Antes de que existieran las plantas y los animales, esta roca se desprendió y cayó en el barro. ¿Cómo lo sabemos?

Varias generaciones de científicos han visitado este paisaje antiguo en el noroeste de Escocia. Ahora podrían haber descubierto el desprendimiento de roca más antiguo en tierra.

Por Maya Wei-Haas
Publicado 14 oct 2020, 13:44 CEST
Costa de Clachtoll, en el noroeste de Escocia

Esta imagen aérea muestra los acantilados de la costa de Clachtoll, en el noroeste de Escocia. El megabloque antiguo se encuentra en la orilla, en la parte derecha de la imagen, formando una colina a lo largo de la pequeña playa frente al edificio.

Fotografía de Iain Masterton, Alamy Stock Photo

La lluvia y el viento azotaban la costa noroeste de Escocia mientras Zachary Killingback estudiaba una roca atrapada en el barro. No era una roca antigua cualquiera: el bloque, que pesaba casi un cuarto de millón de toneladas y era más largo que un avión de reacción, se había precipitado hasta su posición actual hace unos 1200 millones de años, lo que significa que podría ser el desprendimiento de roca más antiguo de la Tierra.

Killingback, que entonces era alumno de máster en la Universidad de Durham, en Inglaterra, quería saber qué había ocurrido en los catastróficos segundos en los que aquella roca gigantesca se había precipitado. Las rocas llevan desprendiéndose de los acantilados desde que la Tierra estuvo lo bastante fría para que se formaran rocas, pero se han descubierto muy pocos desprendimientos en el registro geológico. Esta de Escocia nos da una idea de lo que ocurría en el planeta antes de que los animales empezaran a respirar, de que las plantas extendieran sus raíces bajo tierra y de que los continentes modernos adquirieran su forma.

Según describe un equipo en un estudio publicado en la revista Geology, la roca cayó sobre sedimentos acuosos desde una altura de menos de 15 metros. La fuerza del impacto agrietó la roca e inyectó lodo en las fracturas. Aunque el acantilado del que se separó ya se ha erosionado y desaparecido, el desprendimiento perdura. Cada roca tiene su historia y los científicos se encargan de utilizar lo que sabemos sobre los muchos procesos físicos de nuestro planeta para desentrañar fragmentos del pasado.

«Demuestra los numerosos detalles increíbles que puedes extraer de un bloque de roca si lo enfocas de forma muy minuciosa», dice Cara Burberry, geóloga estructural de la Universidad de Nebraska-Lincoln que no participó en el estudio. «Lo han documentado de una forma preciosa».

Un Disneyland geológico

El noroeste de Escocia es una maravilla, con aguas turquesas y calas pequeñas a lo largo del litoral. El paisaje ondulado registra miles de millones de años de la historia de nuestro planeta a medida que se formaban y se dividían los supercontinentes y los ríos y lagos fluctuaban.

«Es un Disneyland geológico para los británicos», cuenta Alex Webb, geólogo de la Universidad de Hong Kong que no participó en el estudio.

Varias generaciones de científicos han visitado este paisaje antiguo, que ahora es un lugar popular para salidas de campo para alumnos de posgrado. «Si no fuera por la COVID, estaría en esos afloramientos hoy mismo», cuenta Bob Holdsworth, autor del estudio y geólogo estructural de la Universidad de Durham.

Durante una de estas excursiones estudiantiles, Holdsworth y sus colegas advirtieron que había algo raro en un bloque de roca cerca de la aldea de Clachtoll. La roca forma parte del gneis de Lewisia, una roca de hasta 3000 millones de años de antigüedad que quedó sometida a una presión intensa a medida que se formaba, haciendo que los minerales se alinearan en capas apiladas, algo conocido como foliación. En la mayor parte de la región, estas capas tienden a distribuirse en dirección noroeste-sudeste. Pero las capas de la roca presentaban una rotación de 90 grados.

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    La roca, que es más larga que un avión a reacción, en una imagen sacada en 2010.

    Fotografía de Richard Walker

    Holdsworth y sus colegas tuvieron el presentimiento de que las capas rotadas y otros rasgos curiosos de las fracturas de la roca podrían haber sido la consecuencia de una caída estrepitosa, pero necesitaban más datos para argumentar su teoría. Así que Killingback asumió este reto para la investigación de su tesis de máster.

    Recopilando pistas sobre el terreno

    El lugar del desprendimiento fue la salida de campo favorita de Killingback como alumno de posgrado. Las excursiones organizadas con sus compañeros de clase suelen ser difíciles para Killingback, que es autista. Desplazarse entre una multitud de estudiantes, procesando instrucciones rápidas y el aluvión de estímulos sensoriales sobre el terreno planteaban obstáculos constantes.

    Sin embargo, el viaje a Clachtoll fue distinto. En lugar de que un profesor ejerciera de guía, «nos dieron rienda suelta, me encantó», cuenta.

    Volvió para hacer su trabajo de máster en septiembre de 2016 y elaboró un mapa minucioso de la estructura de la roca. El viento azotaba las colinas mientras la lluvia caía, pero Killingback completó todas y cada una de las tareas con tanta eficiencia como pudo antes de volver a la seguridad del coche para revisar notas y planear los próximos pasos. Incluso dentro del vehículo, el viento se hacía notar. «Pensé que iba a amainar cada noche», cuenta.

    En su último día sobre el terreno, unos alumnos de posgrado en una salida de campo llenaron el lugar. Killingback terminó su trabajo mientras el grupo caminaba sobre las rocas y después volvió al laboratorio para reconstruir una instantánea del pasado del planeta.

    Un descenso destructivo

    La historia geológica que desentrañaron Killingback y sus colegas es más o menos así: hace unos 1200 millones de años, estaba formándose una cuenca en la actual costa noroeste de Escocia. La región estaba salpicada de lagos y ríos que dispusieron estratos de rocas y sedimentos rojos desordenados. Es posible que un terremoto intenso sacudiera el suelo, quizá desde la tierra que se adentraba en la cuenca, y que el bloque de roca se desprendiera de un acantilado. Al caer giró ligeramente, de ahí que las capas internas estuvieran orientadas hacia la derecha respecto al resto de las rocas de la región.

    Cuando la roca aterrizó, aparecieron grietas en las partes superior e inferior. En la actualidad, las rocas están llenas de lodo rojo y hay pequeñas diferencias que aportan pruebas de la caída. Los sedimentos de las grietas de la parte superior están estratificados, una señal de que se introdujeron poco a poco en las fracturas con el paso del tiempo. Sin embargo, las grietas de la parte inferior carecen de dichos estratos y albergan sedimentos mucho más finos, lo que sugiere una inyección rápida por la fuerza de impacto. Burberry dice que este patrón fue «la prueba irrefutable» del desprendimiento.

    La roca se deslizó con el impacto, algo que evidencia una gran grieta en la parte delantera del bloque, señala Killingback. El equipo también llevó pequeños testigos de roca a un laboratorio para probar cuánta fuerza hacía falta para romperla. Así, determinaron desde qué altura se cayó la roca: probablemente desde menos de 15 metros.

    «¿Cómo no nos habíamos dado cuenta de esto hasta ahora? Tiene sentido», afirma la geóloga Catherine Mottram, de la Universidad de Portsmouth, Inglaterra, que lleva a sus alumnos de máster a la región cada año, pero no formó parte del equipo del estudio. «Literalmente me he sentado en esa [roca] varias veces para comer».

    Historias sepultadas en la roca

    Para Killingback, el mayor reto fue traducir sus ideas en un informe escrito, una dificultad frecuente en personas autistas. «Básicamente, yo pienso en imágenes», explica. «Tenía toda mi tesis en la cabeza... como un documental silencioso».

    Convertir esa película mental en una narración escrita le llevó otros dos años. «En secreto, deseaba que alguien inventara una tecnología para enchufarme una memoria USB en la cabeza y descargarlo todo».

    Killingback diseñó estrategias de afrontamiento, como explicar cada parte del estudio a su madre y después escribir de inmediato sus palabras. Al final valió la pena, ya que ha producido un estudio muy esclarecedor.

    «Es una oportunidad única para ver un proceso que sabemos que ocurre siempre, pero que rara vez vemos preservado en el registro rocoso», afirma Christopher Jackson, geólogo del Imperial College London que no participó en el estudio.

    Parte del interés de la geología es la labor detectivesca que entraña identificar cada pista rocosa. En el trabajo de Killingback, «la alegría de resolverlo resulta evidente en las páginas».

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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