Nuevos fósiles aportan una instantánea singular de la vida tras una extinción en masa

El hallazgo de cientos de huesos muestra el crecimiento acelerado de los mamíferos tras el impacto que acabó con los dinosaurios.

Por Tim Vernimmen
Publicado 28 oct 2019, 15:33 CET
Concreción con cráneo de vertebrado
Una roca partida denominada concreción —que vemos en las manos del paleontólogo Tyler Lyson— revela la sección transversal del cráneo de un vertebrado que sobrevivió a la extinción en masa de hace 66 millones de años.
Fotografía de HHMI Tangled Bank Studios

Cientos de fósiles hallados en Colorado ofrecen una instantánea de cómo se estaba recuperando la vida tras la extinción en masa que acabó con la era de los dinosaurios, según informa un equipo de paleontólogos. El descubrimiento incluye los restos en un estado de preservación excepcional de al menos 16 especies de mamíferos, así como varias tortugas, cocodrilianos y plantas que vivieron en el primer millón de años posterior a la devastación global.

La desaparición repentina de muchas especies de fósiles pone de manifiesto que la vida en la Tierra sufrió un duro golpe tras el impacto del gran asteroide hace 66 millones de años. Casi tres cuartos de todas las especies se extinguieron tras el desastre, entre ellas la mayoría de los dinosaurios que habían dominado el planeta hasta entonces.

Estos fósiles de cráneos y mandíbulas de mamíferos figuran entre los tesoros paleontológicos hallados en el yacimiento de Corral Bluffs en Colorado.
Fotografía de HHMI Tangled Bank Studios

Sin embargo, para frustración de muchos paleontólogos, la vida del periodo inmediatamente posterior a la extinción está escasamente documentada en el registro fósil, al menos hasta ahora.

Este filón de fósiles descrito en la revista Science revela detalles fundamentales sobre cómo se recuperó la vida. Entre esa información figura la asombrosa etapa de crecimiento acelerado que vivieron los mamíferos en los primeros 300 000 años posteriores a la catástrofe.

Un cráneo en una roca

La clave para encontrar este tesoro fue un método de búsqueda de fósiles que Tyler Lyson —el coautor del estudio y paleontólogo del Museo de Naturaleza y Ciencia de Denver— aprendió de un colega sudafricano. En las llanuras azotadas por el viento del oeste de Norteamérica, los cazadores de fósiles suelen buscar huesos que sobresalen del suelo. Pero los paleontólogos también pueden buscar concreciones, rocas que se forman alrededor de huesos antiguos.

Cuando empezaron a prestar atención a estas rocas, Lyson y su coautor Ian Miller, paleobotánico del museo de Denver, enseguida hallaron lo que buscaban en un yacimiento llamado Corral Bluffs, un afloramiento de la cuenca de Denver al este de Colorado Springs, donde antes no habían encontrado nada.

«Abrí una concreción y vi un cráneo de mamífero», recuerda Lyson. «Y después miré a mi alrededor y vi concreciones repartidas por todo el paisaje. Descubrimos cuatro o cinco cráneos de animales en cuestión de minutos».

Ya en el laboratorio, resultó evidente que los mamíferos habían crecido mucho en el primer millón de años posterior a la extinción en masa.

Los mamíferos más grandes que se libraron de este apocalipsis global pesaban apenas 450 gramos. Pero solo 100 000 años después, las especies descendientes más grandes pesaban casi seis kilos, lo mismo que un mapache moderno. Y otros 200 000 años después, «los mamíferos más grandes habían triplicado su peso hasta casi 20 kilos», afirma Lyson. Es casi el mismo peso que un castor americano y un peso muy superior al de los mamíferos anteriores a la extinción.

Este patrón es lógico en cierto modo, ya que estos mamíferos ya no se habrían visto obligados a competir con —o esconderse de— los dinosaurios hambrientos. Pero los fósiles complementarios de plantas hallados en Corral Bluffs revelan una historia mucho más enriquecedora.

Este helecho figura entre las 6000 hojas fosilizadas halladas en Corral Bluffs que ayudan a los científicos a comprender cómo resurgió la vida en la Tierra tras la extinción en masa que acabó con los dinosaurios no aviares.
Fotografía de HHMI Tangled Bank Studios

Frutos secos y leguminosas

Durante la extinción en masa se extinguieron la mitad de todas las especies vegetales. Es probable que los mamíferos pequeños que la superaron fueran omnívoros con apetito por los insectos, ya que los helechos —unas de las primeras plantas que resurgieron— no eran muy nutritivos.

Las palmeras reaparecieron más adelante, pero es probable que fuera la diversificación de los árboles de la familia de las nueces (Juglandaceae) lo que permitió a los mamíferos sobrepasar a sus antepasados. El incremento del peso corporal de los mamíferos que se produjo 300 000 años después del desastre coincide con la aparición del polen fosilizado de este grupo.

El mayor mamífero de este periodo hallado en la cuenca de Denver es el Carsioptychus, un pariente lejano de los mamíferos ungulados modernos.

«Presentaba premolares grandes y planos, con muchas dobleces extrañas, así que siempre se ha especulado que se alimentaba de objetos duros, como los frutos secos que produce esta familia de árboles», afirma Lyson.

Fósiles 101

Casi 400 000 años después, otra etapa de crecimiento repentino dio lugar a mamíferos aún más grandes, de más de 45 kilos o casi lo mismo que un antílope americano. Su llegada coincide con la aparición de fósiles de los primeros representantes de la familia de las fabáceas o leguminosas, entre ellos las vainas de semillas ricas en proteína que prefieren muchos herbívoros.

«Nos sorprende lo bien que encaja todo», afirma Lyson.

Un análisis de las hojas fosilizadas halladas en Corral Bluffs también sugiere que se produjeron tres periodos importantes de calentamiento en el millón de años posterior a la extinción en masa. Al menos dos de ellos parecen estar vinculados a estas modificaciones en la vegetación que podrían haber precedido a los grandes cambios en el tamaño corporal de los mamíferos.

«La idea de que el tamaño corporal de los mamíferos aumentó unos 300 000 años después [de la extinción en masa] no es nueva», afirma Jaelyn Eberle, paleontóloga del Museo de Historia Natural de la Universidad de Colorado en Boulder que no participó en el estudio. «Pero una de las incógnitas importantes era por qué y la correlación que revela este estudio entre el tamaño corporal, la diversidad de la flora y el calentamiento nos acerca más a comprenderlo».

«La conclusión principal es que no podemos entender las extinciones ni la recuperación analizando un solo componente del sistema Tierra», añade Courtney Sprain, geocronóloga de la Universidad de Florida.

Muchas concreciones por abrir

David Archibald, paleontólogo de la Universidad del Estado de San Diego, cree que los descubrimientos son extraordinarios y que las conclusiones de los autores son certeras. Pero advierte que «por impresionantes que sean, estos resultados pertenecen a un área geográfica limitada. Quizá nos veamos tentados a extenderlos a todo el mundo, pero sería prematuro».

Lyson afirma que el mayor interés por las concreciones en los yacimientos fósiles de todo el mundo podría aportar más argumentos.

«Un colega al que llevé al sitio de campo, que también ha encontrado un montón de fósiles asombrosos, me dijo: “Tío, me da ganas de volver a todos mis sitios de campo y hacerlo bien”», recuerda. «Creo que si la gente prestara más atención a las concreciones, encontraríamos más en otros yacimientos».

Entretanto, él y sus colaboradores dedicarán años a describir algunas de las nuevas especies —entre ellas dos mamíferos— que han identificado y buscarán fósiles en los cientos de concreciones que aún no han abierto.

«Me encantaría encontrar aves, ya que este también fue un periodo importante para ellas», afirma Lyson. «Quién sabe, quizá tenga algunas en el despacho».

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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