Por qué los dragones de Komodo no se alejan del hogar

Con sus impresionantes habilidades de orientación y su condición física, los dragones de Komodo podrían expandirse a cualquier lugar. Ahora los científicos saben por qué no lo han hecho.

Por Jake Buehler
Publicado 19 nov 2018, 18:06 CET

Los dragones de Komodo son un espectáculo asombroso, y su intimidante tamaño solo se ve aumentado por sus mordiscos venenosos y sus habilidades de caza. Capaces de recorrer largas distancias y dominando a otros animales, hay quien se pregunta por qué no están más extendidos.

Según una nueva investigación, estos lagartos de tamaño humano se contentan con permanecer cerca de sus casas y rara vez salen de los valles donde eclosionaron.

Un estudio publicado esta semana en Proceedings B of the Royal Society es el producto de una década de observaciones de los patrones de movimiento de los reptiles en el único lugar del planeta donde residen estos animales: una serie de islas accidentadas de las islas menores de la Sonda, en Indonesia.

El estudio determinó que estos animales son muy móviles y atléticos, y a veces se desplazan hasta 11 kilómetros al día en sus valles natales. «Son muy activos según estándares de los lagartos», afirma Tim Jessop, ecólogo de la Universidad Deakins en Australia y autor principal del estudio.

Pero, aparentemente, son caseros.

La isla de Flores, en la provincia indonesia de las islas menores de la Sonda orientales —junto a las islas de Komodo, Rinca, Padar y Gili Motang— son los últimos lugares del planeta donde los dragones de Komodo viven en estado salvaje.
Fotografía de Achmad Ariefiandy

El hogar dentro del área biogeográfica

En un día cualquiera, se mueven en los confines de sus valles natales, con áreas biogeográficas de casi dos kilómetros de ancho. Allí, pasan de bosques secos y pastizales rocosos asados por el sol, olfateando presas u otros dragones (que a veces pueden ser lo mismo).

Jessop, junto a otros investigadores del Komodo Survival Program —una organización sin ánimo de lucro dedicada a la supervisión científica y a la gestión de poblaciones de dragones—, estudió los movimientos de los dragones de Komodo como parte de un proyecto de conservación a largo plazo.

El equipo estudió los dragones de diez emplazamientos diferentes por todo el parque nacional de Komodo y rastreó sus movimientos con collares por GPS o por radio, o atrapándolos, marcándolos y recapturándolos. También capturaron siete dragones diferentes y los trasladaron a partes diferentes de la isla —o a una isla diferente— para comprobar cómo se ajustaban.

Pese a corretear por los valles donde habían nacido o habían sido capturados, los lagartos casi nunca salían de la zona. De los más de mil dragones de Komodo que fueron recapturados, solo dos migraron entre emplazamientos.

Esta inercia hacia el hogar parece ser relativamente intencionada, en lugar de ser el resultado de un mero aletargamiento o un mal sentido de orientación. Por ejemplo, los dragones que fueron reubicados a kilómetros de distancia —en el límite opuesto de su isla natal, por ejemplo—, encontraron su camino de vuelta a casa tras unos pocos meses.

Pero cuando los dragones se vieron separados de su isla natal por una delgada franja de océano, a solo un chapuzón rápido de distancia, optaron por establecerse.

El agua no era el problema, ya que los dragones de Komodo nadan bastante bien. Jessop cree que atravesar mar abierto implica cierto riesgo, algo que los dragones podrían preferir evitar.

Las islas menores de Sunda están surcadas por fuertes corrientes, que podrían arrastrar fácilmente a un dragón a mar abierto. Pero incluso ser empujado a otra isla podría resultar desastroso, ya que los recursos alimenticios y la calidad de las parejas pueden variar mucho entre islas.

Llegar a una lengua de tierra pequeña y sin comida podría suponer una sentencia de muerte para un dragón adulto, de forma que ser sedentario podría ser una ventaja. De hecho, durante el estudio de diez años, solo observaron a dos dragones en agua abierta.

El aislamiento

Esto podría aplicarse al viaje entre valles, ya que introducir incertidumbre podría pasar factura y amenazar con la endogamia. Los investigadores hallaron pruebas de endogamia entre los dragones en el ADN de los animales. Esto puede resultar problemático si el solapamiento de las poblaciones se reduce cuando las poblaciones descienden por la caza o la pérdida de hábitat.

«El estudio supone una aportación importante a nuestra comprensión de la biología de los dragones de Komodo y nuestro conocimiento de los lagartos en general», afirma Mozes Blom, biólogo evolutivo del Museo de Historia Natural de Berlín que no participó en este estudio. «No comprendemos mucho cómo se han expandido los lagartos y las serpientes por continentes y océanos ni lo que motiva sus migraciones».

Jim McGuire, biólogo de la Universidad de California, Berkeley, que tampoco participó en este estudio, señala que la aversión de los dragones hacia la migración resulta bastante interesante ya que, hace decenas de miles de años, la especie se distribuía por un territorio mucho más amplio en la región Indo-Australiana. No está claro si el comportamiento de los dragones podría haber cambiado hace poco o si algún otro factor explica el tamaño contraído.

Sea como fuere, saber que los dragones de Komodo son reacios a desplazarse es un aspecto fundamental para las labores de conservación. Los animales podrían ser incapaces de recuperarse rápidamente tras un descenso demográfico o de colonizar nuevas zonas, por ejemplo.

Si los conservacionistas prevén que no existe un desplazamiento automotivado ni espontáneo de dragones individuales en islas enteras, pueden diseñar estrategias de conservación eficaces y precisas para los reptiles. Pero la falta de movimiento no aumenta las probabilidades de supervivencia a largo plazo de los dragones.

«Es probable que la falta de dispersión haya funcionado bien para los dragones de Komodo durante milenios», afirma Jessop. Pero el cambio climático, el aumento del nivel del mar y las amenazas humanas como la caza furtiva no serán de ayuda.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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