¿Por qué el coronavirus no afecta tanto a los niños? Estas son algunas teorías

Los expertos sopesan los motivos biológicos por los que los niños podrían estar más protegidos frente a los casos graves de COVID-19.

Por Katherine J. Wu
Publicado 26 mar 2020, 14:36 CET
Niño con una mascarilla
Un niño con una mascarilla juega en un parque en una calle de Pekín, China.
Fotografía de STR/AFP via Getty Images

A la hora de infectar, el nuevo coronavirus no discrimina geografía, género ni profesión. La COVID-19 parece afectar a las personas de forma ubicua, incluso a los niños que, pese a los esperanzadores informes preliminares, no parecen ser más inmunes al virus. Las últimas cifras de China, donde comenzó el brote el pasado diciembre, sugieren que los menores de edad podrían contraer el patógeno en tasas comparables a las de los adultos.

Con todo, se mantiene una misteriosa apariencia de misericordia: tras infectarse, los niños parecen tener menos probabilidades de caer gravemente enfermos. De hecho, más de un 90 por ciento de los casos pediátricos se presentan como moderados, leves o asintomáticos. Esta resiliencia juvenil se ha observado antes en enfermedades infecciosas, como la varicela.

En este momento, el grueso de las personas a quienes hacen el test de SARS-CoV-2, el virus responsable de la pandemia, son individuos con síntomas evidentes. Es probable que no se haya detectado a mucha gente con síntomas leves o asintomática y, conforme se hacen cada vez más test en todo el mundo, las tasas documentadas de enfermedades graves en niños podrían cambiar.

El 24 de marzo, las autoridades de salud pública del condado de Los Ángeles informaron de la muerte de un adolescente, considerada la primera defunción de un menor vinculada al coronavirus en Estados Unidos. Con todo, los resultados preliminares de los test nos revelan que es «muy probable que los niños se vean menos afectados», afirma Eric Rubin, investigador de enfermedades infecciosas, médico de la Facultad de Salud Pública de Harvard y editor jefe del New England Journal of Medicine.

En los brotes de SARS y MERS surgió un patrón similar: en gran medida, estas dos enfermedades respiratorias graves, también causadas por coronavirus, no parecían afectar tanto a los niños. Los científicos y los médicos aún tienen mucho que aprender sobre el nuevo virus y las defensas que emplea contra él el sistema inmunitario, pero desentrañar por qué el SARS-CoV-2 es menos grave en niños podría ayudar a los expertos a averiguar nuevas formas de combatir la propagación de la enfermedad.

«La forma de vencer a este virus es entender la biología y la respuesta al virus. Entonces, podremos abordarlo en todos los niveles », afirma Gary Wing Kin Wong, neumólogo pediátrico de la Universidad China de Hong Kong y autor de un estudio reciente sobre la prevalencia de la COVID-19 en niños.

El delicado equilibrio del sistema inmunitario

Todas las enfermedades infecciosas provocan una guerra biológica en el cuerpo, librada entre los microbios malignos y un potente ejército de moléculas inmunitarias. En condiciones ideales, el sistema inmunitario purga el cuerpo humano de los patógenos sin causar muchos daños colaterales en las células sanas, pero hay varios factores que pueden alterar este delicado equilibrio. Los sistemas inmunitarios debilitados o agotados podrían ser incapaces de organizar una respuesta lo bastante fuerte, permitiendo que los gérmenes invasores causen estragos. En otros casos, las reacciones inmunitarias exageradas pueden causar más daños que los propios patógenos.

Rubin afirma que los adultos podrían sufrir los efectos de la COVID-19 con más gravedad que los niños porque sus sistemas inmunitarios no son capaces de encontrar un término medio entre una respuesta insuficiente y una excesiva.

Los individuos mayores, que hasta la fecha representan la mayoría de los fallecimientos por COVID-19, podrían encontrarse en peores condiciones porque su sistema inmunitario ha empezado a decaer. A diferencia de los niños, los adultos suelen sufrir de patologías subyacentes (como la diabetes o las enfermedades cardiovasculares) que pueden debilitar la capacidad del cuerpo para combatir enfermedades.

Un cuerpo envejecido se parece mucho a «un coche que lleva 15 años circulando, no está en buena forma. Cuando entra un invasor, podría ser capaz de provocar una destrucción más rápida», afirma Wong.

Los sistemas inmunitarios muy inmaduros también podrían correr riesgo, ya que no han tenido tiempo de desarrollar respuestas a un amplio abanico de patógenos. Aunque los casos de COVID-19 entre bebés son poco habituales, un estudio realizado en China a 2143 niños (de menos de 18 años) diagnosticados con la enfermedad determinó que la mayoría de los casos graves o críticos se daban en niños de cinco años o menos.

Sin embargo, tras unos años de crecimiento, los sistemas inmunitarios de los niños podrían alcanzar una especie de condición ideal y haberse hecho lo bastante fuertes para mantener a raya una infección sin responder de forma exagerada. Muchos de los casos más graves de COVID-19 en adultos parecen deberse a respuestas inmunitarias hiperactivas que destruyen células sanas junto a las infectadas, algo que podría ser menos común en niños. Wong compara estos ataques desenfrenados con enviar un batallón entero de tanques para enfrentarse a dos ladrones que han entrado a robar en una casa: «Acabas destruyendo toda la aldea».

Cuando la exposición previa ayuda o perjudica

El SARS-CoV-2 es uno de los siete coronavirus conocidos que infecta a los humanos. Dos de ellos, que son responsables del SARS y el MERS, también pueden resultar mortales; el resto son relativamente benignos y provocan resfriados comunes en la gran mayoría de los casos.

Kanta Subbarao, viróloga y especialista en enfermedades infecciosas pediátricas del Instituto Peter Doherty de Infección e Inmunidad de Melbourne, sospecha que la exposición previa a coronavirus leves podría estar implicada en la ventaja comparativa de los niños frente a los adultos a la hora de enfrentarse a la COVID-19. Los niños, que están inmersos en entornos escolares, podrían estar generando anticuerpos constantemente por estos patógenos insignificantes y dichos anticuerpos podrían ser lo bastante versátiles para combatir el nuevo coronavirus.

Sin embargo, contar con experiencia previa combatiendo un coronavirus no siempre es positivo. Cuando un patógeno invade el cuerpo, los anticuerpos reconocen las características únicas de ese microbio específico, se fijan a su superficie y lo desarman antes de dárselo a un leucocito, que lo destruye. La estrategia es muy eficaz cuando los anticuerpos encajan a la perfección con un virus, pero cuando estos mismos anticuerpos solo reconocen un patógeno parcialmente, podrían no incapacitarlo por completo. A continuación, el virus infectaría al leucocito que lo consume, facilitando la propagación de la enfermedad.

Este fenómeno similar al caballo de Troya, en el que el sistema inmunitario ayuda involuntariamente a que un virus infecte las células sanas, se denomina amplificación de la infección dependiente de anticuerpos (ADE, por sus siglas en inglés). Se ha demostrado que el proceso ocurre en el virus del dengue y el virus del Zika, y algunos estudios preliminares sugieren que los coronavirus también podrían usarlo.

De ser así, la ADE podría ayudar a explicar por qué el nuevo coronavirus es más letal entre adultos, cuyos sistemas inmunitarios responden de manera más drástica ante una infección. Aun así, los expertos señalan que las evidencias de este proceso no son definitivas. Rubin afirma que el SARS-CoV-2 tampoco parece sentir una predilección particular por infectar los leucocitos, el subgrupo principal que es blanco de los virus que suelen usar esta táctica.

Una proteína clave para la propagación de la COVID-19

Al profundizar en las células que ataca el nuevo coronavirus, los científicos han planteado otra teoría de por qué la enfermedad podía afectar más a los adultos. Al igual que su pariente el SARS-CoV-1 (que provoca el SARS), el SARS-CoV-2 impulsa la infección fijándose a una proteína llamada ECA2. Dicha proteína se encuentra en las superficies de las células de todo el cuerpo, pero sobre todo en determinadas partes de los pulmones y el intestino delgado.

Algunos investigadores han planteado la hipótesis de que las células pulmonares de los niños podrían fabricar menos proteínas ECA2 (o incluso fabricarlas con formas diferentes). De ser así, esta particularidad del desarrollo infantil podría frustrar fácilmente el intento del virus de infectar células y extenderse.

Por otra parte, Rachel Graham, epidemióloga y viróloga que se especializa en coronavirus en la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill, indica que los coronavirus no necesitan mucha ECA2 para penetrar en las células y que tener esa proteína en menor cantidad no siempre es mejor. Contradictoriamente, una de las muchas funciones de la ECA2 consiste en aumentar las defensas contra los virus que atacan las vías respiratorias inutilizando una enzima que contribuye a la destrucción de tejidosEstudios en roedores también sugieren que los niveles de ECA2 disminuyen con la edad, lo que podría contribuir a debilitar la capacidad de combatir enfermedades respiratorias en personas mayores.

Aún hay muchas incógnitas

Los investigadores aún no saben cuál de estas teorías podría explicar la aparente resiliencia de los niños a la COVID-19, si es que alguna lo explica. «Creo que es un campo abierto. Simplemente no lo sabemos», afirma Rubin.

Hay una serie de variables no relacionadas con la edad que complican la cuestión, como la genética de una persona, el entorno local o la medicación, entre otras. «Es posible que todos y cada uno de estos factores sean parcialmente responsables del resultado final. Entender un sistema biológico va a llevar su tiempo», afirma Wong. Con todo, conseguirlo será crucial para frenar la pandemia y quizá los brotes futuros.

«Se trata del tercer ejemplo de un coronavirus animal que ha provocado una enfermedad grave» en humanos, afirma Subbarao. «Es muy importante que lo entendamos para poder prepararnos mejor para el futuro». Por ahora, «podemos consolarnos con los datos de que los niños no enferman de gravedad [con frecuencia]. Eso debería tranquilizar a los padres», añade.

Sin embargo, Subbarao y otros expertos advierten que la gente con síntomas leves o asintomática puede contagiar el nuevo virus a los demás. Wong insiste en que, aunque puede que los propios niños no corran riesgo de sucumbir a una enfermedad grave, «podrían ser un factor importante a la hora de hacer que la pandemia se propague».

Graham recomienda que los padres mantengan a sus hijos informados y les enseñen buenas prácticas de higiene. Ante el cierre de colegios y guarderías, los niños han reducido el contacto mutuo, pero quizá lo más importante es que se han restringido las interacciones con seres queridos vulnerables, como los abuelos.

Aunque estos cambios conductuales no son fáciles, puede motivarse a los niños para que lo hagan. Los niños «tienen un instinto innato hacia la compasión», afirma Maryam Abdullah, psicóloga del desarrollo y directora de programas de cuidados parentales del Centro de Ciencia para el Bien Común de la Universidad de California. «Existe el mito de que los desastres sacan lo peor de las personas. Pero una y otra vez hemos visto a los niños esperando para [ofrecer] ayuda y apoyo. Es algo a lo que debemos aferrarnos ahora más que nunca».

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.
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