Por qué las personas se aferran a las teorías de la conspiración, según la ciencia

La información errónea impulsó a la muchedumbre que asaltó el Capitolio estadounidense, lo que pone de manifiesto los desastrosos efectos de dichas teorías.

Por Jillian Kramer
Publicado 11 ene 2021, 13:12 CET
Capitolio

Reunidos frente al Capitolio el 6 de enero del 2021 en Washington D.C., los seguidores del presidente Donald Trump ondean una bandera de Estados Unidos sobre un símbolo que representa la teoría conspirativa de QAnon.

Fotografía de Win McNamee, Getty Images

El 6 de enero, una muchedumbre de insurgentes asaltó el Capitolio de Estados Unidos para crear caos y desafiar a los legisladores que se habían reunido para certificar la votación electoral. Les habían robado las elecciones presidenciales, decían, una creencia fomentada por un líder poderoso en quien confiaban.

«Han amañado las elecciones», alegó falsamente el presidente Donald Trump durante su discurso ante miles de seguidores en Washington D.C. «No nos engañemos, os han robado estas elecciones a vosotros, a mí y al país»

Pero la idea de que se amañaron las elecciones es, por definición, una teoría de la conspiración, una explicación de los acontecimientos que depende de la afirmación de que las personas poderosas manipulan a la sociedad de forma deshonesta. En realidad, tribunales estatales y federales han rechazado decenas de denuncias que exponían acusaciones de fraude electoral. El mes pasado, el fiscal general William Barr declaró que el Departamento de Justicia de Estados Unidos no había hallado pruebas de fraude electoral generalizado. De hecho, recientemente el líder de la mayoría en el Senado, Mitch McConnell —un republicano y aliado de Trump durante gran parte de su presidencia— describió las alegaciones de fraude electoral de Trump como «teorías de la conspiración generalizadas».

Trump ha «utilizado el razonamiento motivado como arma», afirma Peter Ditto, psicólogo social de la Universidad de California, Irvine. Ha «incitado a una muchedumbre y utilizado las tendencias humanas naturales como arma».

Esas tendencias humanas —creer cualquier cosa que satisfaga nuestras ideas preconcebidas, ya sea cierta o no— formaban parte de nuestras vidas mucho antes de que los alborotadores invadieran el Capitolio. Y en plena pandemia, la desinformación ha circulado de forma aparentemente desenfrenada.

Los trumpistas asaltan el Capitolio tras un discurso del presidente Donald Trump el 6 de enero del 2021 en Washington D.C. Los seguidores de Trump se congregaron en la capital del país para protestar contra la ratificación de la victoria del presidente electo Joe Biden frente al presidente Trump en las elecciones del 2020.

Fotografía de Samuel Corum, Getty Images

La Organización Mundial de la Salud ha descrito este momento como una infodemia, un periodo en el que un aluvión de datos se enfanga con falsedades, a veces con repercusiones devastadoras. Varias personas prendieron fuego a torres de telecomunicaciones 5G después de leer publicaciones de redes sociales que alegaban que la nueva tecnología puede causar COVID-19. Una minoría problemática ha negado la existencia del virus, incluso mientras agonizaban por la COVID-19.

Los expertos afirman que la mayoría de las personas no cae fácilmente en falacias. Pero cuando la desinformación ofrece explicaciones sencillas y casuales para acontecimientos que, por lo demás, parecen aleatorios, «ayuda a restaurar una sensación de control para muchas personas», afirma Sander van der Linden, psicólogo social de la Universidad de Cambridge.

La desinformación que circula constantemente a nuestro alrededor es ahora el trasfondo de la pandemia, una crisis de desempleo, manifestaciones masivas contra la brutalidad policial y la injusticia racial y unas elecciones presidenciales muy polarizadas en Estados Unidos. En épocas de confusión, las explicaciones que ofrecen las teorías de la conspiración y otras falacias pueden ser aún más atrayentes, aunque no imposibles de disuadir o resistir.

El atractivo de las conspiraciones en un mundo caótico

Las personas recurren a atajos cognitivos —reglas generales en gran medida inconscientes para tomar decisiones más rápidamente— para determinar en qué deberían creer. Y según explica Marta Marchlewska, psicóloga social y política que estudia las teorías de la conspiración en la Academia Polaca de Ciencias, las personas que sufren ansiedad o que tienen una sensación de desorden, aquellas que anhelan cercanía cognitiva, podrían depender en mayor medida de esos atajos cognitivos para dar sentido al mundo.

Una encuesta reciente desveló que más del 50 por ciento de los estadounidenses había sufrido más estrés durante la pandemia. Con este malestar, «no es sorprendente que se observe un repunte de las teorías de la conspiración hoy en día», afirma Karen Douglas, psicóloga social de la Universidad de Kent, en Inglaterra. Su investigación ha revelado que las personas que se sienten inseguras en sus relaciones y que tienden a catastrofizar los problemas de la vida son más propensas a creer en teorías conspirativas.

Muchas de las teorías de la conspiración que circulan actualmente buscan explicar la propia pandemia. Un estudio publicado en octubre por van der Linden y sus colegas presentó a residentes de Estados Unidos, el Reino Unido, Irlanda, España y México afirmaciones que contenían bulos y datos habituales sobre la COVID-19.

Aunque la gran mayoría identificó los bulos, algunas personas aceptaron enseguida las falacias. Eso incluye a entre el 22 y el 37 por ciento de los encuestados (dependiendo del país) que creían en la alegación de que el coronavirus se diseñó en un laboratorio de Wuhan, China. Algunos también identificaron como falsa información verídica, como el dato de que la diabetes incrementa el riesgo de enfermedad grave por la COVID-19.

Los mismos participantes que creían en la desinformación también eran menos propensos a informar de que cumplían las recomendaciones sanitarias contra la COVID-19, como llevar mascarilla, y eran más propensos a expresar sus dudas respecto a las vacunas. Jan-Willem van Prooijen, psicólogo social de la Universidad Libre de Ámsterdam, señala que el hallazgo respalda un conjunto de investigaciones que demuestra que la disposición de las personas a creerse las noticias falsas puede tener repercusiones reales sobre la conducta.

Los expertos también afirman que las personas son más propensas a creerse los bulos a los que se exponen una y otra vez, como las alegaciones de fraude electoral o de que la COVID-19 no es más peligrosa que la gripe. «El cerebro confunde familiaridad con verdad», afirma van der Linden.

Narcisismo colectivo

Otro factor psicológico que puede llevar a creer en teorías conspirativas es lo que los expertos denominan «narcisismo colectivo», o la creencia exagerada de un grupo en su propia importancia. La investigación de Marchlewska sugiere que los narcisistas colectivos son propensos a buscar enemigos imaginarios y adoptar explicaciones conspirativas para culparlos.

Esta necesidad es más intensa cuando las personas narcisistas o los miembros de su grupo fracasan. «Para algunas personas, las creencias conspirativas son la mejor forma de afrontar la amenaza psicológica que supone su fracaso», explica Marchlewska, que añade que es probable que se diera este fenómeno cuando los alborotadores asaltaron el Capitolio.

Un supuesto enemigo al que el presidente Trump y sus seguidores han culpado a menudo son los medios. «Los medios son el mayor problema que tenemos, que yo sepa», dijo Trump a sus seguidores el 6 de enero antes de que marcharan hacia el Capitolio. Durante el caos posterior, algunos de esos seguidores rompieron el equipo de los trabajadores de prensa, ataron el cable de una cámara en forma de soga y escribieron «asesinar a los medios» en una puerta del edificio del Capitolio.

Al seleccionar a un adversario que posee «cualidades que representan tu propia idea del mal influida culturalmente», las personas pueden tener una sensación de control sobre lo que les ocurre, señala Daniel Sullivan, psicólogo de la Universidad de Arizona que estudia cómo afronta la gente las adversidades en la vida.

Las personas también podrían defender los puntos de vista de los grupos a los que pertenecen a un nivel más instintivo. Ditto explica que los humanos evolucionaron en grupos que competían entre sí, lo que ha esculpido nuestras mentes para que desconfiemos de las personas ajenas y seamos leales a nuestras facciones. En 2019, su estudio descubrió que este tipo de sesgo «es un rasgo natural y casi imborrable de la cognición humana».

«Creo que la tentación siempre va a ser ver esto como un fenómeno clínico; esas personas tienen algo», afirma Ditto. «Pero nuestro entorno social puede influir mucho si resulta que te encuentras en un grupo de personas que cree en algo o al que le enfada algo».

Sigue al líder

Aunque los grupos suelen compartir creencias comunes, dichas creencias suelen ser labradas por una serie de personas influyentes. En octubre, una encuesta en la que participaron más de 2000 estadounidenses llevada a cabo por Joseph Uscinski, profesor adjunto de ciencias políticas de la Universidad de Miami, reveló que lo que creían las personas se alineaba con lo que les habían dicho sus líderes políticos. Por ejemplo, un 56 por ciento de las personas que se identificaban como demócratas estaban de acuerdo en que había una conspiración para impedir que la Oficina de Correos estadounidense procesara los votos por correo, frente a solo el 31 por ciento de los republicanos.

Las personas «que creen en las teorías de la conspiración suelen buscar un salvador, alguien que las ayude a proteger a su grupo de los enemigos conspirativos», afirma Marchlewska. Pone como ejemplo QAnon, una teoría de la conspiración que proliferó por internet y que alega falsamente que un grupo de pedófilos satánicos que conspira contra el presidente Trump. (Una seguidora de QAnon, Marjorie Taylor Greene, ganó un escaño por Georgia en la Cámara de Representantes.)

«No cabe duda de que las teorías de la conspiración y la desinformación han sido utilizadas por figuras poderosas durante años», afirma Marchlewska. «Sirven como arma política extremadamente peligrosa, ya que ayudan a manipular al público para hacerse con el poder. Primero buscas enemigos imaginarios y después te preparas para una pelea. La fase final suele ser trágica: haces daño a personas inocentes».

Identificar la verdad

Una vez las personas creen en algo, puede ser casi imposible disuadirlas. Emily Thorson, científica política de la Universidad de Syracuse, se refiere a este fenómeno psicológico como ecos de creencias: una «respuesta obsesiva y emocional a la información que puede persistir incluso después de saber que es falsa».

Cuando en las noticias hablan de bulos —normalmente en un intento de desmentir las falacias—, esa cobertura mediática puede ayudar involuntariamente a crear familiaridad con creencias incorrectas. Un estudio reciente descubrió que esto ha sido especialmente cierto durante la pandemia, ya que a veces los medios han amplificado las voces de personas que «defendían curas no probadas, negaban lo que se conoce científicamente sobre la naturaleza y los orígenes del nuevo coronavirus SARS-CoV-2 y proponían teorías de la conspiración que pretenden explicar causalidad y a menudo alegaban intenciones malévolas».

Pero los expertos afirman que educar a las personas sobre cómo se difunden los bulos puede influir. En un estudio reciente, van der Linden analizó si advertir de forma preventiva sobre las técnicas empleadas para difundir falacias puede ayudar a la gente a obtener inmunidad frente a las noticias falsas. Descubrió que, una vez las personas conocían las técnicas de desinformación habituales —como apelar a las emociones de las personas o expresar urgencia en un mensaje—, los participantes eran más propensos a identificar la información poco fiable.

Cambiar la frecuencia con la que nos exponemos a falsedades también puede influir. Las redes sociales —donde los bulos pueden propagarse rápidamente— están empezando a experimentar con la retirada de publicaciones poco fiables. Un estudio de 2019 desveló que las personas confían en los medios tradicionales más que en fuentes excesivamente parciales o falsas, lo que quiere decir que las redes sociales pueden ayudar dando prioridad a las publicaciones de fuentes creíbles, según los expertos.

En lo referente a la desinformación sobre la pandemia, las relaciones personales con médicos y otros expertos sanitarios pueden desempeñar un papel fundamental. En un estudio publicado en septiembre, Valerie Earnshaw, psicóloga social de la Universidad de Delaware, descubrió que los creyentes en teorías de la conspiración sobre la pandemia eran menos propensos a decir que se pondrían la vacuna anti-COVID-19, pero el 90 por ciento de los participantes dijeron que confiaban en sus médicos. Los hallazgos se suman a investigaciones existentes que demuestran que los médicos pueden ayudar a obstaculizar directamente la difusión de bulos sanitarios.

En lo que respecta a convencer a algunos estadounidenses de que nadie amañó las elecciones, «la vía más probable de cambio será que los líderes republicanos y otras élites en quienes confían los seguidores de Donald Trump den la cara y dejen claro que no están de acuerdo con él», afirma Joseph A. Vitriol, psicólogo social y político de la Universidad de Stony Brook, en Nueva York.

Pero en general, Vitriol dice que la sociedad podría beneficiarse de la idea de que no pasa nada por equivocarse.

«A la gente no le gusta no saber cosas y a menudo se siente obligada a formarse opiniones sobre temas que no entiende», afirma. Para disuadir a las personas de aferrarse a creencias falsas, deberíamos fomentar la idea de que es «racional cambiar de opinión cuando se nos presenta información nueva».

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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