Los borregos cimarrones aprenden a migrar largas distancias

Los borregos cimarrones emprenden largos viajes siguiendo una ola de nueva vegetación. Esto no es instintivo, sino cultural.

Por Jason G. Goldman
Publicado 7 sept 2018, 13:18 CEST
Borrego cimarrón
Los borregos cimarrones, como este macho fotografiado en el parque nacional de Yellowstone en Montana, deben aprender la mejor estrategia migratoria de sus madres.
Fotografía de Robbie George, National Geographic Creative

Las grandes migraciones son uno de los mayores espectáculos de la naturaleza. Ñus y cebras siguen las lluvias por el ecosistema del Mara cada año; las mariposas monarca hacen un recorrido de ida y vuelta entre México y Canadá; y diminutas aves cantoras vuelan sin parar durante días. Ahora, los científicos están empezando a averiguar cómo saben adónde ir, y cuándo.

Se ha descubierto que algunos de estos animales tienen sus rutas migratorias grabadas en los genes. Un pájaro cantor nacido en un laboratorio sin haber tenido contacto con el mundo natural intentará comenzar la migración en el momento adecuado del año y hacia el punto cardinal correcto.

Pero el caso de los grandes mamíferos, como los borregos cimarrones y los alces, es diferente. Los investigadores de fauna salvaje habían sospechado durante mucho tiempo que necesitan experiencia para migrar de forma eficaz y que sus viajes anuales son el resultado del aprendizaje, no de la herencia genética. Un nuevo estudio, publicado en la revista Science, sugiere que dichos presentimientos podrían ser correctos: algunos animales tienen que aprender a migrar.

Los investigadores explican que la existencia de información y conocimiento colectivos, que pueden transmitirse de los animales más viejos a los más jóvenes, es una forma de «cultura». Y cuando los animales aprenden como resultado de la interacción social y la transferencia de esta información, se trata de un tipo de intercambio cultural, no genético.

En las montañas y las llanuras de Norteamérica, enormes manadas de ungulados —criaturas como caribúes, alces, uapitíes y borregos cimarrones— migran desde sus criaderos a gran altura hacia altitudes menores y más cálidas durante el duro invierno, tras el crecimiento de la nueva vegetación. Los ecologistas lo denominan «surfear la ola verde», y el nuevo estudio determina que los borregos cimarrones y los alces tienen que aprender a surfear.

La sabiduría materna

Las poblaciones de borregos cimarrones empezaron a descender a finales del siglo XIX, debido a la caza de mercado y la transmisión de enfermedades por parte de las ovejas domésticas. A principios de los años 70, las autoridades de fauna salvaje y los grupos de caza empezaron a restaurar las poblaciones de borregos salvajes trasladando ejemplares de manadas supervivientes a zonas que antes formaban parte del área de distribución de la especie.

El historial de estos traslados, junto a la tecnología de rastreo por GPS disponible en la actualidad, permitió al ecólogo de la Universidad de Wyoming Matthew Kauffman y su equipo realizar un seguimiento del desarrollo de las conductas migratorias. El equipo, dirigido por el estudiante de posgrado Brett Jesmer, colocó collares GPS a 129 borregos cimarrones de poblaciones establecidas hace al menos 200 años, y a 80 borregos y 189 alces trasladados recientemente.

«En ungulados, pensábamos que no había programación genética. En lugar de eso, tienen que aprender a hacerlo», afirma Kauffman. De ser así, los animales que han sido desplazados no deberían migrar, porque todavía no habrían aprendido una nueva ruta migratoria.

Eso fue exactamente lo que descubrieron.

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    «En borregos cimarrones y alces, las crías son muy dependientes de sus madres, lo que también se aplica a ciervos y uapitíes. Durante el primer año de vida, siguen a sus madres», explica Kauffman. «De forma que desarrollan una memoria espacial de la ruta migratoria de su madre».

    De los 80 borregos trasladados, solo siete intentaron migrar, ejemplares que habían sido integrados en rebaños preexistentes con cientos de borregos migratorios. Esto sugiere que el saber migratorio puede transmitirse de forma horizontal, entre adultos, y no solo vertical, entre generaciones.

    No significa que los ungulados carezcan de una motivación innata para buscar nuevas oportunidades. El problema es saber hacerlo y mantenerse a salvo al mismo tiempo. «Para saber cómo llegar de A a B, hay que atravesar hábitats donde existe un mayor riesgo de depredación o donde quizá las condiciones de alimentación no son muy buenas, de forma que los animales deben saber adónde ir», afirma Marco Festa-Bianchet, biólogo de la Universidad de Sherbrooke que no participó en el estudio. «Esa es la parte que tienen que aprender».

    Los borregos cimarrones pueden formar grupos, lo que facilita la transmisión de saber cultural. Fotografiaron a este grupo escalando una ladera en el parque nacional de Yellowstone.
    Fotografía de Robbie George, National Geographic Creative

    Aprendiendo a surfear

    Una migración óptima coincidiría de forma precisa con el pico de la ola verde, de forma que los animales se desplazarían a zonas nuevas tan pronto como la vegetación empezara a crecer y, al mismo tiempo, evitarían áreas de riesgo plagadas de depredadores. El nuevo estudio demuestra que los borregos y los alces aprenden a optimizar nuevas rutas con el paso del tiempo; cuanto más sobrevive una población en un hábitat nuevo, más eficazmente pueden surfear sus integrantes.

    Los animales que desarrollan una estrategia migratoria más eficiente sobreviven más tiempo y producen más descendencia. Dichas crías aprenden a migrar de sus madres y adquieren nuevos conocimientos por el camino para perfeccionar aún más sus estrategias migratorias. Kauffman explica que todo esto significa que la migración ungulada es una forma de cultura acumulativa, un sistema de conductas transmitido de generación en generación y en el que cada cohorte aprende y mejora el saber de sus predecesores.

    Los alces, como este macho fotografiado en el parque nacional de Denali, Alaska, llevan estilos de vida más solitarios, lo que significa que tardan más tiempo en transmitir conocimientos dentro de una población.
    Fotografía de Bob Smith, National Geographic Creative

    Solo hay una pega: un rebaño de borregos cimarrones recién trasladado puede tardar 50 o 60 años hasta que la mitad del grupo sea experto en surfear la ola verde. Los alces, quizá por ser criaturas más solitarias con menos oportunidades de aprendizaje social, pueden tardar un siglo, o más.

    «La reintroducción de vida silvestre suele fracasar en todo tipo de especies diferentes. Esto nos da una explicación de por qué fracasa», afirma Kauffman. «Fracasa, en parte, porque los animales no saben cómo explotar nuevos paisajes».

    De forma que, cuando una carretera, valla u obra interrumpe la ruta migratoria establecida de un mamífero, esto no solo afecta a la supervivencia del rebaño, sino también a su saber colectivo. Y si las estrategias de mitigación, como las vallas adaptadas y los pasos elevados y subterráneos en las carreteras, no se ponen en marcha con celeridad suficiente, una población puede tardar décadas o hasta un siglo en recuperarse.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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