Gloucester: vivir de la pesca

Por Patrick J. Kiger
Gloucester

28 de junio de 2012

Hace 25 años, un pescador nacido en Brooklyn llamado Ralph Wilkins leyó un artículo sobre los pescadores de Gloucester (Massachusetts, Estados Unidos) y la búsqueda del atún rojo, la majestuosa especie migratoria que puede llegar a medir tres metros y pesar media tonelada. Sin pensárselo mucho, cargó su barco en un remolque y recorrió 400 kilómetros hasta la costa de Gloucester. «Siento pasión por lo extremo y quería luchar contra los mejores», explica.

Wilkins no es el primero que viaja al puerto comercial más antiguo de Norteamérica, que se ha convertido en los últimos años en el más famoso centro de pesca del atún rojo. Para apostar contra los mejores, vas a Las Vegas, si crees que eres el próximo Johnny Cash o Loretta Lynn, vas a Nashville, y si quieres atrapar el atún rojo del Atlántico, el más grande y caro, vas a Gloucester. La ciudad tiene menos de 29.000 habitantes que pescan para vivir y viven para pescar, algo que les recuerda constantemente la famosa estatua de los marineros fallecidos mientras ejercían su oficio.

No hace falta decir que la pesca es la seña de identidad de la industria de Gloucester. De hecho, de no existir la pesca, la ciudad ni existiría. Gloucester fue fundada en el siglo XVII, cuando los ingleses descubrieron la abundancia de bacalao en sus costas. Se instalaron y empezaron a secar el pescado y salarlo. En el XIX su negocio prosperó  al comenzar a venderlo a la colonia holandesa de Surinam, donde servía de alimento para los esclavos negros a cambio de la melaza utilizada para fabricar ron. Durante los siglos siguientes, se unieron oleadas de inmigrantes de Italia y Portugal deseosos de encontrar un lugar donde poder vivir del mar. Hasta recientemente (a mediados de la década de 1990) el italiano era la única lengua hablada en una decena de barcos locales.

Hoy en día sus descendientes siguen surcando las aguas del Banco George, el banco de arena cubierto de sedimentos que durante tanto tiempo ha servido de festín a los bacalaos, abadejos, gallinetas y lenguados. Durante el siglo XX, la sobrepesca, con pesqueros que utilizaban enormes redes de cerco, redujo de forma drástica las poblaciones de peces antes de la intervención de las autoridades. Desde finales de los 90 la industria se ha mantenido relativamente estable, con capturas de entre 9 y 13 millones de kilos al año.

Durante el último cuarto de siglo aproximadamente, los pescadores más ambiciosos y hábiles se centraron en la pesca del atún rojo, el gigante que vaga por el Atlántico para alimentarse y reproducirse.

Los habitantes de Gloucester suelen iniciarse en la pesca de niños, y se da por hecho que a una cierta edad se unirán al negocio familiar. «Crecí con esto», explica Paul Hebert. «Mi padre era pescador, igual que mis cinco hermanos. Es lo único que sé hacer». A ellos se unen pescadores como Wilkins, fascinados por el atún rojo y la posibilidad de ganar miles de dólares con un solo ejemplar. La idea de ganar mucho dinero parece disimular el hecho de que la pesca es una forma de vida muy dura. Los ingresos medios de un hogar en Gloucester son 60,5 dólares (unos 48,4 euros), ligeramente por debajo de los ingresos medios de Massachusetts,  64,5 dólares (51,6 euros). Por otro lado, solamente el 7,8% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, por debajo de la media estatal de 10,5% y muy por debajo de la media de Estados Unidos (15,1%). En parte, esto se debe a que los pescadores de Gloucester pueden dedicarse a todo tipo de oficios, desde mecánicos a electricistas, para completar los ingresos que obtienen del mar.

En la actualidad Gloucester representa unos 200 millones de dólares en la industria pesquera (aproximadamente 160 millones de euros). Sin embargo, los últimos veinte años han sido muy duros para la ciudad. Sus pescadores consiguieron 40 millones de kilos de pescado en 2010, dos tercios de la captura de 1990. Además, la flota local de 100 barcos es la mitad de lo que era en 2000 y hubo una reducción del 20% entre 2003 y 2008. La mayoría de las instalaciones de procesamiento de pescado, que daban trabajo a sus habitantes, han cerrado.  La profesión atrae cada vez a menos jóvenes, siendo 51 años la edad media de los pescadores en 2008, y los miembros de la tripulación a menudo son mayores. El gobierno local teme que el futuro de la industria esté en la cuerda floja.

Además de la presión por llegar a fin de mes, los pescadores de Gloucester se enfrentan a un peligro permanente. Durante años el mal tiempo y los accidentes han convertido a miles de habitantes en simples nombres grabados en placas que recuerdan a los muertos. «Muchas casas de Gloucester tienen la tarima llena de las marcas producidas por el ir y venir de las mujeres ante las ventanas, siempre mirando el mar», escribió el periodista Sebastian Junger en «La tormenta perfecta», el bestseller de 1997 que narra la vida y muerte de unos pescadores de Gloucester.

El libro, que contaba la desaparición del barco Andrea Gail y su tripulación durante una tormenta en 1991, convirtió Gloucester en un macabro centro de atención turística. Hoy el turismo aporta 100 millones de dólares al año (más de 80 millones de euros) y los turistas recorren la Ruta 128 para ver el puerto desde el que salió el barco y tomar una cerveza en el Crow's Nest, un bar al que acudía su tripulación y cuyas paredes están ahora cubiertas de fotografías de los actores que les interpretaron en la película. Cape Pond Ice, la empresa de hielo que durante generaciones ha ayudado a los pescadores a conservar sus productos, ha hecho crecer su negocio con una página web que vende camisetas con la frase «the coolest guys around» («los tíos más guays de por aquí», un juego de palabras con cool, frío en inglés) que llevó un actor de la película.

Sin embargo, el dueño de Cape Pond Ice, Scott Memhard, explica que muchos de los turistas que visitan Gloucester creen que lo que ocurre en la película es ficción. «Te preguntan ‘¿Dónde está el barco?’, y respondemos ‘En el fondo del océano’. ¿Dónde va a estar?».

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