Este misterioso pariente de los cocodrilos podría haber caminado sobre dos patas

Un conjunto de huellas fosilizadas que antes se atribuía a un pterosaurio parece pertenecer a un cocodrilomorfo que vivió hace más de 110 millones de años.

Por Tim Vernimmen
Publicado 12 jun 2020, 10:16 CEST
Huellas del yacimiento de Sacheon Jahye

Las huellas del yacimiento de Sacheon Jahye, en Corea del Sur, parecen pertenecer a un pariente de los cocodrilos de gran tamaño que caminaba sobre dos patas.

Fotografía de Kyung Soo Kim, Universidad Nacional de Educación de Chinju, Kyungnam, Corea del Sur

Hace más de 110 millones de años, durante el Cretácico, la zona costera meridional de Corea del Sur, cerca de la ciudad de Jinju, estaba cubierta de lagos. En las orillas lodosas vivían ranas, lagartos, tortugas y dinosaurios, y todos dejaron huellas en el barro. Cuando el nivel del agua subió, algunas de estas huellas se llenaron de arena, lo que permitió que algunas se conservaran.

En la actualidad, hay miles de huellas en esta zona, conocida como Formación Jinju, señala Martin Lockley, paleontólogo especializado en icnofósiles como las huellas —o icnólogo— de la Universidad de Colorado, en Denver. Lockley y sus colegas de Corea del Sur llevan décadas estudiando las huellas de Jinju, las más grandes de las cuales les han desconcertado durante años.

En 2019, por fin descubrieron improntas detalladas de la criatura, documentada ayer en la revista Scientific Reports. En las huellas se distinguen los dedos de los pies de los animales, almohadillas en la planta de los pies e incluso algún parche de piel. Estos detalles han convencido a Lockley y sus colegas de que las huellas probablemente pertenecen a cocodrilomorfos —parientes de los cocodrilos— que medían unos tres metros de largo. Parecen ser cocodrilianos insólitos, ya que solo dejaron huellas de las patas traseras, lo que sugiere que eran bípedos.

«Por su aspecto, [las huellas] parecen pertenecer a grandes cocodrilianos», explica Anthony Martin, icnólogo de la Universidad Emory en Atlanta que no participó en el nuevo estudio. «De hecho, de unos que caminaban sobre sus patas traseras y en tierra. Es bastante raro. Pero bueno, el Cretácico fue una época rara y asombrosa».

Reconstrucción del Batrachopus grandis, un posible cocodrilomorfo que vivió hace más de 110 millones de años y que dejó huellas en la Formación Jinju, en Corea del Sur.

Fotografía de Anthony Romilio, Universidad de Queensland, Brisbane, Austrália

Huellas misteriosas del Cretácico

Antes del hallazgo de estas improntas, las únicas huellas documentadas de este animal estaban «muy mal preservadas», afirma Lockley. «Son solo impresiones ovaladas, de entre 25 y 30 centímetros de largo y entre 10 y 13 de ancho».

En 2012, Lockley y sus colegas plantearon la hipótesis de que las huellas, descubiertas en la cercana Formación Haman, podrían haber pertenecido a un gran pterosaurio —un reptil volador que vivió junto a los dinosaurios— que quizá vadeaba por el agua poco profunda e intentaba evitar que se le mojaran las alas. Pero fuera lo que fuera, el paso del animal y la ausencia de huellas evidentes de las patas delanteras sugieren que caminaba sobre dos patas. Otras huellas sugieren que, en general, los pterosaurios usaban las cuatro patas cuando caminaban.

Con las huellas descubiertas el año pasado en la Formación Jinju, los paleontólogos pudieron hacerse una idea mucho más clara de los pies del animal. «Cuando Martin Lockley visitó el yacimiento en noviembre de 2019, le pregunté qué pensaba de las huellas», afirma Kyung Soo Kim, de la Universidad Nacional de Educación de Chinju en Jinju, cuyo equipo descubrió las huellas. «Enseguida sugirió que eran del tipo conocido como Batrachopus, un cocodrilomorfo. Entonces no me lo creí, porque era incapaz de imaginarme un cocodrilo bípedo. Pero más adelante, me convencieron los dedos de los pies romos, las almohadillas y los detalles de la piel».

Era un cocodrilo diferente a los modernos. Además de caminar a dos patas, dejó un conjunto de huellas muy estrecho, «poniendo un pie delante del otro», a diferencia de los cocodrilos modernos, explica Lockley.

La idea de un cocodrilo bípedo puede parecer extraña, pero no es del todo inaudita. Algunos estudios anteriores han propuesto que los cocodrilomorfos primitivos que vivían en Norteamérica durante el Triásico también podrían haber sido bípedos. Pero debido al periodo prolongado que transcurrió entre la aparición de estos cocodrilos primitivos y la criatura que dejó las huellas en Corea del Sur, los paleontólogos no están seguros de si los cocodrilos bípedos sobrevivieron todo este tiempo con un vacío en el registro fósil o si la capacidad de caminar a dos patas evolucionó en más de una ocasión.

Por consiguiente, se sugiere que este último cocodrilo bípedo es una nueva «icnoespecie» —basada exclusivamente en huellas— a la que han bautizado como Batrachopus grandis.

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    Fotografías de las huellas preservadas del pariente de los cocodrilos Batrachopus grandis.

    Fotografía de Kyung Soo Kim, Universidad Nacional de Educación de Chinju, Kyungnam, Corea del Sur

    Un cocodrilo erguido

    Si algunos cocodrilomorfos eran bípedos hace cien millones de años, ¿por qué los cocodrilos actuales se mueven a cuatro patas? Lockley cree que en el Cretácico habría sido beneficioso para algunas especies erguirse sobre dos patas, de forma similar a los dinosaurios carnívoros. «El paisaje era muy llano, una zona buena para correr y cazar».

    Una posible explicación alternativa para las huellas sería que los animales flotaban sobre la superficie de un lago mientras se propulsaban con las patas. Pero Lockley cree que, de ser así, los animales no habrían dejado unas improntas espaciadas de forma tan regular. «Nadie ha drenado un pantano para desvelarnos el aspecto de las huellas [subacuáticas] de los cocodrilos», afirma. «Pero a menudo solo se impulsan con los dedos, no pisan con todo el pie».

    «Nadar es lo primero que se me ocurrió», afirma Ryan King, experto en huellas de la Universidad del Oeste de Colorado, pero está de acuerdo en que eso probablemente dejaría una impronta de los dedos, pero no del resto del pie. «Además, la preservación de las almohadillas —e incluso de la piel— apunta a que es más probable que los pies quedaran impresos en un sustrato húmedo de tierra que bajo el agua».

    Aunque el cocodrilomorfo ha sido identificado como nueva especie por sus huellas, estas no se han combinado con un esqueleto fosilizado. Se consideraba que las huellas como las que han descubierto hace poco pertenecían a los cocodrilomorfos extintos del género Protosuchus, pero no es un dato definitivo. «Por desgracia, muy pocos animales muerto y dejado huellas que nos revelen un vínculo inconfundible entre la huella y su cuerpo fosilizado», señala Lockley.

    A veces, a los icnólogos les gustaría que otros paleontólogos que estudian huesos fosilizados prestaran más atención a las huellas que dejaron estas criaturas. Al fin y al cabo, son las huellas «de los animales vivos y de su comportamiento, cuando aún tenían piel sobre los huesos», indica Lockley. En ocasiones pueden encajarse los huesos de una mano o un pie en una huella, pero «en muchos animales, carecemos de fósiles buenos de esas partes frágiles».

    Parece que, de forma gradual, los cocodrilomorfos bípedos fueron vencidos por los mamíferos de sangre caliente. «Quizá por eso hoy en día no vemos cocodrilos persiguiendo antílopes en la sabana», afirma Lockley. Pero cuando los ñus tienen que cruzar el río Mara en Kenia y Tanzania, solo temen a un depredador.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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