Las tormentas solares pueden ser peores si vives cerca de ciertas rocas

Los nuevos datos del Servicio Geológico de los Estados Unidos muestran cómo las ciudades tienen mayor o menor riesgo de apagones durante una fuerte tormenta solar, dependiendo de su geología regional.

Por Cristina Crespo Garay
Publicado 20 mar 2019, 12:51 CET
Una imagen ultravioleta del sol, tomada por el Observatorio de Dinámica Solar de la NASA, mostrará la explosión en forma de X de una llamarada solar en la parte inferior derecha del disco solar en septiembre de 2017.
Fotografía de NASA, Gsfc, Sdo

Nuestro sol es un astro muy activo y algo travieso. En ocasiones, las tormentas geomagnéticas que desencadena producen partículas altamente energéticas que causan estragos en la burbuja magnética de la Tierra.

Según el campo magnético y la ubicación del sol, esta fuerte actividad puede llegar hasta la atmósfera terrestre de manera más o menos virulenta, lo que representa una amenaza para nuestros sistemas de navegación y comunicación.

Con el objetivo de lograr una mayor comprensión de estos fenómenos y determinar la capacidad eruptiva del sol, estos eventos han sido estudiados durante los últimos 60 años. Ahora, un nuevo estudio del Servicio Geológico de los Estados Unidos (USGS) ha encontrado evidencias de la mayor tormenta solar que azotó la Tierra hace 2.610 años que permiten estudiar las posibles consecuencias que podría acarrear.

Tras analizar dos núcleos de hielo en Groenlandia, los investigadores han descubierto que la capacidad de una ciudad para capear una poderosa tormenta geomagnética puede depender de los tipos de roca que se encuentran bajo sus pies.

El trabajo, publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, afirma que los daños podrían ser mucho peores en función del tipo de roca que sostenga cada región. Por ejemplo, el riesgo de daños geomagnéticos aumenta en las Tierras Altas de Nueva Inglaterra y disminuye en la llanura costera del Atlántico medio.

Por ello, el estudio de estos fenómenos añade información vital sobre la frecuencia, la intensidad y el impacto de estas tormentas en nuestros sistemas terrestres, lo que resulta imprescindible para tratar de amortiguarlos.

Pero este plan de mitigación es “extremadamente difícil”, afirma Edward Oughton, investigador asociado en el Instituto de Cambio Ambiental de la Universidad de Oxford. Las evaluaciones sobre el riesgo de clima espacial se encuentran aún varias décadas detrás del análisis de amenazas como huracanes y terremotos.

“Hacer estas encuestas y recopilar datos geomagnéticos no es muy costoso”, afirma Jeffrey Love, un geofísico dentro del Programa de Geomagnetismo del USGS, pero “se necesita iniciativa para hacerlo".

Electricidad interplanetaria

Cuando el sol lanza una poderosa llamarada hacia la Tierra, su energía electromagnética golpea nuestra atmósfera a la velocidad de la luz, lo que causa interrupciones en la señal de radio.

Una media hora más tarde, un gran grupo de electrones y protones llega a la misma velocidad, provocando una avalancha de daños en aquellos satélites que orbitan alrededor de nuestra Tierra.

A partir de las 18 horas, o incluso hasta varios días más tarde, una nube de plasma o eyección de masa coronal puede chocar contra la burbuja magnética de la Tierra a una velocidad de más de 3.000 kilómetros por segundo. Estas perturbaciones magnéticas son las llamadas tormentas geomagnéticas.

Quebec fue uno de los escenarios que sufrió las consecuencias: una tormenta eléctrica en 1989 provocó un apagón eléctrico de toda la región. La Guerra de Vietnam también pareció ser otro ejemplo de ello, donde el clima espacial extremo pareció causar una explosión en el mar.

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    Sin embargo, la mayor tormenta geomagnética fue vivida en Carrington en 1859. La tormenta llevó las auroras boreales hasta Hawai, y la luz durante la noche resplandecía de forma intensa. A día de hoy, una tormenta de esas magnitudes causaría una devastación generalizada de nuestros sistemas.

    Ciaran Beggan, un geofísico del British Geological Survey afirma que “las rocas metamórficas e ígneas son más densas y menos porosas, por lo que son más resistentes eléctricamente”, aunque la actividad magnética también puede traer problemas a una ciudad construida sobre roca ígnea, dependiendo de la actividad errante de las corrientes.

    Esto significa que, tras una tormenta, "la red eléctrica de una parte de Europa podría estar bien, pero la a unos cientos de kilómetros de distancia podría verse afectada por el mismo evento", dice Juha-Pekka Luntama, jefe de clima espacial para el Programa de Concientización sobre la Situación del Espacio de la Agencia Espacial Europea.

    Este impacto se aplica a todas las regiones del mundo y, además, la costa complica aún más las cosas. El agua de mar es conductora, y la arena tiene el efecto de la roca resistente, lo que podría crear un “efecto de canalización, la corriente se acumula a lo largo de la costa", dice Beggan, lo que afectaría a cualquier red eléctrica que discurra a lo largo de la costa.

    Los últimos trabajos de estudio de tormentas geomagnéticas van enfocados a analizar y documentar todos aquellos datos que se puedan modelar eventos futuros de fuerza similar.

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