Decodifican el genoma de la sífilis a partir de huesos del periodo colonial

Los genes de 350 años de antigüedad podrían ayudar a los investigadores a zanjar el debate sobre el origen de la enfermedad.

Por Sarah Gibbens
Publicado 22 jun 2018, 13:17 CEST
El cráneo sifilítico de una mujer con varias lesiones erosivas. Estas lesiones son fundamentales para identificar en qué restos deben realizar análisis genéticos.
Fotografía de Museum of London, Heritage Images, Getty Images

En 1494, justo después del primer viaje de Colón al Nuevo Mundo, los relatos históricos en Europa describen una epidemia de una enfermedad debilitante que nunca se había documentado antes y que hoy conocemos como sífilis. Ese momento generó un debate que la ciencia moderna todavía no ha respondido: ¿trajeron los primeros exploradores la sífilis, una enfermedad de transmisión sexual, con ellos a Europa desde las Américas? ¿O estaba ya presente en las poblaciones del este del Altántico?

Los métodos anteriores para descubrir los orígenes de la enfermedad dependían de relatos históricos que la describían o de la identificación de lesiones en restos óseos. Sin embargo, el problema es que muchos de los síntomas descritos, así como las lesiones visibles propias de la sífilis, también puede causarlos el pian, una enfermedad provocada por una subespecie diferente de la misma bacteria, Treponema pallidum. A diferencia de la sífilis transmitida sexualmente, el pian es una enfermedad que se contagia solo con el contacto directo y suele provocar lesiones y úlceras.

Ahora, un equipo de científicos ha desarrollado una forma de distinguir genéticamente la diferencia entre las subespecies de sífilis y el pian en restos humanos, y según ellos este avance podría ayudarles a revelar los misteriosos orígenes de la enfermedad.

Un análisis más minucioso

Los investigadores comenzaron a buscar restos óseos humanos con señales de lesiones en los huesos, que indican que albergaron la bacteria causante de la sífilis. Se seleccionaron cinco conjuntos de restos humanos con deformaciones óseas visibles de un cementerio en el convento de Santa Isabel, un lugar histórico en Ciudad de México dirigido por monjas de la orden franciscana de 1681 a 1861. De esos cinco, tres conjuntos de restos infantiles tenían ADN que dio positivo en Treponema pallidum.

«Nuestra estrategia fue analizar neonatos ya infectados con la sífilis y por lo tanto con más probabilidades de tener una carga patogénica superior», afirma Verena Scheunemann, primera autora de un estudio que detalla el hallazgo en la revista PLOS Neglected Tropical Diseases. Los neonatos contraen la sífilis de sus madres durante la gestación y, debido a que sus sistemas inmunes todavía son débiles, contienen concentraciones más altas de la bacteria.

La Treponema pallidum puede provocar tanto pian como sífilis. Nuevos análisis genéticos permitirán a los investigadores distinguir entre ambas y posiblemente rastrear el origen de esta ETS.
Fotografía de BSIP, UIG, Getty Images, Getty Images

Los genetistas aislaron los genomas históricos de la sífilis por primera vez y fueron capaces de identificar las subespecies de las bacterias que provocan la sífilis en dos de los individuos, y una subespecie de la bacteria causante del pian en el otro individuo.

«Ahora, con los métodos que empleamos, es posible remontarse más atrás en el tiempo, observar la sífilis precolombina y ver dónde se originó», afirma Scheunemann.

Se necesitan pacientes

Aunque la técnica de secuenciación del genoma en restos históricos supone una nueva y prometedora herramienta para estudiar la enfermedad, la antropóloga de la Universidad del Estado de Mississippi Molly Zuckerman señala que encontrar restos humanos que analizar será lo más difícil.

Eso se debe a que una serie de enfermedades dejan lesiones óseas —el marcador visible que suelen buscar los investigadores para identificar un esqueleto con sífilis— y solo los peores casos de sífilis dejan deformidades óseas visibles.

Para localizar casos de sífilis diagnosticables de forma temprana, «el siguiente paso es analizar muestras diferentes», afirma Scheunemann. «No tenemos ni idea de si las cepas halladas en el México colonial son las mismas halladas en Europa».

En un estudio de 2016 publicado en el International Journal of Paleopathology, analizó un esqueleto de un hombre adulto de 2.200 años del norte de Chile. Los restos mostraban indicios de un aneurisma de la aorta torácica, que a veces se observa en personas con sífilis grave, lo que hizo que los autores del estudio sugirieran que era un ejemplo antiguo de la enfermedad. Sin embargo, sin la tecnología de la que disponen ahora los investigadores, no estaba claro si en realidad el hombre padecía pian.

«No puedes distinguir [la enfermedad] en el esqueleto, pero poder hacerlo genéticamente es prometedor», afirma Zuckerman, cuyo trabajo se centra en la evolución de las enfermedades infecciosas. Su propia investigación la ha llevado a sospechar que la bacteria Treponema se originó en el Nuevo Mundo, manifestada como pian y extendida mediante el contacto directo en comunidades de clima cálido. Cuando el patógeno se extendió a Europa, un tiempo más templado implicó que el contacto directo tenía lugar más frecuentemente mediante el contacto sexual, obligando a la bacteria a evolucionar.

«En términos de pruebas óseas», señala Zuckerman, «no encontramos ningún caso del Viejo Mundo previo a Colón».

Diagnóstico temprano de la sífilis

Entender la evolución de la bacteria también podría ayudar a los investigadores médicos a saber cómo diagnosticar la enfermedad en sus fases tempranas.

«Obtener información de cómo ha variado la virulencia en el pasado puede contribuir a un mejor diagnóstico [hoy en día]», afirma Zuckerman. Las pruebas actuales son más eficaces a la hora de diagnosticar la enfermedad en sus etapas posteriores, pero entender mejor la evolución de la bacteria podría ayudar a los expertos médicos a diagnosticar la sífilis en sus fases tempranas.

Es un tratamiento muy necesitado, conforme la sífilis reaparece. En España, se ha pasado de 700 casos de sífilis en el año 2000 a 3.886 en 2015, y continúan subiendo, según la Academia Española de Dermatología y Venereología.

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