Con la suspensión de los safaris por la COVID-19, surge la amenaza de la caza furtiva

El confinamiento y la pérdida de los ingresos turísticos crean nuevos retos para proteger a la fauna silvestre del continente.

Por Dina Fine Maron
Publicado 15 abr 2020, 11:32 CEST
Elefantes

Los elefantes atraen a los turistas que visitan el campamento de safaris del área de conservación de Loisaba, un área protegida de Kenia. Con el colapso de la industria turística debido al coronavirus, los animales salvajes podrían afrontar más amenazas por parte de los cazadores furtivos.

Fotografía de Ami Vitale, TNC

Peter Meshemi dice que tiene miedo. Lleva 12 años trabajando como guardabosques armado en el norte de Kenia y pasa fines de semana enteros patrullando los pastizales desolados en busca de cazadores furtivos. Ahora, aunque está en alerta constante para proteger a los elefantes, leones y leopardos vulnerables del área de conservación de Loisaba que son atacados ilegalmente por los cazadores, él y los otros 70 guardabosques tienen un problema más: protegerse del coronavirus.

Loisaba, que abarca más de 23 000 hectáreas, es una de las más de 100 áreas de conservación de Kenia, zonas que se reservan legalmente para la preservación de la tierra gestionadas por particulares o agrupaciones. «Como guardabosques, te forman para trabajar en cualquier situación posible», afirma Meshemi. Sin embargo, no esperaba enfrentarse a un enemigo microscópico que ya ha matado a más de 117 000 personas en todo el mundo y que ahora amenaza —al haber paralizado los viajes y el turismo— a las criaturas que protege arriesgando su propia vida.

«Nos da miedo», cuenta. «Todo el mundo tiene miedo».

El 8 de abril, Kenia notificó un total de 172 casos de COVID-19 y 30 fallecidos. Dos días antes, el gobierno había instituido una política de confinamiento que prohíbe la mayor parte de los viajes para salir y entrar del condado de Nairobi, donde se localizan la mayoría de los casos conocidos. Hasta la fecha, los habitantes del área remota de Loisaba han evitado la peor parte en lo que a víctimas humanas se refiere. Sin embargo, el área de conservación ha dependido en gran medida del dinero del turismo de safaris de fauna silvestre, una piedra angular de la economía keniata. En circunstancias normales, los viajes y el turismo aportan más de un millón de empleos en todo el país, pero ahora esa industria se encuentra en un punto muerto. Meshemi y muchos conservacionistas temen que esto desemboque en el aumento de la caza furtiva de fauna silvestre —ya sea para proporcionar comida a familias hambrientas o para ventas ilegales—, lo que hará que sus compañeros y él mismo corran más peligro.

Tom Silvester, consejero delegado de Loisaba, afirma que el área de conservación ha perdido casi la mitad de su presupuesto operativo, que normalmente procede de las tasas turísticas, y no es viable mantener abierto su campamento de safaris de 48 camas para el viajero local ocasional. Señala que el año pasado los campamentos de Loisaba recibieron unos 2000 visitantes y cada uno pagó una media de 600 dólares la noche. Los visitantes extranjeros podrían no volver «hasta dentro de quizá 12 meses, si no más», nos dice, y añade que es probable que se pierdan la temporada alta, de junio a octubre.

Los guardabosques y los conservacionistas temen que, en plena pandemia, las jirafas, las cebras y otros animales se conviertan en el blanco de las familias locales que buscan carne para comer o vender, así como sus partes, como la piel.

Fotografía de Ami Vitale, TNC

Asimismo, según Silvester, Loisaba podría tener que abandonar los planes para reintroducir rinocerontes en la reserva. El mes que viene, prevé que tendrá que disminuir el número de patrullas anti caza furtiva y pedir a los trabajadores que acepten un recorte salarial del cinco por ciento. Con todo, el área de conservación aún obtiene dinero de los arrendamientos para el pasto de ganado vacuno y la financiación de socios como The Nature Conservancy, una organización sin ánimo de lucro con sede en Estados Unidos que colabora con comunidades de todo el mundo para preservar tierra y agua para la fauna silvestre.

Meshemi afirma que sus colegas y él están intentando protegerse.

«Ahora tomamos medidas enérgicas para mantener las distancias», afirma. A veces también llevan mascarillas y guantes e intentan lavarse las manos con tanta frecuencia como les es posible. Es de gran ayuda que pasen el día en una parte del país con tanta vida silvestre donde hay pocas personas. Pero cuando no están patrullando, los guardabosques y el resto de la plantilla, un total de 200 personas, viven en un espacio reducido durante semanas. Como es probable que haya más restricciones a los viajes, algunos empleados de Loisaba cuyas casas están lejos se han ido para estar con sus familias. Se realizará un seguimiento a cualquiera que quiera volver más adelante —asumiendo que pueda— en caso de que muestre síntomas y se le pondrá en cuarentena durante las dos primeras semanas. Silvester afirma que está preparándose para las posibles restricciones a los viajes locales; por ejemplo, ha pedido raciones de alimentos para tres meses. «Es un compromiso de efectivo, claro», afirma.

Loisaba no ha tenido que despedir ni suspender a ningún trabajador. Sin embargo, la semana pasada 10 de los 35 empleados anti caza furtiva que protegen los 1165 kilómetros cuadrados del área de gestión de vida silvestre de Enduimet, en la vecina Tanzania, se quedaron sin trabajo. Según Alphonce Mallya, gestor de conservación en el norte de Tanzania con The Nature Conservancy, que presta apoyo a Enduimet, eso se debe al déficit presupuestario ante el colapso de la industria del turismo de fauna silvestre del país.

En el área de conservación de Loisaba, unos antílopes diminutos llamados dicdics corren peligro de morir a manos de los cazadores furtivos, al igual que muchas más especies, como leones y leopardos.

Fotografía de Ami Vitale, TNC

Enduiment alberga casi una docena de aldeas y linda con el parque nacional del Kilimanjaro. Es un pasillo ecológico fundamental para elefantes, cebras, ñus e impalas. Mallya señala que, sin la entrada de efectivo del turismo de safaris, era imposible pagar los sueldos al mismo tiempo que proporcionan comida y mantienen los vehículos. Prevé que aumentará la caza furtiva por parte de los aldeanos que buscan carne de animales salvajes —de jirafas o dicdics— porque es más barato matarlos por su carne (y posiblemente vender una parte a otros lugareños) que comprarla. Proteger a la fauna de la zona será aún más complicado para los 25 trabajadores restantes, cuyos sueldos, según indica Mallya, serán pagados por The Nature Conservancy y Big Life Foundation, una organización de conservación sin ánimo de lucro centrada en África oriental que apoya las iniciativas para combatir la caza furtiva.

Más caza furtiva: un miedo en todo el continente

Los países de África oriental no son los únicos que atraviesan dificultades. La posibilidad de que aumente la caza furtiva debido al coronavirus «es muy preocupante», afirma John Scanlon, enviado especial de African Parks, una organización sin ánimo de lucro que gestiona 17 parques nacionales y áreas protegidas en 11 países africanos. Añade que aún no se ha observado dicho incremento y que la organización sigue llevando a cabo operaciones de vigilancia. African Parks también ha enviado trabajadores a las comunidades para educar a sus habitantes sobre la COVID-19 y repartir suministros sanitarios para protegerlos del contagio.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) admite estar muy preocupada sobre lo que ocurrirá cuando el virus arraigue en África, donde se notificó del primer caso de COVID-19 en febrero. Desde entonces, se han documentado casos en 52 países. «Las cifras de la infección en África son por ahora relativamente modestas, pero se incrementan rápidamente», declaró Tedros Adhanom Ghebreyesu, director general de la OMS, en un discurso el 9 de abril.

Además de Kenia y Tanzania, muchos países africanos han impuesto confinamientos y restricciones a los viajes. Los cuatro parques nacionales de Ruanda están cerrados, entre ellos los tres que albergan a los famosos gorilas de montaña, para protegerlos de posibles infecciones.

Dave Wilson, director de desarrollo comercial de African Parks, afirma que «solo porque un parque esté cerrado a los turistas no quiere decir que dejemos de trabajar, ya que nos hemos comprometido a gestionar estos parques en nombre de los gobiernos durante una media de 20 años».

Dereck Milburn, director regional de la Aspinall Foundation, una ONG de conservación británica, indica que en Sudáfrica, donde se ha aplicado un confinamiento de 21 días que prohíbe las reuniones públicas y los viajes, la mayor presencia policial podría disuadir en parte la caza furtiva, al menos a corto plazo. «Hay mucha más presencia policial en todas las rutas principales y las fronteras están bloqueadas, y la cantidad de patrullas en las reservas apenas ha variado. Los guardabosques están haciendo un trabajo magnífico», dijo Milburn, que habló con nosotros por teléfono desde Pretoria, la capital administrativa del país.

Aun así, añade que la pérdida de factores disuasorios —vehículos turísticos en parques y reservas— podría envalentonar a los cazadores furtivos. A finales de marzo, durante la primera semana de confinamiento, hubo un repunte de la caza furtiva de rinocerontes y mataron a siete rinocerontes. Milburn señala que los guardabosques permanecen alerta por si se producen más incidentes de caza furtiva.

A principios de la semana, «hice unas 10 llamadas para dividir a los guardabosques por varias partes de Sudáfrica y todo ha estado bastante tranquilo», afirma Grant Fowlds, embajador de conservación de Project Rhino, una organización sin ánimo de lucro anti caza furtiva con sede en la ciudad costera de Durban. La pandemia y el confinamiento han «han detenido la caza furtiva de forma bastante abrupta», afirma, aunque puede que los cazadores furtivos pasen desapercibidos con más facilidad en zonas remotas.

«Desde la primera semana del confinamiento, todo ha estado tranquilo», coincide Nico Jacobs, fundador de Rhino 911, una organización sin ánimo de lucro con sede en Sudáfrica que proporciona helicópteros para las respuestas en casos de emergencia y el transporte de rinocerontes. Se permite que Rhino 911 continúe volando porque combatir la caza furtiva se considera un servicio esencial.

Christopher Lengini entrena a un sabueso llamado Warrior para que ayude a los 70 guardabosques de Loisaba a combatir la caza furtiva, un trabajo más peligroso que nunca debido al coronavirus.

Fotografía de Ami Vitale, TNC

Según Damian Aspinall, presidente de la Aspinall Foundation, indica que el tiempo que puedan seguir operativas las actividades anti caza furtiva en Sudáfrica dependerá de si están financiadas por el gobierno o por entidades privadas. Las reservas gubernamentales con presupuestos operativos anuales no dependen exclusivamente del turismo, pero «en la mayoría de las reservas privadas, las actividades contra la caza furtiva dependen por completo del turismo y las ventas de caza», afirma Aspinall.

La semana pasada, en el área de conservación de Loisaba, finalizó el turno de patrulla de seis semanas del guardabosques Meshemi. En circunstancias normales, habría vuelto a casa con su familia para descansar durante dos semanas, pero le pidieron que se quedara. El guardabosques de 43 años ayudará a dirigir parte del equipo de 70 personas que se preparará para el aumento de la caza furtiva en los próximos meses. «Entendemos la situación», afirma. «Tenemos que trabajar las 24 horas».

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.
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