El pie de la «niña más antigua del mundo» muestra cómo se desplazaban nuestros ancestros

Este exquisito fósil de 3,3 millones de años es el único de su clase descubierto hasta la fecha.

Por Redacción National Geographic
Publicado 5 jul 2018, 13:53 CEST
Un visitante observa los restos fosilizados de 3,2 millones de años de Lucy, el ejemplo más completo de un hominino Australopithecus afarensis, en el Museo de Ciencias Naturales de Houston durante una exposición de 2007.
Fotografía de Dave Einsel, Getty Images

Hace más de tres millones de años, un primo lejano llamado Australopithecus afarensis caminó sobre dos piernas, convirtiendo a la especie en un capítulo fundamental de la historia humana. Y ahora, un nuevo estudio de un bebé de A. afarensis sugiere que los pies de la especie retuvieron algunos rastos simiescos, quizá para ayudarles a trepar a los árboles.

El estudio, publicado el miércoles en Science Advances, examina el pie de Selam, un A. afarensis hembra de 3,3 millones de años que murió antes de los cuatro años. El fósil ayuda a los científicos a observar cómo cambiaron los pies del A. afarensis desde su nacimiento a la edad adulta, lo que a su vez nos permite deducir algunos detalles sobre su crecimiento.

«Podemos entender lo que ocurría en los individuos jóvenes en comparación con los adultos, y observar si existía un cambio en la forma de desplazarse», afirma el paleoantropólogo del Museo Americano de Historia Natural Will Harcourt-Smith, que revisó el estudio antes de su publicación. «Eso en sí mismo es fantástico».

El A. afarensis es más conocido gracias al fósil Lucy, un hominino de 3,2 millones de años descubierto en Etiopía en 1974. En los años siguientes, los investigadores descubrieron una serie de fósiles de esta especie, lo que les permitió reunir los detalles sobre su conducta.

Conjunto de imágenes de la izquierda: el pie de 3,32 millones de años de un bebé Australopithecus afarensis mostrado en ángulos diferentes. Conjunto de imágenes de la derecha: El pie de la niña (parte inferior) comparado con los restos fósiles del pie de un Australopithecus adulto (parte superior).
Fotografía de Jeremy DeSilva, Cody Prang

Las caderas y piernas de la especie se parecen mucho a las nuestras en muchos sentidos, por lo que, casi sin lugar a dudas, caminaban sobre dos piernas. Pero algunas partes simiescas del esqueleto sugieren una habilidad para trepar, superior a la que presentan los humanos anatómicamente modernos. Los huesos de los dedos de las manos y los pies del A. afarensis están curvados, por lo que serían útiles para agarrarse, y los huesos del brazo sugieren que era un escalador fuerte.

Los investigadores llevan mucho tiempo debatiendo lo que significan estos rasgos. ¿Trepaba el A. afarensis además de caminar, o eran estos rasgos un resto evolutivo? Pero el debate se había centrado principalmente en fósiles de adultos. Examinar a un A. afarensis joven ayudaría: para alcanzar la edad reproductiva, una especie debe sobrevivir a la infancia, lo que pone una gran presión evolutiva sobre los rasgos juveniles.

El sueño de un «bebé Lucy» se hizo realidad en 2006, cuando el paleontólogo de la Universidad de Chicago Zeresenay Alemseged anunció el descubrimiento de Selam en la zona etíope de Dikika, no muy lejos de donde se encontró a Lucy.

«Cada fósil nos proporciona un fragmento de nuestro pasado, [pero] cuando tienes un esqueleto infantil puedes hacerte preguntas sobre el crecimiento y el desarrollo, y sobre cómo era la vida de un niño hace tres millones de años», afirma Jeremy DeSilva , autor principal del estudio y paleoantropólogo del Darmouth College. «Es un hallazgo magnífico».

DeSilva vio por primera vez los restos de Selam en 2009, y Alemseged y DeSilva decidieron centrarse en su pie unos años después.

Los dedos gordos del pie de los humanos no son oponibles como los pulgares; sino que están alineados con el resto de los dedos, lo que aumenta nuestra eficiencia para caminar. El dedo gordo del A. afarensis presenta una alineación similar, pero su articulación base está más curvada que la nuestra. En resumen, el A. afarensis podía mover los dedos del pie de un lado al otro más que nosotros.

La articulación del dedo gordo de Selam está aún más curvada que la de los adultos de su especie, lo que sugiere que tenían dedos gordos muy flexibles, idóneos para agarrarse. Para DeSilva, esto es un indicio de que la joven A. afarensis necesitaba unos pies con más agarre.

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    Según lo ve DeSilva, los grupos de A. afarensis habrían caminado durante el día, pero trepaban a los árboles por la noche para dormir a salvo de los depredadores. Un A. afarensis joven podría haber trepado árboles más a menudo para evitar a los depredadores, o quizá sus pies les permitían agarrarse mejor a sus madres, siendo más fáciles de transportar.

    Las futuras investigaciones podrían ayudar a resolver cualquier debate pendiente sobre las tendencias de trepar árboles en adultos. Por ejemplo, los escáneres de los huesos del pie de Selam mostrarán cómo distribuía el peso. Pero la gran rareza de estos fósiles significa que será difícil hallar ciertas respuestas. Según DeSilva, para conocer los detalles del desarrollo se necesita observar una especie a lo largo de varias edades, pasando de dos a cuatro años, y más allá.

    «Hablamos de un registro fósil que o bien no existirá nunca o que no descubriremos en cientos de años», afirma. «Me sorprendería verlo durante mi vida».

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