La actividad humana afecta a la capacidad reproductiva de las abejas

Plaguicidas, urbanización de terrenos y contaminación electromagnética: así afectamos los humanos a la capacidad reproductiva de las abejas melíferas.

Por Elizabeth Anne Brown
Publicado 12 sept 2018, 16:12 CEST
Abeja obrera hembra
Esta abeja obrera hembra (Apis mellifera) nunca se reproducirá, pero al menos está viva. El sexo es letal para los machos.
Fotografía de Anand Varma, National Geographic Creative

Vuela rápido, muere joven: esa es la filosofía de vida de una abeja melífera macho. Con probabilidades de éxito reproductivo inferiores al uno por ciento y un cien por cien de probabilidades de morir tras el apareamiento, las abejas melíferas macho lo tienen difícil.

Pero pruebas recientes sugieren que la actividad humana —como la urbanización de terrenos, la contaminación electromagnética y el empleo de neonicotinoides— dificulta que las abejas se reproduzcan, poniendo en peligro la especie.

Cada primavera, estos machos, también conocidos como zánganos, acuden a las zonas de congregación, una especie de salones de baile en el aire donde miles de abejas jóvenes se reúnen para demostrar su talento.

Cada una pretende aparearse con una reina virgen, una hembra de una semana destinada desde que nace a fundar su propia colmena. Durante los «vuelos nupciales» de estas hembras en estos eventos, las reinas acumulan el material genético que utilizarán para inseminar huevos durante el resto de sus vidas. Las reinas pueden poner 2.000 huevos en un día productivo.

Cada reina se aparea con unos 12 pretendientes, menos del uno por ciento de los machos que acuden. Los machos ansiosos surcan el cielo tras una reina virgen como la cola de un cometa, compitiendo por la mejor posición.

Cuando un zángano afortunado llega a una de las reinas, la monta y flexiona su abdomen para extender su endofalo, el equivalente abejil al pene, en la cámara del aguijón de la reina. Libera su semen a tal velocidad y con tal fuerza que se dice que puede oírse un pop.

Este es el punto álgido de la vida de un macho, y a partir de ahí, va cuesta abajo. El endofalo del zángano se queda con la reina y el macho cae al suelo paralizado, donde aguarda su final.

«Es probable que no sea una forma agradable de morir. Pero, con suerte, transmitirá sus genes», afirma Geoff Williams, entomólogo de la Universidad de Auburn y experto en la reproducción de las abejas melíferas.

Los solterones supervivientes zumban de congregación en congregación hasta que mueren a las seis semanas de edad o hasta la llegada del otoño, cuando los recursos empiezan a escasear y las obreras deciden expulsar permanentemente a sus hermanos. El suelo frente a la colmena queda salpicado con cadáveres de zánganos.

Problemas con los plaguicidas

Los pesticidas agrícolas podrían dificultar aún más esa vida sombría. En 2016, Williams y su equipo publicaron un estudio en la revista Proceedings of the Royal Society B donde demostraban que los neonicotinoides, el tipo de pesticida agrícola más habitual en el mundo, podrían actuar como anticonceptivos para abejas. William explica que los zánganos expuestos a concentraciones de neonicotinoides realistas sobre el terreno producían un 39 por ciento menos de esperma vivo y proporcionaban «esperma muerto» a las reinas vírgenes con más frecuencia.

Durante sus vuelos nupciales, la abeja reina acumula el esperma en una cámara especial en el abdomen denominada espermateca. Utilizará ese material genético durante toda su vida para producir abejas obreras. Los huevos fertilizados que se convierten en hembras, mientras que los no fertilizados se convierte en zánganos. La falta de esperma sano puede alterar la proporción de sexos de la descendencia de la reina y dar lugar a una falta de obreras, debilitando la colmena.

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    Utz Klages, director de comunicaciones externas de Bayer, principal productor de neonicotinoides, sostiene que los plaguicidas no amenazan a las abejas melíferas si se utilizan de forma adecuada.

    Pero curiosamente, un estudio de campo financiado por Bayer y otro gran fabricante de pesticidas concluyó que los neonicotinoides parecen «surtir un efecto negativo en el potencial reproductivo interanual de abejas salvajes y gestionadas», aunque dicho efecto variaba según el país.

    Los autores del estudio, publicado el año pasado en Science, determinaron que la exposición a estas sustancias químicas «reduce el éxito de la invernación y la reproducción de la colonia en abejas melíferas y abejas salvajes», confirmando que los pesticidas neonicotinoides «afectan negativamente a la salud de las polinizadoras en condiciones agrícolas realistas».

    El uso de neonicotinoides se ha restringido en algunos lugares: la Unión Europea instauró una prohibición total de tres de estos productos químicos a principios de 2018 y Canadá pretende eliminarlos gradualmente.

    Los sustitutos de estos plaguicidas también podrían plantear problemas. Un estudio publicado el mes pasado en Nature determinó que las colonias de abejorros expuestos a sulfoxaflor, el pesticida que probablemente remplazará a los neonicotinoides, producían de media un 54 por ciento menos de abejas reproductivas. Esto, claro está, «significa que hay menos abejas en la siguiente generación», afirma Harry Siviter, uno de los arquitectos del estudio de la Universidad Royal Holloway de Londres, y este producto químico podría afectar a las abejas melíferas de forma similar.

    Es difícil encontrar flores buenas

    Para sobrevivir lo bastante para poder aparearse, los zánganos dependen del «servicio de habitaciones de polen» de sus incansables hermanas.

    «Las abejas, como nosotros, necesitan dietas variadas para estar sanas», explica Christina Grozinger de la Universidad del Estado de Pensilvania. Pero entre los maizales industriales y la expansión de los paisajes urbanos, puede ser complicado encontrar una buena flor.

    «La pérdida de plantas con flores, en términos de abundancia y diversidad, reduce los recursos nutricionales que pueden usar las abejas melíferas y otras abejas», afirma Grozinger.

    A las colmenas de abejas melíferas con campos no cultivados a su alrededor —como los prados en flor— les va mucho mejor que a las colmenas rodeadas de maizales o plantaciones de soja, según un estudio reciente del Servicio Geológico estadounidense.

    Tras examinar 864 colonias de abejas melíferas en Great Plains, los científicos federales determinaron que las colmenas en las mejores zonas tenían más baby booms estivales, produciendo una media de entre 2.000 y 4.000 descendientes más que las colmenas en las peores zonas.

    Las abejas macho como este zángano tienen una probabilidad del 0,1 por ciento de inseminar a una reina. Los pocos afortunados tienen que desprenderse de su endofalo, el equivalente al pene, lo que mata al zángano.
    Fotografía de Anand Varma, National Geographic Creative

    Además de reducir la población reproductora general, una nutrición deficiente implica que cada zángano vive menos. Las abejas enfermizas son más susceptibles a virus y parásitos —como el infame Varroa destructor— y no se encuentran en buen estado físico. Una mala dieta puede dar como resultado una generación de zánganos enclenques y débiles sin probabilidades de aparearse.

    Y una reina virgen con menos parejas se traduce en una colmena con menos diversidad genética, lo que disminuye la resiliencia de su familia a las enfermedades y los factores medioambientales estresantes.

    Una brújula en el trasero

    Los científicos no están seguros de cómo las abejas de pocas semanas de edad encuentran el camino hasta las mismas zonas de reunión que sus antepasadas han usado durante generaciones.

    Una teoría es que las zonas de reunión aparecen en lugares «donde se abre el horizonte, donde hay una luz intensa», explica Williams. Otros científicos apuntan a la proximidad del agua o puntos de referencia en los límites arbóreos como factores determinantes de las zonas de congregación.

    Pero ¿y los zánganos que viajan desde lugares a kilómetros de distancia, donde los límties arbóreos distantes y el cielo abierto no son visibles? Las abejas melíferas podrían usar una «brújula de repuesto» en su trasero.

    El abdomen de la abeja melífera alberga cristales de magnetita, partículas de hierro que pueden detectar cambios en los campos electromagnéticos, como el que genera la Tierra. Desde los años 70, muchos estudios han demostrado que las abejas melíferas pueden usar los campos magnéticos para orientarse en el espacio, y experimentos más recientes vinculan los campos eléctricos a cosas como la selección de flores o los rituales de orientación, como el famoso baile del meneo. Quizá las abejas se sientan atraídas hacia una señal electromagnética especial en las zonas de congregación.

    La mayoría de las tecnologías humanas que emiten campos electromagnéticos son apenas un parpadeo en el radar de una abeja —es demasiado débil como para detectarlos—, pero al entomólogo Sebastian Shepherd le preocupa que los tendidos eléctricos sean la excepción a la regla.

    Esta abeja reina (Apis mellifera) pone unos 2.000 huevos al día. Aunque las hijas como el séquito de obreras que la rodean tienen padres, sus hijos se desarrollan a partir de huevos no fertilizados. A la izquierda de la reina, las larvas blancas descansan en el fondo de las células individuales.
    Fotografía de Konrad Wothe, Minden Pictures, National Geographic Creative

    Shepherd y un equipo de la Universidad de Southampton llevaron a cabo experimentos iniciales para examinar el posible efecto de los tendidos eléctricos en el aprendizaje, la memoria y el movimiento de las abejas. Los resultados, publicados este verano en Scientific Reports, son preocupantes. Las abejas melíferas expuestas a campos electromagnéticos de baja frecuencia como los que emiten los tendidos eléctricos son recolectoras menos eficaces y vuelan de forma más errática.

    Aunque Shepherd advierte que estos hallazgos no son concluyentes, indican que la contaminación electromagnética humana podría dificultar que las abejas abandonen la colmena. Son malas noticias para las obreras que intentan alimentar a sus hermanos hambrientos y para los zánganos en busca de las zonas de reunión.

    La vida de una abeja solterona puede parecer trágica, pero los machos de esta famosa especie matriarcal son fundamentales para la supervivencia de la colmena.

    La reina ocupa un lugar preponderante en el estudio de las abejas melíferas, hasta tal punto de que las abejas macho son científicamente «el sexo abandonado», según señala WIlliams. Ahora, cada vez más, los entomólogos analizan zánganos para intentar explicarse los impactos de diversos factores medioambientales estresantes en las colonias de abejas melíferas.

    Aunque pierda su endofalo, el zángano podría contener el secreto para salvar a la abeja melífera. Claro está, también sería de ayuda que los humanos fuéramos mejores compañeros.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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