Los saigas se enfrentan a una doble amenaza: las enfermedades y la caza furtiva

En las estepas de Asia central, los saigas han sobrevivido a una misteriosa enfermedad. Pero la caza furtiva por sus cuernos supone una amenaza continua.

Por John Wendle
Publicado 30 ago 2018, 12:15 CEST
Los saigas macho de las estepas de Asia central, reliquias con hocico largo de la última glaciación, se cazan ilegalmente por sus cuernos, muy preciados en la medicina tradicional asiática.
Fotografía de Nature Picture Library, Alamy

Los todoterrenos de la era soviética de los guardabosques rugen a toda velocidad por las cálidas llanuras de la estepa kazaja, vibrando violentamente. En el asiento trasero, montones de chaquetas de camuflaje sucias, rifles de asalto, prismáticos abollados y bolsas de macarrones salen volando en cada bache. Es el equipo básico que necesita una patrulla anti caza furtiva para incursiones de una semana en el interior de Asia central con el objetivo de impedir que los cazadores maten saigas por sus esbeltos cuernos acanalados, muy valiosos en la medicina asiática tradicional.

De pronto, Bakhytzhan Kubanov grita al conductor, que derrapa con el todoterreno hasta detenerse. El guardabosques de 59 años sale disparado de su asiento, haciendo aspavientos con los brazos para que los guardas que les siguen también se detengan.

«¡Ja! ¡Por los pelos!», grita a sus camaradas mientras trota hacia su furgoneta. Casi enfrente de las ruedas del vehículo, se inclina y saca una estaca de 20 centímetros del suelo agrietado.

«Los cazadores furtivos las colocan para nosotros», afirma Kubanov, sosteniendo una vara de acero con una púa triangular soldada en la punta. La «espina», como él la llama, está afilada como el filo de un cuchillo y tiene la forma de un enorme diente de tiburón oxidado. «Cuando los perseguimos, los ponen en su rastro», explica Kubanov. «Si pasamos sobre ellas, la rueda explota». No tengo ni idea de cómo Kubanov pudo verla yendo tan rápido, pero lleva 11 años perfeccionando sus habilidades y patrullando la reserva natural Irgiz-Turgay, 11.600 kilómetros cuadrados de terreno el corazón de Kazajistán, a unos 640 kilómetros al suroeste de la capital, Astana.

Este es el peligroso juego de polis y cacos al que juegan guardas y furtivos en sus carreras para proteger una especie de la extinción y ganar dinero. «Disparan a los saigas, luego sierran los cuernos y los venden en el mercado negro», explica Kubanov.

Para los furtivos, el riesgo —y la carnicería— vale la pena. Los cuernos de saiga se venden a contrabandistas e intermediarios por sumas sustanciosas, suficientes para tentar a los empobrecidos aldeanos kazajos y, como los saigas suelen formar grandes manadas, pueden capturar a varios a la vez.

Los saigas se distribuyen por Rusia y Mongolia, pero principalmente por Kazajistán. Es ilegal exportar cuernos de saiga desde los países que habitan, pero en países como China, Malasia y Singapur, los productos elaborados a partir de reservas de cuerno de saiga que se remontan a los años 90 se venden ilegalmente en tiendas de medicina tradicional. Este sistema legal permite a los traficantes blanquear cuernos de saigas cazados de manera furtiva y no existe forma de determinar si el producto vendido procede de un cuerno legal y antiguo o de uno ilegal y contemporáneo.

Los milenials tienen un gusto particular por los productos de cuerno de saiga, y consumen botellas etiquetadas como «agua de cuerno de saiga», promocionada como «tratamiento detox». En China se consumen unos 9.500 kilogramos al año en forma de raspaduras, comprimidos y polvos, según cuenta Daan van Uhm, especialista en delitos contra la fauna salvaje y el medio ambiente en la Universidad de Utrecht. Los compradores pagan márgenes extremos, en ocasiones miles de dólares, por encima de los precios en Kazajistán.

Para un estudio publicado en la revista de conservación Oryx en marzo de 2018, los investigadores encuestaron a 230 singapurenses y determinaron que el 13 por ciento había consumido algún tipo de medicina tradicional de saiga durante el año anterior. De los mismos, el 25 por ciento tenían entre 18 y 35 años, algo que quizá parezca sorprendente, ya que los jóvenes suelen estar más concienciados respecto a la necesidad de proteger la fauna salvaje. Pero, según el estudio de Oryx, «la consciencia respecto a los temas de conservación y la normativa era baja uniformemente».

No solo son los productos de medicina asiática tradicional los que han hecho que el Saiga tatarica, una reliquia de hocico largo de la última glaciación, figure en la Lista Roja de especies en peligro crítico de extinción de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, que establece el estado de conservación de las especies. Además de los cazadores ilegales, el animal se ha enfrentado a una plaga bacteriana que mató a 220.000 saigas —el 62 por ciento de la población mundial— en solo unas pocas semanas de 2015.

«Esta población a la que supervisamos aquí casi ha desaparecido, ha muerto casi el 90 por ciento», afirmó Steffen Zuther, coordinador de proyectos de la Iniciativa de Conservación Altyn Dala, un amplio programa en la región de Irgiz-Turgay. Y, según añadió Zuther, los saigas también están amenazados por la pérdida de hábitat debido a la construcción de carreteras y vías ferroviarias y el desarrollo de infraestructuras, que obstaculizan sus migraciones estacionales a nuevos pastos.

Zuther estima que la población total de saigas en 2018 en los tres estados que habitan es de unos 225.000 ejemplares, casi un cuarto de la que era hace 40 años. En China, los saigas se extinguieron por la caza excesiva durante los años 60.

Las enfermedades y la caza furtiva amenazan a los saigas
El saiga, en peligro crítico de extinción, afectado por enfermedades y codiciado por sus cuernos, es el foco de las labores de conservación en Asia central. Hoy, quedan unos 225.000 saigas en Kazajistán, Rusia y Mongolia. En 2015, una misteriosa enfermedad provocó una muerte masiva en Kazajistán central en la que fallecieron 220.000 saigas en el transcurso de unas semanas, exterminando al 62 por ciento de la población mundial. Aunque los saigas sobrevivieron todavía están amenazados por la caza furtiva. En la carrera por salvar la población restante, los conservacionistas y los guardias anti caza furtiva aunaron fuerzas en la reserva de Irgiz-Turgay para estudiar la salud de los saigas y patrullar la zona contra el comercio ilegal de fauna salvaje.

La ciencia de los saigas

Esta primavera, me uní a Zuther y a los investigadores del Royal Veterinary College londinense mientras emprendían un viaje extenuante de cuatro días por la estepa hacia las zonas de alumbramiento de los saigas de la reserva de Irgiz-Turgay. Allí, Zuther me presentó a Kubanov y los otros guardas.

El objetivo de los investigadores era censarlos para evaluar el estado de este animal poco estudiado y tomar muestras de tejido para entender cómo interactúan las bacterias letales con la población.

En una tarde calurosa, todo resplandecía como si lo contemplase a través de gruesas lunas de vidrio fundido. Mis ojos se ajustaron al espejismo y, donde antes solo veía el beige de la estepa, de repente apareció un saiga. Estaban por todas partes y nos observaban. Después, salieron corriendo.

«Parece como si los saigas tuvieran ruedas. Parecen motos por la estepa», afirmó Zuther con manifiesto entusiasmo. Los saigas pueden alcanzar velocidades de hasta 80 kilómetros por hora, una adaptación que se remonta a cuando los grandes felinos los cazaban por las vastas llanuras de Europa durante la última glaciación.

En realidad, el compacto antílope —con sus patas cortas y su naricita de elefante, usada para acondicionar el aire y filtrar el polvo— se parece más a un aspirador de mano de los 80 que a una moto. En la estepa, se alimenta de brotes primaverales tiernos de ruibarbo (su comida favorita) y salvia (su segunda comida favorita).

Los ejemplares jóvenes son más fáciles de atrapar que los adultos, al estar programados para quedarse paralizados y esconderse en lugar de huir. Usando esta característica a su favor, los investigadores pesaron, midieron y determinaron el sexo de cientos de criaturas antes de colocarles una etiqueta numerada en las orejas. Zuther explicó que esperan que, cuando estos saigas mueran, los investigadores los encuentren y averigüen a partir de las etiquetas cuánto viven los saigas.

A nuestro alrededor, las hembras adultas se reunían en una manada gigante de miles de ejemplares para dar a luz. Más tarde, cuando estaba solo grabándolas, se le acercaron.

Por desgracia, ni siquiera su ubicación remota protege a los saigas de la Pasteurella multocida, la bacteria letal de 2015; está presente de forma natural en las amígdalas de los animales. Los científicos creen que esta se vuelve letal de algún modo cuando las temperaturas más cálidas y húmedas de lo normal coinciden con el periodo de parto en primavera. Las temperaturas de Asia central aumentan a un ritmo dos veces superior al mundial, lo que significa que la posibilidad de más muertes masivas también podría aumentar. Pero los investigadores todavía intentan entender cómo se desencadena la enfermedad.

Una razón esperanzadora es que los saigas se reproducen y se recuperan rápidamente. Otra es que los guardas como Kubanov parecen hacer bien su trabajo. «La protección frente a la caza furtiva funciona bastante bien por ahora, de forma que las poblaciones se encuentran bien», me contó Zuther. Pero advirtió que «estas muertes pueden ocurrir en cualquier momento, así que debemos estar preparados».

Dejando aparte la nota de optimismo de Zuther, la caza furtiva de saigas sigue siendo un problema grave. El pico se produce en los meses otoñales, cuando los machos se reúnen para darse cabezazos y buscar pareja. Como solo los saigas macho tienen cuernos, las matanzas distorsionan drásticamente la proporción de sexos, dejando a solo cinco machos adultos por cada cien hembras, según datos de un estudio, lo que hace que se desplome la tasa de reproducción de las manadas.

Atrapados en una lucha

En la reserva de Irgiz-Turgay, Kubanov y otros guardas aparcan sus vehículos en una pequeña colina y concluyen la patrulla matutina. Escrutan la estepa azotada por el viento con sus prismáticos. Más tarde, preparan macarrones, cordero y té en un hornillo de gas casero. El ambiente parece relajado, pero estos guardas están atrapados en una lucha encarnizada contra los furtivos. Solo el año pasado, los delincuentes quemaron siete de las 20 cabañas que usan durante el invierno, según relata Mereke Zhubaniyaz, que dirige la reserva.

Después de comer, explican la gravedad de los problemas a los que se enfrentan. Los tres guardas mayores cuentan que los furtivos tienen mejor armamento, mejores vehículos y mejores comunicaciones. Además, los guardas solo ganan unos 150 euros al mes, por eso resulta tentador unirse a los cazadores furtivos. El año pasado, descubrieron a un equipo de siete guardas cazando furtivamente en la reserva; cada uno de ellos fue multado con más de 14.500 euros, según contaron los guardas a los que entrevisté.

Para Kubanov y los demás, todos ellos procedentes del empobrecido pueblo de Taup, una sanción tan elevada sería devastadora. Pero todos están de acuerdo, como dice Kubanov, en que «la ley es demasiado blanda. Es necesario ser aún más duro. De esa manera, pondrán fin a la caza furtiva».

Como reducir la demanda de cuerno de saiga en los países asiáticos es una tarea abrumadora, científicos, conservacionistas y autoridades gubernamentales creen que mejorar los medios de subsistencia de cazadores ilegales y guardas sería una forma más eficaz de reducir la caza furtiva.

«El trabajo de los guardas es fundamental», afirma Zuther. «Todavía estamos trabajando para desarrollar un mecanismo que mejore sus condiciones y su sueldo, para que tengan una motivación para proteger a los saigas. Es un proceso en curso en el gobierno».

«La cuestión es el dinero», afirma Kubanov. «El dinero lo decide todo por nosotros. Es corrupción. Hay alguien en la cima que lo controla todo, envía los cuernos a China, abre canales [comerciales] por todas partes, lo organiza todo».

Muchos están de acuerdo con él. Zhubaniyaz, pese a mostrarse reacio a hablar del tema, afirma que algunas personas dentro de diversos ministerios del gobierno están implicadas, pero no cita a nadie en particular. En 2018, Kazajistán ocupó el puesto 122 de 180 países en la lista de corrupción de Transparencia Internacional, y los kazajos afirman que presencian y viven a diario la corrupción.

La desregulación y la corrupción extendida tras la caída de la Unión Soviética provocó una matanza masiva de saigas en los años 90 y durante la primera década del siglo XXI. «En el pasado, los saigas estaban por todas partes, pero llevan dos décadas a merced de los cazadores profesionales que les disparan desde helicópteros», afirma un excazador anónimo citado en la investigación de Van Uhm. «Fue organizado por la mafia kazaja, que domina a las autoridades del gobierno. Se debía a la gran demanda de medicinas en China», afirma el excazador.

Hoy, la caza furtiva continúa, como evidencia la necesidad de perros adiestrados, aunque Akan Tursynbaev, director ejecutivo del recinto de entrenamiento de perros olfateadores del servicio de aduanas en Almatý, la mayor ciudad de Kazajistán, dice que la situación está mejor ahora.

«Puedo afirmar que, hasta la fecha, las leyes se han endurecido», afirmó. «Creo que no existe una corrupción tan obvia». Pero cuando le preguntaron qué leyes se han endurecido, no pudo citar ninguna.

En el campo de entrenamiento del centro, a las afueras de Almatý, Tursynbaev puso a prueba las habilidades de Ginny, Duck (pastores alemanes) y Cherry (un pastor belga). Colocó una hilera de maletas vacías, una de las cuales contenía cuernos de saiga enteros y en polvo. Los perros la localizaron y se quedaron sentados a la espera de su premio.

Estos tres son los únicos perros del mundo adiestrados para detectar cuerno de saiga, y Tursynbaev los considera el elemento disuasorio definitivo.

«¿Qué necesita un perro?», preguntó. «Un perro necesita el amor de su adiestrador, un plato de comida y su pelota favorita. Por eso trabajan. No necesita oro, solo amor».

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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