Así fue cuidar de wómbats huérfanos durante el confinamiento

Cuando la pandemia dificultó los desplazamientos, una rehabilitadora de fauna silvestre convirtió su piso en un hogar para tres crías de wómbat rescatadas.

Por Misha Jones
fotografías de Doug Gimesy
Publicado 24 ago 2020, 12:59 CEST

Emily Small, fundadora del Goongerah Wombat Orphanage, sostiene a Landon, un wómbat huérfano de seis meses, en el salón de su casa. Durante el confinamiento por la COVID-19 en Australia, Small no pudo recorrer los 450 kilómetros que separan su piso de Melbourne del orfanato de Goongerah, así que cuidó de Landon y de otras dos crías de wómbat común o de pelo áspero (Vombatus ursinus) desde su casa.

Fotografía de Doug Gimesy

En Australia no es insólito toparse con un wómbat en la cuneta de una carretera. Para Emily Small, tampoco es insólito recogerlos si son huérfanos o están enfermos o heridos y rehabilitarlos en su orfanato para wómbats para ponerlos en libertad en la naturaleza.

Lo que sí que es insólito es que Small pasara el confinamiento por la COVID-19 compartiendo su piso de Melbourne con tres wómbats huérfanos.

«Si tienes crías de wómbat en casa, ¿cómo no vas a estar en bien acompañada?», dice.

Las señales quemadas que advierten de cruces de wómbats y canguros permanecen en pie entre los esqueletos de los árboles de Buchan South, que ardió en la temporada de incendios de 2019-2020. Muchos de los wómbats del orfanato de Small se quedaron huérfanos cuando sus madres fueron atropelladas.

Fotografía de Doug Gimesy

Abby Smith (izq.) trabajadora del departamento del medio ambiente de Victoria, visitó a Small en el orfanato en febrero, antes de que el confinamiento por la pandemia le impidiera viajar.

Fotografía de Doug Gimesy

En 2002, Small fundó el Goongerah Wombat Orphanage en East Gippsland, que codirige con su madre. Cada año reciben entre seis y ocho crías de wómbat, que suelen quedarse huérfanas cuando sus madres son atropelladas.

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    Compatibiliza su trabajo en el orfanato con su trabajo a tiempo completo como supervisora de operaciones en Wildlife Victoria, una organización de rescate sin ánimo de lucro de Melbourne. El confinamiento dificultó el trayecto de 450 kilómetros desde Preston, el suburbio del norte de Melbourne donde vive, al orfanato de East Gippsland, así que Small optó por cuidar de los wómbats en su piso de una habitación.

    Los wómbats, que solo miden poco más de un centímetro al nacer, son unos marsupiales robustos y excavadores autóctonos de Australia y las islas cercanas. A diferencia de los canguros, el marsupio del wómbat hembra se abre hacia el trasero, de forma que a la cría no se le llena la cara de tierra cuando la madre excava. Normalmente, la cría ni siquiera se asoma de la bolsa durante al menos seis meses y después permanece dentro durante tres o cuatro meses más. Una vez sale del marsupio, la cría se queda con su madre hasta que tiene un año o más.

    Small señala que cuidar de wómbats vulnerables exige mucho esfuerzo. Necesitan atención constante, igual que los niños humanos. Y la pandemia dificulta conseguir los recursos que necesitan para salir adelante en un entorno natural.

    Landon y Bronson, de siete meses, duermen en un marsupio casero en el piso de Small. Los wómbats, como todos los marsupiales, dan a luz a crías poco desarrolladas que se introducen en la bolsa del vientre de su madre, en la que permanecen durante seis meses.

    Fotografía de Doug Gimesy

    Personalidades únicas

    Cada uno de los wómbats que acogió Small tiene una personalidad característica. Landon, el más joven, fue rescatado por un enfermero veterinario a finales de marzo. Tiene 10 meses.

    «Landon es mi pequeña leyenda», dice Small. «Se emociona mucho. Irradia de él y no puede controlar su energía, y grita o chilla porque está contento. La verdad es que nunca lo había visto [en un wómbat]».

    Landon y Bronson olisquean la tierra y mastican la hierba que Small ha colocado en su recinto. Small cuidará de ellos hasta poder ponerlos en libertad en la naturaleza. Es probable que lo haga cuando cumplan 18 meses y pesen entre 15 y 25 kilogramos.

    Fotografía de Doug Gimesy

    Small coloca hierba y tierra que ha sacado del orfanato para dárselas a los tres wómbats rescatados como parte de su dieta. Tienen microbios y hongos que son importantes para su salud intestinal.

    Fotografía de Doug Gimesy

    Bronson, el hermano mediano de 11 meses, es un poquito más tímido. Un transeúnte se lo encontró dentro del marsupio de su madre muerta.

    «A veces no soporta situaciones en las que los wómbats suelen estar cómodos», indica Small. «Se preocupa un poquito». Cuando escucha un ruido nuevo o entra en un sitio desconocido, Bronson vuelve con Small para sentirse seguro. Pero en cuanto se acostumbra, Small dice que le encanta «moverse y acurrucarse».

    Beatrice, de un año, es «una wómbat guerrera e independiente», explica Small. También la encontraron en la bolsa de su madre.

    «Al principio, cuando la acogí, me gruñía e intentaba atacarme», cuenta Small. «Sabía que era por miedo, porque la acogí cuando era un poco mayor. Quiere decir que es más consciente del peligro e intentaba dar una apariencia aterradora, con bastante éxito».

    Ahora que se ha acostumbrado a su nuevo entorno, Small la considera «la huérfana más dulce y amable, de corazón juguetón y confiado».

    Beatrice, una wómbat huérfana de nueve meses, corretea por la cocina de Small. Cuando Small la acogió, era mayor que Landon y Bronson y había desarrollado instintos de supervivencia. Los utilizó para parecer intimidante ante Small hasta que empezó a confiar en que la humana no era una amenaza.

    Fotografía de Doug Gimesy

    Cuidados en plena pandemia

    En situaciones normales, Small dice que los wómbats pueden pasar hasta tres años con sus madres en estado silvestre.

    «Intento reproducir ese lazo en la medida de lo posible, al mismo tiempo que respondo a sus necesidades individuales y garantizo que tengan las habilidades necesarias para vivir en libertad», señala Small.

    En su apartamento en un último piso, Small hizo lo que pudo para recrear los recintos exteriores donde suelen vivir los wómbats. Necesitan acceder a la hierba y la tierra, que poseen nutrientes beneficiosos para su salud intestinal, así que Small trajo un poco del orfanato. La cultiva en una maceta en el balcón, y también tiene cortezas y palitos que los jóvenes wómbats mordisquean, pero dice que limpiar la zona es «un poquito problemático».

    Alimentar a las crías también entraña dificultades. Los tres necesitan que les de el biberón con una leche especializada, que es difícil de encontrar debido a la pandemia. «La verdad es que estoy esperando a que lleguen 15 kilos», afirma Small. «El servicio de correos se ha atascado y no está funcionando».

    Pese a los inconvenientes, cada pequeño wómbat ha salido adelante. Y al igual que sus personalidades, sus necesidades también son diferentes. «Algunos estarán preparados para pasar a la siguiente fase mucho más rápido que otros», afirma. «Depende de ellos». Dice que cuando empiecen a mostrar un «comportamiento maduro», como la agresividad, la actitud defensiva o el miedo propios de los wómbats salvajes, probablemente podrán pasar a la siguiente fase.

    Llegados a ese punto, Small los pondrá en recintos al aire libre en el orfanato y dejará de darles el biberón. Cuando pesen entre 15 y 25 kilogramos y tengan unos 18 meses, los pondrá en libertad en el medio natural.

    La rehabilitación: una montaña rusa

    Por desgracia, la rehabilitación no siempre funciona y algunos wómbats no se recuperan. De hecho, el primer wómbat del que cuidaron Small y su madre falleció. «Era como mi hermano. Mi madre le daba de comer antes que a mí», cuenta.

    Small da el biberón a dos wómbats en su habitación. Los jóvenes animales necesitan una leche especializada, que cuesta encontrar debido a la ralentización del servicio de correos por la pandemia.

    Fotografía de Doug Gimesy

    Cuando murió, las dos prometieron que jamás acogerían a otro huérfano. Pero su promesa no duró mucho. «Lo hemos dicho todos los años, pero [los wómbats] siguen llegando. No podemos decirles que no», indica Small.

    «Cuando están contentos y están jugando, es lo mejor que he visto», afirma. «Si alguien no es capaz de sonreír o reírse cuando lo hacen, no puede ser humano».

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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