«Tengo muchas ganas de volver a abrazar a mis hijos»: testimonios de la cuarentena de Wuhan

Un padre, una médica y otros residentes cuentan cómo han vivido el primer mes del brote de coronavirus.

Por Jane Qiu
Publicado 7 feb 2020, 12:36 CET
Wuhan, China
Un hombre cruza una carretera vacía de Wuhan, China, el 3 de febrero de 2020. El coronavirus de Wuhan ya se ha cobrado más de 560 vidas en China. Se han documentado casos en otros países, como Estados Unidos, Canadá, Australia, Japón, Corea del Sur, India, Reino Unido, Alemania, Francia y España.
Fotografía de Getty Images

Los sudores y los temblores llegaron con el Año Nuevo Lunar.

Wang Zhen estaba viendo la programación festiva en la televisión con su mujer, sus dos hijos y sus padres a las afueras de Wuhan cuando se quedó sin aliento. Anochecía sobre la aldea cuando notó que el nudo que notaba en el pecho se contraía. No podía incorporarse.

«Lo primero que pensé fue que no podía contagiar a mi familia, si es que no era demasiado tarde», cuenta Wang, un profesor de 33 años que imparte filosofía en la Universidad de Hubei.

Hizo la maleta y condujo hasta el piso que tiene en la ciudad bajo una llovizna fría. Las carreteras principales estaban bloqueadas, pero el profesor, autóctono de Wuhan, sabía cómo evitar los controles. Cuando llegó al apartamento, Wang se hundió en el sofá y leyó las últimas noticias sobre la epidemia.

Los trabajadores del gobierno de un puesto de control frente a un hotel de Wuhan acomodan a las personas infectadas con coronavirus.
Fotografía de Feature China/Barcroft Media via Getty Images

Para cuando Wang se contagió, el 25 de enero, China ya había confirmado 1320 casos del nuevo coronavirus, la mayoría en la provincia de Hubei, cuya capital es Wuhan. En los primeros días del brote, había oído rumores de que algunas personas habían contraído la misteriosa enfermedad, pero no lo alarmaron demasiado. Al principio, las autoridades locales afirmaron que el virus procedía de la fauna salvaje, pero que no podía saltar de una persona a otra.

El mensaje cambió cinco días después de que Wang enfermara, cuando Zhong Nanshan, investigador principal del equipo de una Comisión Nacional de Salud enviado a Wuhan, contó a la televisión estatal china que había evidencias sólidas de transmisión entre humanos. El gobierno impuso restricciones de tránsito en Wuhan, una megaciudad con 11 millones de habitantes, y más adelante las amplió al resto de la provincia. Habían aislado una región con casi 60 millones de personas y con el doble de la superficie de Portugal.

«La ciudad estaba completamente desierta. Había una atmósfera inquietante. Parecía el fin del mundo», cuenta.

En su piso, el estado de Wang empeoró, así que llamó al 120, el número de emergencias de China. La línea comunicaba. Dejó el teléfono y esperó solo en la oscuridad mientras en el exterior el nuevo coronavirus corría como la pólvora.

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    La historia de Wang se parece a la de muchas más personas que se encuentran en la vanguardia de esta guerra viral, que traza un relato familiar sobre el primer mes de cualquier emergencia sanitaria internacional.

    Al cierre de esta edición, el número de infectados en China ha alcanzado la friolera de 28 000 casos. Más de dos tercios de los afectados viven en la provincia de Hubei y 3800 personas sufren neumonía grave, lo que ha revivido el fantasma de la epidemia de síndrome respiratorio agudo grave (SARS, por sus siglas en inglés) de hace 17 años, que afectó a 8100 personas en todo el mundo y se cobró casi 800 víctimas.

    Entonces, como ahora, un coronavirus fue el germen responsable de la enfermedad, pero esta cepa emergente ha alcanzado a muchas más personas en un periodo más breve. Más de 200 personas en dos docenas de países y territorios de Asia, Europa y Norteamérica sufren la nueva infección, y la semana pasada se documentaron las primeras muertes fuera de China.

    Los primeros casos

    Zhang Li pasó la mayor parte del 1 de enero en las alas del hospital de Jinyintan, el principal centro de enfermedades infecciosas de Wuhan, tratando de salvar a los pacientes en estado grave de una neumonía atípica. Los primeros pacientes habían llegado el 29 de diciembre, pero llegaron más al día siguiente y decenas más en los días posteriores. En una semana, el hospital había alcanzado el máximo de su capacidad. Desde entonces, Zhang, su marido (ambos especialistas respiratorios en Jinyitan) y el resto de la plantilla del hospital han trabajado a mil por hora.

    «Es una batalla de vida o muerte», afirma Zhang.

    Sus palabras se hacen eco de las del presidente chino Xi Jinping, que ha puesto la región en pie de guerra para prevenir y controlar la propagación del nuevo coronavirus. La víspera del Año Nuevo Lunar, llegaron a Wuhan 450 médicos militares (expertos en combatir enfermedades como el SARS o el ébola) como parte de la iniciativa del Partido Comunista para salvar vidas. El presidente Xi ordenó la entrega rápida de suministros médicos como mascarillas, batas y herramientas diagnósticas a zonas aisladas y aseguró que habría consecuencias para las autoridades que abordaran la crisis de forma negligente.

    Los científicos trabajaron a toda prisa para descifrar las ramificaciones de la infección. Un estudio de los primeros 425 casos graves, publicado el 29 de enero en el New England Journal of Medicine, demuestra que el promedio de edad de esas enfermedades graves era de 59 años. Según explica el autor Benjamin Cowling, epidemiólogo de la Universidad de Hong Kong, se trata del mayor estudio epidemiológico del nuevo coronavirus hasta la fecha y también presenta evidencias claras de la transmisión entre humanos.

    «Está claro», afirma Cowling, aunque añade que lo positivo es que el equipo no observó casos en niños de menos de 15 años.

    Su estudio y otro publicado en The Lancet (ambos dirigidos por Gabriel Leung, decano de medicina de la Universidad de Hong Kong) estiman que, de media, cada paciente ha transmitido el virus a entre 2,2 y 2,7 personas más respectivamente. Según la investigación de Leung y otros análisis, la nueva infección parece tener un periodo de incubación de cinco a seis días antes de mostrar síntomas.

    En esta fotografía aérea vemos el hospital de Huoshenshan en Wuhan, un hospital construido en 10 días para albergar a las personas infectadas con coronavirus.
    Fotografía de Getty Images

    El contagio se produce principalmente mediante el contacto, sobre todo a través de las gotitas que expulsan las personas infectadas al toser o estornudar. En un segundo estudio publicado también el 29 de enero en el New England Journal of Medicine, los científicos hallaron señales del virus en deposiciones sueltas del primer caso estadounidense, lo que apunta a que la enfermedad también podría transmitirse a través de la materia fecal.

    Para impedir que se extienda este incendio viral, están rastreando y poniendo en cuarentena obligatoria de dos semanas a millones de personas que salieron de Hubei antes del bloqueo durante la migración masiva del Festival de Primavera. La temporada festiva se ha extendido y se ha recomendado a la gente que no se desplace y que trabaje desde casa en la medida de lo posible. Se han suspendido las excursiones y se han interrumpido todos los viajes domésticos en autobús, tren y avión.

    Pese a no tener precedentes y rayar en lo draconiano, algunos expertos sostienen que las medidas son encomiables. «El gobierno [chino] merece reconocimiento por haber respondido rápidamente» y por su compromiso para contener el virus, explica Ian Lipkin, director del Centro de Infección e Inmunidad de la Universidad de Columbia en Nueva York, cuyo laboratorio colaboró con las autoridades chinas para desarrollar pruebas de diagnóstico temprano para el SARS. Según él «lo han hecho mucho mejor» que cuando combatieron el SARS en 2003.

    Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud, transmitió este mismo sentimiento antes de que su agencia declarara la emergencia sanitaria internacional por la nueva epidemia de coronavirus el 30 de enero. Se trata de la categoría de alarma más elevada de la OMS y se reserva para brotes que amenazan a personas fuera del país de origen del patógeno y que exigen una respuesta internacional coordinada. En los próximos tres meses, la OMS pretende invertir 675 millones de dólares en un plan de respuesta para países vulnerables.

    «Esta declaración no es un voto de no confianza a China. Nuestra principal preocupación es la posibilidad de que el virus se propague a países con sistemas sanitarios más débiles», declaró Ghebreyesus el 30 de enero en una conferencia de prensa en Ginebra.

    Los trabajadores preparan las camas en el Centro Internacional de Conferencias y Exposiciones de Wuhan.
    Fotografía de Getty Images

    Sin embargo, Zhang cree que la situación está empeorando en el hospital de Jinyingtan, el centro principal destinado a tratar a los pacientes más graves en Wuhan.

    «Parece que la tasa de mortalidad está aumentando. Solo hoy han muerto tres pacientes en mis alas. Me pregunto si es un indicio de que el virus está volviéndose más mortal», contó Zhang a National Geographic la tarde del domingo. Su voz sonaba cansada y baja, y podían palparse su tristeza e impotencia. Zhang sigue perdiendo colegas por la enfermedad: algunos están infectados, otros han enfermado de puro agotamiento. Li Wenliang, el médico que alertó al público sobre el brote, falleció el jueves, según informó el Washington Post.

    En un estudio publicado en Lancet, Zhang y sus colegas demostraron que 99 casos graves confirmados ingresados en su hospital entre el 1 y el 20 de enero tenían una tasa de mortalidad del 11 por ciento. En todo el país, la tasa de mortalidad entre casos graves se sitúa en un 15 por ciento.

    El estudio identifica una lista de factores que podrían contribuir a predecir los peores casos, como antecedentes de tabaquismo, infección bacteriana, tensión alta, diabetes y edad avanzada. «La identificación temprana de dichos factores y el tratamiento temprano son fundamentales para impedir que los pacientes desarrollen síntomas mortales», afirma Zhang.

    Otros expertos dudan que este panorama desolador se extienda más allá de la zona crítica del epicentro del brote. Hay un total de unas 560 víctimas, casi un dos por ciento de los casos confirmados en todo el mundo.

    «Es probable que la tasa de mortalidad real sea mucho más baja», afirma Linfa Wang, director del programa de enfermedades infecciosas emergentes de la Facultad de Medicina Duke-NUS en Singapur. Añade que esto se debe a que los casos confirmados solo representan una fracción de los casos totales, ya que muchas personas con síntomas leves no acuden al hospital y la capacidad de pruebas es limitada.

    Atención médica por Internet

    Con todo, Wang sentía que se estaba muriendo solo en su piso de Wuhan. La idea de no ver crecer a sus hijos le resultó insoportable. Volvió a llamar al 120. De nuevo, línea ocupada.

    Tras volverlo a intentar sin éxito varias veces, Wang se asustó e hizo lo que haría cualquier persona en esta era digital: recurrió a las redes sociales.

    Empezó a enviar mensajes a sus amigos, colegas y alumnos por WeChat, la popular aplicación china de mensajería. Decenas de personas respondieron y se ofrecieron a llamar a emergencias en su nombre. Un amigo de un colega que estaba en el hospital de Tianyou se ofreció a reservarle una cama.

    «El miedo, el nerviosismo y la ignorancia de la enfermedad están pasando factura a las poblaciones de las zonas aisladas», afirma Liu Hao, médico del Ciming Health Checkup Group de Wuhan. «Podemos hacer mucho gracias a Internet».

    Liu, autóctono de Wuhan, ha reunido a unos cien voluntarios de todo el país, entre ellos más de tres decenas de médicos, para ofrecer apoyo a personas desatendidas por Internet. El grupo proporciona asesoramiento médico y psicológico. También asesora sobre las mejores formas de mantener a raya la infección y de cómo comer y mantenerse sano durante una cuarentena.

    Al no saber cuándo levantarán la cuarentena, «estamos aquí para rato», afirma Liu. «Las personas necesitan sentir que alguien se preocupa por ellas. Necesitan saber que habrá alguien ahí para ayudarlas si lo precisan, aunque los hospitales no puedan cuidar de ellas por ahora».

    Horas después de mandar los mensajes por WeChat, llegó una ambulancia al piso de Wang. Dos trabajadores sanitarios con máscaras y ropa protectora lo trasladaron al hospital de Tianyou. Pese a la fiebre, en los rayos X no había ni rastro de una enfermedad respiratoria grave.

    «Al menos no estoy muriéndome», recuerda haber pensado entonces. Sin embargo, no pudieron hacerle la prueba del coronavirus porque los escasos reactivos médicos se reservaban para pacientes con síntomas evidentes de neumonía. Lo ingresaron en observación en una habitación que compartía con dos pacientes mayores. Las camas estaban separadas por cortinas.

    «No llegamos a hablar. Había un recelo mutuo. Es probable que nos preguntáramos si los demás tenían el virus», afirma Wang. Pero su experiencia lo sitúa entre los afortunados.

    Tras el bloqueo de las salidas de Wuhan, los residentes acudieron en masa a los hospitales de la ciudad. La televisión se llenó de imágenes caóticas de clínicas hacinadas donde rechazaban a muchas personas y les pedían que se pusieran en cuarentena en sus casas. Ante la falta de espacio y de indicaciones adecuadas para cuarentenas, muchos familiares informaron de que estaban infectándose los unos a los otros. Y los fallecidos en casa podrían no llegar a contarse en el número total de víctimas.

    Los críticos sostienen que se necesita urgentemente poner en cuarentena los casos posibles. «De lo contrario, habrá más “fuentes infecciosas andantes” y más infecciones cruzadas», afirma Lei Reipeng, vicedecana de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Ciencia y Tecnología de Huazhong, en Wuhan. En Huazhong, su equipo y ella han presionado al gobierno provincial para que ponga en cuarentena a cualquier persona que muestre síntomas, pero que no pueda ser trasladada de inmediato a los hospitales designados para la epidemia.

    «No puedes permitir que salgan por ahí y que infecten a otras personas La mayoría de los hoteles de Wuhan están vacíos. También hay espacio en muchos hospitales generales. ¿Por qué no podemos usarlos para cortar las fuentes infecciosas?», afirma Lei.

    Por suerte, la impotencia que siente mucha gente atrapada en Wuhan podría aliviarse pronto. A principios de esta semana, el gobierno provincial anunció que identificar y poner en cuarentena casos sospechosos será la principal prioridad en las próximas semanas, según el Hubei Daily.

    Y para cumplir necesidades médicas sin precedentes, el gobierno está construyendo dos nuevos hospitales para Wuhan. La televisión estatal ha mostrado a decenas de obreros vestidos con colores vivos excavando en los sitios en construcción. Más de 6300 obreros han trabajado en turnos de 24 horas para construirlos lo más rápido posible.

    El primer hospital (llamado Huoshenshan, o «la montaña del dios del fuego») se terminó en 10 días y abrió el martes. El hospital Leishenshan (o «la montaña del dios del trueno») abrirá a finales de semana. Los dos centros contarán con una plantilla de 3400 médicos militares y tendrán 2600 camas.

    Por otra parte, están adaptando 24 hospitales generales de la ciudad para ingresar a pacientes con enfermedades respiratorias infecciosas. Se crearán un total de 13 000 camas nuevas para finales de semana, según contó a la televisión estatal Sun Fenghua, que forma parte del proyecto.

    «Decidiremos si adaptar más hospitales según cómo evolucione la epidemia», afirma.

    El camino a la recuperación

    Tras unos días de tratamiento con dos antivirales en el hospital de Tianyou, Wang se sentía mucho mejor. La fiebre había desaparecido, podía respirar de nuevo y el nudo del pecho se le había deshecho, así que el hospital le dio el alta. Aunque él está recuperándose, China aún se tambalea.

    Un trabajador retira una salamandra gigante que se escapó del Mercado de Marisco de Huanan, que se clausuró debido a su relación con los primeros casos de coronavirus.
    Fotografía de Feature China/Barcroft Media via Getty Images

    «Es demasiado pronto para determinar cuándo acabará esto. Habrá más casos», afirma Zhang, la especialista del hospital de Jinyintan.

    Un estudio publicado el viernes pasado en Lancet estimaba que casi 76 000 personas habrían contraído el nuevo coronavirus para el 25 de enero en Wuhan, basándose en los modelos de la cantidad de casos conocidos y de la evolución de la enfermedad. Los autores creen que la epidemia se duplicaba cada 6,4 días. Pero el crecimiento de la epidemia podría estar ralentizándose gracias a las «medidas de distanciamiento social sin precedentes que se han tomado hasta ahora», escribió por email Leung, que dirigió el estudio.

    Hasta la fecha, no se ha documentado ningún «superpropagador» —pacientes que transmiten un patógeno a muchas personas a la vez— en estudios revisados por pares. Un trabajo publicado el 24 de enero en The Lancet pone de manifiesto que los pacientes pueden ser contagiosos cuando presentan síntomas leves o ningún síntoma en absoluto. El martes, la Comisión Nacional de Salud de China confirmó que existen muchos casos como esos, la mayoría entre miembros de la misma familia.

    «Esto contrasta con el SARS, porque solo eres contagioso cuando presentas síntomas. Hace que sea muy difícil controlarlo», afirma Jeremy Farrar, director del Wellcome Trust, una fundación benéfica con sede en Londres dedicada a la investigación médica.

    Wang se ha puesto en cuarentena en el piso de la ciudad, en caso de que aún esté infectado y sea contagioso. Sus alumnos se turnan para hacerle la compra.

    «Dejan las bolsas frente a la puerta y me envían un mensaje», explica Wang. «No tenemos más contacto, no quiero correr riesgos».

    Y «ve» a su familia a diario por las videollamadas de WeChat: «Quiero que se termine cuanto antes. Tengo muchas ganas de volver a abrazar a mis hijos».

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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