Un estudio genético sugiere que el Tiranosaurio rex tenía un sorprendente sentido del olfato

Un nuevo análisis de los genes modernos y antiguos cerebros respalda la idea de que el dinosaurio carnívoro tenía un olfato especialmente poderoso.

Por Michael Greshko
Publicado 13 jun 2019, 18:11 CEST
Un nuevo análisis de antiguos cerebros y genes modernos respalda la idea de que este dinosaurio carnívoro tenía una nariz especialmente poderosa.
Fotografía de Roger Hall, Alamy

El emblemático depredador Tyrannosaurus rex y sus parientes cercanos tenían uno de los sentidos del olfato más agudos de todos los dinosaurios extintos, según señala un reciente estudio. El trabajo, publicado ayer en Proceedings of the Royal Society B, trata de cuantificar aproximadamente cuántos genes habrían estado involucrados en las habilidades olfativas del Tiranosaurio rex, decenas de millones de años después de que cualquier rastro de ADN haya desaparecido.

La idea de que los tiranosaurios tenían buena nariz no es algo nuevo. En 2008, por ejemplo, los investigadores demostraron que T.rex y sus hermanos dedicaron gran parte de sus cerebros a procesar los olores. Pero este nuevo estudio añade novedades sobre el creciente movimiento que correlaciona el ADN de los animales vivos con sus capacidades sensoriales y corporales, con el objetivo de comprender así mejor las capacidades y comportamientos de sus parientes extintos desde hace mucho tiempo.

“No es Jurassic Park”, dice el autor principal del estudio, Graham Hughes, biólogo computacional del University College de Dublín, refiriéndose al famoso esfuerzo ficticio para reconstruir el ADN del dinosario. “Se trata de ver cómo la evolución sensorial es realmente un jugador importante [en el hecho de] si te conviertes en un depredador o no”.

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“Acojo con satisfacción este trabajo; parece que esta es otra contribución al cuerpo de análisis donde las personas utilizan pistas de genes y morfología para inferir la función sensorial y los roles ecológicos de las especies extintas”, dice Deborah Bird, becaria postdoctoral en la Universidad de California, Los Ángeles, quien ha utilizado técnicas similares para reconstruir el repertorio del olfato de Smilodon, el “tigre dientes de sable”.

Olfateando pistas

Hughes y su compañero, John Finarelli, paleobiólogo de la University College Dublin, habían estado siempre enamorados de la idea de observar los sentidos de los dinosaurios y finalmente habían centrado sus esfuerzos en el olfato.

“¿A qué olía el ambiente cretáceo? Todos hablan sobre cómo se ve, pero, ¿a qué huele?”, dice Hughes.

Para este estudio, los investigadores se centraron en la forma general de los cerebros de los dinosaurios, que pueden conservarse parcialmente como impresiones en las superficies internas de algunos cráneos bien conservados. Puede parecer una difícil tarea pero, afortunadamente, los investigadores tenían referencias vivas: las aves, los últimos dinosaurios vivos.

Por lo general, las aves vivas con más receptores olfativos (proteínas que se unen con moléculas de olor específicas) tienden a tener las regiones de sus cerebros que procesan los olores, los bulbos olfativos, desproporcionadamente grandes. Por ello, Hughes y Finarelli analizaron la literatura científica en busca de registros de tamaños de bulbos olfativos y medidas del tamaño de los cerebros de 42 aves vivas, dos aves extintas, el caimán americano y 28 dinosaurios no aviares extintos. También rastrearon el ADN de muchas aves vivas y, luego, combinaron todos los datos con un estudio publicado anteriormente, para así construir una nueva base de datos de los genes receptores olfativos de los animales vivos.

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    Cuando los investigadores proyectaron el modelo resultante de criaturas vivas en dinosaurios, encontraron que el Tiranosaurio rex probablemente tendría entre 620 y 645 genes que codifican sus receptores olfativos, un recuento de genes solo un poco más pequeño que el de las gallinas o los gatos domésticos. Otros dinosaurios carnívoros grandes, como el Albertosaurus, tenían también grandes recuentos de genes de receptores olfativos.

    Pero el olfato no solo tiene el objetivo de encontrar comida. Los animales usan los olores para reconocer a sus parientes, marcar sus territorios, atraer parejas o detectar depredadores. Entre todos los vertebrados vivos, el mayor registro de genes receptores olfativos se encuentra en el elefante moderno, un herbívoro que cuenta aproximadamente con 2.500 genes de este tipo. Con este sentido del olfato tan exquisito, los elefantes pueden incluso “contar” la cantidad de comida tan solo con su olor.

    Efectivamente, algunos dinosaurios herbívoros mostraron evidencias de una mayor dependencia del olor que algunos carnívoros. Uno de los herbívoros que Hughes y Finarelli examinaron, el terópodo Erlikosaurus, tenía genes de recpetores olgativos más proyectados que el Velociraptor y muchos de sus parientes. Aún así, el T.rex y Albertosaurus tenían incluso mayor capacidad para olfatear.

    Una bocanada a lo desconocido

    Futuros trabajos podrían examinar qué olfateaban exactamente el T.rex y sus parientes durante la época de los dinosaurios. Los datos existentes hasta el momento permiten a Hughes y Finarelli inferir ciertos olores en el repertorio de los dinosaurios, como la sangre y la vegetación genérica. Pero los grupos de genes de receptores olfativos aún no han sido rastreados hasta llegar a olores particulares.

    “Es extraño que tenemos mucha información sobre cómo funciona el olfato, pero muy poca sobre qué olor une al receptor odorante”, dice Hughes. “Tal vez algunas compañías de fragancias tengan toda esta información patentada, pero en términos científicos, simplemente no lo sabemos, es uno de los grandes desafíos de la ciencia”.

    Los investigadores dicen que los estudios futuros también podrían rastrear las compensaciones inherentes a la evolución sensorial a lo largo del tiempo, como el debilitamiento del sentido del olfato de algunos mamíferos acuáticos cuando sus antepasados se mudaron al agua. Hughes afirma que se podría realizar un trabajo similar en dinosaurios no aviares, un trabajo que cautivó su imaginación.

    “Me encantan los dinosaurios desde que era un niño”, dice, “por lo que fue realmente genial poder contribuir a la base de su conocimiento general, aunque sea un poco”.

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