Estos elefantes están atrapados debido al mayor campo de refugiados del mundo

Entre los rohinyá desplazados a Bangladesh encontramos la tragedia de un grupo desplazado que desplaza a otro involuntariamente.

Por Natasha Daly
fotografías de Ismail Ferdous
Publicado 28 nov 2018, 12:22 CET
Un elefante asiático
Un elefante asiático observa entre el follaje en el bosque de Inani, en Bangladesh, en el límite del mayor campo de refugiados del mundo. El elefante es uno de 38 atrapados en el bosque adyacente al campo, que bloquea las rutas migratorias de los elefantes.
Fotografía de Ismail Ferdous

Durante miles de años, los elefantes asiáticos cerca de la ciudad de Cox’s Bazar, en el sureste de Bangladesh, han recorrido los mismos senderos forestales una y otra vez en sus rutas migratorias hacia y desde Birmania.

Pero el año pasado, empezaron a llegar los refugiados.

Entre agosto y diciembre de 2017, 600.000 refugiados musulmanes rohinyá han salido de Birmania y han cruzado la frontera bangladesí. Los refugiados, que huyen de violaciones, asesinatos y de lo que las Naciones Unidas han descrito como un «ejemplo de manual de limpieza étnica», se han establecido en campos dispuestos sobre ocho corredores migratorios fundamentales para los elefantes.

El santuario de fauna silvestre de Teknaf, junto al campo de Kutupalong, es uno de los ecosistemas forestales más importantes de Bangladesh. Esta franja forestal ha permanecido intacta hasta ahora, pero la construcción ha arrasado partes del santuario.
Fotografía de Ismail Ferdous
Un niño rohinyá transporta un tronco desde el bosque hacia el campamento. Técnicamente, está prohibido talar árboles sin permiso en esta región, pero la vasta red de campamentos necesita 730 toneladas de leña al día como combustible para cocinar.
Fotografía de Ismail Ferdous

«No hubo tiempo para planificarlo de forma adecuada», afirma Raquibul Amin, representante bangladesí de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), la autoridad mundial que determina el estado de conservación de los animales salvajes.

Cuando los elefantes intentaron migrar en septiembre del año pasado, se encontraron con un mar de personas, la trágica ironía de un grupo desplazado que desplaza a otro involuntariamente.

Elefantes y personas se asustaron por igual. Los elefantes huyeron de forma desordenada en busca de una salida, mientras que las personas intentaron buscar refugio y evitar que las aplastaran. Algunas intentaron ahuyentar a los elefantes tirándoles basura, creando aún más pánico. Después, sobrevino la tragedia.

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    Para dejar espacio a los refugiados rohinyá, Bangladesh ha talado 4.000 hectáreas de bosque y han despejado más de cien colinas, similares a estas del área forestal de Ukhiya, alrededor de Cox's Bazar.
    Fotografía de Ismail Ferdous

    Cuando Amin llegó al campamento principal, Kutupalong, a mediados de enero, encontró a una mujer sollozando. «Me enteré de que su marido había sido asesinado [por un elefante] aquella mañana, a la 1 o las 2 de la mañana». El elefante se había desviado 500 metros de la ubicación anterior de un corredor en busca de una salida. «Demuestra lo desesperado que estaba el elefante de encontrar un camino».

    En total, los elefantes mataron a 13 personas entre septiembre de 2017 y febrero de 2018.

    Durante meses cada año, el campamento tiende a inundarse por las lluvias del monzón. Las excavadoras despejan y aplanan el bosque accidentado en torno a Kutupalong con el objetivo de trasladar a la gente en terrenos más altos.
    Fotografía de Ismail Ferdous

    En marzo, las muertes cesaron, en gran parte gracias a los esfuerzos de la UICN y la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Estas organizaciones colaboraron para enseñar a las personas que viven en la zona y cerca de los corredores a enfrentarse a futuros encuentros con elefantes y a entender mejor a los propios animales.

    También han creado un equipo de respuestas ante elefantes compuesto por 550 refugiados rohinyá que viven cerca de los corredores. Se turnan en 98 torres de vigilancias en torno a los campos y usan matracas y luces para ahuyentar a los elefantes que se acerquen. Las torres de vigilancia cuentan con personal las 24 horas del día y los vigilantes reciben un sueldo a cambio de su tiempo.

    Desde marzo, el programa ha conseguido evitar que 28 elefantes entrasen en el campo.

    Los refugiados crean un camino de ladrillos en el campo de Balukhali, parte del campo expandido de Kutupalong.
    Fotografía de Ismail Ferdous

    Aún en estado de emergencia

    Según Ehsanul Hoque, de la oficina de medio ambiente de ACNUR Bangladesh y que trabaja en el campo, explica que la iniciativa actual es una mera solución temporal. «Pero los elefantes siguen intentando acudir al campo. Hay escasez de alimento y llevan la migración en sus genes».

    Hay problemas por partida doble: los senderos migratorios están llenos de refugiados e infraestructuras, pero conforme los campos crecen, la gente tala más bosque para obtener leña y crear espacios habitables, disminuyendo aún más el hábitat de los elefantes. Unos 38 elefantes se encuentran atrapados en una franja de bosque menguante junto al campo principal de Kutupalong.

    «El propio campo disminuye el hábitat de los elefantes día tras día», afirma Amin, de la UICN.

     

    El área donde se encuentra Kutupalong era bosque. Ahora, es una red expansiva de infraestructuras densamente pobladas. Existen aproximadamente 50.000 casas improvisadas en el campo. Muchas albergan a varias familias.
    Fotografía de Ismail Ferdous
    Esta torre de vigilancia es una de las 98 instaladas por toda la red de campamentos. Cada torre tiene personal las 24 horas, dos miembros del equipo de respuestas ante elefantes. El equipo de respuesta, compuesto por 550 refugiados rohinyá, ha ahuyentado a 28 elefantes usando luz y ruido.
    Fotografía de Ismail Ferdous

    A corto plazo, es un problema de seguridad y bienestar tanto para elefantes como para humanos. Los elefantes atrapados se arriesgan a quedarse sin comida. Y aunque el equipo ha evitado más muertes, existe un riesgo real de que se produzcan más enfrentamientos entre humanos y elefantes.

    Según Mohammed Abdul Aziz, profesor de zoología en la Universidad de Jahangirnagar en Bangladesh que ha trabajado con la UICN para evaluar la situación, las implicaciones a largo plazo son más complejas. Al no poder migrar, dice que los elefantes podrían recurrir a la endogamia, lo que perjudicaría el acervo genético de esta población. Aziz explica que podría provocar la extinción local de la población.

    «Si se quedan en una franja aislada, no ocurrirá ni mañana ni pasado mañana, pero perderán su diversidad genética», afirma Amin.

    El problema se ve agravado por el hecho de que la población de elefantes de Bangladesh se encuentra en peligro crítico de extinción, ya que se enfrenta a problemas como la pérdida de hábitat y la escasez de alimento. Los 38 elefantes atrapados en el bosque son unos de los 268 elefantes salvajes que quedan en todo el país.

    Anwara Begum, junto a su hijo Mohammad, perdió a su marido Yakub Ali cuando un elefante atravesó el campo, pisoteando su hogar mientras dormían.
    Fotografía de Ismail Ferdous
    Una familia bangladesí rodea el contorno con tiza de Mohammed Alam, de 12 años, que falleció asesinado por un elefante en 2018 de camino al trabajo. El elefante había salido del bosque y los aldeanos lo estaban persiguiendo cuando Alam se cruzó por accidente en el camino del elefante alterado.
    Fotografía de Ismail Ferdous

    Una meta ambiciosa

    La meta es reabrir el sendero. Puede parecer sencilla, pero en realidad se trata de una pesadilla logística descomunal.

    El equipo de la UICN de Amin acaba de completar un estudio que ha determinado el área mínima de terreno necesaria para restablecer un corredor migratorio funcional. Como mínimo, tendría que tener 0,5 kilómetros de ancho y 3,5 kilómetros de largo.

    Actualmente, el espacio alberga a 100.000 personas en 24.000 hogares, así como una serie de infraestructuras, como oficinas de visados y almacenes de suministros. Y desplazar a todas esas personas implicaría despejar aún más bosque para proporcionarles un hogar.

    Mohammed Riaz, de 13 años, junto a un dibujo de elefantes que hizo en la pared de su familia en el campo. Su hermano de 12 años, Fayaz, fue asesinado por un elefante en febrero mientras iba a la escuela.
    Fotografía de Ismail Ferdous

    A esto se suma el hecho de que nadie sabe mucho acerca de estos elefantes en particular: cómo viven, cuándo migran ni por qué migran.

    Hoque, de ACNUR, afirma que antes de que pase nada de esto, los grupos deben intentar comprender cómo viven estos elefantes. ACNUR y la UICN pretenden colaborar con el Asian Elephant Specialist Group —una red global de especialistas afiliada a la UICN y centrada en el estudio, la supervisión, la gestión y la conservación de los elefantes asiáticos— para colocar collares GPS a unos cuantos miembros de la población de elefantes asiáticos para poder rastrear sus movimientos y comprender su comportamiento.

    Pero, aunque todo vaya según lo planeado —si el rastreo por GPS resulta un éxito; los grupos son capaces de desplazar a 100.000 personas y edificios y trasladarlos sin diezmar el bosque restante; y los elefantes usan el corredor reparado—, la frontera entre Bangladesh y Birmania sigue planteando un problema.

    Para evitar que los rohinyás regresen a sus hogares, Birmania ha levantado largas vallas fronterizas y ha colocado minas terrestres —más invisibles y temibles—, según la información de los medios de comunicación. A Amin y su equipo les han informado de que las minas ya han asesinado a dos elefantes en el lado birmano. «Significa que, si queremos abrir el corredor, debemos empezar a hablar con el gobierno birmano para que también abra la frontera internacional», afirma Amin.

    Amin afirma que el destino de los elefantes depende en parte de la distensión de una situación geopolítica y humanitaria tan profundamente tensa, compleja y sumida en la tragedia que, para superarla, sería necesaria una gran cooperación por parte del gobierno. Él y el equipo de ACNUR trabajan para reunir a gente de ambos gobiernos para debatir las opciones, pero es el primero en admitir que queda un largo camino por delante.

    Dos elefantes caminan por el bosque de Inane, rodeado por los campos de refugiados. A medida que los campos se expanden y el bosque mengua, los elefantes se arriesgan a quedarse sin comida y la posibilidad de la endogamia aumenta.
    Fotografía de Ismail Ferdous

    Un rayo de esperanza

    Mientras tanto, Amin, Hoque y muchos más mantienen su compromiso de hacer lo que puedan. Además del éxito registrado por el grupo de vigilancia de elefantes, ACNUR ha empezado a dar combustible para cocinar a los refugiados para evitar que talen el bosque en busca de leña. A principios del año siguiente, su objetivo es empezar a suministrar combustible a todos los hogares de los campamentos.

    Y aunque siguen existiendo muchos riesgos a largo plazo y se necesitará una cantidad enorme de diplomacia, cooperación y apoyo financiero para resolverlos, Amin se enorgullece del trabajo que han llevado a cabo todas las partes hasta la fecha. Sobre todo, está orgulloso del grupo especial para elefantes.

    «Los 550 hombres rohinyá que han sido formados están bastante seguros de que el sistema funciona», afirma. «Son una hermandad».

    Y mediante su iniciativa para proteger tanto a elefantes como a personas, el equipo también ha generado involuntariamente un rayo de esperanza. Se han convertido en los protectores de animales de los campos de refugiados de Cox's Bazar y han informado al departamento forestal de decenas de casos de capturas ilegales de animales salvajes cerca de los campos y educado a otros refugiados sobre el bienestar de los animales. Han salvado a un grupo de estorninos cautivos, un par de tortugas de hoja asiáticas a las que los niños maltratan y muchos monos, pitones y pequeños mamíferos.

    Para Amin, esto es importante. «Se han convertido en la conciencia medioambiental de facto de los campamentos», afirma.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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