Pronostican una temporada de huracanes activa en el Atlántico este 2020

La combinación del agua marina cálida y los patrones meteorológicos estacionales podría ser el combustible de las tormentas de este año.

Por Sarah Gibbens
Publicado 29 jul 2020, 13:03 CEST

Una cámara de vídeo de alta definición en la estación espacial muestra el huracán Florence, una tormenta de categoría 4, en camino hacia Estados Unidos el 14 de septiembre de 2018.

Fotografía de ESA/NASA–A. Gerst

En Estados Unidos, los trabajadores de emergencia apenas dan abasto debido a la pandemia y los incendios forestales en el oeste del país. Pero los estados de la costa atlántica y el golfo de México aún no han visto la peor cara de la que, según los pronósticos, será una temporada de huracanes activa y con potencial destructivo.

«Por desgracia, todo apunta a que esta será una temporada de huracanes activa en el Atlántico, que es lo último que quiere oír la gente», afirma Phil Klotzbach, meteorólogo de la Universidad del Estado de Colorado que se especializa en los huracanes del Atlántico.

En un año normal, se forman unas 12 tormentas con nombre, que pueden oscilar de tormentas tropicales a huracanes en toda regla. Este año, la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés) pronostica que podrían formarse entre 13 y 19 grandes tormentas y hasta seis podrían convertirse en huracanes.

La temporada ya ha comenzado a velocidad de vértigo. El fin de semana pasado, el huracán Hanna inundó el sur de Texas y los meteorólogos señalan que al este del Caribe está forjándose la que probablemente se convertirá en la tormenta tropical Isaiah.

La Universidad del Estado de Colorado, que emite sus propios pronósticos sobre huracanes, prevé que este año se formarán cuatro grandes huracanes, de categoría 3 o superior, con vientos de más de 178 kilómetros por hora.

¿Por qué será tan activa esta temporada?

Existe una serie de condiciones climáticas pueden influir en la formación de los huracanes, pero básicamente todo se reduce a la temperatura y el viento.

El tiempo cálido es como combustible para los huracanes y las temperaturas de la superficie del mar de este año en la costa este estadounidense, el golfo de México y el mar Caribe están muy por encima de la media. Los huracanes comienzan con tormentas eléctricas sobre el océano. Estas tormentas eléctricas, alimentadas por el agua cálida, crean patrones alternos de altas y bajas presiones que introducen el agua marina cálida en la atmósfera. Cuanto más caliente esté el agua, más agua puede contener el huracán.

En septiembre del año pasado, las aguas cálidas del mar Caribe permitieron que el huracán Dorian descargara una cantidad devastadora de lluvia en las Bahamas.

Actualmente, la temperatura del agua del Atlántico es la cuarta más elevada desde que la NOAA empezó a mantener registros en 1982. Los únicos años en los que el agua ha estado más caliente fueron 2005, 2010 y 2017, cuando se produjeron los huracanes Katrina y María, dos de los desastres naturales más devastadores que han golpeado la cuenca atlántica.

Los vientos también parecen ser favorables para los huracanes.

La mayoría de los huracanes que tocan tierra en el este de Estados Unidos se forman a partir de áreas de bajas presiones conocidas como ondas tropicales en la costa oeste de África. Klotzbach dice que es probable que el aire que se eleva ahora mismo sobre el continente esté enviando las ondas atmosféricas que dan vida a los huracanes.

Por ahora, la tormenta de polvo anómala que atravesó el planeta el mes pasado ha sofocado la formación de huracanes al abatir las tormentas con aire seco del Sáhara.

«Hay mucho aire seco», señala Klotzbach. Sin embargo, indica que es probable que se disipe para mediados de agosto.

Huracanes 101

Los meteorólogos también están vigilando un ciclo llamado Oscilación El Niño-Oscilación Austral (ENSO, por sus siglas en inglés) para predecir cómo se desarrollará la temporada de huracanes del Atlántico. Los patrones meteorológicos de El Niño se vinculan a condiciones de lluvia y calentamiento en el oeste de Estados Unidos y el este del Pacífico, mientras que los patrones de La Niña traen lo contrario, condiciones secas y frías.

«Si eres un huracán en el Atlántico, quieres un océano cálido y la menor cizalladura vertical del viento posible», explica Brian McNoldy, meteorólogo de la Universidad de Miami. «Ahora mismo el océano está muy cálido y si La Niña sigue su paso, se prevé que relaje la cizalladura del viento».

Aunque el fenómeno de El Niño tiene lugar en el Pacífico, su influencia en la cizalladura del viento debilita los huracanes del Atlántico. McNoldy indica que la mayor incógnita para los pronosticadores es si se producirá un patrón meteorológico de La Niña.

Huracanes en el año del cambio climático y la COVID-19

Dos de las mayores amenazas para el planeta —el cambio climático y la pandemia de coronavirus— pueden volver los huracanes más mortíferos.

Varios estudios han demostrado que las temperaturas medias de la superficie del mar de todo el mundo están aumentando debido a que los océanos absorben casi el 90 por ciento del exceso de calor generado por las emisiones de gases de efecto invernadero.

Aunque un fenómeno meteorológico aislado no puede vincularse directamente al cambio climático, los científicos están analizando los cambios meteorológicos con el paso del tiempo para comprender cómo las emisiones modifican los patrones meteorológicos. Un estudio publicado en 2018 sugiere que el aumento de las temperaturas oceánicas y atmosféricas podría ralentizar el avance de las tormentas, un fenómeno que podría provocar más inundaciones, ya que las tormentas lentas que se detienen sobre tierra descargan más lluvia. El aire más cálido también puede contener más agua.

«Se debate mucho sobre lo que ocurre con los huracanes y el cambio climático, pero aún hay muchas incógnitas», dice Klotzbach. «El consenso es que quizá no haya más tormentas, sino tormentas más intensas».

Cuando la pandemia dejó en tierra los vuelos comerciales, a algunos meteorólogos les preocupaba que perder esos vehículos afectara a los pronósticos meteorológicos, ya que transportan tecnología con sensores meteorológicos y envían los resultados a equipos de pronosticadores de todo el mundo.

Klotzbach dice que la falta de datos de las aeronaves solo ha tenido impactos «insignificantes» en sus pronósticos, pero otros meteorólogos siguen preocupados. Un estudio publicado el mes pasado desveló que pronosticar la temperatura sería más difícil sin aviones. Aún se desconoce cuánto afectará la falta de datos a la capacidad de preparación en caso de huracanes.

McNoldy dice que sus pronósticos no se han visto afectados por la ausencia de vuelos comerciales durante la pandemia y señala que la mayoría de los datos introducidos en los modelos de pronóstico meteorológico proceden de satélites.

Entre tanto, los trabajadores de emergencia están planeando estrategias de evacuación que permitan el distanciamiento social, como alojar a los evacuados en hoteles o espaciar los catres dentro de los centros de evacuación. Y los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos han publicado pautas de evacuación para tratar de limitar la propagación de la COVID-19.

A menudo, las grandes tormentas se pronostican casi una semana antes de llegar a la costa y se sabe que muchas cambian de rumbo de forma repentina. Klotzbach señala que los pronósticos solo pueden predecir lo que podría ocurrir y no hay garantías de que un huracán intenso vaya a tocar tierra en una ciudad del litoral estadounidense.

«No podemos determinar dónde van a estar las tormentas con meses de antelación», dice, y añade que «si hay varias, es probable que una de ellas toque tierra».

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