Estos monos sobreviven en duras condiciones a 3.000 metros de altura

¿Crees que la vida es dura? Imagínate tener que comer hierba, dormir en precipicios mientras las hienas aguardan para matarte y hacerlo bajo la lluvia, el granizo y la nieve del macizo etíope.

Por Craig Welch
Publicado 29 mar 2019, 13:53 CET
Un joven gelada
Un joven gelada se aferra a su madre en el duro entorno del macizo Etíope.
Fotografía de Jeffrey Kerby, Nat Geo Image Collection

Con melenas reales, partes del pecho escarlatas y sin pelo, y caninos intimidantes que sobresalen de las bocas como guadañas es fácil creer que los geladas son los reyes de sus dominios de montaña. Pero no es cierto. Nadie vive sin dificultades en los pastizales naturales.

Para comprender lo complicado que puede ser sobrevivir en un paisaje cubierto de hierba pero sin árboles, podemos pensar en el mundo de los geladas. Este primate busca día a día calorías que consumir entre la vegetación de baja calidad de la sabana alta en el «techo de África». Por las noches, se encogen ante el frío y la lluvia, aferrados a rectísimos precipicios de basalto. También se suceden luchas, sustos y huidas infinitas de depredadores reales y, a veces, imaginados.

«Siempre hemos considerado que viven vidas muy duras», afirma Peter Fashing, antropólogo de la Universidad del Estado de California, Fullerton, que con su colega Nga Nguyen, experta en primates, ha supervisado un proyecto de investigación de geladas en el macizo Etíope durante casi 15 años. Cuesta contradecirlo.

Numerosos enemigos

El Theropithecus gelada no es ni una bestia solitaria ni un cazador. En realidad, los únicos monos del mundo que se alimentan de hierba son muy sociales y casi completamente vegetarianos (sin contar algún que otro insecto, si tienen suerte). Son la especie restante de un género que, hace millones de años, abarcaba Europa, la región central de Asia y todo África, pero que hoy en día solo habitan el macizo Etíope, normalmente por encima de los 3.000 metros. No está del todo claro cuántos hay, y las estimaciones oscilan entre decenas de miles a unos cientos de miles.

Los geladas, unos de los pocos primates que pasan gran parte de su vida sobre el suelo
Como los humanos, los geladas se han adaptado a pasar la mayor parte de sus vidas sobre el suelo en vez de en los árboles.

Estos monos se alimentan en grupos, deslizándose sobre el trasero durante el día, gruñendo, gritando y arrancando plantas y tallos de hierbas del género Festuca. Sobrevivir es complicado. Los geladas pasan más tiempo comiendo que casi cualquier otro primate. Y comer durante todo el día con la cabeza baja puede hacerte vulnerable. Pregúntale al alumno e investigador Bing Lin.

Lin trabajó durante un tiempo en el campamento de investigación de Fashing y Nguyen, una franja de 108 kilómetros cuadrados de praderas altas con vistas al Gran Valle del Rift, a un día en coche desde la capital etíope, Adís Abeba. Cada día, los científicos siguen las vidas de cientos de geladas. Estudian las relaciones, supervisan las riñas sociales, registran nacimientos y muertes.

En abril del año pasado, Lin estaba solo siguiendo a un grupo de monos que se alimentaba de tusacs altos. De repente, escuchó el chillido de alarma de un gelada, un grito resonante. Los monos pasaron corriendo por la hierba corta. Unos minutos después, pasó un leopardo con un gelada adulto en las fauces. Lin tenía una cámara y lo fotografió desde cien metros de distancia.

«Unos segundos después, el leopardo se detuvo, miró a su alrededor y me vio. Estableció contacto visual conmigo durante unos instantes de infarto», me contó Lin. Después se fue, dejando atrás al gelada muerto.

Para los geladas, la muerte está siempre a la vuelta de la esquina. El científico y fotógrafo Jeffrey Kerby, que pasó casi una década trabajando en el proyecto de los geladas, presenció cómo un serval de color ámbar capturaba a una cría de mono. Los licaones los matan a menudo. Fashing ha visto uñas de gelada en las heces de las hienas. Los científicos han visto a manadas de estos animales congregadas bajo los precipicios donde duermen los geladas.

Pero hasta cuando los depredadores no suponen problema alguno, los geladas todavía deben preocuparse por otros de su especie, y por nosotros.

Los geladas deben permanecer alerta ante posibles depredadores, como leopardos o hienas.
Fotografía de Bing Lin

Las amenazas humanas

Los geladas establecen comunidades estrechas y los grupos de hembras establecen vínculos en unidades reproductivas que normalmente están lideradas por un macho. Los científicos creen que los monstruosos dientes de los machos se han desarrollado como producto de la selección sexual. Los machos los utilizan para luchar por las hembras en batallas que son tan ruidosas y tensas como despiadadas. Cuando los machos adultos van a la guerra, de los mordiscos y la lucha puede surgir sangre. Cuando nuevos machos dominan los grupos, pueden incluso matar a las crías recién nacidas de otros machos.

Pero las peleas de los geladas pueden ser muy variadas. En una ocasión, Lin presenció cómo una hembra arrancaba de un mordisco un cuarto de la oreja de otra. Observó también cómo un macho rasgaba el labio inferior de un rival. «Estos follones ocurren casi a diario», contó.

Los humanos también causan sus propios estragos: la comunidad que rodea el sitio de investigación de Fashing, denominada Menz-Guassa, cerca de Mehal Meda, está creciendo. Pasan camiones y coches con regularidad. Fashing solo conoce un caso de un mono atropellado, pero esa carretera está siendo pavimentada y han aparecido redes eléctricas en muchos lugares. Mientras tanto, los geladas que asaltan plantaciones cercanas, donde los aldeanos etíopes cultivan lentejas, patatas y cebada, a veces vuelven con trampas metálicas sujetas a una extremidad.

Y Guassa es una de las comunidades más conservacionistas de Etiopía. Los aldeanos se han agrupado para proteger sus pastos de los furtivos y el sobrepastoreo. En otras regiones donde viven los geladas, los monos no siempre tienen tanta suerte. La gran mayoría de los etíopes vive entre los páramos y matorrales deteriorados de las tierras altas, y se prevé que la población del país aumente un mil por ciento en los próximos 30 años respecto a la población de 1950. La expansión de la agricultura y los casi cien millones de vacas, ovejas y cabras devoran la capa arable y las plantas autóctonas.

Los geladas están siendo relegados a parcelas de tierra cada vez más pequeñas. Aunque los monos de Guassa se alimentan de 60 variedades de plantas, otras poblaciones pueden pasar meses sin comer nada salvo hierba seca y marrón. «No sabíamos si podían sobrevivir siquiera con eso», afirmó Fishing.

Refugios grupales

Debido a su mundo complejo, es comprensible que los geladas sean un poquito asustadizos. Cuando los depredadores se acercan, se los ha visto emitir vocalizaciones de estrés y congregarse en un grupo. A menudo, dicho pánico resulta haber sido la consecuencia de un rápido movimiento de algún animal inofensivo.

Mientras que otros primates se suben a los árboles para huir, la vegetación más alta de esta zona suelen ser las lobelias gigantes y las plantas del género Kniphofia. Por eso estos monos huyen y se ocultan en las paredes de enormes precipicios que pueden estar a más de dos kilómetros de distancia.

De hecho, uno de los recuerdos favoritos de Kerby se remonta a sus primeros días trabajando con los monos. Entonces, los animales todavía sospechaban de él y solían mantener las distancias.

Un día, llegó una enorme tormenta. Los rayos asediaron la meseta. Entonces, empezó a granizar y Kerby se refugió bajo un afloramiento rocoso.

Para su sorpresa, varios geladas acudieron a refugiarse junto a él, bajo la cornisa. Los monos se refugiaron allí, con las manos entrelazadas y contemplando la distancia «de esa forma suya tan peculiar», recordó Kerby. Entonces, la lluvia amainó y volvieron a la pradera. Los más jóvenes se quejaban mientras caminaban cuidadosamente sobre la hierba fría y plagada de granizo. Algunos, según cuenta Kerby, caminaron sobre sus patas traseras hasta que sus madres los cogieron.

Durante un breve instante, se disolvió el muro entre científico y sujeto. «Estábamos todos juntos en aquella batalla contra los elementos y, por un momento, olvidamos nuestros pasados evolutivos», afirmó.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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