Una rara perspectiva fotográfica de una familia de linces rojos

Esta fotógrafa de vida silvestre estableció un inusual vínculo con una familia de linces rojos en Texas.

Por Alexa Keefe
fotografías de Karine Aigner
Publicado 11 may 2018, 15:43 CEST
Linces rojos
Cada tarde, la madre y sus crías aparecían de debajo de la casa. Se acercaban al cuenco de agua que el dueño del rancho siempre mantenía lleno.
Fotografía de Karine Aigner

En un caluroso día del pasado junio en Texas, la fotógrafa de vida silvestre Karine Aigner se encontró cara a cara con un lince rojo, y este fue el principio de una inesperada relación.

«Me habían dicho que los linces rojos se habían refugiado bajo la casa durante años, pero durante los seis veranos que pasé impartiendo talleres de fotografía en el rancho, solo los vi una o dos veces».

Los linces rojos son manifiestamente tímidos y, aunque viven por todo Estados Unidos, hasta verlos de pasada es raro. Ella nunca los había considerado un sujeto fotográfico serio.

Pero esa semana, tras ver a una de las crías cruzando velozmente el jardín, Aigner decidió probar suerte. «Me autoconvencí de que estaría bien escondida tras un escudo fotográfico de camuflaje atado a cada lado de las sillas del jardín», afirma. «Solo improvisaba».

Soportó el calor sofocante del sol de la tarde con sus lentes de 600 mm centradas en un cuenco de agua que el dueño de la casa tenía colocado en el porche.

«El sol empezó a ocultarse y ella apareció de repente, como hacen los linces rojos, de forma silenciosa», recuerda Aigner. Se le aceleró el corazón mientras observaba cómo el animal al que acabaría llamando Momcat (juego de palabras entre mom, madrey bobcat, lince rojo) lamía agua del cuenco, con una de sus crías junto a ella. «Nos miramos a los ojos fijamente durante lo que me pareció una eternidad. Obviamente, mi camuflaje no había funcionado».

Aigner reorganizó su horario para poder pasar el resto del verano con Momcat y sus tres crías. Pasó los días observando silenciosamente la rutina diaria de los animales, durmiendo juntos bajo la casa hasta que pasaba el calor y saliendo después a beber, jugar y acicalarse.

«Sin previo aviso, Momcat salía por la valla», cuenta Aigner. «Y, como siguiendo alguna norma tácita, tres pequeños linces rojos se sentaban en el porche y la veían marchar. Al pensarlo, me pareció casi como si los dejara bajo mi cuidado. Los linces rojos suelen cambiar sus refugios si hay cualquier señal de peligro. Pero Momcat nunca lo hizo».

La madre cuidaba de sus crías enseñándoles cada día.
Fotografía de Karine Aigner

«Aigner observó a Momcat ahuyentar a otros linces rojos y matar a una madre mapache con seis crías que se había acercado al cuenco para beber. Algunas tardes, traía conejos y ratas, depositándolas para sus crías justo delante de mí, y había noches en los que dejaba a sus crías completamente solas».

Ella siguió viendo cómo las crías se hacían más valientes y curiosas, hasta que tuvieron el coraje suficiente para aventurarse al bosque y cazar solas.

Los linces rojos enseñan a sus crías a cazar. Al principio, la madre llevaba la presa muerta entera bajo el porche, donde las crías la devoraban.
Fotografía de Karine Aigner
Con el paso del tiempo, las presas cambiaron de conejos de cola de algodón enteros a ratas vivas o ratones de campo. La madre volvía atravesando la verja y dejaba la cena mientras las crías atacaban.
Fotografía de Karine Aigner

«Momcat me dejó entrar en su universo», cuenta Aigner. «Me permitió ver cómo es ser un lince rojo y cómo es ser una madre soltera con tres hijos. Cada una se refugió en el mundo de la otra. Mi intención no era otra que estar presente, y parecía que ella lo sabía».

El verano llegó a su fin y, a medida que las crías crecían, Aigner tuvo que volver a su vida normal. Pero la experiencia se quedó con ella. Cuando volvió a Texas en otoño para trabajar, decidió visitar el rancho.

«Mi parte lógica sabía que probablemente se habían marchado, pero mi esperanza me decía lo contrario», afirma Aigner. «Sabía que no debía encariñarme con un animal salvaje. En secreto, me refería a ellos como “mis hijos”, pero nunca les puse nombre. El corazón me latía a toda velocidad».

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Aigner miró bajo la casa, como había hecho tantas otras veces, pero las crías no estaban. Cuando Aigner se dio la vuelta para irse, un lince rojo bajó las escaleras de espaldas a ella. Se detuvo abajo y se volvió hacia ella antes de sentarse tranquilamente y lamerse las patas.

«Es raro que un lince rojo se acicale frente a una. Sabía que era ella», afirma Aigner. «Se volvió hacia mí y nuestras miradas se encontraron, como habían hecho al principio».

En ese momento, Aigner dice que se dio cuenta del regalo que le habían dado. «Hay un vínculo tácito entre las criaturas vivas. Nos enseñarían mucho si nos permitiéramos bajar el ritmo y prestar atención».

Aigner observó a Momcat salir por su agujero en la valla y, con lágrimas en las mejillas, susurró: «Adiós, Momcat. Gracias».

La estructura del rancho proporcionó mucho más que un simple refugio de las cálidas tardes; las crías también lo usaban como gimnasio y patio de juegos.
Fotografía de Karine Aigner

Para ver más fotografías de Karine Aigner sobre los linces rojos, síguela en Instagram en @kaigner.

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