercado razonable y minimizar los costes de reducir las emisiones», afirma. «Pero si no tenemos el objetivo de reducir las emisiones, no hay costes que bajar».

Incertidumbre en la cooperación internacional

Los problemas actuales de los proyectos de CCS están ligados a la crisis económica mundial, que dificulta las inversiones. Otro obstáculo es el fracaso de los gobiernos internacionales a la hora de alcanzar un acuerdo climático que sustituya al Protocolo de Kyoto.

«Hace unos dos años y medio, la industria creía que después de Kyoto los gobiernos acordarían un nuevo tratado internacional que comprometería a los países desarrollados y en desarrollo a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero, lo que obligaría a la industria a capturar y almacenar carbono», afirma Stefan Bachu, de Alberta Innovates Technology Futures (AITF).

Sin embargo, se ha visto que el compromiso internacional es difícil de alcanzar y, por tanto, no se ha firmado ningún acuerdo que exija la reducción de las emisiones.

«No se gana dinero con CCS, en cambio tiene un coste importante», señala Bachu, que compartió el Premio Nobel de 2007 como miembro del Panel Intergubernamental del Cambio Climático.

«Y con la actual crisis y ante la ausencia de acuerdo internacional, ningún gobierno le pide a la industria que haga algo para reducir las emisiones. La industria sabe que llegará el momento, si no hoy, mañana o en 2020, pero ¿por qué gastar ahora dinero si no es necesario? Por eso muchos de los proyectos anunciados han sido retrasados o aparcados».

Altos costes, resultados inciertos

Matt Lucky señala que aunque la gente ve los proyectos de CCS como una forma de producir energía «verde», no es una realidad en ningún lugar del mundo. «De los ocho proyectos operativos hoy en día, ninguno es puramente una central CSS», afirma Lucky. Por ejemplo, el mayor de los proyectos, el complejo LaBarge de ExxonMobil, en América del Norte, existe porque se debe eliminar el exceso de CO2 del gas natural procedente del campo de Wyoming antes de venderlo en el mercado energético.

«La tecnología CSS no ha sido probada como debería si se quiere que tenga un fuerte impacto en el futuro», señala Lucky.

Sin embargo, Jared Ciferno, del National Energy Technology Laboratory del Departamento de Energía de Estados Unidos, afirma que se está trabajando para llevar a cabo todas las pruebas necesarias y aplicarlas cuando se recupere la economía.

«Todavía hay ocho proyectos de prueba funcionando», afirma, y señala que en Estados Unidos se encuentran más de la mitad de los 15 proyectos operativos o en construcción más importantes del mundo.

En Estados Unidos funciona, según Ciferno, porque la mayoría de los proyectos venden su CO2 para utilizarlo en la recuperación optimizada del petróleo.

A pesar de que no se trata de un uso de la tecnología CCS muy prometedor, pueden reducirse considerablemente las emisiones, y Ciferno afirma que los métodos que se están desarrollando son muy parecidos. «No debemos subestimar lo que estamos aprendiendo de ellos. Las tecnologías de separación, transporte, almacenamiento y control de CO2 son lecciones que podremos aplicar si finalmente se consigue llegar a un acuerdo para regular las emisiones».

De hecho, este tipo de investigaciones y otras que están llevando a cabo diversas universidades y organizaciones del mundo siguen trabajando en la esperanza de conseguir que los proyectos de CSS sean más baratos y se reduzca la penalización energética (Noruega, por ejemplo, acaba de abrir lo que se ha llamado el mayor laboratorio del mundo de prueba de tecnología CCS). «Hemos demostrado, a pequeña escala, que se pueden reducir a la mitad las penalizaciones energéticas (20-30% en la actualidad)», afirma Ciferno.

«Ha mejorado enormemente en los últimos diez años, aunque no está listo del todo».

Algunos proyectos siguen avanzando, como el proyecto de Shell Quest, en Alberta (Canadá), financiado con 865 millones de dólares del gobierno. El presidente de Shell, Peter Voser, declaró en un foro empresarial en Róterdam el 16 de mayo, que el proyecto es viable gracias al apoyo del gobierno, pero que es difícil avanzar en la tecnología sin un acuerdo mundial para reducir las emisiones de carbono.

«Si queremos alcanzar objetivos climáticos a nivel mundial, la tecnología CSS debe ser parte de la solución», afirmó Voser.

«Necesitamos proyectos piloto para poder aplicarla. Tenemos los componentes, sabemos cómo funcionan, y necesitamos proyectos para ampliar la tecnología».

«Soy de la opinión de que necesitamos un precio mundial de CO2, que nos permitiría invertir en este tipo de cosas. Mientras sigamos con esta incertidumbre va a ser muy difícil». Según Voser, Shell establece internamente un precio hipotético de 40 dólares la tonelada en su toma de decisiones.

En abril, Reino Unido reactivó su inversión en CCS con el anuncio de una financiación de 1,6 mil millones de dólares para proyectos a escala comercial. Un concurso parecido se vino abajo con anterioridad al fracasar el proyecto de la central de Longannet, en Fife (Escocia). Sin embargo, este mes el gobierno declaró que esta vez había más interés en la competición por parte de empresas como Shell, Progressive Energy y Portland Gas Storage.

Sin embargo, este tipo de inversiones también podría fracasar debido a la recesión y la competición de otras tecnologías que van abriéndose camino en el mercado.

«Muchos ven la captura y almacenamiento de carbono como un rival para tecnologías como la solar o la eólica, porque pueden alargar la vida del carbón y el gas natural», afirma Matt Lucky.

A pesar de que está aumentando la inversión en energías renovables, la Agencia Internacional de Energía calcula que todavía los combustibles fósiles proveerán el 75% de nuestras necesidades energéticas durante un cuarto de siglo. La tecnología CCS podría reducir a la mitad las emisiones para mediados de siglo, pero según la Agencia necesitará 5 billones de dólares de inversión. A corto plazo, al menos, estas cifras no parecen probables.

«Ahora nos encontramos prácticamente donde estábamos hace unos años», comenta Matt Lucky. «Lo que se está haciendo hoy es insignificante a nivel mundial. Son proyectos y estudios que demuestran un gran potencial, pero ha habido muy poca práctica para alcanzar ese potencial».

* Shell patrocina la iniciativa El Gran Desafío de la Energía. National Geographic tiene autonomía sobre el contenido.

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