El cerumen de las ballenas revela cómo los humanos hemos cambiado sus vidas

Las hormonas del cerumen revelan cómo las actividades humanas, como la caza de ballenas o la guerra, han estresado a las ballenas durante más de un siglo y medio.

Por Christie Wilcox
Publicado 16 nov 2018, 12:33 CET
Ballena jorobada
Medir las hormonas del estrés en grandes ballenas, como esta ballena jorobada, es muy difícil, de ahí que el descubrimiento de un registro de los niveles hormonales de las ballenas en su cerumen fue emocionante para los científicos.
Fotografía de Flip Nicklin, Minden Pictures/Nat Geo Image Collection

El cerumen humano, se extraiga como se extraiga, suele tirarse a la papelera más próxima poco después de retirarlo. Pero esta sustancia pegajosa puede contener pruebas sobre la salud acumuladas con el paso del tiempo en el conducto auditivo, incluidos los oídos gigantes de las ballenas.

Por suerte, conservadores de museos de todo el mundo han sido lo bastante sensatos como para preservar enormes tapones de cerumen extraídos durante siglos a ballenas muertas.

Gracias a esos tapones, los científicos han logrado descubrir un registro oculto en la cera de cómo las actividades humanas han estresado a las ballenas durante los últimos 150 años. Stephen Trumble, fisiólogo comparativo de la Universidad Baylor, y sus colegas publicaron sus hallazgos este mes en Nature Communications.

Resulta que somos muy estresantes: nuestras acciones, como la caza de ballenas, la guerra o el cambio climático, han afectado a las ballenas, aunque no hayamos interactuado con ellas directamente.

Registros de cera

Cada tapón de cera, que puede medir más de 50 centímetros y pesar casi un kilogramo, contiene una mina de información sobre las condiciones medioambientales en las que vivió el animal, así como sobre la salud de la propia ballena a lo largo de su vida.

Y como la cera se añade en capas —de forma similar a los anillos de un árbol—, los investigadores pueden obtener una serie temporal de datos sobre aspectos diversos, como la contaminación por pesticidas o los ciclos reproductivos.

Pero Trumble y sus colegas querían investigar especialmente la respuesta de los animales a las actividades humanas. Una de las mejores formas de hacerlo es medir los niveles de hormonas como el cortisol, que se libera cuando un animal está estresado.

Obtener datos a largo plazo de los niveles hormonales de las ballenas es muy difícil. Es casi imposible rastrear y tomar muestras de animales individuales durante toda su vida. Las barbas de una ballena, usadas para filtrar el alimento, contienen casi 10 años de información, pero los animales pueden vivir entre 50 y 100 años, de ahí que sea apenas un atisbo de sus vidas.

Por su parte, los tapones de cera aportan décadas de datos.

Sin embargo, según Trumble, extraer dicha información no es tarea fácil. Separar las capas de cera para analizarlas —cada una contiene información de aproximadamente seis meses de la vida de la ballena— lleva días de trabajo minucioso.

Pero el resultado vale la pena. «Ser capaz de formar una imagen de los factores estresantes implicados y de la respuesta de la ballena —sobre todo a lo largo de su vida— no tiene precedentes», afirma Trumble.

Nick Kellar, biólogo de cetáceos del Southwest Fisheries Science Center de la NOAA en La Jolla, California, está de acuerdo. «Representa la ciencia más avanzada sobre los efectos no mortales de la caza de ballenas y supone un gran avance en este campo», afirma.

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    Fotografía de Tui De Roy, Minden Pictures/Nat Geo Image Collection

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    En el nuevo estudio, los perfiles hormonales de 20 ballenas azules, ballenas jorobadas y rorcuales revelaron un vínculo estrecho entre la caza de ballenas y el estrés desde finales del siglo XIX hasta los años 70, cuando la legislación redujo drásticamente la caza de ballenas.

    «El resultado que nos sorprendió fue la propia correlación», explica Trumble. Aunque los investigadores esperaban que la caza de ballenas aumentara el estrés, no esperaban que los niveles hormonales descendieran a la par que la reducción de la caza. «Estas ballenas son un reflejo de su entorno y pueden usarse de forma similar al canario en la mina de carbón», añade.

    La caza no fue la única fuente de estrés que observaron los investigadores. De 1939 a 1945, los niveles elevados de cortisol indicaban que los niveles de estrés de las ballenas eran altos, pese a que se estaban asesinando menos ballenas. Pero había otro factor estresante en aquella época: una guerra mundial. «Creemos que es probable que este aumento del cortisol durante la Segunda Guerra Mundial fue el resultado de los aviones, las bombas, los barcos, etcétera», afirma Trumble.

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    Y después de 1970 —y más específicamente después de 1990—, los investigadores observaron una tendencia alarmante: los niveles de cortisol también aumentaron paralelamente al aumento de la temperatura del agua. Esto sugiere que el cambio climático también estresa a las ballenas.

    El aumento de las temperaturas puede afectar a los animales de muchas formas: puede alterar su ubicación y la abundancia de presas, o provocar efectos fisiológicos por el agua más cálida (al fin y al cabo, las ballenas no pueden encender el aire acondicionado cuando hace demasiado calor). Trumble afirma que sus colegas y él intentan acotar qué parte exacta del cambio climático provoca un aumento del estrés.

    Requeriría más investigación, ya que el vínculo con la temperatura se basa en los tapones de cera de solo seis ballenas. Además, Kellar afirma que le gustaría comprobar otras variables, como las causas de muerte de los animales, ya que el proceso natural de envejecimiento puede afectar a los niveles hormonales.

    Pero eso no significa que no exista una relación con el clima. «Los puntos débiles del estudio son un mero reflejo de las dificultades inherentes de intentar abordar una cuestión histórica a esta escala», afirma Keller.

    La mejor forma de desentrañar todo esto sería estudiar más tapones de cera y eso es lo que pretende hacer Trumble. «Todavía nos quedan decenas que analizar», afirma. «Estad atentos».

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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