Muchos pacientes con COVID-19 han perdido el sentido del olfato. ¿Lo recuperarán?

Mientras los científicos intentan desentrañar la biología básica de la nariz, algunos pacientes encuentran ayuda en las terapias olfatorias.

Por Sara Harrison
Publicado 7 ago 2020, 11:42 CEST

Una trabajadora sanitaria administra una prueba olfativa para comprobar la pérdida de olfato a un residente del barrio de Altos de San Lorenzo, en la ciudad de La Plata, Argentina, el 24 de mayo de 2020.

Fotografía de Alejandro Pagni, AFP via Getty Images

A principios de marzo, Peter Quagge empezó a experimentar síntomas de la COVID-19, como escalofríos y décimas de fiebre. Una noche, mientras cortaba el pollo en trocitos para hacer la cena, se dio cuenta de que no podía oler la carne. “Debe de ser muy fresca”, pensó. Pero al día siguiente tampoco podía oler el jabón en la ducha ni la lejía que utilizó para limpiar la casa. “Es una locura, pero pensé que la lejía se había estropeado”, cuenta. Cuando Quagge metió la cabeza en el cubo e inhaló, la lejía le irritó los ojos y la nariz, pero no fue capaz de olerla.

La incapacidad de oler, o anosmia, es un síntoma común de la COVID-19. Aunque no llegaron a hacerle la prueba porque por aquel entonces no había tantos test disponibles, a Quagge le diagnosticaron COVID-19. Ha recurrido a varios especialistas para tratar su anosmia, pero aún no ha recuperado el sentido del olfato por completo.

Según las observaciones clínicas, entre un 34 y un 98 por ciento de los pacientes hospitalizados con COVID-19 sufren anosmia. Un estudio desveló que los pacientes con COVID-19 son 27 veces más propensos a perder el sentido del olfato, lo que convierte la anosmia en un mejor factor pronóstico de la enfermedad que la fiebre.

La mayoría de los pacientes de COVID-19 que padecen anosmia recuperan el sentido en pocas semanas y los médicos aún no saben si el virus provoca pérdida del olfato a largo plazo. Aunque ser incapaz de oler puede parecer un efecto colateral leve, los resultados pueden ser devastadores. El sentido está vinculado al instinto de conservación —la capacidad de oler humo, fugas químicas o comida en mal estado, por ejemplo— y a nuestra capacidad para captar sabores complejos y disfrutar de la comida.

“Muchas de las formas en que conectamos los unos con los otros es comiendo o bebiendo”, señala Steven Munger, director del Centro del Olfato y el Gusto de la Universidad de Florida. “Si no puedes participar en eso, crea una especie de brecha social”.

El olfato también está implicado en nuestras vidas emocionales, ya que nos conecta a nuestros seres queridos y nuestros recuerdos. Las personas sin olfato suelen indicar que se sienten aisladas y deprimidas y que ya no disfrutan de la intimidad. Ahora, los científicos están empezando a desentrañar cómo afecta la COVID-19 a este sentido fundamental con la esperanza de que estos descubrimientos ayuden a miles de personas con anosmia en busca de respuestas.

La pérdida del olfato

El sistema olfativo, que permite que los humanos y otros animales huelan, es básicamente una forma de descodificar información química. Cuando alguien olfatea, las moléculas ascienden por la nariz hasta el epitelio olfativo, un trocito de tejido en la parte anterior de la cavidad nasal. Esas moléculas se fijan a las neuronas sensitivas olfativas, que envían una señal mediante un axón, una larga cola que se abre paso por el cráneo y entrega el mensaje al cerebro. Este registra las moléculas como café, cuero o lechuga podrida, por ejemplo.

Los científicos todavía no comprenden del todo este sistema, como qué ocurre exactamente cuando deja de funcionar. Y mucha gente no se da cuenta de lo común que es la pérdida del olfato, según Munger: “Esa falta de comprensión pública quiere decir que se le presta menos atención a tratar de entender las funciones básicas del sistema”.

Una persona puede perder el sentido del olfato tras sufrir una infección viral, como la gripe o el resfriado común, o un traumatismo craneoencefálico. Algunas nacen sin sentido del olfato o lo pierden por tratamientos contra el cáncer o enfermedades como el párkinson o el alzhéimer. También puede desaparecer con el envejecimiento. Aunque los trastornos del olfato no son tan aparentes como la pérdida de audición o la afectación visual, los datos de los Institutos Nacionales de Salud estadounidenses (NIH, por sus siglas en inglés) desvelan que casi un 25 por ciento de los estadounidenses de más de 40 años sienten algún tipo de cambio en el sentido del olfato y más de 13 millones de personas padecen un trastorno medible como la anosmia, la pérdida total del olfato, o la hiposmia, la pérdida parcial. Dichas enfermedades pueden durar años o incluso ser permanentes.

Se desconoce si la anosmia por la COVID-19 es diferente de otros tipos de pérdida de olfato causados por un virus, pero las personas que sufren anosmia por la COVID-19 parecen ser únicas por varios motivos. En primer lugar, notan la pérdida del sentido de inmediato porque no viene acompañada de la congestión propia de las primeras etapas de la anosmia viral.

“Es muy drástico”, dice Danielle Reed, directora adjunta del Monell Chemical Senses Center de Filadelfia, que estudia la pérdida del gusto y el olfato. “La gente simplemente no puede oler nada”.

Otra diferencia notable es que muchos pacientes con COVID-19 que pierden el sentido del olfato lo recuperan relativamente rápido, en pocas semanas, a diferencia de la mayoría de las personas que sufren anosmia por otros virus, que puede durar meses o años.

Quagge estima que ha recuperado casi un 60 por ciento del sentido del olfato, pero dice que en los primeros días estaba asustado, ya que no tenía información sobre cuándo o si llegaría a recuperarlo. Este ávido chef amateur tuvo que recurrir a su familia para que le dijeran si la leche estaba estropeada y tampoco podía oler el perfume de su mujer. “Son cosas que te llegan al alma. Me desanimó mucho”, cuenta.

Cómo afecta la COVID-19 al sentido del olfato

Los científicos han empezado a profundizar en las cuestiones de por qué la COVID-19 causa pérdida de olfato y si afecta al sistema olfativo de forma diferente que otros invasores virales.

“La verdad es que sabemos muy poco sobre cómo cambia el olfato cuando te resfrías”, explica Sandeep Robert Datta, profesor de neurobiología que estudia el olfato en la Universidad de Harvard. “¿Qué probabilidades hay de perder el olfato? ¿Cuánto dura? Son cosas básicas que desconocemos”.

La nariz es uno de los lugares principales por los que entra en el cuerpo el SARS-CoV-2, el virus que causa la COVID-19. Ya se han identificado dos tipos de células nasales —células caliciformes y ciliadas— como puntos de entrada probables del virus. “Parece que el tejido sinonasal es la puerta de entrada de este virus”, explica Reed. “Hay mucha gente que piensa que, una vez está dentro de la nariz, llega a los pulmones”.

Para entender cómo altera la COVID-19 el sistema olfativo, los científicos redujeron la lista de objetivos potencialmente infectables. El SARS-CoV-2 necesita dos proteínas, ECA2 y TMPRSS2, para entrar en una célula. Así que Datta y otros investigadores buscaron células vulnerables del sistema olfativo que expresaran estas dos proteínas.

Descubrieron que las neuronas olfativas, donde se fijan las moléculas y desencadenan un mecanismo de señalización en el cerebro, no son susceptibles a la COVID-19. En cambio, en un estudio publicado en Science Advances, Datta y sus coautores demuestran que las proteínas aparecen en las células de sostén del sistema olfativo —como las células madre que regeneran las neuronas tras sufrir daños— y en las denominadas células sustentaculares —que proporcionan soporte físico a las neuronas— eliminan las células muertas y mueven los compuestos aromáticos por la mucosidad del sistema.

Comprender qué partes del sistema olfativo se ven afectadas supone un gran avance para averiguar cómo afecta el virus a nuestra capacidad para captar olores. Pero John Ngai, neurocientífico de la Universidad de Califronia, Berkeley, y coautor del estudio, advierte que saber qué células se ven afectadas es solo una pieza de un puzle mucho más grande.

Las neuronas olfativas mueven iones cargados a través de sus membranas. Si la COVID-19 cambia la concentración de iones que rodean estas células, quizá esto posibilite que las neuronas envíen señales al cerebro. Una respuesta inmune podría alterar el sistema o quizá la inflamación afecte a la parte del cerebro que procesa el olfato.

Incluso con algunas pistas preliminares, quedan muchas incógnitas. ¿Por qué algunas personas se recuperan en pocas semanas mientras que otras no? ¿Causará la COVID-19 una pérdida permanente del olfato en algunas personas? ¿Está saltando el virus del sistema olfativo al cerebro?

Llegando a comprender mejor las formas en que el SARS-CoV-2 interactúa con el sistema olfativo, “quizá podamos entender mejor cómo tratar a las personas”, afirma Ngai. Ahora mismo, no hay buenas opciones.

Terapias olfatorias

Tracy Villafuerte ha ido al alergólogo y al otorrinolaringólogo desde que perdió el sentido del olfato a finales de marzo. “La verdad es que me dijo directamente: ‘no podemos hacer nada’”, cuenta.

Al igual que Quagge, se sintió devastada cuando se dio cuenta de que no podía oler a sus hijos, la casa donde creció ni si el brócoli que cocinaba en los fogones estaba quemándose. Ambos se unieron a AbScent, una comunidad virtual para personas que han sufrido pérdida del olfato. Villafuerte dice que intentó utilizar complementos vitamínicos, pero hasta ahora no ha notado ninguna mejora. “Necesitamos respuestas. Necesitamos que algún tipo de investigación nos diga que tenemos alguna esperanza o no”, dice.

Una posibilidad podría ser el entrenamiento olfatorio, un tipo de terapia física para la nariz. Cada día, la persona huele botellas de aceites esenciales como eucalipto, clavo o limón. Mientras olfatean, se concentran en el aroma, aunque no sean capaces de olerlo.

Chrissi Kelly, fundadora de AbScent, insta a la gente a imaginarse cómo huelen esos aceites para evocar esa sensación y los vínculos emocionales que uno puede tener con el eucalipto o el limón, o los recuerdos asociados al clavo o la rosa. “Tienes que concentrarte y buscar el aroma”, explica.

Un conjunto de datos sugiere que el entrenamiento olfatorio puede resultar eficaz, pero no hay garantías de que funcione en todos los casos ni investigaciones que confirmen si funciona para la pérdida del olfato causada por la COVID-19. “No hace ningún daño”, señala Munger. “Pero creo que aún se debate hasta qué punto es útil terapéuticamente”.

Cuando menos, AbScent ayuda a los pacientes de COVID-19 con anosmia a sentirse menos solos. Intentar describir una existencia sin olores es difícil y esta afección no suele tomarse tan en serio como otras pérdidas sensoriales.

“No busco simpatía”, cuenta Quagge. “Pero no bromeo al respecto. Hasta que pierdes algo, no comprendes qué has perdido. ¿Preferiría perder el sentido del olfato y el gusto o mi vista y mi oído? No lo sé”.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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