¿Qué depara el futuro pospandémico al transporte público?

El coronavirus cambiará drásticamente (pero quizá vuelva más saludable) el uso de los trenes, autobuses y carriles bici tras la pandemia.

Por Emily Sohn
Publicado 12 may 2020, 10:47 CEST
Una ciclista bajo la autopista

Una ciclista circula bajo la autopista por la estación de Rockridge del BART (Bay Area Rapid Transit) el jueves, 31 de marzo de 2020. Un marcado descenso de los pasajeros del BART ha dejado vacíos muchos de los aparcamientos de la agencia de transporte, abriendo paso a los ciclistas y los patinadores.

Fotografía de James Tensuan

Es hora de ir a trabajar. Hemos dejado atrás la pandemia de COVID-19 y (en esta visión del futuro) los trenes y los autobuses vuelven a circular con normalidad. Sin embargo, el panorama es diferente al de antes. Pagas la tarifa sin tocar nada. Los asientos están más espaciados y los vehículos, llenos de separadores. Los conductores trabajan en compartimentos ventilados, aislados de los pasajeros.

Las aplicaciones para teléfonos inteligentes pueden ayudar a descongestionar trenes y autobuses. Y como más gente ha decidido ir en bici, caminar o trabajar desde casa, los vagones llenos han pasado a formar parte del pasado prepandémico.

Aunque es imposible predecir el futuro, las entrevistas con expertos en tránsito y salud pública sugieren que la pandemia nos ofrece la oportunidad de transformar los sistemas de transporte y revivir las ciudades, con el potencial de prevenir enfermedades infecciosas e incluso algunas enfermedades crónicas. Yingling Fan, planificadora urbanística de la Universidad de Minnesota, Minneapolis, señala que, aunque los confinamientos han puesto el transporte en estado de crisis por el momento, la inversión estratégica, el pensamiento creativo y las nuevas tecnologías podrían devolver la seguridad suficiente para que la gente vuelva a utilizar estos sistemas. «No cabe duda de que hay muchos retos, pero también muchas oportunidades», afirma.

También es posible que la pandemia ofrezca la posibilidad de aumentar el atractivo de los sistemas de transporte.

«La historia del transporte está llena de casos en los que algo que se hacía de forma temporal se convirtió en algo permanente, porque la gente no quería volver a lo anterior», explica Jarrett Walker, asesor de transporte internacional y autor de Human Transit: How Clearer Thinking about Public Transit Can Enrich Our Communities and Our Lives.

El coche no equivale a salud

La finalidad del transporte público es trasladar a montones de personas y su hacinamiento incrementa las probabilidades de propagar enfermedades infecciosas. En un estudio de decenas de personas durante la temporada de gripe 2008-2009, un equipo de investigadores del Reino Unido determinó que las que viajaban en bus o en tranvía tenían casi seis veces más probabilidades que las que no de recibir atención médica por una enfermedad respiratoria aguda.

La reacción natural podría ser optar por el coche, pero esto incrementa el riesgo de enfermedades crónicas, según indica Lawrence Frank, experto en transporte y salud pública en la Universidad de Columbia Británica En 2004, sus colegas y él descubrieron que cada hora de más que pasaba una persona en el coche cada día incrementa un seis por ciento el riesgo de obesidad. A su vez, la obesidad es un factor predictivo de diabetes y enfermedades cardiovasculares, que aumentan la vulnerabilidad de una persona a las complicaciones por COVID-19.

“La verdadera pregunta es: ¿cómo construyes un futuro que aborde tanto las enfermedades crónicas como las infecciosas?”

por LAWRENCE FRANK, UNIVERSIDAD DE COLUMBIA BRITÁNICA

«Queremos que menos gente padezca estas enfermedades preexistentes, para que sobrevivan si se produce una pandemia y se exponen», afirma. «La verdadera pregunta es: ¿cómo construyes un futuro que aborde tanto las enfermedades crónicas como las infecciosas?».

Frank sostiene que es improbable que desaparezca la densidad urbana, aunque tampoco debería desaparecer. Su investigación ha vinculado los barrios densos, la caminabilidad, los comercios de proximidad y el acceso al transporte público con índices más bajos de diabetes, enfermedades cardiovasculares y estrés, así como menores costes sanitarios.

Actualmente, su grupo está investigando cómo varían las enfermedades crónicas e infecciosas con la caminabilidad, el uso del transporte público, la dependencia de los coches y la capacidad de recurrir a medios de transporte activos, como caminar o ir en bicicleta. Los resultados preliminares sugieren que los habitantes de barrios más transitables y con menos exposición a la contaminación atmosférica tienen menos probabilidades de padecer enfermedades crónicas y podría ser menos vulnerable a fallecer por la COVID-19.

Añade que preservar el transporte público y fomentar el transporte activo son factores importantes para mantener niveles bajos de contaminación atmosférica, algo que también repercute en la salud.

«La sociedad más vulnerable es aquella que se vuelve más sedentaria y depende más de los coches, y ese es el peor de los casos cuando llega una pandemia», afirma Frank.

Un transporte público a prueba de infecciones

Fan afirma que los viajes con la COVID en mente podrían empezar antes de salir de casa. En algunas ciudades de China, como Shenzhen y Cantón, la reserva de un asiento ya es habitual en los autobuses y trenes municipales. Sospecha que añadir la opción de prepago de tasas por Internet o con el teléfono móvil podría reducir la cantidad de personas que necesita tocar una cabina sucia.

Walker indica que también es posible dispersar a las personas de formas diferentes a limitar la capacidad del transporte, algo que se ha hecho en muchos lugares durante la pandemia.

Las ciudades pueden usar la localización de vehículos automática e indicadores de tráfico de pasajeros, que ya existen, para redirigir rápidamente los autobuses cuando cambie la demanda. Los contadores de pasajeros automáticos y los sensores de peso (que ya se usan en Australia, el Reino Unido y en otros países) pueden proporcionar información sobre la capacidad de los vagones de tren mediante teléfonos móviles o en las pantallas de las estaciones, de forma que los pasajeros pueden dispersarse escogiendo el vagón menos lleno.

El año pasado, Google empezó a usar el crowdsourcing y la información del tráfico en más de 200 ciudades del mundo para ofrecer a los usuarios información por adelantado sobre la capacidad a la que estarán los autobuses y los trenes. Si se integra con aplicaciones para smartphone, toda esta información podría reducir la congestión y permitir que los pasajeros eviten andenes y vehículos concurridos. Fan señala que, hasta ahora, las autoridades no han usado este tipo de datos para imponer la separación en el transporte público, pero es concebible aplicar la idea, ya que China usa una tecnología similar para restringir el tráfico por carretera.

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    Sin embargo, el uso de algunas de estas aplicaciones podría traducirse en ceder ciertos niveles de privacidad. Las aplicaciones de seguimiento del teléfono, por ejemplo, podrían enviarte una alerta si te has subido a un tren donde viajaba alguien que más adelante dio positivo en COVID-19. Apple y Google están desarrollando software con este tipo de capacidad de rastreo de contactos, que ya está disponible en China, Singapur y otros países.

    Fan indica que las diferencias culturales también influyen en la voluntad de renunciar a la privacidad. El rastreo de contactos en Corea del Sur ha tenido éxito en parte porque la legislación permite que el gobierno rastree el historial de las tarjetas de crédito y los datos de ubicación del teléfono móvil de una persona infectada.

    «La disyuntiva entre privacidad y seguridad es un tema candente», afirma Fan. «No creo que el público general de Estados Unidos esté preparado para medidas estrictas de rastreo de contactos».

    Los sensores faciales como los que se han desplegado en el transporte público en China también podrían medir la temperatura y negar la entrada a una estación de autobuses o de metro a alguien con fiebre. David Levinson, ingeniero de transporte de la Universidad de Sídney, en Australia, añade que cuando los test de anticuerpos sean precisos y fáciles de conseguir, quizá hasta haya que enseñar una tarjeta de inmunidad antes de subirse a bordo, aunque habrá una delgada línea entre la seguridad y el fastidio.

    «La gente no estará contenta con todas esas invasiones de la privacidad y será más probable que use otros medios diferentes al transporte público», afirma. «Si puede, encontrará alternativas».

    El repunte de las bicicletas

    Las bicicletas son una de esas alternativas. Durante la pandemia han aparecido nuevos carriles bici desde Berlín a Bogotá. En las últimas semanas, Oakland, en California, ha cerrado casi 120 kilómetros de carreteras para dejar espacio a ciclistas y peatones, y otras ciudades, como Seattle, en Washington, y Milán, en Italia, intentan reducir el uso del coche de forma permanente.

    Los expertos prevén que estos carriles bici crearán un círculo vicioso conforme la cantidad de usuarios de bicicletas incremente la demanda. Durante las obras para reparar la autopista que pasa por el centro de Seattle, por ejemplo, la ciudad convirtió temporalmente los carriles para coches en carriles bus y después nunca los reconvirtieron. Construir casi 640 kilómetros de carriles bici en París costaría mucho menos (solo un dos por ciento del precio) que la próxima remodelación del sistema de metro de la ciudad.

    Walker afirma que ir en bici no es realista para todo el mundo y suele ser más accesible para las personas que viven cerca de su lugar de trabajo. Con todo, Frank indica que la industria creciente de las bicicletas electrónicas podría ayudar a desplazarse más lejos, sobre todo si los sistemas de transporte público integran sus estructuras de tarifas con programas de bicicletas compartidas para permitir pasar de la bici al tren y a la bici de nuevo. Ya se dispone de bicicletas electrónicas mediante programas compartidos en decenas de ciudades.

    ¿Trabajar desde casa para siempre?

    Para algunas personas, el futuro de los viajes al trabajo podría traducirse en no viajar en absoluto. Según un informe publicado por la Brookings Institution en abril, casi la mitad de los adultos con trabajo en Estados Unidos trabajan desde casa durante la pandemia, más del doble del porcentaje de teletrabajo de hace dos años. Cerca de un 20 por ciento de los directores financieros encuestados por Brookings declaró que pretendía conservar el teletrabajo de forma permanente para al menos un 20 por ciento de sus empleados.

    Levinson sostiene que este tipo de cambio social podría reducir aún más el hacinamiento y la propagación de enfermedades en el transporte público, sobre todo si solo se va a la oficina de vez en cuando, si se opta por la bicicleta cuando se pueda y si nos concienciamos más sobre quedarnos en casa cuando estemos enfermos.

    Con todo, Fan afirma que mantener sistemas de transporte público sólidos es un componente fundamental del dinamismo de las ciudades. Los buses, los trenes y otros medios de transporte público unen a personas de razas e ingresos diversos, y ese tipo de mezcla construye empatía de una forma que sería imposible desde el coche.

    «El transporte público es un lugar donde la gente experimenta el urbanismo», afirma. «Es donde la gente negocia sus diferencias».

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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