Descubren un depredador marino de cuatro metros de largo dentro del estómago de un ictiosaurio

Se creía que los ictiosaurios, unos reptiles con aspecto de delfín, capturaban presas pequeñas, pero un nuevo fósil sugiere que podrían haber sido «megadepredadores».

Por Jason Bittel
Publicado 21 ago 2020, 11:19 CEST
Besanosaurus

La ilustración representa a un grupo de Besanosaurus —un género de ictiosaurios—, unos antiguos reptiles marinos que se parecían a los delfines o las ballenas. Un nuevo estudio revela que un fósil de un pariente cercano del Besanosaurus, el Guizhouichthyosaurus, preserva la última comida del animal.

Fotografía de Fabio Manucci

Hace casi 240 millones de años, un enorme reptil marino engulló a otro reptil algo más pequeño y, poco después, murió. La criatura más grande —conocida como ictiosaurio— se fosilizó con el animal más pequeño en el vientre.

Los dos reptiles permanecieron sepultados en piedra hasta 2010, cuando un equipo de científicos del sudoeste de China empezó a excavar el fósil. Ahora, los científicos apuntan que estos dos monstruos marinos podrían refutar gran parte de lo que creíamos saber sobre la vida y la muerte en el océano prehistórico.

En el fósil, la criatura más pequeña dentro del estómago del ictiosaurio era un talatosaurio, un antiguo reptil marino de cuerpo largo y esbelto que se parecía más a un lagarto que a un pez. Cuando Ryosuke Motani, paleontólogo de la Universidad de California, Davis, se percató de que del estómago de un ictiosaurio de casi cinco metros sobresalía el torso casi completo de un talatosaurio de cuatro metros de largo, supo que su equipo había dado con algo revolucionario. El estudio que describe el fósil se publicó ayer en la revista iScience.

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    Un espécimen de talatosaurio descubierto dentro del estómago de un ictiosaurio.

    Fotografía de Jiang et al

    Los ictiosaurios respiraban aire y daban a luz a crías vivas. Aunque algunas especies alcanzaban tamaños próximos a los de las ballenas azules, los primeros ictiosaurios como el Guizhouichthyosaurus que examinó Motani eran más pequeños, de entre cuatro y seis metros de longitud. Se creía que estos antiguos nadadores se alimentaban de cefalópodos resbaladizos utilizando sus fauces llenas de dientes romos para atrapar a sus presas en el agua. De hecho, ninguno de los animales acuáticos que vivieron durante esta época consumían presas de gran tamaño; se considera que este tipo de monstruo marino apical no evolucionó hasta más adelante.

    En cambio, según Motani, el nuevo fósil sugiere que los ictiosaurios primitivos fueron unos de los primeros «megadepredadores» del Mesozoico, es decir, animales grandes que depredan otros animales grandes. «Se alimentaban de animales más grandes que los humanos», afirma.

    Un caso prehistórico sin resolver

    Desentrañar un acontecimiento que tuvo lugar hace cientos de millones de años entraña ciertas dificultades. Para empezar, Motani y su equipo tenían que demostrar que el ictiosaurio devoró al talatosaurio, no que el reptil marino más pequeño se fosilizó encima del ictiosaurio por casualidad.

    «Por suerte, en este caso tenemos una forma de confirmarlo», explica. La caja torácica del ictiosaurio envuelve su presa, lo que indica que el talatosaurio fue su comida. Pero el tipo de comida que fue es otra cuestión. El ictiosaurio podría haberse alimentado de los restos del cadáver del talatosaurio, que habría muerto de otra forma.

    Sin embargo, dentro del ictiosaurio Motani y sus colegas descubrieron lo que han identificado como dos secciones largas e intactas de las vértebras del talatosaurio. Estos huesos fosilizados sugieren que los tejidos conectivos aún mantenían unida la columna vertebral y que no fue ingerido en forma de una maraña de restos podridos.

    El cráneo y la cola del talatosaurio no figuran entre los contenidos estomacales. El equipo sí descubrió un fragmento de cola de talatosaurio a 20 metros del ictiosaurio y, aunque no hay forma de demostrar que pertenezca al fósil del estómago, «la cola tiene el tamaño justo», señala Motani.

    La hipótesis del equipo es que el ictiosaurio atacó y mató al talatosaurio, probablemente en la superficie del agua. Después, el depredador habría devorado el cadáver intentando engullirlo entero o en trozos muy grandes, como un aligátor que ingiere a sus presas. Combinando mordiscos y sacudidas, la cola y el cuello del talatosaurio podrían haberse separado y alejado mientras el ictiosaurio se concentraba en los trozos con más carne.

    En esta imagen aparece el espécimen de ictiosaurio. Sus contenidos estomacales se ven en forma de bloque que sobresale del cuerpo.

    Fotografía de Ryosuke Motani

    Como no podemos retroceder en el tiempo y observar la alimentación prehistórica, los científicos recurren a los dientes fosilizados para determinar la dieta de un animal antiguo. En el caso del ictiosaurio primitivo, sus dientes romos y cónicos apuntan a una preferencia por alimentos más delicados, frente a los dientes afilados y serrados que suelen asociarse a los depredadores apicales.

    Con todo, el nuevo fósil sugiere que los científicos no siempre pueden basarse en la forma de los dientes para predecir de qué se habría alimentado una especie, señala Steve Brusatte, paleontólogo de la Universidad de Edimburgo en el Reino Unido que no participó en el estudio. En lugar de capturar cefalópodos, algunos ictiosaurios primitivos podrían haberse atrevido a atacar presas más sustanciosas.

    «A veces, los detalles de una escena del crimen prehistórica nos desvelan que un arma era mucho más capaz de causar daños de lo que creíamos», indica Brusatte.

    La última cena del ictiosaurio

    Es muy raro hallar contenidos estomacales fosilizados, apunta Jessica Lawrence Wujek, geóloga y paleontóloga del Howard Community College de Maryland que no participó en el estudio. Lawrence Wujek ha analizado cientos de especímenes de ictiosaurios y dice que puede que uno o dos tuvieran contenidos estomacales fosilizados, que se denominan bromalitos.

    «No todos los días encuentras contenidos estomacales, sobre todo cosas de gran tamaño en el estómago, como esta», afirma Lawrence Wujek. «Es un fósil impresionante».

    Como los huesos del talatosaurio no exhiben marcas visibles de haber sido digeridos, es probable que el ictiosaurio falleciera casi inmediatamente después de terminar de comer. El fragmento de la cola que se fosilizó no muy lejos tiene casi la misma antigüedad que el ictiosaurio, una pista más de que respalda la teoría de que el animal murió poco después de comer.

    Aunque el talatosaurio era casi tan largo como el ictiosaurio, Motani estima que pesaba una octava parte. Con todo, era un animal capaz de defenderse.

    «Estoy especulando, pero quizá durante esa pelea una parte del cuello [del ictiosaurio] quedó dañada hasta cierto punto», propone. Aunque quizá nunca lleguemos a saberlo, esa lesión podría haberse agravado a medida que el depredador se retorcía para tragarse a la presa que tanto le costó conseguir.

    La vida se abre camino

    Además de la fascinación que genera una batalla mortal entre antiguos monstruos marinos, el fósil también ilustra la rapidez a la que pueden recuperarse los ecosistemas, según indica Aubrey Jane Roberts, paleontóloga que estudia reptiles marinos antiguos en la Universidad de Oslo, en Noruega, y que no participó en el estudio.

    «Se produjo una extinción masiva, sobre todo en el reino marino, hace unos 252 millones de años. Se extinguieron el 90 por ciento de las especies marinas», afirma Roberts, que también es exploradora de National Geographic. Señala que, teniendo en cuenta la magnitud de esa pérdida, resulta asombroso que la vida fuera capaz de recuperarse y diversificarse tanto como lo hizo en solo unos pocos millones de años. Pero es más impresionante que un comportamiento de megadepredación como el observado en el ictiosaurio apareciera tan pronto después de la extinción, ya que los científicos creen que los depredadores apicales son unos de los últimos animales que se desarrollan cuando se reconstruye una cadena trófica.

    «Por eso este estudio es tan importante», afirma Roberts. «Cuenta la historia de cómo los mares se recuperaron de una destrucción casi total y desarrollaron un ecosistema hecho y derecho».

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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