El cambio climático pone en peligro a los animales de este refugio de Alaska

El cambio climático y los plásticos podrían ser las causas de la caída en picado de las poblaciones en un enorme refugio de vida silvestre de Alaska.

Por Samantha Yadron
Publicado 7 sept 2018, 12:28 CEST
Un chorlito dorado americano
Un chorlito dorado americano en Alaska. Los chorlitos pasan apuros en el mar de Bering, ya que el cambio climático amenaza su suministro de alimentos.
Fotografía de Design Pics Inc.
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Clam Lagoon, una masa de agua en la península más septentrional de la isla Adak, Alaska, estaba destinada a ser un refugio de fauna salvaje. Pero el calentamiento continuo  del mar de Bering está generando estrés en la cadena trófica, hasta el punto de que sus residentes no encuentran comida suficiente: se mueren de hambre, según los expertos.

Antaño, los gritos de miles de araos, frailecillos, mérgulos y otras aves marinas llenaban el entorno de Adak. «Ahora quedan unos 200 o 300», afirma Douglas Causey, profesor de Ciencias Biológicas en la Universidad de Alaska, Anchorage, que lleva 30 años visitando la isla.

Causey tiene sus teorías, pero ahora busca respuestas concretas de por qué el Refugio Marítimo Nacional de Vida Silvestre de Alaska, un santuario de fauna salvaje de casi 20.000 kilómetros cuadrados en el mar de Bering, donde se encuentra Adak, está perdiendo tantos animales. Las poblaciones de aves, osos marinos, lobos marinos y ballenas descienden en la región, según un estudio de 2017 de la NOAA.

Se han producido varias muertes en masa de aves en el ecosistema del mar de Bering desde 2014. Según el informe sobre el estado reproductivo y las tendencias demográficas del Servicio de Pesca y Vida Silvestre de Estados Unidos (USFWS, por sus siglas en inglés), el 13 por ciento de las poblaciones de aves marinas de Alaska descendieron entre 2006 y 2015, y el 31 por ciento de los huevos eclosionaron antes de lo normal.

En 2017, Audubon Alaska incluyó 36 especies de aves de Alaska en su «lista roja», lo que indica que la población está descendiendo o se encuentra deprimida por un descenso anterior.

«Debería haber aves por todas partes, pero no se han reproducido en la zona en un par de años y no sabemos por qué», afirma Causey. «Intentamos comprobar si podemos documentar lo que comen para ver si se puede vincular a un cambio en la distribución del alimento. La oceanografía ha variado con el cambio climático».

Una red trófica enmarañada

Causey no es el único que ha llegado a esta conclusión. Timothy Jones, investigador posdoctoral del equipo de observación costera y estudio de aves marinas de la Universidad de Washington, culpa al derretimiento vernal temprano de la banquisa de las últimas muertes, ya que el ecosistema del mar de Bering es muy dependiente de ese hielo marino. La rotura temprana de la banquisa provoca una proliferación tardía del fitoplancton y cambios en la composición de la cadena trófica de la región.

Jones investiga las olas de calor marinas, que pueden provocar daños extremos a la fauna salvaje de todo un ecosistema. La ola de calor marina más conocida, the blob, provocó una muerte masiva de mérgulos sin precedentes al sur del refugio entre 2014 y 2015.

«La frecuencia y la intensidad de las olas de calor marinas están aumentando», afirma Jones. Además, se consolidan con cada año más cálido, afectando a aves marinas «de formas bastante impredecibles».

Las muertes han continuado en 2018: más de 1.400 aves se pudren en las playas del mar de Bering y muestran síntomas de inanición desde mayo, según el Servicio de Parques Nacionales.

En Adak, Causey se embarcó en el Tiglax, un buque de investigación del USFWS que se adentrará en el refugio de vida silvestre para que, junto con otros científicos y voluntarios, pueda buscar más pruebas que expliquen esta mortandad.

Causey y Bryce W. Robinson, voluntario del USFWS, recopilaron especímenes de la isla Attu, la isla más occidental de las Aleutianas. Veronica Padula, candidata a doctora que trabaja con Causey, usa los especímenes para cuantificar el plástico dañino y los productos químicos plásticos —denominados ftalatos— que se introducen en los sistemas de las aves y que posiblemente contribuyen a la inanición.

Causey también emplea los especímenes para cartografiar la red trófica cambiante del mar de Bering, cambios provocados por el aumento de las temperaturas del océano y el derretimiento de la banquisa, y para buscar virus que sirvan como bandera roja de muertes inminentes.

En Attu, Causey recogió un arao común, un ave marina de tamaño medio y aspecto de pingüino con cabeza negra y vientre blanco y negro. Robinson lo examinó.

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    «¿Te parece que está demacrado?», preguntó. Podía verse el costillar del ave, con la cavidad torácica hueca. Causey asintió con expresión de preocupación. «Tendremos que estudiarlo por dentro», afirmó Causey.

    «A decir verdad, se produjo una mortandad enorme de araos este invierno y la mayoría estaban demacrados. Carecen del alimento que necesitan comer», afirmó Causey.

    «Parece ser un problema a nivel del ecosistema», afirmó Padula.

    Según el Servicio de Parques Nacionales, «cientos de miles de aves marinas, la mayoría araos comunes, murieron de inanición» en la costa pacífica, el golfo de Alaska y las islas Aleutianas entre 2015 y 2016. En 2016, los reconocimientos descubrieron casi 2.100 cadáveres de aves pudriéndose en las playas de la región.

    Jones explica que «el mar de Bering depende y responde mucho a los cambios de la banquisa» hasta el punto de que el suministro de alimentos mengua y se vuelve menos nutritivo. «Lo hemos visto en partes de Alaska casi cada año desde 2014».

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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